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Anaqueles desabastecidos, la oferta de los supermercados después del apagón

La soledad en las principales calles y avenidas del este y el oeste de la capital recuerdan el ambiente de un 1° de enero

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Cajas registradoras cerradas, estantes sin productos y pocos clientes. Los pequeños abastos de la capital venezolana exhiben lo poco que quedó por la urgencia de las personas que tenían más de 100 horas sin luz.

Las cestas y carritos de supermercados quedaron en el olvido, lo poco que las personas pueden adquirir son verduras que caben en los brazos ante la falta de efectivo, pulverizado por la hiperinflación.  

En el desgastado asfalto de la ciudad solo se asoman las santamarías de los pocos negocios que sobreviven en Caracas y que soportan la caída de sus ventas, las cuales se han acentuado debido al apagón en todo el territorio nacional. 

Los ciudadanos no habían salido de sus casas luego de tres días largos en la oscuridad, muchos por miedo y otros por la imposibilidad de caminar a los supermercados de la avenida. Ana Velasco, habitante del municipio Chacao, aseguró que no pudo comprar insumos para sobrevivir en los días del apagón porque los negocios solo aceptaban divisas. “Salí de mi casa a comprar pan porque se me acabó lo que tenía en la casa; por mi casa el hielo lo vendían en dólares y no pude comprarlo”, expresó la señora que llevaba solo un melón en mientras caminaba hacia la caja.

En un recorrido realizado por El Nacional, la soledad en las principales calles y avenidas del este y oeste de la capital evocaban el ambiente de un 1° de enero. Los grafittis anuncian a los pocos caminantes que todo se encuentra cerrado hasta nuevo aviso. En los locales abiertos los visitantes de los anaqueles buscaban insumos, pero entre sus opciones solo se encontraban el cambur (4000 bolívares) y una bolsa de chucherías (10.000 bolívares).

Los negocios aceptan bolívares en efectivo y por punto de venta, en caso de que se encuentre operativo, pero por lo difícil que es acceder al papel moneda y al gran volumen que se necesita solo para comprar una bolsa de hielo, por ejemplo, la gente debe decantarse entre pagar en dólares o acudir a otros lugares para pagar usando un punto de venta.

En un supermercado en Chacaíto optan por evitar un panorama desolador al colocar en los estantes los pocos artículos que existen, y en algunos restringen la cantidad. El agua tiene un precio que se mueve entre los 1000 y los 10.000 bolívares. A pesar de que hay velas, los usuarios no parecen interesados, debido a que un paquete pequeño puede llegar a costar más de un salario mínimo mensual (18.000 bolívares).

Los alimentos enlatados están resguardados del público por los constantes robos en los locales. “Los tenemos en vitrinas porque muchas personas intentaron robarse el atún y otros enlatados. El fin de semana muchos buscaron sardinas y hasta ahora no hemos podido reponerlas”, precisó la encargada de un supermercado en Los Dos Caminos.  

Las personas que se acercaban a la vitrina de quesos, fiambre y mortadela se asombraban al ver los precios de los productos, que no suelen diferenciarse mucho de los que se encuentran en las cadenas privadas, entre ellos, un niño de 12 años que pidió a los trabajadores algunas lonjas de queso para acompañar un pedazo de pan. “Me llamo Isaac. Mi mamá trabaja todo el día y yo tengo que hacer algo para ayudar en la casa. Yo trabajo en el supermercado, pero como solo tengo un pan yo pido aunque sea queso o jamón porque es lo único que puedo comer hasta la noche”, expresó el menor de edad.

Isaac vive en Charallave, ciudad a 35 minutos de la capital, pero el niño aseguró que, por la falta de servicio del Metro de Caracas, para llegar a la localidad tiene que tomar más de 5 camionetas que cobran, cada una, 200 bolívares. “No tengo efectivo. Mi mamá y yo nos estamos quedando en Agua Salud mientras que todo se normaliza en Caracas. Estoy trabajando porque no he podido ir a estudiar por el apagón”, agregó.

Lamentó que la falta de luz en su casa afectó los pocos alimentos que tenían. La falla eléctrica causó que su mamá perdiera el pollo que había comprado con esfuerzo la semana pasada. Las verduras que tenían en la nevera también se deñaron: “Yo quiero que esto se normalice porque tengo una hermanita menor en Charallave y no hemos podido verla, quiero ir a mi casa para volver a clases”. 

Cuando los caraqueños parecen estar volviendo a la cotidanidad, salir a las calles a buscar alimentos se convirte en una prueba de que todavía el caos reina. A las 5:00 pm los locales están cerrados, y en los que mantienen las puertas abiertas la oferta en alimentos es limitada: el agua parece convertirse en el insumo más buscado.

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