Nació el 17 de agosto de 1923 en Caracas, pero es un hombre del mundo. Con 94 años recién cumplidos y una inteligencia siempre a flor de piel, el maestro Carlos Cruz-Diez responde a estas preguntas por correo electrónico desde su casa de la rue Pierre Semard, en el distrito IX de París. Por su personalidad abierta y festiva, con él siempre es preferible conversar cara a cara, en vivo y en directo. Así se tienen colores –nunca mejor dicho– para ilustrar la conversación. Pero hay que ver también a Cruz-Diez responder por escrito para darse cuenta de la manera como reflexiona a solas, el modo en que lee las preguntas y les da la vuelta para dejar en el aire observaciones y agudezas como acróbatas que te hacen fijar la atención. Hablamos de Venezuela: su pasado, su presente y su futuro. Hablamos del arte: que es pasado y es presente y es futuro. Hay que escuchar a los sabios para orientarse. Cruz-Diez es uno de ellos.
–Son 94 años y usted sigue siendo joven. Vamos a comenzar con una pregunta como para la televisión: ¿cuál es el secreto de la eterna juventud?
–Nunca pensé cómo sería mi vida de viejo, es como si hubiese vivido en un continuo presente. Quiero decir, yo no me planteaba qué iba a hacer cuando viejo, porque lo que me planteaba no era para un resultado inmediato, sino un discurso en el tiempo. Y no me equivoqué, pasaron décadas de incomprensión, como el haber vivido en una sociedad de ciegos. La juventud es resultado de una actividad creativa constante e intensa. El no aceptar lo aceptado por todos desata una actividad cuestionadora que te mantiene alerta. La conformidad es la aceptación de la vejez.
–¿En qué ha cambiado usted y en qué no ha cambiado?
–A los 17 años, cuando me inscribí en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, comprendí que tenía que diseñar mi vida de artista. Para empezar, un artista no tiene horario para la creación. La creación es una actividad continua que se comunica hasta en los sueños. Ahora que el tiempo ha pasado, los achaques físicos me impiden realizar muchas cosas, pero el hecho creativo sigue con la misma intensidad. El tránsito de los años vividos me ha dado lecciones para corregir errores de ruta y atinar mejor en el blanco.
–Chaplin terminó diciendo que la vida había perdido para él toda su gracia. ¿Qué ha hecho que para usted la vida siga siendo una fiesta? Es bien sabido que usted es un hombre de una gran alegría.
–La vida es una sucesión de proyectos que resolver, el día que se te acaban, te mueres. Por eso es común la longevidad del artista, cada una de sus obras genera la alegría de un nuevo proyecto. Si algunas veces fracasamos en medio de la tristeza, surge la ilusión de poder corregir los errores.
–Hay algo que siempre he querido preguntarle. Nadie puede poner en duda que Cruz-Diez es un venezolano total, pero su vida se ha desarrollado, la mayor parte del tiempo, fuera de Venezuela. ¿Qué le ha dado a usted el mundo?
–Cuando, en 1955, vine por primera vez a Europa, tenía 33 años, era un venezolano espiritual e intelectualmente formado. Eso me permitió hacer un análisis más objetivo de mi país que cuando vivía en la desesperanza de la cotidianidad. A pesar de que París es mi ciudad, nunca he dejado de ser venezolano. El estar aquí me ha permitido comprender mejor a Venezuela y a América Latina, conocer a su gente, analizar con más objetividad nuestra idiosincrasia y disfrutar de su folklore. París es un crucero del mundo donde encuentras amigos de cualquier parte del planeta con quien compartir recuerdos y vivencias.
–Hoy en día hay cientos de miles de muchachos venezolanos fuera del país, y quienes seguimos en Venezuela a veces sentimos que con ese éxodo perdimos algo para siempre. Pero ¿eso es así? Le confieso que le hago esta pregunta buscando que me diga que estamos equivocados al sentir eso.
