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La buena energía de los emprendedores

En el país, muchos encaran las dificultades con determinación  y pasión para sacar adelante sus proyectos. Aquí, tres ejemplos exitosos muestran cómo lo logran, mientras los expertos aconsejan a quienes están en ese camino  

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La buena apuesta de Margarito

En 2010, a los 60 años de edad y con una carrera hecha en hotelería, José Francisco Huizi comenzó una nueva historia a partir de una planta de ají chirel que tenía en el patio de su casa, en la isla de Margarita. “Yo elaboraba picantes, y un amigo me preguntó por qué no los hacía para vender”. Huizi tomó la sugerencia en serio. Comenzó a preguntarse cómo lograr un picante que no abrasara el paladar, sino que otorgara gusto a los platos. “Quería uno con cuerpo, que no picara tanto, que diera sabor y un toque picante a las comidas”.

Así, este margariteño por adopción empezó a experimentar con ajíes  y recetas hasta dar con la que buscaba. “Comencé con chirel, luego probé con jalapeño y también con rocotó”. Al final se quedó con el tercero. En la cocina de su casa y con botellas recicladas creó la receta de Salsa Margarito, que se estrenó en un bodegón. Allí se inició el nuevo itinerario de Huizi, que tiempo después se sumó al diplomado para emprendedores de la Universidad Corporativa de Sigo. La receta gustó y simultáneamente ideó etiquetas. Pronto estuvo también en los anaqueles de cadenas de la isla, como Sigo y Rattan. Preparaba al mes 1.200 botellas de salsa y se encargaba de todo el proceso, incluyendo el etiquetado, la distribución y la visita a los puntos de venta para escuchar a los clientes. “Betty, mi esposa, decía que me veía cansado, pero me daba satisfacción hacerlo y siempre le respondía: Voy a seguir”.

Hace dos años se propuso dar un salto más grande y lograr que las recetas se elaboraran de forma semiindustrial. Su yerno se sumó al emprendimiento y se produjo un cambio de imagen de la mano de Astrid Colet, comunicadora y también de la familia. En enero de este año, superando lo adverso, empezó a elaborar las salsas fieles a su receta en una planta de Cagua. Y pronto comienzan a estrenarse en cadenas como Plaza’s, Excelsior y Locatel, que se suman a los puntos que tienen en la isla y en tierra firme. También acaban de estrenar un picante más suave, con la base del rocoto y el agregado de auyama.

El camino, sin duda, no ha sido fácil. Pero Huizi dista mucho de quejarse. “La vida me cambió por completo y para bien. Margarito es una bendición”. A eso le suma su convicción: “Hay que seguir. Este es un trabajo de hormiguita y a la gente le gusta el picante. Es algo bien hecho en Venezuela”.

Camiones de sabor

Errol Irausquin

Cuando atracaron a su esposa por tercera vez, Errol Irausquin resolvió irse del país. Cocinero formado en Bélgica y en los fogones del Instituto Culinario de Caracas, comenzó a pensar qué negocio podría iniciar afuera por cuenta propia. Corría el año 2015 y descubrió que el boom mundial de los food trucks prometía. Tanto, que nunca se fue. Decidió quedarse en Venezuela y echarle a la crisis no uno sino varios camiones, pues se dedicó a investigar sobre la cuestión y a buscar quiénes estaban dispuestos a revolucionar con él la escena de la comida callejera.

Luego de tres años asesorando a numerosos emprendedores en el asunto de elegir y habilitar el camión ideal para la escala de sus negocios, diseñar los conceptos y organizar eventos para darles notoriedad, hace seis meses Irausquin abrió Fat Panda, su propio vehículo de comida coreana con una carta diseñada por el cocinero Edwar Lara, ganador del concurso culinario The Global Taste of Korea en 2016. Allí ofrece baos –panes al vapor con cerdo o pato y vegetales–, dim sum y otros platos asiáticos con los que asegura que ha tenido una receptividad increíble, a pesar del reto que implica hacer que el comensal se atreva a probar propuestas atípicas.

“Yo sé que hubiera sido más rápido vender sándwiches o hamburguesas, pero quise innovar con algo que aquí no existiera. Los food trucks han tenido éxito precisamente porque hay un público que quizás antes podía viajar o que tenía cómo probar otras cosas y que ahora decide invertir ese tiempo y ese dinero en planes y propuestas distintas de qué hacer y qué comer en su propia ciudad”, explica. “Son iniciativas que hacen muchísima falta porque mucha gente asume que su única diversión es salir a comer con la familia, ya sea en un sitio gourmet o en un carrito de perros porque es lo que sus recursos le permiten”.

Como presidente de la Asociación Venezolana de Food Trucks –que hoy agremia a 23 camiones y que próximamente estará de gira por Valencia en julio–, Irausquin sabe que existe la percepción de que montar un negocio de este tipo es un tiro al piso, pero advierte que estas cocinas itinerantes ruedan con sus propios desafíos. “Para empezar, vas a necesitar autonomía eléctrica y también un centro de producción donde puedas adelantar procesos. Requieres un vehículo de apoyo para surtir y reponer mercancía durante la venta. Tu camión va a necesitar capacidad para almacenar por lo menos 60 litros de agua limpia y también 60 litros de aguas residuales, así como bombonas de gas que estén por lo menos a dos metros de distancia de la cocina”.

