Francia inscribe el aborto en su Constitución, el primer país del mundo en hacerlo
Fotografías: Shutterstock y archivo particular

Aborté. Sí. No lo hice porque fuera un embarazo no buscado, una violación o porque el bebé por venir tuviera algún síndrome. ¿Que si mi vida estaba en riesgo? Sí, y así lo justificaron los médicos, por una fuerte depresión que ponía en peligro mi vida, que es una de las tres causales por las cuales se permite el aborto en Colombia pero, más allá de eso, debo decir que aborté porque pensé que estaba preparada para traer un hijo al mundo como madre soltera y la realidad me mostró, no sólo que no lo estaba (porque de poder, se puede, claro), sino que NO QUERÍA tener un hijo siendo madre soltera, a pesar de lo mucho que admiro a las madres solteras que han optado por tener hijos.

Las cosas suceden así: Mi vida ha dado un gran giro al dejar de beber y me siento todopoderosa. Estoy viviendo una suerte de euforia, aunque en el fondo quiero que mi vida tenga más sentido que ser la presentadora de un programa de radio. Viajo a Palomino, en el caribe colombiano, para pasar el fin de semana leyendo y mi estadía acaba siendo un idilio amoroso de proporciones inimaginables. La nube rosa lo colorea todo al punto de hacer que me enamore de un inglés once años menor que yo. Confundo la fuerza energética del sexo con el enamoramiento y a veces con algo mucho menos volátil que se llama amor. El inglés me dice con sus ojos rojos de fumar marihuana que me tome la pastilla del día después, y recuerdo perfecto mi respuesta. No necesito pastillas del día después.

Solo me la he tomado una vez en mi vida por una emergencia. Soy una mujer hecha y derecha. ¡Voy a cumplir cuarenta años! Si estoy embarazada es porque el destino así lo quiere. No me importa si él quiere ser papá o no. Ni siquiera tiene por qué enterarse, en caso de que esté embarazada. Aunque no lo estoy y el romance ha debido acabar ahí, mi necesidad de convertir en novelas los cuentos cortos, de inflar la realidad hasta hacerla reventar, me lleva a verlo no una, ni dos, ni tres, sino cuatro veces más. Pero como ya no tengo alcohol o drogas para mantener el hechizo a largo plazo, muy pronto me doy cuenta de que este hombre no es como yo lo he idealizado en los atardeceres rosa de Palomino. Es más bien un niño, no un hombre. Vive en una irrealidad aún más rosa que la mía. Estoy acostándome con un adolescente que vino en un road trip a Colombia con su mejor amigo y se encontró con una cougar.

Todo llega a la cresta de la ola cuando vuelvo a verlo por cuarta vez en Bogotá. Llega con su amigote a llenar mi casa de ropa sucia, olor a hippie y ceniceros de tabaco y marihuana. Sigo tentando al destino que tantas veces me ha salvado de mis decisiones apresuradas y pegadas con babas y, entonces, quedo embarazada.

No ha pasado siquiera una semana desde que comencé a sospechar que lo estoy y así, sin más, suelto la noticia en un almuerzo familiar de domingo. Pido una prueba a la farmacia y resulta positiva. No estoy feliz pero me aferro a la idea de que quizás los demás se pongan felices y me contagien con su alegría. Pero eso no ocurre. No descarto abortar, aunque intuyo que hacerlo a los dieciocho años te da razones suficientes para hacerlo y, sabiendo que tienes toda la vida por delante, te deja el camino abierto para ser mamá en otro momento. En mi caso, cuando todavía puedo oír mis palabras en la playa de Palomino asegurándole a un desconocido que soy una mujer hecha y derecha y que recibiré lo que venga gustosa, abortar me genera un remordimiento muy difícil de digerir. Además puede que esta sea mi última oportunidad de ser madre.

Pido una prueba a la farmacia y resulta positiva

Como si fuera poca la presión de compartirlo con mi familia, lo comparto también con una mujer que está buscando su primer bebé desde hace meses, con otra que está en su licencia de maternidad y con una cristiana que cree que es pecado y que ya pasó por ahí en épocas en que el procedimiento era absolutamente incierto. Es tonto de mi parte esperar que no me sugieran tener el bebé.

