Riochiquito, FARC

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La película mide unos ciento cuarenta metros, y forma un solo rollo de 18 centímetros de diámetro. Es chica, de modo que quedó bien escondida en una caja de hojalata. Las imágenes, en un blanco y negro digno del expresionismo alemán, viajaron mucho desde la selva tolimense de la cordillera colombiana hasta cines de toda Francia, pasando por París, La Habana y quien sabe que otras ciudades por las que transitó un transportador clandestino a mediados de los años 60, en plena Guerra Fría.

Más de cincuenta años después de que fueran filmadas, quise conocer la historia detrás de esas misteriosas imágenes. Por eso, a finales del mes de julio de 2019, después de catorce horas de viaje en bus, buseta y jeep, quedo parado en la plaza central del pueblo de Gaitania, en el sur del Tolima, frente a la tienda Jugolandia.

FARC
Toma de Ciro Trujillo Castaño

Estoy esperando a no sé quién. Literalmente, no sé a quién esperar: joven, viejo, hombre, mujer, moto, carro, jeep. Lo que sea. Lo único que sé es el destino: el campamento de excombatientes de las FARC, el ETCR [Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación] Marquetalia-El Oso. Un amigo periodista colombiano me puso en contacto con una excombatiente quién finalmente me facilitó el acceso al campamento. Aquí estoy. Y ahí viene un muchacho de unos veinte años manejando una moto. Se para a treinta centímetros de mi morral, que está en el piso.

—¿Cyril?

—Si.

—¿Ya desayunaste?

—No.

—Vamos.

Ese fue mi primer contacto cara a cara con un excombatiente de las FARC.

Me quedé casi dos semanas en el ETCR Marquetalia-El Oso antes de que ocurriera lo inesperado. Mi plan inicial era recorrer la zona de Riochiquito, para ver el sitio de grabación de la película, del bombardeo que se veía, hoy en día. Idealmente, quería ir allá con un excombatiente de la FARC, para cerrar el círculo. El ETCR Marquelatia-El Oso fue lo más cerca que pude llegar. Aunque la antigua vereda de Riochiquito pertenece a un resguardo indígena hoy, los alrededores son peligrosos. Merodean bandas criminales o « bacrim », no son ni guerrilleros ni paramilitares, no pertenecen a ninguna organización. Son más bien como los bandoleros de los años 40 y 50 que hacían estragos en esta misma zona. Pero pensé que una vez en el lugar lograría convencer a alguien para que me acompañara y llegar allá. Error. Las FARC eran un movimiento centralizado, y aún siguen funcionando así, incluso quienes se desmovilizaron luego de la firma del tratado de paz el 24 de agosto de 2016.

Todo el viaje me pareció un fracaso hasta que un día los ayudé con la participación en la feria de café de Planadas. Iban a estrenar una marca de café, El Tercer Acuerdo, y yo solo tenía que mover cajas y atender en un puesto. Al final del día, uno de ellos, Onain, se me acercó y me dijo “póngase conmigo atrás del jeep”. Atrás quiere decir colgado afuera del vehículo.

—¿Te interesa? –me preguntó, a los gritos, mientras estábamos andando.

—¿Como así?

—Veo que lo que estamos haciendo te interesa. Pues te quedas en el campamento, comes con nosotros, hasta nos ayudas con la feria. Veo que te interesa de verdad.

—Pues claro.

—Si quieres te presento a algunos ancianos. Unos de la primera época. Marquetalinos.

Dos cosas: uno, no me interesan tanto los marquetalinos sino lo que pasó en Riochiquito; dos, dudo mucho de que haya marquetalinos vivos. Y, sin embargo, no tengo mejor opción.

—Claro, me encantaría.

Al día siguiente salimos en la madrugada.

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La película perdida se llama Riochiquito y no la encontré en una cajita de hojalata polvorienta, como lo pide el romanticismo, sino en una versión digitalizada gracias a un motor de búsqueda, tecleando la palabra clave: “Colombia”. Fue en el invierno de 2012 en la ciudad de Burdeos, en Francia. Un año antes, no hablaba español, y ni siquiera podía ubicar a Colombia en un mapa. Había conocido a una colombiana en la universidad, ambos estudiábamos la maestría de Realización de Documentales y Valoración del Archivo. Para atraer su atención y hacerme el interesante le mostré el portal del Instituto Nacional del Audiovisual [INA], donde albergan todos los archivos digitalizados de la televisión y radio franceses. ¿Muy ñoño para coquetear?

—A ver qué hay sobre Colombia –le dije, ya tecleando.