–El estar físicamente fuera del país no significa que no sigas siendo venezolano, y yo soy un ejemplo. El venezolano emigró en la época de Juan Vicente Gómez por circunstancias económicas, y ahora por la tragedia que estamos viviendo. Un alto porcentaje de los que se van no regresarán, sobre todo los profesionales que han logrado integrarse a la sociedad a la que emigraron, pero en el fondo siguen siendo venezolanos. Es muy probable que una parte de ellos, cuando la situación cambie, regresen a su país, al cual le serán más útiles por la experiencia adquirida.
–Su obra que cubre el suelo del aeropuerto internacional de Maiquetía se ha convertido en un símbolo de la diáspora. ¿Le incomoda que esto haya sucedido, que la historia se haya apropiado de una obra suya de esta manera?
–Esa obra también será el símbolo del retorno a la patria, un hecho que tiene doble vertiente. Primero, el dolor que representa la diáspora y luego que la gente haya escogido una obra de arte como símbolo. Pocas ciudades en el mundo se identifican por una obra de arte: París con la torre Eiffel, Noruega con El Grito de Edward Munch, Bilbao con la obra del arquitecto Frank Gehry, Sídney por el teatro de la ópera diseñado Jørn Utzon…
–En una carta que usted nos dirigió a los venezolanos en abril de este año, (ver al final de la entrevista), llamaba a los jóvenes a “reflexionar sobre los nuevos paradigmas que es necesario crear” para salvar el futuro del país. ¿Cuáles serían esos nuevos paradigmas y cómo se crean? ¿En qué consiste ese esfuerzo?
–De niño oía decir a mi padre: “Cómo es posible que tengamos tantos problemas sociales, siendo Venezuela un país de inmensas posibilidades”. Tuvimos un siglo de guerras civiles en el que no surgieron soluciones correctas. En los 40 años de democracia, que tanto hicieron progresar al país, se olvidaron de dar solución a los problemas fundamentales de la base social, provocando la vuelta de un caudillo decimonónico que repartía limosnas, mientras creaba la catástrofe que hoy vivimos. Mi esperanza está en la juventud profesional y culta que formó la democracia, y en que los que regresen de la diáspora puedan encontrar soluciones correctas para que el tren de ruedas cuadradas que es Venezuela pueda al fin salir del siglo XIX y avanzar.
–Terminaba la carta diciendo que en Venezuela todo está obsoleto y que hay que inventarlo todo, lo cual es un reto, pero sobre todo una razón para alentarse. Cuando usted tenía 25 años, ¿también sentía que había que inventarlo todo?
–Yo creo haber vivido de niño, de adolescente y de adulto en una noria. Desde mi padre hasta mis contemporáneos, siempre he escuchado la misma frase: “Este país es un desastre… ¿Cuándo será que vamos a funcionar correctamente?… Aquí hay que empezar de cero…”. Es un hecho consciente en el colectivo y la prueba es que todo nuevo mandatario que llega al poder quiere inventar un nuevo país, pero lo que logra es hacer al país más caótico e incoherente. La manía de borrar el pasado cada cinco años nos ha impedido tener referencias útiles para avanzar.
–Uno se pone a pensar en lo que dio Venezuela a las artes plásticas del siglo XX y se asombra. ¿Qué factores físicos o espirituales cree usted que confluyeron para que en el transcurso de unas pocas décadas hayan nacido aquí, entre otros, Reverón, Soto, Otero y usted?
–Eso no obedece a propósitos sino a una circunstancia histórica. ¿Por qué los rusos de gran tradición figurativa inventan el arte abstracto? ¿Por qué los franceses crean el impresionismo? Si hacemos un poco de memoria, el dictador Juan Vicente Gómez se rodeó de personas cultas que continuaron influenciando en el poder hasta integrarse en la democracia. Eso creó un clima donde las artes tuvieron un desarrollo excepcional con relación a América Latina. Hubo momentos donde solo se hablaba de New York y de Caracas como los centros culturales más activos. A Venezuela la visitaban las grandes compañías de danza y de teatro, los mejores directores de orquesta e intelectuales del más alto nivel mundial. La ascensión de Rómulo Gallegos al poder en 1948, la creación del Taller Libre de Arte, la exposición de las “Cafeteras” de Alejandro Otero en 1949 y los ecos que llegaban de los pintores venezolanos que se habían radicado en París, aceleraron un proceso que no era nuevo, que estaba latente desde el siglo XIX. La prueba está en nuestros grandes pintores académicos como Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Martín Tovar y Tovar y los postimpresionistas de la Escuela de Caracas. Yo diría que Venezuela ha sido un país de pintores.
