Las caravanas de carros que celebran ruidosamente las graduaciones de bachillerato son un paisaje común en las calles en esta época. Las inscripciones con tinta blanca celebran con un entusiasmo envidiable el fin de una etapa para los muchachos que, en su mayoría, no sobrepasan los 17 años de edad. «Nos queda lo vivido» reza con nostalgia una inscripción en un carro estacionado en el saliente de la autopista Francisco de Miranda que da acceso al terreno donde se erige la Esfera Caracas de Jesús Soto, que se ha convertido en el lugar favorito para las selfies que no pueden faltar en las promociones.
Alegría y tristeza son los sentimientos encontrados que estos adolescentes dicen que experimentan al cerrar esta etapa. Sin duda, debería añadirse incertidumbre, pues se trata de una generación que afronta el desasosiego, como señala el educador y fundador de la ONG Cecodap Fernando Pereira. «A los muchachos que se gradúan este año les ha tocado una época difícil, pues a las inquietudes que naturalmente genera la transición de dejar el bachillerato, hay que sumarle toda la zozobra que causan las dificultades por las que atraviesa el país».
Obtener el título de bachiller es todo un privilegio en un país donde, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, llevada adelante por las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar, entre otras instituciones, hay más de un millón de niños y adolescentes entre 3 y 17 años de edad fuera del sistema escolar, y donde la población que tiene acceso a las aulas, entre los 18 y los 24 años de edad, ha bajado a 38%. Sin embargo, Pereira llama la atención sobre el hecho de que muchos adolescentes no lo aprecian así. «Ellos perciben que les ha tocado un sistema educativo que ha disminuido las exigencias, donde no tienen incentivos para superarse, donde tienes la posibilidad de graduarte independientemente de que te hayas esforzado o adquirido las competencias que se suponía debías tener».
Esta es probablemente una de las grandes paradojas que vive el país: afrontar una crisis que afecta significativamente a su población más prometedora, justo cuando está viviendo la fase de bono demográfico, una etapa en la que la cantidad de personas con posibilidades de incorporarse al mundo laboral, aumenta. «Es aquí donde los jóvenes cobran protagonismo pues el aprovechamiento de la coyuntura demográfica depende de las inversiones en capital humano en general, pero con especial énfasis en la educación de calidad a nivel de secundaria, técnico y capacitación en oficios», señala la investigadora Genny Zúñiga en la investigación Perspectivas de la juventud venezolana: una mirada a sus oportunidades. La generación que está celebrando su graduación, nació precisamente en los primeros años de este bono demográfico, que se inició en el año 2000 y debía prolongarse hasta el año 2045.
Caminos que no convencen. Uno de las graves distorsiones con las que debe lidiarse en los liceos es con la pérdida de la referencia que significaban, para los más jóvenes, los profesores y otros adultos responsables de la formación académica. «En consultas que hemos hecho en estudiantes de este nivel, encontramos que los muchachos no quieren ser docentes, porque no ven allí una posibilidad real de éxito. Generalmente, cuando preguntamos a los estudiantes, los pocos que ven la enseñanza como opción de carrera, es porque provienen de una familia de educadores»., señala Pereira
Un esfuerzo por fortalecer la imagen positiva de los maestros ha sido el concurso Carta a mi maestro inspirador, que las asociaciones civiles Ashoka y Ágora han organizado y en el que participan adolescentes entre 12 y 20 años de edad. Ámbar Pérez, de 16 años y a punto de egresar como bachiller del liceo Los Próceres, de Maracay, fue una de las diez finalistas, con un mensaje para su profesor de Artística y Geografía Carlos Luis, a quien le agradeció su esfuerzo y dedicación «que me hizo cambiar de una forma muy positiva».
Pérez tiene como proyecto estudiar Veterinaria en la Universidad Central de Venezuela. Habla con ilusión de un plan que se hace cada vez menos común entre quienes se gradúan de estudios secundarios, apunta Pereira. Desde Cecodap, donde en los últimos meses han dictado talleres a más de 6.000 estudiantes, han constatado que no sólo la docencia no llama la atención, sino que en general la universidad ha dejado de ser una opción para muchos. «Los muchachos consideran que las carreras formales, que implican que vas a tener que estar cinco o seis años estudiando para graduarte, no constituyen un aliciente, porque ven cómo hay quienes obtienen una ganancia fácil por la vía rápida como la venta de divisas o productos y servicios. Esa idea de que vas a estar años esforzándote para cosechar los logros mucho tiempo después, no los convence, porque están las circunstancias hacen más atractivas la ganancia a corto plazo y las respuestas rápidas».
