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El drama de vivir en Guarenas y trabajar en Caracas

por Avatar

“Bolsos y carteras abiertos. Pasaje a 12.000 bolívares, aprovechen que la semana que viene lo subimos”, dice un fiscal que controla la larga fila de personas, quienes pretenden abordar una camioneta en Guarenas a las 4:30 am, solo para tratar de llegar a sus puestos de trabajo en Caracas.   

Somnolienta, con frío y contando el efectivo para pagar el pasaje, Carolina González camina por las calles oscuras de Guarenas con destino al terminal y así iniciar su jornada laboral en Caracas. La universitaria, con sueldo mínimo, se pregunta qué debe hacer para conseguir efectivo y poder pagar el pasaje de vuelta.

La joven piensa con resignación en el monto mensual que gasta en transporte público suburbano:

Bs 480.000 en pasaje de Guarenas a Caracas. Su sueldo básico era de Bs 248.000, hasta el aumento decretado por el Ejecutivo el 1° de marzo, el cual colocó el salario en Bs 392.646.

“¡No es rentable vivir en Guarenas y trabajar en Caracas!”, reflexiona mientras se acerca a un “gentío” que hace fila en la parada de autobuses. Al llegar, la cola supera las 50 personas y las unidades de transporte llegan cada 20 o 30 minutos. “No voy a llegar nunca”, piensa Carolina. Decide irse de pie en el autobús, es por ello que hace la cola de “los parados” para abordar una unidad.

Mientras se ubica al final de la fila, Carolina vuelve a contar sus billetes de 100 bolívares, rogando que el transportista se los acepten, en lugar de decir: “No  me vas a pagar con este pichache”.

Vuelve a pensar de dónde podría sacar efectivo, qué banco le puede dar más de 20.000 bolívares para costear el pasaje diario debido a que la mayoría  de las instituciones financieras permiten que se retiren solo 10.000 bolívares,  lo que no alcanza para cubrir la tarifa de transporte de un día.

Mientras pensaba en esto, unos gritos la devolvieron a la fila.

“¡Hagan su cola! Mira vale no se dejen colear. Si se colean yo me voy a poner de primera”, decía una señora a dos hombres que quisieron pasar desapercibidos y subirse a un autobús sin formarse en la fila ante la mirada indiferente del fiscal.

Los reclamos de la señora generaron una reacción en cadena de las personas que estaban en la fila. En pocos segundos el alboroto de los usuarios logró que al fiscal no le quedara otra opción que sacar a los dos sujetos.

La algarabía cesó cuando un autobús vacío se estacionó para subir a los pasajeros. Carolina tuvo que esperar a que las personas que viajan sentadas abordaran primero la unidad de transporte.

Luego de una hora parada en la fila, Carolina pudo montarse en la camioneta que la lleva hasta Caracas. Con su fajo de billetes de 100 bolívares  en la mano ruega que le acepten el único pasaje que tiene. A regañadientes el chofer le recibe sus 120 billetes.

Luego de abordar la unidad, alcanzó a escuchar la conversación entre una señora de la tercera edad y el chofer. La mujer intentó pagar la mitad del pasaje (como lo indican las normas) y le mostró el carnet preferencial, pero fue rechazado por el transportista. “A nosotros no nos pagan subsidio de la tercera edad ni de estudiantes”, espetó el hombre.

Carolina siente alivio, pues se pudo montar en la camioneta y con suerte llegará a tiempo a su trabajo.

Robos

“Los que tengan teléfonos de alta gama no los saquen en la camioneta. Mira que ayer robaron una unidad ¡Fueron puras mujeres! No quieran después echarnos la culpa a nosotros”, grita el fiscal cuando las personas se suben a la unidad.

Carolina se aferra a su bolso. No piensa sacar su celular porque no le garantizan la seguridad. “¿Cómo es posible que con un pasaje tan caro esto sea tan inseguro?”, se pregunta mientras camina por el pasillo del autobús.

“Colaboren en el pasillo. Para atrás por favor, hay espacio”, dice el chofer en un intento desesperado de subir la mayor cantidad de personas posibles, quienes incluso  buscan cualquier forma para ubicarse en algún pequeño espacio dentro de la camioneta.

Carolina camina hacia atrás. Ella suspira profundamente para aguantar el trayecto parada hasta Caracas. Aún no son las 6: 00 am y ya le duelen las piernas.

El conductor se sube y se sienta al volante. Luego de dos intentos y un largo sonido estrepitoso de piezas mecánicas,  el vehículo enciende. “Nos suben el pasaje porque no les alcanza para los repuestos, pero estos carros siguen funcionando mal”, reflexiona Carolina.

Inicia el trayecto hacia Caracas con los pasajeros apretujados unos contra otros. “Como sardinas en lata”, piensa ella.

El chofer toma la avenida Intercomunal de Guarenas. Carolina mira a su derecha y observa la estructura a medio hacer del olvidado Metro Guarenas- Guatire. De funcionar, las personas podría usar el servicio y llegar a Caracas en menos de una hora, como aseguraba el gobierno cuando anunció que el tren funcionaría en 2012.

Una mezcla de humo y brisa se sienten dentro del autobús. El chofer coloca un “mix” de bachata para el camino. Las personas que van sentadas aprovechan de dormir un poco más. Carolina no puede hacer mucho, pues tiene las manos ocupadas en sostenerse para no perder el equilibrio.

El autobús realiza su trayecto de 40 minutos para llegar a su destino: la estación del Metro La California. Al llegar a la capital, los pasajeros se movilizan para salir lo más rápido posible.

Carolina se baja, suspira y camina mientras piensa: “Ahora falta luchar para montarme en el Metro”. Sus calamidades con el transporte aún no han terminado.

Vivir en ciudades dormitorios como Guarenas es un verdadero reto para sus habitantes. Los problemas de transporte afectan a las personas, quienes no sólo se deben enfrentar a la escasez de unidades que generan las largas filas sino también a los altos precios de los pasajes que sobrepasan la economía de las familias con ingreso promedio.