“No ha tenido una vida fácil, aunque poco a poco ha hecho avances. Es significativo que ahora pueda alimentarse solo, a partir de cortezas, hojas y raíces que encuentra en la isla, sin depender de la fruta que eventualmente le traemos al monitorear sus avances”, afirma Nguie sobre el animal que fue traído a la reserva a los ocho meses de edad con su hermano menor desde el extremo norte del país, donde ambos quedaron huérfanos al morir su madre, víctima de cazadores furtivos. Uno de los múltiples retos a los que se enfrentan estos primates en el que constituye su principal hábitat natural, a la par de la deforestación, la emergencia climática y la polución.
De acuerdo con la Sociedad para la Conservación de la Vida Salvaje, o WCS por sus siglas en inglés, organización no gubernamental estadounidense enfocada en la preservación de la vida silvestre con más de 25 años de trabajo en la República del Congo, los obstáculos más importantes para la supervivencia de la fauna endémica del país africano son el crecimiento poblacional y el incremento en la explotación clandestina de sus recursos naturales, pues los asentamientos humanos se ensanchan a expensas de selvas y sabanas y las rutas para el trasiego de maderas tropicales resultado de la tala ilegal llegan ahora a puntos que antes resultaban inaccesibles, lo que amenaza de forma indiscriminada la supervivencia a mediano y largo plazo de gorilas y chimpancés.
Localizada en el departamento de Plateaux, en el centro del país, a poco más de 130 kilómetros al norte de la capital congoleña de Brazzaville y accesible a través de una brecha de terracería sobre la carretera nacional número 2 que conduce a las fronteras con la República Centroafricana y Camerún, la reserva natural de Lésio-Louna, es el hogar de Bomassa y de más de 70 gorilas de planicie o llanura que desde 1999 han sido reintroducidos a su hábitat natural a través del programa coordinado por la fundación británica Aspinall, con financiamiento de la Unión Europea y en cooperación con los ministerios relevantes del gobierno de la República del Congo.
“No es certero cuánto tiempo puede tomarles aprender a vivir en libertad y a valerse por sí mismos, quizá unos cuantos años, quizá meses”, explica Nguie mientras llama por su nombre a Djesi y a Kebou, otros dos gorilas que junto a Bomassa viven en las islas del río Louna adaptadas para su transición entre el cautiverio y la vida salvaje, al otro lado de la ribera, en las extensas llanuras cubiertas de pastizales y árboles de distintas especies que conforman un idílico paisaje rodeado de colinas el cual también sirve de refugio a hipopótamos, gacelas y elefantes, entre otros, como parte de las 163,000 hectáreas de extensión del área natural protegida.
Djesi, de 15 años, y Kebou, de 24, nacieron en un zoológico londinense y llegaron hace cinco y seis años, respectivamente, a la tierra de sus ancestros congoleños, quienes a su vez fueron enviados a las instituciones inglesas durante la guerra civil que azotó al país en los años noventa del siglo pasado. El programa de readaptación a la vida en su hábitat natural es riguroso y se adapta a cada ejemplar, además de ser pionero en el continente. Aunque el desafío, como sostiene Nguie, trasciende la labor de los 24 trabajadores del programa de reinserción de gorilas e involucra, sobre todo, a la población local. “Una de nuestras principales responsabilidades más allá del cuidado, seguimiento y monitoreo de la población de gorilas en la reserva es fomentar un cambio en la mentalidad de la gente que vive en las aldeas adyacentes al área natural protegida. Es un trabajo de sensibilización constante, que permita una convivencia entre humanos y animales de forma sustentable”, comenta el quincuagenario guardia forestal.
El trabajo con comunidades y población nativa es toral para que proyectos como el encabezado por la Fundación Aspinall en Lésio-Louna sean exitosos y alcancen su objetivo ulterior, rescatar a las más representativas especies de primate del continente, el gorila y el chimpancé, ambas endémicas de la cuenca del río Congo, la segunda más importante del planeta después del Amazonas. Dos especies en inminente peligro de extinción, de acuerdo con el último informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, principal organismo en la materia.
