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La malaria convirtió el país en amenaza

Aunque las cifras oficiales siguen siendo un misterio, organismos médicos y universidades coinciden en que se han confirmado más de 600.000 casos de paludismo en 2018. La crisis venezolana ha forzado una migración masiva que exporta casos a otros países de la región y pone en riesgo la meta global de lograr la eliminación de la enfermedad en 2030

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Por MARIELBA NÚÑEZ

Frente al Centro de Estudios sobre Malaria en la Universidad Central de Venezuela –un organismo que forma parte del Instituto de Altos Estudios Arnoldo Gabaldón del Ministerio de Salud– pacientes esperan en hilera todos los días desde muy temprano para ser atendidos por síntomas de paludismo. En las últimas semanas el vendedor de café artesanal Andrés Galíndez, de 19 años de edad, ha estado entre ellos. Su esperanza es conseguir Primaquina, medicamento que necesita para controlar la enfermedad, que en su caso fue causada por el Plasmodium vivax, el tipo de parásito involucrado en la mayoría de los episodios en el país y responsable de los malestares que comenzó a experimentar hace 14 días, que describe con la precisión de quien ha sufrido el mal tres veces en el último año: “Fiebre, escalofríos, dolores de cabeza y en las articulaciones. Son síntomas que vienen puntualmente, en la mañana o en la tarde”.

El parásito lo infectó cuando volvió de visita a su tierra natal, Carúpano, estado Sucre. La región, junto con el sur del Orinoco, es una de las zonas endémicas para el paludismo en Venezuela, recuerda María Eugenia Grillet, investigadora del Laboratorio de Biología de Vectores y Parásitos, del Instituto de Zoología y Ecología Tropical de la UCV, que, sin embargo, puntualiza que hoy en día “hay malaria en casi 20 estados, prácticamente en todo el país”. Se trata de una conclusión que ratifica el investigador Oscar Noya, coordinador del Centro de Estudios sobre Malaria, que ha recibido un número récord de casos de la enfermedad parasitaria en los últimos meses. “Estamos sobre los 5.500 pacientes de malaria en lo que va de 2018, cuando hasta hace unos años no recibíamos más de 30”, afirma.

El riesgo que representa la pérdida del control sobre la malaria en el país fue destacado esta semana por la Organización Panamericana de la Salud, a propósito de la conmemoración del Día del Paludismo en las Américas, el 6 de octubre. Un comunicado de prensa de la Organización de Naciones Unidas alertaba que el aumento del número de casos de malaria en 5 países, entre ellos Venezuela, “amenaza la meta de eliminar la enfermedad para 2030”. Desde 2015, precisa el texto, los casos de la afección en el continente han aumentado 71%, y 95%  están concentrados en 5 naciones. “Entre enero y noviembre de 2017 se registraron 702 casos de malaria en México, 1.279 en Ecuador, 10.846 en Nicaragua, 174.522 en Brasil, y 319.765 en Venezuela”. Del total de 507.114 casos detectados en ese periodo, 63% se encontraron en territorio venezolano.

A finales del año pasado, el país había registrado un total de 406.289 episodios. En lo que va de 2018, aunque las cifras son extraoficiales, se calcula que los casos superan los 600.000 y pueden llegar a ser 750.000 a finales de diciembre, advierte Grillet.

Exportación peligrosa. El jueves pasado la Organización Internacional para las Migraciones y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados anunciaron que el número de migrantes venezolanos alcanzaba ya los 3 millones dispersos en todo el mundo. Las condiciones de emergencia humanitaria compleja que han sido denunciadas en Venezuela se hacen evidentes en el estado de salud y nutrición que padece buena parte de esta población que se ha visto forzada a movilizarse y cuya presencia se ha asociado con la reaparición de enfermedades, como el sarampión y difteria, en países que han sido receptores de este movimiento migratorio. La malaria forma parte de la lista de enfermedades que se están exportando desde Venezuela, coinciden Noya y Grillet.