Sigue enumerando tecnicismos con la práctica de quien ha respondido la pregunta infinitas veces. Apunta que es ideal tener una identidad gastronómica y una oferta de producto muy bien definidas para que la gente te reconozca rápidamente. “Yo recomendaría ser específico y coherente. Vender a la vez tacos, sushi y cachapas no es buena idea. También es esencial que tengas experiencia en la industria de la gastronomía o, si no la tienes, asesorarte en profundidad”. ¿Los ingredientes básicos de su propio éxito? “Planificar con estrategia, no escuchar a los ‘mataideas’ que te dicen que no vas a poder y sentir mucha pasión por la cocina. Si te apasiona lo que estás haciendo, lo impulsas con convicción, te fijas metas que revisas continuamente y, además, te está yendo bien, va a ser muy difícil detenerte”.

En Instagram: @cheferrole / @foodtruckvenezuela

Sueños compartidos

Jean Clauteaux

A Jean Clauteaux le gustan la historia, la naturaleza, los personajes y las anécdotas. En todo encuentra un motivo de embeleso que merece ser divulgado. En su sala de reuniones reposa una piedra lunar que le regaló un astronauta. Una colección de frasquitos de aguas de distintas latitudes. Las antiguas tijeras de un barbero haitiano que de la esclavitud saltó a una prosperidad que se tradujo en buenas obras –hasta convertirse en venerable– y unos zapatos de Steve Jobs que el magnate perdió en una apuesta. Uno pensaría que esa curiosidad tiene que ver con un padre francés y una madre venezolana –apureña, por las dudas– que decidieron criarlo a él y a sus dos hermanos en la Gran Sabana. La señora, teóloga. El don, amante de la filosofía y la antropología que se convirtió en buscador de diamantes y que canjeaba sus hallazgos en viajes familiares por el mundo. Tal vez de allí la fascinación del hijo mayor al absorber desde temprano que todo puede ser interesante y que cuando se escudriña lo suficiente, lo más pequeño también brilla.

Resueltos a que los hijos tuvieran una visión amplia del mundo –más allá del verde amazónico–, Jean  terminó en París al cumplir 18. Allá estudió Letras Superiores y por cuatro años fue periodista de un semanario que su familia ideó para ser vendido por indigentes franceses como fuente de sustento. Luego pasó a vender productos L’Oreal y retornó a Venezuela para representar a esa marca en el oriente del país, hasta que sus superiores decidieron trasplantarlo a Europa del Este como directivo de mercadeo y analista de escenarios complejos, como los de Marruecos y Pakistán. La curiosidad y la estrategia ante entornos disímiles se juntaron durante 21 años para potenciarse, hasta que se convirtieron en una urgencia persistente por regresar. Clauteaux cerró el cajón de los cosméticos y aterrizó de vuelta con la fijación de que este era el terreno ideal para sembrar algo propio donde también florecieran semillas ajenas.

Uriji, el nombre con el que bautizó su aplicación para dispositivos móviles, no es un vocablo japonés, sino un término yanomami que alude a la selva como un espacio de tránsito en coexistencia e interacción. Fue ideada por Clauteaux  tres años atrás, pero entró en pleno funcionamiento hace pocos meses. Cuenta con cerca de 9.000 usuarios que han generado 10.000 piezas de contenido.

“Es una red social que agrupa a quienes comparten proyectos, experiencias y sueños que necesitan financiamiento”, explica Clauteaux. “Están desde el emprendedor que quiere vender un producto y busca exposición y recursos, pasando por alguien que quiere recaudar fondos para un tratamiento médico u ofrecer desayunos en una escuela, un deportista que necesita patrocinio, un estudiante que quiere seguir formándose o un artista que desea hacer realidad un proyecto. Esas personas comparten lo que están haciendo y otras que se identifican con ese sueño pueden aportar dinero vía Paypal para apoyar. Es una vía para generar ingresos y a la vez un banco de experiencias de vida de tus propios emprendimientos. Es la única plataforma mundial en la que puedes compartir prácticamente cualquier cosa y cobrar por eso”.

¿Por qué lanzarla aquí y por qué ahora? “Porque en Venezuela hay muchísimas cosas por hacer y espacios por cubrir: puedes verlo como el peor sitio del mundo para emprender o como el mejor sitio para innovar. En otros países es muy difícil lograr algo si eres un perfecto desconocido; el éxito es prácticamente una cosa hereditaria. Aquí en cambio la escasez de recursos es inversamente proporcional a las capacidades de la gente, y como todo se hace tan complicado, el entorno también se hace más sensible y receptivo. No hay que olvidar que el mapa de Venezuela ahora se agrandó a todo el planeta, que esas personas que se fueron siguen muy conectadas con lo que pasa aquí y están buscando maneras de ayudar”.

Su plan es generar y promover cadenas de valor en un momento en el que el autoempleo es una tendencia mundial y donde todo está conectado. “Emprender es una tarea de valientes porque ese proyecto solo avanza si tú lo impulsas y además plantea demandas que afectan muchas áreas de tu vida. Esta es una forma de inspirar a la gente a atreverse a hacer lo que le gusta, a sentirse menos sola en esa idea, a recibir apoyo para mejorarla y además a percibir ingresos”, señala. Todo el mundo puede ser interesante. Lo más pequeño también brilla.

En Instagram: @jeanclauteaux / @urijijami

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