“Esta es la única manera que tenemos de beneficiarnos de la existencia del parque, de otra forma nos veríamos obligados a buscar nuestro sustento de alguna otra forma”, reconoce Mathias Bienbéni, padre de cuatro niños de entre 3 y 9 años de edad quien junto a su mujer regenta una cabaña comunitaria para albergar a visitantes e investigadores construida por los aldeanos de su localidad, un conjunto de doce casas en el que habita media centena de personas en las sabanas al interior del parque nacional de Conkouati-Douli, al suroeste de la República del Congo, entre la orilla del Océano Atlántico y el vecino Gabón.
La cabaña de madera cuenta con cinco habitaciones, una pequeña cocina, un cuarto comunal, y una letrina exterior, además de tener luz eléctrica generada por paneles solares. Fue construida en el año 2014 tras una larga negociación con las autoridades locales y es de las pocas existentes en todo el perímetro del parque nacional creado por decreto presidencial en 1999. El pago por los servicios ofertados ronda los 30 euros por noche, dinero que en su mayor parte recaba la aldea de Bienbéni. “Para nosotros es importante que los animales sigan viviendo en el parque, si ellos sobreviven, nosotros también”, reflexiona el hombre de 33 años sobre la derrama económica que ayuda a su comunidad a raíz de la gestión de la cabaña en la que generalmente se hospedan investigadores en visitas cortas al área protegida o visitantes atraídos por la incipiente oferta en ecoturismo de la región. Pero el caso de Bienbéni y su aldea resulta la excepción y no la regla.
En lo que va del siglo, los cerca de seis mil congoleños que viven en las inmediaciones y al interior del parque natural de Conkouati-Douli, el de mayor biodiversidad del país, han experimentado azarosas dificultades en sus condiciones de vida, en gran medida como consecuencia de los cambios en los patrones climáticos provocados por el calentamiento global, lo que en algunos casos les ha llevado a incurrir en prácticas agrícolas, comerciales y ganaderas que resultan perjudiciales para el bosque, la selva, las costas y las sabanas del parque y para las especies que dichos ecosistemas sustentan. Prácticas que en numerosas ocasiones han incluido la caza furtiva de chimpancés y la deforestación.
“Necesitamos combatir la inmediatez, inculcar una visión de futuro, lograr que la gente haga conciencia sobre los efectos que sus acciones de hoy tienen sobre el porvenir de todos nosotros y de los chimpancés. Si el ritmo actual de deforestación continúa, para el 2030 habrá desparecido el 90% del hábitat natural de los primates africanos”, subraya con énfasis Yann Le Hellaye, jefe del campamento que la organización no gubernamental de origen francés HELP coordina en el corazón del parque natural de Conkouati-Douli. Desde 1994, HELP ha logrado con éxito la reincorporación a su hábitat natural de más de cincuenta chimpancés centroafricanos, una de las cuatro subespecies del primate, en su gran mayoría nacidos en cautiverio, pero también sobrevivientes de la persistente caza furtiva con fines de comercialización. Un programa pionero para la puesta de libertad de chimpancés en el continente, como el de Aspinall, en el caso de los gorilas de planicie.
“Aquí enseñamos a los chimpancés herramientas que les sirvan para sobrevivir en libertad, aunque en realidad seamos nosotros los que tenemos que aprender, de su resiliencia y sobre nuestra responsabilidad compartida para la supervivencia de todos”, dice Esprit, uno de los tres cuidadores de HELP a cargo de alimentar un par de veces al día, con piñas, aguacates, plátanos y papayas, a la treintena de chimpancés que actualmente forman parte del programa de reintroducción a la vida silvestre en Conkouati-Douli mientras se despide a la distancia de un huraño Banane que, con 48 años, es el decano del grupo.
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