Aparecieron una serie de videos recientes —en unos el presidente francés de la época, Nicolas Sarkozy, hacía alguna declaración; en otros se veían operaciones dirigidas por la Cruz Roja—. Luego aparecieron imágenes de los años 90 —imágenes de liberación de secuestrados, en su mayoría—hasta que, insistiendo un poco, aparecieron imágenes en blanco y negro.

—Uy, mira —le dije a Lina, que así se llamaba la chica colombiana—, esto lo hizo la primera emisora de reportajes de la televisión francesa. 5 Colonnes à la une, se llamaba. Este salió el 2 de enero 1966. ¿Miramos?.

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La película dura unos catorce minutos. Abre con un mapa burdo de América latina donde el único país que se resalta es Colombia. Luego, aparecen imágenes de cadáveres. Después, cuerpos en pedazos —un tronco, una hilera de cabezas— y la voz en off en francés que hace el comentario siguiente: “Lo que sabemos de Colombia es la excelencia de su café, de lo que sabemos menos es de sus guerras. En la última hubo 300.000 muertos. Fue la época de La Violencia”. El narrador sigue explicando que hay campesinos que se organizaron en pequeñas comunidades autónomas de defensa. La más importante de ellas se llamaba Marquetalia y fue asaltada por el ejército colombiano en mayo de 1964. Luego, se ve que no solo son campesinos e indígenas: también hay gente con ropa militar y fusiles. Estamos en otra zona de autodefensa, o República Independiente como dice el Gobierno colombiano, donde los sobrevivientes de Marquetalia reunieron a los rebeldes de Riochiquito. Unos vigilan, otros escriben panfletos a máquina, uno —“quien no quiso dar la cara por cuestiones de seguridad”— arenga con consignas políticas. De los hombres que aceptan aparecer en cámara, el más joven tiene una gorra militar y expone su programa de reforma agraria radical. Parece ser una comunidad organizada alrededor de ese programa agrario. Organizada y armada. Entonces, la calma de la montaña y la flauta andina de la banda sonora se interrumpen por el sonido de unos aviones que atraviesan un cielo gris y uniforme. Y lo bombardean todo. Hombres, mujeres, niños, huyen. Uno de los hombres, que parece un líder, hace una suerte de proclama política. Llueve. Todo es casi negro. Vuelve el sonido de la flauta, el hombre atraviesa una quebrada corriendo y retumba esta última frase: “El eco de sus combates nos llegará seguramente por mucho tiempo”.

No entendí nada de lo que acababa de ver, pero me conmovió mucho. Lina en cambio no solo estaba conmovida sino llena de preguntas.

—¿Cómo hicieron esos franceses para grabar a Manuel Marulanda, sobre todo tan joven? No hay imágenes de él en esos años.

—Pues, según parece que sí…

—Cyril, aparecen Manuel Marulanda, Jacobo Arenas, Ciro Trujillo, todos son fundadores de las FARC. Pero eso fue grabado antes de que existiera oficialmente el movimiento. Este documental es rarísimo.

El documental se llamaba Riochiquito.

Bombardeo bi-motor B-26. Aparato típico de contra-insurgencia en America latina por la décadas 60-70

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Un año después de haber visto el reportaje con Lina por la primera vez, timbró mi celular por la noche. La pantalla indicaba que era Lina. Me llamaba desde Bogotá, donde había vuelto para celebrar la Navidad con su familia.

—Cyril, no me vas a creer. Estoy con amigos. Acabo de conocer a Pepe Sánchez, el apoyo en el país de Jean-Pierre y Bruno. Él los llevó desde Bogotá hasta la zona de rodaje y hacía de intérprete para ellos.

Necesité un momento para entender de qué me hablaba. Habían pasado meses desde que encontráramos el vídeo: Jean-Pierre era el director de Riochiquito, y Bruno el camarógrafo.

—Increíble. ¿Cómo lo conociste?

—Estoy en una fiesta con el director de contenido de la productora FoxTelecolombia —Lina había hecho una práctica allí, un par de años antes—. Me invitó, y también está Pepe Sánchez. ¡El es quien los apoyó!

Después supe que Pepe Sánchez era el director de algunas de las telenovelas más famosas de Colombia que conocieron el éxito a través de todo el continente: Don Chinche y Café con aroma de mujer.

—Tenemos que entrevistarlo cuando regreses acá. Tengo sus datos.

En marzo del año 2012, fuimos juntos al apartamento de Pepe. Estaban también Carlos, uno de sus hermanos, camarógrafo, e Hipólito, excombatiente del M-19. Pepe era un personaje muy amable, elegante y chistoso. Hoy lamento no haber grabado esa conversación en la que escuché la historia de Riochiquito por primera vez.