La educadora Judith Belisario, de la ONG Ágora, coincide en que una parte de la población más joven han dejado de ver la universidad como el proyecto natural de vida. «En efecto, hay quienes consideran que hay otros caminos más fáciles que entrar a una carrera». A eso contribuye la forma como la crisis ha hecho mella en las universidades, añade Pereira. «Se hace evidente que no tienen posibilidades: hay laboratorios cerrados, profesores que se están yendo. No se trata de un remanso protector sino que refleja los problemas en los que está inmerso el país».
Fuera de las fronteras. Otro fenómeno con el que la generación que está terminando el bachillerato tiene que enfrentarse es con la emigración como una opción real e inmediata. Una encuesta de Consultores XXI divulgada a principios de año daba la alerta de que 51% de los jóvenes entre 18 y 24 años señalaba ese como su plan de vida, una tendencia que ya detectaba en 2013 la Encuesta Nacional de Juventud, que encontró que 3 de cada 10 jóvenes tenía disposición a emigrar, cuando todavía ni siquiera podía anticiparse la magnitud de la crisis actual. «A los duelos que experimentan los adolescentes hay que sumar que muchos ni siquiera esperaron la graduación, sino que ya a mitad de año habían abandonado las clases», comenta Pereira. Esto genera un clima de inestabilidad y de desánimo para muchos, «además de una sensación de pérdida y de duelo, tanto para los que se van como para los que se quedan».
Le preocupa sobre todo la desesperanza que se esconde detrás de esos sentimientos, que se hace patente en jóvenes de todos los sectores sociales, pero percibe en particular entre los de sectores más pobres, que sufren con más rigor los problemas de transporte o comida. «Una gran parte de ellos no ven alternativas, quieren irse del país porque ya lo han hecho su hermano, su primo u otro familiar y perciben que no habrá cambios a futuro. Estamos hablando de una generación que lo que ha conocido es un país en crisis y en este momento consideran que no tienen oportunidades».
Belisario apunta, sin embargo, que con ese grupo convive otro que abriga una perspectiva más positiva. «Aunque están conscientes de la realidad que vivimos, también abrigan dentro de sí el convencimiento de que no son el futuro sino el presente, y afrontan los problemas con entusiasmo y madurez, incluso podríamos decir que mayor que las generaciones que los antecedieron». Agrega que han podido percibir esto en los participantes de la iniciativa Desafío Joven, un encuentro que han organizado en varias ciudades del país, en el que intentan inculcar habilidades para el cambio en grupos de adolescentes.
Para Pereira, la clave está en la palabra resiliencia, ese concepto que hace énfasis en la habilidad humana para afrontar la adversidad y seguir adelante. Se trata de una habilidad que puede potenciarse, y por eso invita a colegios y familias es a abrir espacios de encuentro donde pueda conversarse sobre las dificultades y poner en palabras la ansiedad. Belisario ha tratado con adolescentes que se entusiasman ante la posibilidad de ser emprendedores y de lograr una transformación del entorno, un aspecto que considera que puede impulsarse aún más.
Ámbar Pérez forma parte del grupo de bachilleres que no ocultan su convencimiento de que las cosas pueden ser distintas y que vale la pena apostar por seguir haciendo planes en el país. «Estoy convencida de que las cosas tienen que cambiar pronto y que van a mejorar».
Las Cifras
12,7 millones de venezolanos tienen entre 3 a 24 años, y de ellos 9 millones 931 mil asisten a un centro de enseñanza, señala la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, realizada por la UCV, la USB y la UCAB, entre otros organismos
19,4 % de los venezolanos entre 15 y 24 años de edad estaban desempleados en 2017, de acuerdo con la Encovi. La cantidad era mayor que la registrada en 2016, cuando el porcentaje era de 18,5%
69% de la población desocupada en Venezuela está en la franja más joven, entre 15 y 34 años de edad, según reveló la Encovi, que también alerta sobre un aumento del trabajo informal debido a la crisis
51% de la población entre 18 y 24 años de edad admitía que quería marcharse del país, según una encuesta de Consultores XXI divulgada a principios de año. 12% de esa población decía que su razón para irse era para aprovechar oportunidades