–Ahora hay otro asunto. Uno dice: “Reverón es venezolano”. Y es cierto. Pero una verdad aun mayor es que Reverón no tiene nacionalidad. ¿Cómo vive usted, en tanto artista, esa doble realidad? Su obra es la obra de un venezolano, pero decir que su obra es “venezolana” es estrecharla, limitarla, arrebatarle su universalidad.
–Como he dicho muchas veces, el arte no tiene fronteras ni necesita pasaporte, el arte es el discurso más bello y eficaz que el hombre ha podido inventar para comunicarse. Como bien dices, hablar de arte alemán, arte francés o arte venezolano es negarle al arte su calidad de mensaje universal.
–¿Usted podría formular, o resumir, en qué consiste en definitiva lo que usted ha planteado sobre el arte y la vida con su obra?
–Para un artista, el arte y la vida son una misma aventura. Al hacer obras participativas y no contemplativas, el espectador se convierte en coautor de las mismas, en un cómplice del artista, y su disfrute es más profundo y prolongado. Es el intento, el propósito de hacer que el arte sea parte de la vida y no un hecho contemplativo exterior al ser.
–Una curiosidad para quienes no somos artistas: ¿qué es lo que usted observa cuando está en el ojo de la creación? Algunos músicos han hablado de “la música de las esferas”, es decir, que el universo suena, o canta. ¿Qué ha visto usted como pintor?
–Es condición del artista estar alerta ante las circunstancias de la realidad que nos incumbe. Dependiendo de su agudeza y de su capacidad de reflexión, encontrará motivos de asombro factibles de convertirse en discurso.
–¿Qué le falta a usted por decir?
–Mucho, porque un artista nunca cree que su discurso ha terminado.
Carta de Carlos Cruz-Diez a los venezolanos, abril de 2017
«Escribir este mensaje a todos los venezolanos y en especial a los jóvenes que arriesgan sus vidas diariamente en las calles de Venezuela, nace del dolor y la angustia ante los trágicos sucesos que están agobiando a mi país. Además, quiero manifestar la admiración por la decidida actitud que les ha llevado a enfrentar a un régimen construido sobre un modelo agotado y obsoleto que se ha empeñado en destruir los valores humanos que son la única garantía para construir una sociedad basada en la dignidad, el progreso y la justicia social. También quiero decirles que están viviendo una oportunidad única, la de cambiar su propio destino y el del país.
Si mi esfuerzo en la vida para lograr ganar un lugar en el mundo del arte pueden servirles de referencia, les digo que eso lo logré gracias a realizarlo en un contexto de plena libertad, y la libertad solo se logra en democracia. Una libertad sin prejuicios ni dogmas. Considero que esto último es la condición necesaria para poder abordar seriamente la crisis de modelos que afrontamos en Venezuela en el presente.
Durante el régimen de terror que instauró la dictadura militar de Pérez Jiménez, que me tocó vivir y padecer, era sabido que la gente, en especial los opositores detenidos por la Seguridad Nacional, padecían torturas y en muchos casos desaparecían sin dejar rastros. Yo me fui de Venezuela porque eso era una situación humillante, allí no había lugar para la cultura ni el arte. El objetivo de un militar es destruir o demoler al enemigo. Al contrario, el arte es generoso, un artista sirve para enriquecer el espíritu de sus semejantes. El arte en todas sus manifestaciones, la poesía, la literatura, la música, la danza, el teatro, la pintura, todos esos son nutrientes para el espíritu de un pueblo.
Fueron los mismos militares junto a la resistencia civil organizada los que derrocaron al dictador, instalando en Venezuela una junta de gobierno que propició el retorno a la democracia, las elecciones y el pacto de Punto Fijo. Este último fue un acuerdo unánime de los partidos políticos para lograr la gobernanza, aunque algunos lo utilizaron para repartirse la riqueza en lugar de administrarla. También les digo que he sido testigo de la transformación del concepto de “país” y de “patria” en un lugar para el usufructo y el despojo para beneficio de unos cuantos.