En 1965, Pepe era un joven director y guionista. Además, se sentía afín a la gente que había emprendido la lucha armada en el monte colombiano. Sin ser comunista, entendía su lucha. Un día, Pepe había hecho un discurso encendido, en una cantina, a favor de Manuel Marulanda, quien era entonces el líder de la lucha armada campesina en la Cordillera Central. Operaba desde hacía quince años en el sur del departamento de Tolima. Un amigo de Pepe, Diego Montaña Cuellar, militante de izquierda y ejecutivo del Partido Comunista Colombiano, le preguntó qué material se necesitaba para grabar al tal Manuel. Pepe le hizo una lista y no supo más, hasta que un día Montaña Cuellar lo llamó para decirle que el famoso documentalista Joris Ivens, llamado el « Holandes Volante », radicado en París, iba a ponerlo en contacto con un par de jóvenes documentalistas franceses. Ivens grababa documentales partisanos desde los años 30. Su mirada de artista era también política, muy cerca de los movimientos revolucionarios.

—Bueno, me alegra—contestó Pepe.

—Pero si tú quieres acompañarlos…

En esa época, Pepe hablaba un poco de francés, un buen recurso para esa misión. Y así se embarcó en una aventura que iba a cambiar el rumbo de la vida de todos sus actores.

Manuel Marulanda haciendo una declaración al respecto de la necesidades de reformas agrarias

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La primera vez que lo vimos, Pepe no contó mucho. Estaba cansado y rápidamente el diálogo se movió hacia temas más recientes como la lucha del M-19 en los años 80 y los diálogos de paz iniciados en La Habana en el año 2012. Sin embargo, hablar con él me animó y la expresión “historia viva” tomó un sentido pleno. Si él, que tenía 81 años, seguía vivo ¿qué sería de los franceses? De vuelta en París, busqué en el directorio telefónico, donde encontré varios Jean-Pierre Sergent y Bruno Muel. Los llamé a todos, dejando cada vez el mismo mensaje, muy casual, en el buzón de voz: “Hola. Soy Cyril, no nos conocemos, solo quería darle un saludo de parte de Pepe Sánchez”. Y dejaba mi número de celular antes de colgar. A los treinta minutos me entró una llamada.

—Hola. Usted dijo que conoció a Pepe. ¿Cómo está él?

—Muy bien —contesto, intentando sonar casual—. Lo vi hace pocos días en su apartamento en Bogotá. Lo recuerda mucho.

El que llamaba era Jean-Pierre Sergent que, unas semanas después de la llamada, me recibió en su pequeño apartamento en el distrito XVIII popular de París. Un primer piso, un solo cuarto, la cama en una mezzanine. Había una pizza puesta en el horno. Él, lento y calvo, hablaba con una voz temblorosa. Tenía 75 años.

—Joris Ivens vivía en Francia y había tenido una gran actividad en América latina, porque grabó en Cuba, en Chile —recuerda Sergent—. Siempre le gustó formar jóvenes cineastas y ayudarlos a grabar en países del sur, donde la gente luchaba. Era como una misión para él. Y entonces compró la cámara y la grabadora de sonido. Era una Stellavox. Como una Nagra pero tres veces más ligera, pesaba unos 10 kilos.

—¿Pero usted cómo conoció a Ivens?

—Porque trabajé con él. Estábamos muy metidos en el gremio militante de izquierda de la época. Y él estaba casado con Marceline [Loridan].

—Ya, digo —sin entender de qué me está hablando, y se da cuenta—.

—Marceline, cuyo joven novio, en el documental Crónica de un verano, soy yo —aclara Sergent—.

Entrecierro los ojos y adelanto la cara. No entiendo, sigo sin entender.

—El Jean-Pierre de Crónica de un verano soy yo. No me parezco, pero así es. Vea, tome más vino.

Crónica de un verano, del antropólogo Jean Rouch y el sociólogo Edgard Morin es considerado como el paradigma del cine de realidad. Cada estudiante de cine documental conoce esta película de 1961 en la cual los directores dan cara a la cámara y comentan tanto el dispositivo de grabación como el proceso creativo e incluso dirigen los « personajes ». Fue un punto de inflexión en la estética del cine documental. De modo que, para mí, estar frente a Jean-Pierre era como conocer a un personaje de mi novela favorita.

