Si los falsos profetas de la medicina se cuentan por miles, los de la nutrición ya empiezan a ser millones, y seguro que no es una exageración. Las redes sociales han abierto para ellos una vitrina sin criterios de selección, y con ellas han atrapado a incautos de diversa índole: desde los que creen que los consejos tienen sustento científico hasta los que piensan que esos influenciadores predican, aplican y no tienen intereses de por medio.
Por eso mismo, algunos ciudadanos cuestionaban un trino de la modelo Carolina Cruz en el que aseguraba que ella comenzaba el día con jugos de caja, tan famosos como criticados por sus altos contenidos de azúcar.
Y es que la desinformación sobre temas nutricionales es un asunto cada vez más serio. Un reciente artículo publicado por la revista The Lancet aseguraba que las dietas “subóptimas eran responsables de más muertes que cualquier otro riesgo a escala mundial, incluido el consumo de tabaco”. Nada menos que 11 millones fueron atribuidas a esta causa solo en 2017.
La nutricionista Nohora Bayona alega que las cosas parecen al revés: “No hay derecho. Las EPS autorizan la consulta con nutricionistas cuando el paciente está enfermo. Debería ser todo lo contrario: si los usuarios tuvieran una buena nutrición se ahorrarían muchas enfermedades”.
En vísperas del Congreso Mundial de Educación Médica que se llevó a cabo en Cartagena a finales de marzo, Gustavo Quintero, presidente de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina, Ascofame, expresaba su preocupación por el “divorcio entre lo que la población necesita y las competencias del profesional que se forma”, y por el hecho de que “muchos de los programas curriculares se centran en la cura de enfermedades tratadas en hospitales, cuando el foco debe ser el entorno natural de la gente”. Los vacíos en la enseñanza de la nutrición son un claro ejemplo de ese divorcio.
Lecciones aprendidas
Un hecho aparentemente positivo de lo que ocurrió no hace mucho, cuando se conoció el fraude de la «influencer» Rawvana (se promocionaba como una gurú del crudiveganismo, pero fue descubierta comiendo pescado y luego contó que su régimen hizo que se enfermara), es que otros están empezando a acabar con la farsa. Por ejemplo, pocos días después de ella, la que pasó al confesionario fue Alyse Brautigam (Raw Alignment), que también abandonó el veganismo por razones de salud.
La otra parte positiva es que deja lecciones a los incautos. El nutricionista y dietista Juan Camilo Mesa, que ha ingresado a las redes sociales desde una perspectiva más científica, observa con preocupación que “la gente confía ciegamente su salud al modelo ‘fitness’ que recomienda batidos verdes, pastillas y ayunos a diestra y siniestra, sin consultar la formación académica de quien está detrás de la recomendación”.
Por eso, aconseja dudar de los «coaches» en nutrición que sugieren dietas milagrosas o demasiado estrictas, grandes pérdidas de peso en poco tiempo, disminución del porcentaje de grasa sin esfuerzo, o aquellos que incluyen en sus «posts» palabras como «toxinas», «depurar», «eliminar» o «curar»: “El ‘coaching’ es simplemente un método de acompañamiento para el logro de objetivos —dice Mesa—. Eso no quiere decir que alguien que se presenta en redes como coach en nutrición sea necesariamente un profesional de esta ciencia”.
El doble reto queda servido: por un lado, para que los usuarios no traguen entero, y, por otro, para que la academia no se deje quitar el espacio de falsos gurús que van por seguidores más que por la salud.
Aunque la indignación primaria podría volcarse contra estos influenciadores, entre los mismos profesionales de la salud hay cierto reconocimiento de que los malos consejeros de la era digital simplemente llenan el vacío que las universidades y los médicos han sido incapaces de llenar.
En un artículo publicado en el último número de la revista Advances in Nutrition, Stavia Blunt y Anthony Kafatos pusieron el dedo en la llaga y las contradicciones sobre el tapete: “Internet, disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana, sin cita previa, es cada vez más la fuente de información de salud. En promedio, las personas pasan 2 horas diarias navegando por Internet en sus teléfonos; 50 % de estos usuarios obtiene sus consejos de nutrición en línea”.
Silencio médico
Los autores afirman que son varias las razones del silencio de los médicos en el campo de la nutrición. Y comienzan con una paradoja: “Una razón es el tiempo: los médicos están demasiado ocupados combatiendo las consecuencias de la malnutrición”. Otro factor es una cuestión de imagen: con frecuencia, los médicos lucen menos saludables que los blogueros o influenciadores «expertos», y eso les resta credibilidad entre sus pacientes.
Por otra parte, han sido formados más para tratar enfermedades y diagnosticarlas que para prevenirlas, y por eso no se sienten seguros al dar consejos sobre nutrición.
A juicio de los expertos, es una ironía que el período que algunos llamaron la Edad de Oro de la Nutrición (en la primera mitad del siglo XX) sea cosa del pasado. Tras este, lo que se ha observado es un declive de la enseñanza de esta materia en las escuelas de Medicina. En aquellos tiempos, el interés provenía de las enfermedades causadas por el déficit de nutrientes, los alimentos eran más naturales y el afán de la industria después de las guerras mundiales era aumentar la oferta y no tanto la demanda.
La nutricionista y académica Patricia Savino, directora del Centro Latinoamericano de Nutrición, Celan, opina que actualmente estamos viendo lo contrario: “Hay demasiados alimentos a disposición de los consumidores, muchos de ellos son perjudiciales, algunos son casi adictivos, y con frecuencia tienen mejores precios que los productos saludables”.
Savino considera que los colombianos, en términos generales, no parecen lo suficientemente conscientes de los riesgos: “75% de las muertes en el país son causadas por enfermedades crónicas, cuyo origen, en una alta proporción, es la mala nutrición”. Y el panorama no luce optimista: según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional, Ensin, el exceso de peso va en aumento (51% en 2010 y 56% en 2015).
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