Las cifras, recogidas por la Organización Panamericana de la Salud en un documento en el que analiza la situación sanitaria del país y los mecanismos de cooperación que pueden activarse en la región, detalla algunos de los casos que se han detectado: en el estado de Roraima, Brasil, concluyeron que hubo 2.576 episodios importados de Venezuela en 2017. “Entre enero y junio de 2018 se notificaron 11.628 casos de malaria en Roraima (3.225 en venezolanos)”. En Perú, en la región de Tumbes, donde no se habían notificado casos de la enfermedad desde 2012, diagnosticaron con la afección a 10 venezolanos, de un total de 12 casos. En Trinidad y Tobago, hasta el 4 de septiembre de 2018 habían confirmado 24 casos importados de malaria: 20 de Venezuela, 3 de Guyana y 1 de Ghana, precisa el informe. A eso habría que agregar un reciente reporte epidemiológico de Argentina, que señalaba que se habían detectado 10 casos de malaria importados desde Venezuela.

La crisis sanitaria venezolana, además, ha obligado a la OPS a activar una serie de medidas, como la donación de medicamentos para atender algunos de los más graves problemas de salud en el país, entre ellos la malaria. Noya reconoce que hace poco, después de más de un año sin recibir fármacos, han comenzado a llegar algunos medicamentos al centro que coordina. Sin embargo, la escasez compromete todavía la salud de pacientes como Galíndez, que había acudido al distrito sanitario de San Martín para tratar de encontrar Primaquina y luego a la UCV, sin tener éxito.

“No son solo los medicamentos antimaláricos los que están ausentes, pues siguen faltando antirretrovirales para tratar el VIH, esteroides para pacientes con problemas inmunitarios, terapia oncogénica para pacientes con cáncer”, advierte Noya, para quien una de las principales causas de las fallas tiene que ver con la insistencia del gobierno en ocultar las verdaderas cifras de las enfermedades. “Ocurre con la malaria: si calculas una cantidad de medicamentos inferior a la que necesitas, va a quedar una parte de la población sin tratamiento o con un tratamiento incompleto, y nosotros podemos tener hasta más casos de 4 veces el número de casos de los que oficialmente se reconocen”.

Oro y descuido. Basta ver las cifras para constatar el violento auge de la malaria en el país. Hace 11 años  los casos sumaban alrededor de 41.000. Era una cifra preocupante, alimentada sobre todo por la epidemia que, de acuerdo con lo que relataban Jorge Moreno y otros especialistas en el Boletín de Malariología y Salud Ambiental N° 54, publicado a finales de 2014, se había instalado en el estado Bolívar desde 1988, vinculada con la minería de oro. El municipio Sifontes había sido señalado como foco principal de la enfermedad. En el Informe sobre la Situación de la Malaria en la región de las Américas 2000-2016, publicado por la OPS, encabezaba con 102.543 casos la lista de los municipios con mayor carga de paludismo en el continente. Para tener idea de la situación, basta recordar que el segundo en la lista, Cruzeiro do Sul, en Brasil, registraba 20.591 casos, muchos menos.

Desde 2013, con el cambio de la situación económica en el país, la malaria deja de estar confinada en el sur del territorio “porque empieza la minería a convertirse en una fuente de financiamiento económico para todo el país”, señala Grillet. “Gente de todas partes de Venezuela va a trabajar a las minas del estado Bolívar y regresa a su lugar de origen”. Durante ese traslado llevan consigo el parásito y se ha reactivado la transmisión en sitios donde hasta hace poco hubiera sido impensable, como los Valles del Tuy o el litoral central.

La explotación del oro a cielo abierto convierte los bosques en lugares predilectos para el mosquito anófeles, responsable de la transmisión del parásito de la malaria, que encuentra en las charcas que quedan como manchas amarillas en el follaje sitio ideal para reproducirse.