—Mi idea era grabar un gran documental sobre Colombia —aclara Jean-Pierre— no solamente sobre los rebeldes de Riochiquito. Tenía muchas ideas, Colombia era un país muy interesante porque era como un conglomerado de toda América Latina: tiene un litoral en el Pacífico, otro en el Caribe, tiene el altiplano con poblaciones indígenas, población afro-descendiente. El poder político busca modernidad y democracia. La economía es tan rural como industrial. En fin, me parecía apasionante el país. Y en esa época América Latina interesaba a los europeos, me acuerdo que el corresponsal del periódico Le Monde [Marcel Niedergang] había escrito un libro, Las 20 Américas Latinas. Pero el proyecto inicial era grabar un largometraje, quería quedarme seis meses. Y dentro de todo el recorrido quería mostrar la lucha armada. Y este proyecto se lo presenté a Alberto Rojas. Pero ahora eres tú quien debe trabajar sobre todo eso.

FARC
Escena de la vida día a día entre campesinos y rebeldes

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Cuando empecé a preguntar por él, encontré que todo el mundo asumía que Alberto Rojas Puyo había fallecido. Era el representante del “Glorioso Partido Comunista Colombiano” en Europa, radicado en París desde 1960 y hasta 1970. Luego fue senador de Colombia y embajador en Hungría. Excomunista y miembro de la Unión Patriótica (el partido fundado en 1983 por exmiembros de las Farc y miembros del Partido Comunista). Todos lo daban por muerto, pero en Internet no aparecía ni una mención de su deceso, así que seguí buscando.

Una noche del año 2016, mientras estaba de vuelta en Bogotá para encontrar un par de escritores que iba a traducir al francés, me encontré en esa ciudad con la periodista francesa, Mylène Sauloy, que vivió más de 20 años en Colombia. Comimos una pizza, charlamos de la industria editorial. Había otras personas en la mesa, entre ellas Sergio Becerra, ex director de la Cinemateca Distrital de Bogotá. En algún momento, salió la conversación de mi búsqueda de Alberto Rojas Puyo, aquel probable muerto.

—Alberto Rojas. Sí, él no está muerto —me dijo Sergio—. Es muy amigo de mi papá. Te doy el celular, si quieres.

No solo me dio el teléfono sino el correo electrónico. A veces así son de simples las cosas. Lo único que cuesta es mantener la fe viva.

Tres semanas más tarde, Alberto y yo estábamos en un restaurante de Bogotá. Me comunicó la dirección exacta a último momento, menos de una hora antes de la cita. Herencia de la clandestinidad, supongo. Encontré a un hombre sumamente elegante, un dandy de la disidencia. Parecía salido de una película noire, con gabardina oscura, sombrero oscuro, traje a rayas y bufanda roja. Empezó a explicarme cómo, gracias a sus nexos con intelectuales parisinos, logró publicar dos artículos largos y detallados sobre la Operación Soberanía, es decir, el bombardeo de la zona de autodefensa de Marquetalia en mayo de 1964. Para protegerse de la ola de violencia que atravesó Colombia en los años 40 y 50, los campesinos se organizaron. Unos formaron grupos de bandidos, otros con más conciencia política formaron “Zonas de autodefensas” o “Repúblicas independientes”. Marquetalia fue la más famosa de esas zonas, y su bombardeo, en mayo 1964, es considerado hasta hoy como un punto de quiebre.

Jean-Pierre había leído esos dos artículos, escritos por Alberto Rojas bajo el apodo de Santiago Solarte, sobre el bombardeo de Marquetalia pues ya estaba estudiando la situación en Colombia para su película. Amigos periodistas le consiguieron el número de Solarte-Rojas y Jean-Pierre llamó a Alberto y le pidió una cita. Rápidamente, Alberto confesó que no era Santiago, y reveló el propósito de sus actividades en Francia. La idea de Jean-Pierre de filmar una película, lo fascinó, al punto que le propuso hacer el contacto con los rebeldes mencionados en los artículos. Muchos habían sobrevivido y huido a otra zona de defensa, del otro lado de la Cordillera Central, en el sur del Tolima. En Riochiquito.

Los ejemplos de folletines coordinados por Alberto Rojas Puyo desde París en Francia durante las sesentas

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El 9 de agosto 1965, meses después de la charla con Alberto Rojas, Jean-Pierre y Bruno aterrizaron con todo el material necesario para la grabación, comprado con el dinero de Joris Ivens. En Bogotá los albergó Nicolás Buenaventura, uno de los principales intelectuales del Partido Comunista Colombiano de la época.

