Igual que un mensaje en una botella lanzada al mar, en que nunca se sabe si alguien responderá, decenas de personas escriben mensajes similares en un grupo de Facebook: “Hola, nací el 3 de julio de 1965 en un hospital en Malo-Les Bains [norte de Francia] y luego fui adoptada por una familia belga, busco a mi madre biológica”, reza uno de ellos. Según los cálculos, entre 1950 y hasta mediados de los años 1980, unas 30.000 personas provenientes de familias belgas de clase alta nacieron en Francia para luego ser dadas en adopción. No es casualidad el porqué nacieron del otro lado de la frontera: en Francia existe una ley que permite dar a luz bajo anonimato en que los descendientes difícilmente pueden saber su origen. Una excepción dentro de la Unión Europea.
Dar a luz en Francia
Christophe de Neuville y Donatienne Cogels nacieron ambos en el norte de Francia, ninguno de los dos conoce sus orígenes, pero los buscan desde hace décadas. Tienen muchas preguntas. ¿De dónde vienen? ¿Quiénes son? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Quiénes fueron sus madres? Desde siempre supieron que eran niños adoptados a través de la asociación francófona Thérèse Wante. Una organización con estrechos lazos con la Iglesia católica e importantes relaciones con la aristocracia y las clases pudientes belgas, especialmente su fundadora, cuya organización aún lleva su nombre.
Donatienne nació el 17 de enero de 1964, pesaba 3,9 kilos cuando llegó al mundo, según su partida de nacimiento, en Villers-Semeuse, en la región de Champaña-Ardenas en Francia. Diez días después fue adoptada. En el documento de adopción se asegura que eran “familias cristianas por ambos lados”.
Así funcionaba la asociación de Thérèse Wante. Familias burguesas o de clase alta se ponían en contacto con la organización, esta se aseguraba de que fueran católicas, y se encargaba de que la joven embarazada -en muchos casos coaccionada por la propia familia o por su entorno- diera a luz en Francia. Existía toda una red alrededor de la organización que participaba en estas adopciones ilegales: ginecólogos, pediatras, médicos de familia y autoridades públicas, según la información de las víctimas. La organización mantenía un contacto directo con casi una decena de clínicas privadas para que las mujeres pudieran dar a luz.
Tras ello, la asociación preparaba todos los documentos para que otra familia pudiera adoptar al bebé, previo pago. Muchos niños nacían en condiciones precarias, en hospitales con malas condiciones higiénicas. Donatienne tuvo una grave pulmonía al poco de nacer a causa de ello. Christophe, al igual que otras personas nacidas en las mismas circunstancias, no soporta la leche. Sospecha que al nacer le dieron leche del supermercado, no leche materna, ni fórmula alguna, algo muy nocivo para los recién nacidos, lo cual le ha llevado a no tolerar nunca la leche, ni siquiera su olor.
“Salvar al pequeño del mal”
Christophe fue llevado a Bélgica con su familia adoptiva apenas 24 horas después de nacer. Los que se convertirían en sus padres adoptivos fueron al hospital, lo metieron en el coche, lo taparon con una manta para que los policías no sospecharan en la frontera y cruzaron hasta llegar a Bélgica. Christophe no tuvo una infancia fácil. Su familia de adopción siempre le recordó que él no era su hijo biológico, nunca tramitaron los papeles para que fuera considerado su hijo de pleno derecho. Los abuelos y tíos nunca lo aceptaron como uno más de la familia, tampoco sus padres. La madre un día le contó a Christophe que al ser adoptado, “no sabía qué hacer con él”, así que cuando ella quería irse a tomar el té con sus amigas, lo ataba a la cuna y lo dejaba “tres o cuatro horas”. “Después ella se extrañaba cuando se acercaba a mí y yo gritaba y lloraba, durante los primeros seis meses de vida no hice más que llorar, así que ella nunca fue mi madre”, relata Christophe. “Sí, yo siempre la llamé mami. (…) Mis padres me educaron, me dieron unos estudios… ¿Amor? Bueno, un amor terriblemente destructor”, cuenta.
“Se trataba de salvar al pequeño del mal. El mal era la madre, la madre biológica, que tuvo un niño en condiciones que no eran católicas. (…) En su mente se salvaba a madres pecadoras, y se salvaba a los bebés para que tuvieran amor en un hogar católico”, añade Christophe. Sus padres decidieron adoptar porque no pudieron tener hijos biológicos, “y es lo que se esperaba de las buenas familias, que tuvieran hijos, para aparentar”. Christophe recuerda que cuando ya tenía 6 años, se llevaron al que luego sería su hermano recién nacido de un hospital. “Yo, agarrado del dedo de mi padre, vimos al que sería mi hermano. (…) Lo taparon con una mantita en la cuna y cruzamos la frontera. (…) Nunca se ocuparon de mí, yo me sentía solo, así que decidieron comprarme un hermano”, relata.
Ley del silencio
Tanto Donatienne como Christophe no han cejado en su empeño de encontrar su origen. “Nunca lo he dejado, aunque también he tenido épocas en que he parado de buscar, a veces han sido periodos largos, porque es emocionalmente demasiado duro, (…) no por el hecho de buscar, sino porque siempre me he visto enfrentada a una ley del silencio”, por parte de las autoridades pero también de su entorno, lamenta Donatienne. Ambos sienten que durante su búsqueda siempre hay “palos en las ruedas”, cuando se han sentido juzgados y les han preguntado: “¿Qué buscas si ya tuviste una familia adoptiva? ¿Dónde habrías acabado si no fuera por ellos? Lo que resulta bastante insultante para los padres biológicos, porque es como si no fueran nadie”, reflexiona Donatienne.