La fiebre del oro, que ha sido además estimulada desde el discurso gubernamental, desde el lanzamiento del “motor minero” hace dos años, no es sin embargo el único factor que explica el explosivo crecimiento de la malaria. Tanto Grillet como Noya ponen el foco en la desaparición del sistema de control contra las enfermedades epidémicas diseñado por el legendario sanitarista Arnoldo Gabaldón, el mismo que logró bajar el paludismo a menos de 100 casos por 100.000 habitantes a partir de 1948, cuando las cifras variaban entre 200 y 500 casos por 100.000 habitantes, cada año, antes de esa fecha.

Grillet recuerda que los pilares de aquel programa eran la vigilancia, el tratamiento preventivo y el control de vectores. “Desde el año 2000 comenzó un proceso de desmontaje progresivo de ese programa. La malaria es una enfermedad de notificación obligatoria y se habían habilitado centros adonde acudían los enfermos para que les indicaran si padecían paludismo por plasmodium vivax o falciparum, los dos tipos principales de parásito que causa la enfermedad en el país. En el centro se les daba además el tratamiento indicado, una pauta que, si el enfermo no sigue, no va a poder eliminar el parásito, y se llevaba un registro semanal que permitía crear una zona de alerta cuando el número de casos sobrepasaba cierto umbral”.

Noya lleva un registro detallado de las advertencias escritas que hizo a las autoridades de salud desde los primeros años de gobierno de Hugo Chávez, cuando, coincide, comenzó a ser desbaratada la herencia de Gabaldón. “Hemos sufrido el éxodo de más de 22.000 médicos, pero además en la actualidad están cerrados los posgrados de parasitología y de entomología, en los que se formaban especialistas indispensables para el control de enfermedades transmisibles como la malaria”.

Aspiraciones en peligro. Información sobre los alcances actuales de la epidemia de malaria ha sido recogida en el Plan Maestro para el control del VIH, la tuberculosis y la malaria en el país, lanzado a mediados de año por la OPS. Allí se señala que hay una situación epidémica de paludismo en nueve estados: Bolívar, Amazonas, Sucre, Monagas, Delta Amacuro, Anzoátegui, Nueva Esparta, Miranda y Zulia. El documento reconoce las enormes carencias que presenta el país, tanto en materia de recursos humanos como de tratamiento y tecnología, y propone una inversión a 3 años para tratar de enmendar la situación: 8,1 millones de dólares en el primer año, 5 millones de dólares en el segundo y 2,2 millones de dólares en el tercero.

Para el investigador Koen Peeters, del Instituto de Medicina Tropical de Amberes, Bélgica, que ha analizado las estrategias de control de la malaria en naciones de Asia, África y América latina, cualquier esfuerzo para el control de la malaria está condenado al fracaso en un ambiente de inestabilidad. “Los programas de control de la malaria no están diseñados para atender a la población que se desplaza por razones económicas, como los agricultores de las plantaciones en Asia o los mineros en Latinoamérica. Es necesario enfocarse en problemas como la pobreza o la insalubridad porque al final eso es lo que está detrás de esa movilidad. Controlar la malaria sin hacer nada para cambiar esas condiciones es imposible”.

Grillet considera que es indispensable recuperar el sistema de vigilancia y control de las epidemias, que funcionaba eficientemente desde la División de Malariología del Ministerio de Salud en Maracay. “A técnicos que estaban formados en el área les quitaron todo el control que lleva ahora gente sin experiencia ni conocimientos especializados”.

Para Noya, además, es importante recuperar el papel que desempeñaba el cuerpo rector en el área de salud, que perdió liderazgo con la creación del sistema paralelo que significó Barrio Adentro. Un tímido paso en ese sentido podría ser la reactivación de los comités asesores para las epidemias, que ha comenzado a convocar recientemente el Ministerio de Salud.

Sin embargo, los frentes que pueden fortalecer la epidemia de malaria no hacen más que abrirse. Grillet cita como ejemplo la proliferación de la minería de oro a lo largo del Caura y el Caroní. “Podríamos controlar la enfermedad si detenemos la minería, pero lo que tenemos es minería desbocada”.

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