En clima tan paranoico como la Guerra Fría, el propósito de grabar la disidencia local por dos extranjeros necesitaba de una cortina de disimulo. En caso de que el Gobierno, la policía política o la misma embajada francesa los estuviera espiando, los cineastas prepararon una pantalla y se fueron a las playas de la Guajira, a hacer imágenes bonitas. Ambos, acompañados por Pepe Sánchez, pasaron tres semanas, y entonces les llegó la señal para entrar en la selva.

Viajaron 400 kilómetros en auto desde Bogotá y seis horas a lomo de caballo. Atravesaron un control en el puesto militar que delimitaba la zona rebelde, otro control en el puesto rebelde, y llegaron a los límites de Riochiquito. La zona era inmensa y durante toda la estadía los cineastas se quedaron en una casita llamada El Soplanico. Una mujer joven con rasgos indígenas les llevaba comida: arroz con huevo, sobre todo. Filmaban la vida cotidiana: trabajadores cortando la caña, sembrando la yuca, un burro alrededor de un molino. También a los niños bruñendo revólveres, a un guerrillero escribiendo a máquina. Todas esas imágenes se ven en la película. Lo que no se ve es la noche anterior del ataque. Esa noche, Manuel Marulanda le dijo a Pepe:

—Avise a los muchachos que mañana les va a tocar grabar de verdad. Habrá un ataque.

Cada uno trajinó recogiendo sus cosas, toda la comida posible. Poco a poco, toda la población del enclave de rebeldes más importante del país se desplazó hasta la linde del bosque. Preparada para pasar la noche. Preparada para la próxima etapa.

En la madrugada comenzó el ruido de los aviones. El primero, un bombardero bimotor B-26, volaba muy cerca del suelo. No hubo tiros, pero si detonaciones. El objetivo eran los ranchos. Los campesinos y guerrilleros habían dejado fogones encendidos para qué el humo indujera a error. Se sumó un Lockheed T-3 “Silver Star”.

Manuel Marulanda y Ciro Trujillo Castanño durante el bombardeo

Cuando el primer avión apareció en medio de la oscuridad, Jean-Pierre quedó paralizado por un momento. Recordó una escena de su infancia, el bombardeo de la ciudad de Rouen durante la Segunda Guerra Mundial. Pero recuperó rápidamente el instinto, y salió con su grabadora de sonido. Bruno, mientras, filmaba todo. Manuel Marulando y Ciro Trujillo lideraban el operativo y le gritaban a Bruno que se escondieran. Los guerrilleros tenían, como toda defensa, una ametralladora Browning 1919 de calibre .30. A pesar de la organización en la víspera, algunos guerrilleros fueron apresados, otros resultaron muertos. Escondido en la selva, Ciro Trujillo hizo al día siguiente una declaración:

—Desde el punto de vista militar guerrillero, la lucha simplemente sigue. Este movimiento de autodefensa se convierte inmediatamente en movimiento guerrillero.

Ahí se acabaron los tiempos de la guerrilla sedentaria. En ese exacto momento, en plena selva, se tomó la decisión de organizarse con una nueva estructura: allí nació la idea de eso que, dentro de unos meses, iba a llamarse Farc.

Y Bruno lo grabó todo en un blanco y negro inmortal.

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Bruno también terminó contestando a mi atrevido mensaje vocal. Pero pasó tiempo antes de que nos viéramos por primera vez en un café del sur de París. Él era más escurridizo conmigo al principio. No quería volver a contar esta historia. Consideraba que ya lo había hecho en una compilación de textos que relataban su experiencia de director y camarógrafo titulada Rush. Pero insistí, sin prisa, y hoy en día somos amigos. Últimamente lo estoy ayudando a organizar la proyección de un documental que hizo en 1984 en Colombia, Longues marches — Largas marchas.

En el año 1984, sobrevivió a un cáncer, y quiso probarse a sí mismo que estaba más vivo que nunca. Seguía en contacto con Alberto Rojas y le preguntó si podía volver a ver a los dirigentes de las Farc que había conocido en su juventud. Justamente, este mismo año 1984, las Farc estaban en un proceso de paz con el gobierno de Belisario Betancur. Después de dos años de negociación, las Farc ordenaron un cese del fuego el 28 marzo 1984 y en ese marco, en medio de ese conflicto un tanto pacificado, Bruno fue a Colombia por segunda vez y se encontró con Jacobo Arenas el comisario político de siempre y Jaime Guaracas un comandante histórico, ambos miembros del grupo fundador de las FARC.

—Titulé mi película Largas marchas en alusión al camino hacia la paz que muchos quieren en Colombia, pero también en recuerdo a la marcha que hicimos a través de la selva para escapar del ejército, luego del bombardeo —dice Bruno—.

