Por JOHNNY VILLARROEL
«Socio, aquí estoy, contra la pared». La voz se escucha desde la computadora, a las 7:00 pm, en la oficina de la Vicepresidencia Editorial. Antes, en horas de la tarde, hizo observaciones sobre el periódico: «Tenemos que cuidar los detalles», recibió la visita de la agregada cultural de Estados Unidos, firmó cheques, habló con los delegados sindicales y estaba a punto de terminar el editorial, para entrarle de lleno a la mancheta.
Un día normal en la vida de Argenis Martínez, distinguido con el Premio Henrique Otero Vizcarrondo, que reconoce al periodista de más trayectoria en El Nacional.
Resumir en 2.363 caracteres la vida de este periodista que inició el movimiento Renovación de la Escuela de Periodismo de la UCV, participó en la resistencia urbana y estuvo en la clandestinidad, resulta la tarea del indio. Esto sin contar que fue a parar a Colombia para continuar sus
estudios, de allí viajó a Francia y en Italia se codeó con lo más granado y lo más sórdido de la sociedad de la bota.
«Llegué al diario en 1980 luego de una larga batalla con el periodismo. Quería tener la libertad de escribir lo que quisiera y no encasillarme en una redacción. Para ese entonces trabajaba en la revista Escenas, dedicada al teatro y a la danza y que dirigía Pablo Antillano, quien después sería jefe del Cuerpo C. Me llamaron para hacerle unas vacaciones a Nabor Zambrano, jefe de las páginas de arte y después el director Ramón J. Velásquez me convirtió en reportero especial», cuenta quien después sería jefe de redacción y vicepresidente editorial.
El vínculo con Miguel Otero Silva fue determinante en su vida profesional. «Siempre lo llamé capitán. Cuando MOS llegaba de sus viajes a Europa, traía ideas nuevas para aplicar en el periódico. Con él y Víctor Suárez, un visionario de las comunicaciones, logramos implementar las computadoras VDT, que revolucionaron la forma de hacer el diarismo», recuerda con cierta nostalgia quien, a la larga, sería un hijo más para la ilustre dama de las artes, María Teresa Castillo.
Hay momentos en los que lo embarga la soledad. Desde hace cuatro años solo se comunica con Mariana Otero, su compañera de vida, por teléfono. Cree que las ONG no defienden casos individuales de atropellos, como el suyo. Sin embargo, pasa rápido el suiche, suelta un chiste, hace reír a su secretaria y cómplice Lisbeth Gallardo y todo vuelve a empezar de cero.
«Libré una intensa batalla con el periodismo. Quería tener la libertad de escribir lo que quisiera y no encasillarme en una redacción»