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Depresión a raya

En función de las dificultades diarias, renunciar a personas, cosas y situaciones se ha vuelto más la norma que la excepción. ¿Qué diferencia la tristeza por causa de un duelo de una depresión formal? La psiquiatra Eva Salas ofrece algunas luces sobre cómo identificarla y abordarla

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“Pero si se veía tan bien y parecía que disfrutaba tanto la vida… ¿Qué le pasó?”. Esta reacción al suicidio del chef y presentador Anthony Bourdain fue recurrente. Efectivamente, ¿qué le pasó? “Una cosa es lo que uno percibe y otra es la forma en la que el otro se siente”, explica la psiquiatra Eva Salas. “Puede ser que estuviera deprimido desde hace tiempo y solo su entorno más cercano se diera cuenta; cada quien tiene su manera de manejarlo. Hay otros trastornos que también pueden evolucionar tanto que llevan a ese tipo de acciones”.

Independientemente de las circunstancias socioeconómicas, familiares o sociales de cada quien, nadie está exento de deprimirse en algún momento. Algunos gatillos pueden ser esencialmente orgánicos; otros responden a un evento puntual que desencadena un proceso depresivo y este escala más de la cuenta. “Dentro de los duelos se presenta una etapa de tristeza profunda, pero al mismo tiempo uno va encontrando la manera de readaptarse. Progresivamente hallamos formas de sentirnos mejor o de hacer otras cosas para estar bien con nosotros mismos”, expone la experta. “Alguien que siempre ha sido apegado a las personas o a las cosas y se le dificultan mucho las separaciones puede presentar estos problemas en un momento dado, por ejemplo. Es algo que puede detonar, pero evidentemente no todas las situaciones adversas disparan una depresión”.

¿Qué diferencia la tristeza de un duelo de una depresión formal? Salas lo explica en estos términos. “Una persona puede sentirse muy triste por algo que le pasó (le robaron el carro, se murió su mascota, discutió con un familiar, la despidieron, terminó una relación, un ser querido migró) y estar decaída por varios días mientras procesa esa pérdida, pero poco a poco va encontrando su cauce y vuelve a operar normalmente. Ese sería el curso natural. Pero si en lugar de aliviarse con el tiempo, esa tristeza tiende a instalarse o profundizarse y además va restando cada vez más capacidades (con cambios como dormir y/o comer en exceso o muy poco, desarrollar adicciones, disminuir cada vez más el rendimiento académico o laboral, descuidar la higiene o la imagen, perder la energía y la capacidad de disfrute, aislarse, sentirse una carga para el entorno, mantener una sensación de desesperanza permanente, tener ganas de desconectarse del mundo o de dormir por años, relacionarse negativamente con el entorno) es cuando decimos que esa tristeza se convierte en una enfermedad que es la depresión, y que como toda enfermedad requiere tratamiento”.

Muchas veces quienes lo rodean lo notan primero. Otras veces, el mismo individuo reconoce que no tiene ganas de hacer nada ni de hablar con nadie y que ya nada le entusiasma. “También puede pasar que no manifieste una tristeza propiamente dicha o que aún se mantenga funcional en muchos aspectos, pero que esté irritable o muy reactivo hacia el entorno. Esa puede ser otra forma de detectar que está atravesando por una depresión”. De no atenderse, hay cuadros que avanzan hacia las autolesiones o los pensamientos suicidas. Los desequilibrios neuroquímicos son parte fundamental del problema. “Mucha gente no le da mayor importancia hasta que detecta estas cosas, pero lo ideal es evitar que esa tristeza puntual, que en principio puede representar una reacción natural a uno o más eventos y que ya debería haber mejorado en algo a las dos o tres semanas, se arraigue de tal manera que se convierta en una enfermedad. En lugar de esperar durante meses ‘a ver qué pasa’, lo recomendable es abordarla pronto para que no se instale”.

¿Qué no hacer? Muchas veces se acusa a la persona deprimida de no “poner de su parte” o se le obliga a que “piense en positivo”. Salas señala que al interactuar con ella hay que evitar criticarla porque eso no contribuye. “Por el contrario, al enjuiciarla continuamente, la metemos más en el foso. Ella sabe que no está bien y también se enjuicia a sí misma, lo cual sigue golpeando su autoestima”. En lugar de acusar, toca entender que ha entrado en un proceso de enfermedad que responde más a procesos neuroquímicos que a falta de voluntad y propiciar que acuda un especialista. “Hacerle ver que necesita ayuda no tiene porqué involucrar un sermón donde la aplastemos y la obliguemos, porque eso no funciona. Cuando una persona va por la fuerza desde la presión de los demás, por más terapia que haga, lo más seguro es que no vea resultados. Es fundamental que haya al menos un mínimo de disposición de buscar y recibir la ayuda para que funcione”.