—Si, Jean-Pierre y Pepe me lo mencionaron. ¿Cómo fue?

—Formaron una columna de doce hombres. Caminamos por la selva durante tres semanas. Casi nunca paró de llover, día y noche. Dormíamos en hamacas bajo un estrecho plástico colgado de las ramas. Los primeros días tuvimos que movernos con mucho cuidado. Se escuchaba a los militares al otro lado del muro vegetal.

Mientras caminaban para salvarse, la noticia del bombardeo llegó a Francia. Los periodistas hicieron marchas de protesta, creyendo que sus colegas estaban en manos de los guerrilleros. El gobierno de Colombia divulgó esta información, pero después de tres semanas los cineastas perdidos aparecieron en la embajada de Francia en Bogotá. “Dejen de buscarnos —dijeron—, nos perdimos en la selva, nos abandonaron los guías y tuvimos que dejar el material en el sitio. Pero estamos bien”. Los encerraron en un cuartel militar por diez días, y fueron interrogados dos veces por jornada. Luego, un hombre de la embajada fue a ayudarlos, el señor Berthelémy. Durante los interrogatorios, Jean-Pierre declaró no hablar español, lo que no era cierto, y Bruno declaró hablar español, lo que no era verdad. Aprovechando la confusión, Bethelémy iba y venía entre el cuarto de uno y el otro, puliendo un escenario verosímil. La meta de este trámite era convencer a los militares de liberarlos. El 23 de octubre, por falta de pruebas, las autoridades expulsaron a los franceses y los enviaron con pasaje sólo de ida a París.

Por su lado, Pepe Sánchez tuvo que sufrir presiones de las autoridades que lo trataban como si él se hubiera inventado los movimientos guerrilleros en Colombia. A las pocas semanas se exilió en Chile donde tenía un amigo que le propuso trabajar en el cine y la televisión con él. Tuvo que esperar seis años antes de regresar a Colombia sin tener miedo. Nunca volvió a ver a Jean-Pierre y Bruno, sus compañeros de infortunio.

FARC
Jacobo Arenas en la selva después del ataque declara Manuel Marulanda como jefe del Estado mayor del Bloque sur.

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Estaba lavando la ropa. Tenía una gorra, un puro en la boca y la mirada aguda. Onain fue a saludarlo, me presentó y quedé frente a frente con el viejo Hernando. De pronto, me dijo:

—Usted me hace pensar en Jean-Pierre.

Se me erizó la piel, pero pregunté:

—¿Cual Jean-Pierre?

—El francés.

—Estoy aquí por él. Lo conocí. Está en París.

—¡Ah, mejor! —me dijo Hernando, entrando a su casa para preparar aguapanela.

—Onain —le pregunto en voz baja—, ¿le avisaste que vendríamos?

Onain miró alrededor y abrió los brazos, las palmas hacia arriba, como para decir ¿con qué? No hay teléfono acá. Apenas hay luz.

Para hacer la entrevista, vamos al cuarto de Hernando. Paredes desnudas, una cama de colchón muelle, una mesa de madera, coja. Saco un paquete de cigarrillos Caribe, lo pongo en la mesa con una mirada hacia Hernando para pedir permiso. Hernando ingresó muy joven al movimiento guerrillero, a los 14 años. Cuando le pregunto su edad actual, me dice:

—No sé. No sé muy bien, soy huérfano, crecí por ahí, por allá. Iba entre familiares. Había mucha violencia, bandoleros, pájaros y tal.

Esos “pájaros” eran bandas de conservadores que andaban en el campo y aterrorizaban a la población. En reacción, se formaron otros grupos, de miembros del Partido Liberal, los “cachiporros”. Después del asesinato del caudillo de izquierda Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril 1948, se formó un tercer tipo de grupo, las autodefensas apoyadas por el Partido Comunista Colombiano. Hernando llegó muy joven al grupo más famoso de las autodefensas, el de Marquetalia. Después del ataque de mayo de 1964 se trasladó con los rebeldes hacia Riochiquito donde sobrevino otro ataque.

—A ellos [los franceses] los vi sobre todo después del bombardeo —recuerda Hernando—. Me pasaba el día manteniendo la zona, a ellos no los veía, estaban con el Estado Mayor. Íbamos por grupos de dos y tres muchachos, con el fusil M-2, a atacar a los chulos [militares] que se acercaban demasiado. A los que se alejaban de la patrulla, les caímos encima. Pura guerrilla. Hasta que fui designado a acompañar a los franceses fuera de la zona de combate, hacía Bogotá. Formamos una columna de doce hombres y nos fuimos. Caminamos tres semanas hasta Sardinata.