La herida que sienten muchos de ellos, nacidos en un hospital sin saber quién fue su madre, es algo con lo que se convive, pero no se vive en paz. “Necesitamos a veces valor, porque es duro, siempre sentimos el rechazo sistemático cuando eres adoptado, porque especialmente las autoridades nunca te quieren decir nada”, explica Donatienne. “Es la herida del abandono”, añade Christophe. “Lo sufrimos todos. Nos abandonaron al nacer, así que inconscientemente siempre sentimos sufrimiento, como un vacío. Este síndrome se repite a lo largo de nuestra vida, en el plano sentimental, de amistad… siempre sentimos que en cualquier momento nos van a abandonar”, dice.
Y este es el rechazo, relatan, que también han recibido de las autoridades francesas y de la asociación que se encargó de sus adopciones. Christophe ha viajado numerosas veces a Malo-Les Bains, en el norte de Francia, a hablar con el Ayuntamiento, pero nunca ha obtenido respuesta, a pesar de que él nació en esa localidad, y tuvo que estar registrado. Pero solo hay silencio.
Una organización muy presente
Tampoco la organización Thérèse Wante ayudó. Según los testimonios, nunca se les ha ofrecido ningún tipo de información cuando han acudido a ellos en busca de respuestas. “Las prácticas de la época, que se nos han comunicado, se deben tener en cuenta en un contexto sociohistórico que no es equiparable al momento actual”, justifica la organización. “En los años 50 y hasta principios de los años 1980, no existía ninguna ley sobre adopciones, y estas se producían sin conocimiento. Tampoco se conocían los datos científicos de los que se dispone actualmente sobre el desarrollo de los menores de edad y sobre la necesidad de conocer sus orígenes para construir una identidad”, añade la organización. “Me hace gracia que diga que esto se enmarca en otro contexto sociohistórico. ¿Y de qué contexto soy yo?”, ironiza Christophe.
La organización Thérèse Wante se aseguraba de mantener un contacto estrecho con las familias, también una vez adoptados los niños. Decenas de familias pagaron rigurosamente una cuota a la organización, durante toda su vida, incluso siempre celebraba un evento al año en que familias y niños se unían. Como una forma de mantenerlos vigilados. Donatienne, incrédula, cuando empezó a investigar, vio cómo en sus documentos de adopción la organización conocía datos de la dirección de su casa, incluso con quién se había casado.
La historia sobre esta red de adopciones ilegales estalló en 2015 después de una serie de investigaciones por el Parlamento regional flamenco. A partir de entonces empezaron a salir más casos en todo el país. Entre ellos, el de la hasta ahora diputada belga del Parlamento Federal Yngvild Ingels, ella misma adoptada por una familia flamenca, cuyo testimonio hizo público a finales de 2023. “Cuando escucho los testimonios de padres biológicos, siempre se hacen las mismas preguntas: ¿Cómo se porta nuestro hijo? ¿En qué familia acabó? Yo nunca pude hablar con mi madre, pero me gustaría decirle que estoy bien, que encontré un buen hogar”, explicó en un conmovedor discurso ante los diputados.
Tras las elecciones dejará su trabajo, pero su batalla continúa, entre ellas pedir que se prohíban los partos anónimos por ley en la Unión Europea, para que ninguna persona más sufra lo mismo. Su adopción fue a través de otro sistema, explicó, por una intermediaria que unía la asociación Cáritas con familias belgas, una práctica común también en la región flamenca (norte del país). Ingels fue comprada por 6.500 francos belgas (161 euros al cambio actual) según los documentos de que dispone. La diputada siempre pensó que la organización sabía quiénes eran sus padres biológicos. Una información que le negaron siempre.
Reconocimiento a medias
La Iglesia católica pidió perdón a las víctimas por los hechos acontecidos especialmente en Flandes sobre las adopciones ilegales, pero a medida que han aumentado los casos la presión ha crecido. El portavoz de la Conferencia Episcopal belga, Tommy Scholtès, ha insistido en que la Iglesia volverá a pedir perdón, pero rechazan que existiera un pago por la adopción de bebés.
A principios de mayo, por primera vez el gobierno federal belga reconoció oficialmente que existieron “adopciones ilegales dentro del país” y que “las personas afectadas por estas adopciones deben ser consideradas como víctimas”. El objetivo es que una vez se conforme el nuevo ejecutivo federal, se lleve a cabo una investigación independiente.
Christophe y Donatienne no han perdido la esperanza. Sus madres, creen, tendrán más de 80 años de edad y aún siguen en su búsqueda. “A mí me gustaría agradecerle por haberme llevado consigo durante nueve meses. Querría saber cómo ha estado durante este tiempo y que siempre, siempre, siempre he pensado en ella”, explica Christophe. “A mí me gustaría que se convirtiera en mi madre, si ella quisiera”, piensa Donatienne. Con la esperanza de que, entonces, se pueda cerrar esa herida que nunca ha podido cicatrizar.
Por Esther Herrera (Bélgica).