A Escarli le vinieron terrores nocturnos, Germán parece ausente y Yuri sucumbe a la ira. Las largas noches de apagón en Venezuela y los angustiosos días sin agua ni servicio bancario para comprar comida avivaron los traumas de su sociedad.
El corte afectó a casi todo el territorio el 7 de marzo y fue superado mayoritariamente cinco días después, pero las secuelas psicológicas de tanta oscuridad y caos siguen aflorando en este país sumido en una crisis política y socioeconómica desde el año 2014.
“Hay desesperanza”, resume Jorge de Ávila, comerciante de 38 años de edad, en fila desde la madrugada para comprar tanques de gas en Las Minas, un precario y peligroso barrio del sureste de Caracas.
Esta zona de casas de tabique pasó siete días sin luz y acumula dos semanas sin agua. La poca comida que había en las neveras se pudrió y la clínica local colapsó.
“Han sido días duros, no hemos tenido acceso a los servicios, al alimento. Muchas familias con hijos caen en el desespero, muchos negocios cerrados, mucha comida dañada, sabiendo que no nos podemos dar el lujo de perder tantas cosas en un país que necesita alimento, medicina”, añadió De Ávila.
La psicóloga Stefanía Aguzzi asegura que muchos venezolanos están “sufriendo de una gran tristeza” que podría “convertirse en una depresión muy pronto, con niveles de ansiedad que ya llegaron a ser crónicos”. Aguzzi lidera “Psicólogas al rescate”, una plataforma que asiste gratuitamente por teléfono a venezolanos con crisis nerviosas.
“Estrés colectivo”
Con el apagón se agudizaron las dificultades de supervivencia en un país ya de por sí caótico, donde el pan de cada día son las protestas -a veces violentas-, la hiperinflación y la escasez de efectivo, alimentos y medicinas. Sin luz, dejaron de funcionar los datáfonos y fue casi imposible comprar productos básicos, pues los tenderos vendían solo para pago en efectivo, incluso en dólares.
Un hombre llena un camión de agua potable para ser distribuida a hospitales y vecindarios por el régimen de Nicolás Maduro, tras el masivo apagón que agravó la escasez de agua en Caracas, el 13 de marzo de 2019. | Foto: YURI CORTEZ / AFP
Las bombas para abastecer agua se paralizaron y algunos hospitales colapsaron por falta de plantas eléctricas. “Estamos de mal humor, y pendientes porque estaban saqueando aquí, varios establecimientos los robaron. Había tensión, la policía haciendo disparos, corriendo detrás de esa gente. Cerrabas las puertas, pero no sabías si podían arremeter contra ti”, describe Gabriela Martínez, administradora de 37 años de edad.
Para Mayaro Ortega, doctora en psicología de la salud e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México, “este estado de alerta crónico es un factor de riesgo para desarrollar un trastorno de estrés postraumático”.
Filas para abordar un bus en Caracas, el 14 de marzo de 2019, tras el masivo apagón que afectó a Venezuela. | Foto YURI CORTEZ / AFP
Cuando sobreviene una incapacidad para solventar necesidades básicas como el alimento o la seguridad personal, este trastorno puede manifestarse con “sobresaltos aún en un estado de tranquilidad aparente, con pensamientos catastróficos recurrentes”, añade la especialista, para quien “los niños son los más vulnerables”.
Escarli, de nueve años y ojos negros brillantes, teme a la oscuridad desde el apagón. “Cuando voy a orinar me da miedo, porque siento que va a venir algo y me asusto”, cuenta esta niña que cumplió una semana sin clases, suspendidas por la emergencia. Venezuela padece “estrés colectivo”, dice Ortega.
“Es contagioso y se da en primera instancia porque somos seres sociales. Evolutivamente estamos diseñados para sentir empatía por el otro y que nos afecte lo que le pasa”, explica.
Suicidios
Fúrica, Yuri Mártera denuncia una situación que “ya no se la aguanta nadie” y pierde el control cuando su vecina Esmeralda expresa apoyo incondicional al régimen de Nicolás Maduro. “¡Fuera!, ¡fuera!”, grita Yuri con violentos ademanes, secundada por una turba iracunda que rodea a Esmeralda en Las Minas.
Una venezolana grita a los vecinos que hacen fila para reemplazar sus bombonas de gas vacías en Las Minas de Baruta, Caracas, el 14 de marzo de 2019. | Foto: RONALDO SCHEMIDT / AFP
En otro extremo del barrio, con la mirada perdida, Germán Parra aparenta mucho más de sus 61 años de edad. Con pelo cano, bastón y escasos dientes, hurga en una montaña de basura hedionda.
“A veces me encuentro un pedacito de comida”, dice entre fruta podrida y huesos de res con gusanos y moscas, este carpintero de ojos azules que hace mucho necesita una operación para su fractura de pie.
El estrés postraumático “puede llegar a la depresión y en los casos más severos hasta ideación suicida”, apunta Ortega. La doctora Aguzzi afirma conocer casos de personas que se han “suicidado porque les diagnosticaron un cáncer y saben que no van a tener la quimioterapia”. Existe una “cantidad grande de suicidios de los que no se habla, son cifras negras”, denuncia.
Algunas zonas siguen sin luz. En las noches de calor bochornoso, algunos se refrescan en los pórticos, donde aprovechan para despotricar de la situación bajo las estrellas que resplandecen en la oscuridad absoluta. “¿Hasta cuándo?”, se preguntan entre vecinos.
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