Omerci Flores nació hace 43 años en El Consejo, una comunidad perteneciente al municipio Tucupita del estado Delta Amacuro. Gran parte de su vida vivió en una casa de barro, hasta que en el 2012 sus muros se derrumbaron para dar paso a una estructura de concreto que sería su nuevo hogar los siguientes seis años, el mismo que hoy se encuentra en riesgo por la crecida del Orinoco en la entidad.
El caudal del río más grande de Venezuela comenzó a acercarse a las puertas de los deltanos con la llegada de las lluvias. Desde entonces, Flores tomó previsiones junto a su padre y su sobrino, con quienes vive en el lugar, para evitar que el agua entrara a la casa: tomaron bloques y cemento para formar una barrera en puertas y ventanas que evitara el paso del agua, muro que creció con la misma velocidad que el volumen del río.
“Ya nos quedan como tres bloques y se nos acabó el cemento. Tendremos que utilizar tablas”, señaló Flores, quien es profesor en la entidad, durante una entrevista a El Nacional Web.
A pesar de que la medida les ha permitido mantenerse en su hogar, también podría provocar que en algún momento la familia deba desalojar, por la imposibilidad de entrar o salir ante el reducido espacio que quedará en los accesos del lugar.
La prevención no los exime de las consecuencias de las inundaciones en la región: los bloques y el concreto permiten la filtración del líquido, por lo que desde hace dos meses deben vaciar el agua del lugar con tobos y escobas.
“No podemos detenernos. Si tenemos que hacerlo cuatro veces al día, lo hacemos. Llegamos a sacar 200 tobos diarios de la casa”, comentó Flores, quien trabaja como docente.
La presencia del agua en su hogar lo ha obligado a colgar los colchones y subir los equipos que pueda a los muebles para intentar preservar sus bienes. A pesar de ello, el esfuerzo de Flores no ha evitado que pierda algunas de sus pertenencias.
Su casa no es la única afectada: las aproximadamente 130 viviendas que conforman El Consejo están inundadas, por lo que al menos 16 familias tuvieron que mudarse a refugios.
Sin comida
Los deltanos perdieron meses de esfuerzo dedicado a la siembra en la entidad luego de que el paso del Orinoco arrasara con las cosechas de yuca, plátano, auyama y maíz. Los rubros formaban parte fundamental de la alimentación de la comunidad, por lo que los deltanos ahora deben conformarse con los peces que obtienen del río y, eventualmente, con algunos granos.
El desayuno y el almuerzo se unificaron, mientras que la cena se redujo a unas arvejas hervidas en agua.
“Estamos totalmente abandonados. Solo en una sola oportunidad la gobernadora trajo cajas de comida y no volvió más. Muchas veces nos ha tocado comernos el pescado sin el pan y a veces sancochamos las lentejas hasta que queden secas para comerlas con la presa del pescado”, señaló Flores.
Las estanterías de los abastos más cercanos están vacías, por lo que la población debe esperar el paso de una embarcación para poder comprar un poco de ocumo o algo de pan. Algunos deciden viajar hasta Barrancas, uno de los sectores aledaños, para adquirir productos a “precio de bachaquero”.
El traslado en El Consejo se limitó a las embarcaciones. Aquellas que prestaban servicio de transporte se desvanecieron para que las familias con suficientes medios pudieran seguir desplazándose por el agua con sus propias curiaras.
“Donde nosotros caminábamos, ahora andan curiaras y embarcaciones con motor”, dijo Flores.
La utopía de los servicios básicos
La crecida del Orinoco se sumó a un mal que recorre los caminos de El Consejo desde hace meses, y es que Flores asegura que tanto él como sus vecinos tienen casi dos años sin servicio eléctrico. Algunos han logrado paliar la situación gracias al uso de plantas.
La falta de luz ha hecho que animales rastreros entren con mayor frecuencia a los hogares, lo que supone un riesgo mayor por las enfermedades que pueden traer.
Aunado al apagón perpetuo al que parece está sometida la comunidad deltana, el servicio de agua potable también presenta fallas. La situación provocó que los vecinos se vean en la necesidad de beber el agua directamente del río Orinoco, cuyo caudal sirve de vertedero en el Delta.
“Eso ha provocado fiebre, diarrea, vómito, enfermedades de la piel… y no hay medicinas”, comentó.
Omerci Flores pasa los días junto a su familia entre tobos y paños para resguardar sus pertenencias del agua. Mientras unos salen a pescar, otros se quedan en la casa con la esperanza de retrasar los estragos del río en el hogar, uno de los pocos que aún no ha sido abandonado en El Consejo.
El miedo por la fuerza del Orinoco pasó a formar parte del día a día de las comunidades del Delta, aquellas que desde hace meses vieron cómo el río cubrió caminos, cosechas y hogares para acabar con años de trabajo de la población.
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