—¿Se acuerda del camino?

—Pues no había un camino, era pura selva.

Más de cincuenta años después de los eventos y una vida dura, Hernando no recuerda muchos detalles. Además, para él no fue una experiencia extraordinaria. Era un pobre entre los pobres, esa era su cotidianidad.

—Pero recuerdo que ellos eran muy valientes. El camarógrafo salía a hacer imágenes mientras Marulanda y Ciro Trujillo le gritaban que se escondiera.

Al caer del día Onain agradece a Hernando y dice que tenemos que seguir andando.

Ciro Trujillo Castanño despuès del ataque hace la declaración siguiente: Desdes el punto de vista militar guerrillero, la lucha simplemente sigue. Este movimiento de autodefensa de convierte inmediatamente…en movimiento guerrillero

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En la selva, antes de separarse en dos columnas, todos se habían puesto de acuerdo: una docena de rebeldes iban a acompañar a los franceses hacia Bogotá a través de la selva, mientras dejaban el material fílmico: equipo y rollos. Las cintas se las harían llegar más tarde a Francia, cuando fuera posible. Para seguir en contacto, Bruno dejó su número de teléfono ya que Jean-Pierre había entregado su apartamento justo antes del viaje.

Un mes después de haber sido expulsados de Colombia, sonó el teléfono de Bruno. Un tal Feliciano había llegado al aeropuerto de Roissy, en París. Bruno se precipitó a recogerlo. Era un antiguo militante del Partido Comunista Colombiano, indígena, de piel curtida, con una gabardina gris. En el forro estaban cosidos los rollos de la película que los rebeldes habían cuidadosamente conservado por meses.

Jean-Pierre se encerró en la sala de edición, escogiendo las imágenes y escribiendo la voz en off. Por su lado, Alberto Rojas le pidió que se apurara. El Partido lo enviaba a la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana entre el 3 y 15 de enero. Fue la primera cumbre mundial que reunía a todos los países que ejercían una forma de lucha, armada o no, contra la presencia de los Estados Unidos en el exterior y el modelo capitalista. 500 delegados por 82 países. Y Alberto Rojas quería estrenar la película allá. Lo logró. Muchos delegados y militantes de América Latina vieron el documental, incluso el mismo Fidel Castro. A finales de ese año, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica [ICAIC] de La Habana invitó a Jean-Pierre a viajar a Cuba. El organismo quería enviar al joven director a dirigir una serie de documentales sobre los pueblos en lucha. Todo iba bien, incluso pudo hablar y grabar a Fidel Castro una noche, hasta que capturaron a otro francés: Regis Debray. El teórico de la guerrilla, amigo de Fidel y apoyo del Che Guevara, fue arrestado el 20 abril de 1967 en Bolivia. Era impensable para Fidel mandar otro extranjero a recorrer el continente. Todo el proyecto fue abortado en el acto.

Guerrilleros de Riochiquito cruzando quebradas en la selva

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De vuelta al ETCR Marquetalia-El Oso después del encuentro con Hernando, corro a ver Daviel y Carolina que me albergan en una casa al fondo del campamento. Cuando llegué, quince días atrás, les expliqué varias veces a ellos, y a casi todo el mundo, que buscaba una manera de entrar en la zona de Riochiquito. Los encargados del campamento, me negaron el apoyo porque se sentían responsables de mí seguridad. En parte, al menos. Desde los acuerdos de paz, regiones enteras de donde se retiraron las Farc fueron invadidas por paramilitares y por las llamadas “bacrim”, o bandas criminales: grupos de hombres armados, independientes de todo movimiento político que, contrario a las guerrillas y los paramilitares, no tienen estructura ni otro propósito que asaltar a las poblaciones. El diálogo entre ellos y las autoridades es imposible. Riochiquito parece ser una de las zonas donde abundan esas bandas. Pero, fortalecido por mi viaje con Onain, vuelvo a la carga. Pido a Daviel contactar a compañeros suyos para acompañarme en la zona.

A los diez minutos Daviel vuelve y firmemente me dice:

—No vas a entrar.

No lo puedo creer. ¿Así no más?

—No vas a entrar es demasiado peligroso, pero en serio. Además, ya llevas dos semanas andando y diciendo que quieres ir. No te digo que te están esperando con cuchillo entre los dientes, pero es demasiado peligroso para dejarte ir. Así es.

Necesité tiempo para entender que ya no tenía importancia entrar en la zona. El objetivo y sus trámites tenían algo parecido a la conmemoración de un evento que me superaba. Esa historia que ocupaba un espacio tan fuerte en mi imaginario queda en punta.