¿Cómo se le demuestra a alguien deprimido que necesita asistencia profesional? Una de las maneras es sentarse a conversar y hacerle preguntas para que se responda a sí mismo y vaya cayendo en cuenta del problema. Lejos de interrogar desde una actitud agresiva, hacerlo con ecuanimidad produce mejores resultados. “Le podemos preguntar si se siente cómodo como está, si está durmiendo bien o no, si está comiendo de más o de menos, si encuentra disfrute en su trabajo, en sus relaciones o en sus pasatiempos favoritos, cómo se siente anímicamente, si se cuida como siempre o si algo ha cambiado, si hay cosas que le producen alegría en este momento o no, desde cuándo se siente así, qué ha intentado hacer para sentirse mejor, indagar si ese malestar emocional se ha aliviado poco a poco o si más bien se ha profundizado con el tiempo, si siente que va a poder resolverlo por su cuenta”. Una vez que el individuo toma cierta conciencia objetiva de estos cambios desde sus propias respuestas, es probable que esté un poco más dispuesto a reconocer que tiene un problema y considerar la idea de buscar tratamiento.

El uso de fármacos es común para tratarlo, aunque muchos se niegan a acudir a un psiquiatra para evadir esa indicación por mitos que aún persisten. “Los antidepresivos no producen dependencia: el problema se presenta cuando la gente se los quita arbitrariamente. Lo que puede pasar es que esa persona se esté sintiendo mejor, los suspenda de golpe creyendo que ya no los necesita, y como el cuerpo todavía no ha terminado de ajustarse, haya otro bajón y asuma que más nunca va a poder volver a sentirse bien sin tomarlos”, explica la experta. “Lo indicado es que sea el psiquiatra quien vaya controlando cómo se va a introducir y suspender la medicación, porque ese proceso tiene que ser progresivo. La idea es que el organismo vaya reacostumbrándose poco a poco a producir sus propios neurotransmisores en la cantidad adecuada”.

¿Todas las personas con este cuadro necesitan antidepresivos? De acuerdo con Salas, una evaluación psiquiátrica ofrece la respuesta. “A esta escala estamos hablando de un desequilibrio neuroquímico que necesita solución. Así como uno toma antihipertensivos para equilibrarse la tensión cuando el cuerpo no lo logra naturalmente, lo mismo aplica para la depresión”. Adicionalmente, el tratamiento farmacológico también se hará acompañar de otras recomendaciones. “Una es hacer ejercicio físico, porque es una manera muy sencilla de producir naturalmente endorfinas. Si bien la persona deprimida no suele tener ganas de hacer nada, se le explica que es necesario para mejorar. Si antes disfrutaba de hacer algún deporte, se le aconseja que lo retome poco a poco o que por lo menos camine varios días a la semana”.

La familia puede contribuir animando al pariente deprimido con su acompañamiento. “Muchas veces vemos que quienes rodean a esa persona la van aislando sin darse cuenta. No le hablan por si se ha vuelto agresiva, o no la invitan a participar en actividades porque probablemente no esté de humor”. Salas recomienda mantener un contacto bien dispuesto y hacerle saber que está allí para lo que necesite. “Si vamos a algún sitio que le puede gustar, invitarlo de todos modos, o involucrarlo en retomar poquito a poco cosas que disfrute. Rodearse de niños y de mascotas también es positivo porque invita al intercambio y conecta con la esperanza”.


¿Cómo prevenirla?

Tal vez por experiencias pasadas o por condiciones específicas, hay personas más propensas que otras a deprimirse. La psiquiatra Eva Salas señala que es bueno manejar información sobre los antecedentes familiares de depresión y trastorno bipolar para hacerse una idea. También es útil tomar nota de qué elementos nos han causado con anterioridad una tristeza profunda. “Pero incluso más importante es saber conocerse a uno mismo; saber tomarnos el tiempo para identificar cómo nos sentimos, cómo nos estamos comportando, qué cambios hemos observado interiormente y cómo se han ido desplegando. Cuando tenemos esa conciencia de revisarnos con cierta regularidad, es más fácil darnos cuenta de qué no está funcionando bien y cuál ha sido su desarrollo, para poder identificarlo a tiempo, ver cómo lo corregimos y buscar ayuda si es necesario”. Cultivar técnicas de manejo emocional, entrenar regularmente y aprender a tomar decisiones sin juzgarse de manera excesivamente severa también son herramientas útiles para evitar una depresión.


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