Recuerdo el día en que llega la quinta depresión como si fuera ayer. Mi siquiatra me quita los medicamentos apenas lo entero del embarazo. Tengo apenas tres o cuatro semanas. Vuelvo a contemplar la idea de tirarme por la ventana de mi habitación. Me aterroriza volver a estar pensando en morir. Quería darle vida a un ser humano y ahora me lo quiero llevar por delante conmigo. Estoy paralizada del miedo, no puedo ir a trabajar. El siquiatra me da una incapacidad para que decida en paz. Una amiga cercana que es madre soltera me habla con la verdad. Tengo dos opciones. La una es tan válida, difícil y valiente como la otra. Tenerlo es difícil. No tenerlo es difícil. No voy a encontrar una salida simple. Se equivocan quienes están en contra del aborto si creen que terminar un embarazo es fácil.

La depresión aumenta y, luego de mucho dudarlo, decido abortar. No voy a la primera cita que agendo. Me siento absorta en un estado indescriptible. Siento culpa, me caen encima todos los argumentos moralistas con los que me han criado. El psiquiatra alarga mi incapacidad. Me voy a donde mis papás, medito y dejo de preguntarme si seré capaz de tener ese bebé: capaz soy. La pregunta no es esa. La pregunta es si QUIERO tener ese bebé. Por eso decido abortar. Asisto a esta segunda cita y me dicen que parece como si el cigoto no estuviera creciendo, que necesito una ecografía de alta gama y que no pueden proceder… Quizá la vida ya decidió por mí, así que espero un fin de semana para ir a donde mi ginecólogo, que no sólo me dice que el bebé está perfecto, sino que me muestra su corazón latiendo. Me toca tomar la decisión a mí. Quedo completamente desubicada. Me siento la peor mujer del planeta, pero luego de otra semana una fuerza en mí me aclara que no QUIERO tener ese bebé. Aborto en un lugar que en nada se parece a los escenarios terroríficos de los que me han hablado en el colegio. El procedimiento es sencillo a nivel físico, pero muy complejo a nivel emocional. Ese mismo día el siquiatra me medica de nuevo. Los que creen que aquí salgo del problema, tan campante, se equivocan. La depresión sigue su curso, tal y como lo pronosticó el médico. Me cuesta entender que la depresión NO es producto del aborto sino producto de la situación en la que yo misma me puse al embarazarme: tener que cortar el medicamento de sopetón y contárselo a tanta gente sin estar segura de querer ser madre. Me acuesto, decido no contestar más el teléfono ni comer. Pierdo mi trabajo y lo que sigue es harina de un costal que ya escribí y que se llama Las muertes chiquitas, un libro en el que está publicada esta carta al bebé que nunca fue y que aquí transcribo:

Dulce Ra, Re, Ri, Ro, o Ru: Sí, es verdad que añoro haberte visto abrir los ojos y llorar, pero yo era toda llanto. Sé que no necesitas un perdóname, porque es muy probable que tu lugar en el mundo fuera aquel de no existir. Me pregunto si eras un antídoto infalible a mi falta de estamina cuando ya no puedo más. Es también muy probable que todas las mamás del mundo griten al unísono que sí. Tenerte para salvarme habría sido como tratar de no ahogarme en mar abierto sosteniéndome de tu hombros aún sin formar mientras se hundía tu cabeza y dejabas de respirar. Viviendo también habrías muerto. No. Tampoco decidí no tenerte para salvarme porque al fin y al cabo, mírame, aquí estoy sin ti. Creo que pensé en salvarte a ti de mí, porque no hay nada a lo que tema más en esta vida que a mis ganas de morir y a lo que ellas pudieren llevarse por delante. Llevo ya dos fines de año mirando al infinito y buscándote en una estrella para saludarte. Feliz año, tú que no fuiste, dondequiera que estés, algún día en la nada, déjame acariciarte y creer que soy capaz de dar vida y sosiego. Tú que no fuiste, gracias por lo que hubo de ser, pero también gracias por eso que no fue.

abortar
El procedimiento es sencillo a nivel físico, pero muy complejo a nivel emocional

No creo necesitar dar más explicaciones que estas palabras. De hecho este texto no pretende explicar por qué aborté, porque estoy en paz con lo que decidí y no necesito que avalen mis razones. Claro que me embarga un “qué habría sido si…” y estoy segura de que a todas las mujeres que hemos atravesado por esa difícil decisión nos asalta la pregunta de vez en cuando, lo cual no quiere decir que estemos arrepentidas, o que nos sintamos mal con nuestra decisión. Lo único que esto significa es que (como ya lo dije y lo recalco para cerrar) NO ES FÁCIL ABORTAR, ASÍ COMO TAMPOCO ES FÁCIL TRAER UN HIJO AL MUNDO. Ninguno de los dos caminos es malo o es bueno. Sencillamente es.


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