El sol arrecia en Machiques y el mediodía aún no ha llegado. La basura acumulada en las esquinas y las colas interminables afuera de las entidades bancarias del Estado son un cuadro que se repite y se acentúa con el paso de los días en la población zuliana. Personas quemadas por el sol inclemente, típico de la región occidental del país, enfrentan su lucha diaria por conseguir alimentos y efectivo para darle sustento a sus familias.
Niños de distintas edades y con la mirada perdida deambulan descalzos por el asfalto hirviendo. Sin ninguna protección que se cierna sobre ellos, diariamente salen a las calles para pedir alguna ayuda que les permita aplacar el hambre.
Ante la ausencia de algún representante, los niños quedan solos y expuestos ante una realidad que recrudece con el transcurso de los días. Los habitantes de Machiques afirman que muchos padres han tenido que cruzar la frontera y establecerse en Colombia con la promesa de regresar por ellos, sin embargo, lo que abunda son pactos incumplidos.
Este es el caso de una de las niñas que habita en el poblado zuliano: con 12 años de edad, vive con su hermano de 6 en un rancho sin puertas ni ventanas, donde se ven amenazados por la inseguridad y el descuido. Además de salir todos los días a las calles a pedir limosna para poder alimentar a su hermanito —a quien deja solo en lo que ellos consideran su hogar—, la niña se ha visto afectada por otros inconvenientes. Cheyén Álvarez, ciudadano de la comunidad, cuenta que varios vecinos han sido testigos del acoso que sufre por parte de un hombre.
“Una vecina pudo grabar cómo el hombre colocaba la manito de la niña en su miembro”, narra con impotencia Álvarez, quien denunció que, a pesar de tener el video como prueba, las autoridades no se han hecho cargo del problema, así que los mismos vecinos han optado por cuidarla y brindarle apoyo.
En la Casa Hogar Fray Romualdo de Renedo, las risas y los gritos de los niños invaden los pasillos. Después de la hora de almuerzo y tras la culminación de las clases de la Unidad Educativa Sagrada Familia, la institución adjunta a la casa hogar del Tokuko, los niños de la casa juegan, ríen y se dispersan por el patio mientras la tarde empieza a caer y el cielo se colorea sutilmente de anaranjado.
La mayoría de los niños y adolescentes, cuyos familiares no se han ido del país, suelen salir los fines de semana para visitarlos y pasar tiempo con ellos antes de regresar a la institución.
Pero este no es el caso de todos: algunos niños han sufrido pérdidas más graves.
Uno de ellos es un pequeño de 12 años que vive en la casa del Tokuko junto con su hermano mayor, de 16 años de edad. El padre de ambos falleció a principios de año y su madre se fue a Colombia para mejorar su situación.
Cuando llega el fin de semana, el pequeño y su hermano optan por quedarse en la casa hogar, pues en el lugar que compartían con su madre ya no hay nadie que pueda recibirlos. El menor de los hermanos cuenta con resignación que no se ha podido comunicar con su mamá sino a través de una carta que alguien le llevó. Desde entonces, los hermanos no han podido conseguir a otra persona que le pueda llevar otro mensaje hacia el otro lado de la frontera.
Pero el pequeño de 12 años no pierde las esperanzas y, con emoción en su voz y un brillo en la mirada, cuenta que quiere ser jugador de fútbol profesional, cantante y actor. Muestra una sonrisa que le enchina los ojos y sale corriendo al frente de la casa hogar mientras persigue un balón de fútbol que va rodando por delante de sus pies. Entre risas, juegos y anécdotas, los niños del Tokuko siempre encuentran una razón para seguir creyendo.
En Machiques y La Sierra de Perijá muchos han podido encontrar el calor y el apoyo que los sigue empujando hacia adelante y que los alienta a perseguir sus sueños, aunque la realidad adversa suela imponerse. Bajo el sol ardiente y un cielo azul imponente siempre encontrarán a personas que luchan por ellos, por sus derechos y por que la dureza de la realidad del país no termine de arrancarles sus sueños y su inocencia.