Sin embargo, con la democracia y durante 40 años, el país vivió una dinámica actividad cultural sin precedentes: los grandes museos, los festivales teatrales y el movimiento musical, entre otros, fueron motivo de reseñas culturales en todo el continente. Solo se nombraban dos ciudades relevantes en la cultura: Nueva York y Caracas. Después vino la “Revolución”, que es una palabra arcaica, del siglo XVIII, esa palabra hoy no tiene sentido, carece de significante. Vivimos el comienzo de una nueva civilización, de nuevos paradigmas, no de una revolución. La llamada “revolución” acabó con todo lo que se había construido en democracia.
Pienso que los conceptos políticos son propósitos para regular, equilibrar el justo desarrollo, evolución y progreso de la sociedad. A veces esos conceptos toman un giro cuasi religioso, convirtiéndose en doctrinas con sus inevitables dogmas. Conducir la economía de un pueblo basándose en un dogma, es contradictorio porque un dogma no es necesariamente una verdad ni corresponde al comportamiento de la sociedad. El dogma es una creencia, un supuesto que pretende volver estático e inamovible el pensar y sentir del individuo que está en una continua evolución.
En Venezuela, ha sido trágico para el país que los desposeídos de “entendimiento y razón”, como dice la tonada margariteña, hayan tomado el poder, procediendo a la destrucción de las instituciones democráticas que son la garantía de la libertad y el progreso humano. El ignorante promueve la ignorancia, sin darse cuenta de que está provocando el aislamiento y la destrucción de su propio país y que al final conllevará irremediablemente a su propia destrucción. Digo esto como artista, ya que el arte no tiene ideología. Si el arte fuese una ideología impregnada de fanatismo, necesitaría aplastar, encarcelar, torturar o matar a sus enemigos para hacerse entender. Ningún artista mata a otro porque no le guste su discurso. Pero vemos que no sucede así en la política en esta hora aciaga que vive Venezuela.
A esto se suma la dificultad de los líderes, de los baquianos para ayudar a encontrar el camino, así como la falta de motivación del ciudadano para consigo mismo, que le permita superarse y borrar de su mente la idea de que es más fácil ser limosnero. Cada quien tiene que pensar en ser autónomo, autosuficiente y generar riqueza para sí y para los demás. A los jóvenes los animo a que se planteen estos objetivos. Hay mucha gente pensante, inteligente en nuestro país, por eso tengo la esperanza que un cambio definitivo se aproxima. Es una certeza, de allí la motivación para compartir estas reflexiones.
En lo personal creo en la necesidad de una educación que sirva para razonar, crear e inventar una nueva organización social y económica de la sociedad y sacudirse de las religiones políticas obsoletas, contribuir a desacralizar todo aquello que ha producido falsas creencias y mitos que tanto daño nos han ocasionado.
De no plantearnos con urgencia un cambio en las percepciones y conceptos que nos conduzcan a una nueva manera de ver el país, las consecuencias serán dramáticas. He visto con dolor la diáspora de jóvenes talentos que han salido del país y las fotografías de sus partidas sobre mi obra en el aeropuerto de Maiquetía. Solo espero que ésta sea un motivo de reencuentro en un futuro cercano.
Los valores democráticos y éticos de los jóvenes venezolanos de hoy en día contrastan con los de quienes han administrado el poder en los últimos cincuenta años y más aún con los que han gobernado en los últimos dieciocho años. Con base en esos valores, los invito a reflexionar sobre los nuevos paradigmas que es necesario crear ante el modelo ya agotado que vive nuestro querido país y evitar así la repetición de episodios lamentables en el futuro.
A mis 94 años, les digo con sinceridad que les ha tocado vivir una época extraordinaria porque todo está obsoleto y hay que inventarlo de nuevo, hay que inventar un nuevo lenguaje político que hable de democracia, de valores éticos, de libertad, progreso y justicia social, hay que inventar la educación y crear un país de emprendedores, artistas e inventores, un país digno y soberano en el contexto global, en fin, en Venezuela hay que inventarlo todo. ¡Qué maravilla!».
Con información de Runrun.es