Me despedí de Onain, agradecí a Daviel y Carolina por el hospedaje, y me fui del ETCR, rumbo a Bogotá, rumbo a Francia.

La grabadora Stellavox que Jean-Pierre usó en el rodaje y conservó hasta hoy.

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Después de mi estadía en el sur de Tolima durante el verano de 2019, en la cuna de las Farc, no tuve muchas noticias de Jean-Pierre y Bruno. Ya era tiempo de organizar el material de mi investigación y empezar a escribir el libro sobre Riochiquito.

Pepe murió el 21 de diciembre de 2016. Alberto Rojas vive retirado en una casa de campo en las afueras de Bogotá. A pesar de su edad y de estar alejado de la vida política, fue atacado en su domicilio en 2015. Quedamos en contacto y siempre me pide noticias de Jean-Pierre y Bruno.

Generosamente, Jean-Pierre me propuso venir a su casa en la isla de Belle-Île a lo largo de Bretaña donde podía quedarme y escribir. Acepté con placer y fui en enero de 2021. Además de escribir, caminamos mucho por los senderos de la isla y tomamos mucho vino. Me preguntó por noticias de Bruno. Curiosamente, ellos no se vieron más luego de esa experiencia. Jean-Pierre era muy joven e impetuoso mientras Bruno siempre fue un tipo calmado y cándido. Sus temperamentos no empataron.

—Está en el hospital desde hace un mes —le digo a Jean-Pierre—.

—Uy. ¿Covid?

—No, no. Cosas de abuelitos. ¿Sabes?

Lo sabe muy bien ya que él mismo apenas está recuperándose de una operación cardiaca que tuvo dos años atrás.

También aproveché el paseo para preguntarle mil y un detallitos que me hacían falta. Creo que quería que nunca se acabara el relato. En la víspera de mi regreso a París, cenamos « arañas de mar» (un tipo de cangrejo) y de repente me dice:

—Oye, nunca me contaste de tu periplo en Tolima.

—Ah no? Improbable. Lo siento, pensé que lo habíamos hablado por teléfono. Sabes que encontré a alguien que los conoció a ustedes y los recuerda mucho.

Y arranqué con la historia de Hernando.

—¿Cómo dices que se llama?

Le doy el nombre otra vez.

—Y qué edad tiene hoy?

—Él mismo no sabe muy bien. Menos que tú, diría yo. ¿Por qué?

—Recuerdo a un muchacho. Probablemente tenía 17 años. Era el más joven en la columna que nos dirigió hacia Bogotá después del bombardeo.

—OK.

—Y él era un FARC? Digo, es un exFARC?

—No, no, dejó el movimiento muy poco después de esa experiencia y no volvió.

Con el sombrero Isauro Yosa alias Mayor Lister (antiguo militante sindicalista y del Partido comunista colombiano) y un joven guerrilleros escuchando los avisos radiales antes del bombardeo

Siento que Jean-Pierre recuerda algo.

—Mira, no sé que tan fiable es pero recuerdo a este muchacho que te dije. En alguna etapa de la marcha se me acercó para preguntarme que iba a hacer cuando estuviera en París. Era una pregunta retórica. Me dijo: «Vas a tomar un baño, mientras yo, quizás, estaré muerto». Yo ya había sido confrontado con este tipo de desesperanza que tenía en la mirada. Le aconsejé dejar las armas, dejar el movimiento porque la gente con quien iba estaba determinada a seguir de cabo a rabo. Luchar hasta morir.

Coloco mi pata de araña en mi plato.

—Creo que el señor que conociste es él…—le digo—. Y yo lo pude encontrar porque escuchó tu consejo.

Nunca había traído una noticia tan buena y tan antigua a alguien.

Más tarde, justo antes de salir de la casa para tomar el barco de regreso, escucho a Jean-Pierre bajar las escaleras y entrar en el cuarto donde estaba terminando de empacar mis cosas.

—¿Lo encontraste? Debe estar en el estante —me dice—.

—¿De qué me estás hablando?

—La grabadora de Riochiquito.

Busca y saca un aparato de 25 cm con 15. Pesa alrededor de 5 kilos (sin baterías, ni rollo ni funda de cuero).

—¿Caminaste tres semanas en la selva con eso? —exclamo yo como si el aparato fuera responsable de su problema cardiaco.

—Sí —dice riendo—. Nunca supe por qué. Ahora lo sé. Fue para que tú lo tuvieras. Para que tengas una reliquia de esta historia y la cuentes.


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