que no se entere mamá, asesino
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Si tiene dudas sobre qué tenía en la cabeza el abogado Daniel Chueke cuando mandó a un changarín a apuñalar y asifixiar a su madre con un repasador, debería probar tomando un comprimido de Rohipnol –10 veces más potente que el Valium–, otro de Nominan –para casos de psicosis grave–, luego una tableta de Zoloft –se emplea en los autistas–, una de Alplax –para crisis de pánico–, y rematarlo con Rivotril –para crisis convulsivas–. Hasta que dio con sus huesos en la penitenciaría de Marcos Paz, esas eran las medicinas que hacían de Chueke un hombre capaz de encontrar placeres irrepetibles en la contemplación de su propio mocasín. Mientras Marcelo Cabaña apuñalaba tres veces a Paulina Vinikier de Chueke en su oficina, él iba a chequearse el ritmo cardíaco porque, según decía, las pastillas lo habían enloquecido.

Carlos Chediek, uno de los jueces que sentenció al abogado a cadena perpetua, se acomoda en el sofá que él mismo trajo de su casa, y pide un cigarrillo a su secretaria. Su despacho está en un edificio reciclado que, según un dictamen, podría derrumbarse en este mismo momento. “Nunca ví un caso con tantos agravantes. El vínculo, la codicia con la que actuó Chueke: ordenó asesinar a su madre que administraba las propiedades de la familia. Los psiquiatras aseguran que tiene una inteligencia fuera de lo común. Yo lo dudo.” El juez aspira el humo y se detiene. Dice que no quiere ponerse muy técnico, pues dicta clases de derecho penal y el lenguaje se le va de las manos. “Él ignoraba que le habíamos intervenido el teléfono y mantuvo charlas significativas con el plomero que lo conectó con el asesino. Lo vieron dos veces colocando polvos en el café de su madre. En el juicio declaró durante dos horas y luego anunció que iba a desmayarse.” Chediek se recuesta con aire de quien vio mucho, y exhala: “En fin…”.

El juez asegura que fue la codicia lo que llevó a Chueke a ordenar la muerte de su madre. / Kindel Media/ Pexels.

Desde adentro

Chueke está en el patio de la Penitenciaría de Marcos Paz, con el teléfono en la mano. Si un recluso necesita un libro, ahí tiene al abogado dispuesto a recomendarle uno de las 250 obras que leyó entre rejas, o a aconsejarlos sobre cómo llevar adelante un juicio y no quedar detenido como él el resto de su vida.

Acaba de marcar mi número de la redacción y espera que nadie, a lo largo de los 50 kilómetros que lo separan de Buenos Aires, se haya robado los cables telefónicos. El presidio no sólo suele quedar incomunicado; a veces ni siquiera disponen de camiones para trasladar reclusos, y la justicia que se derrumba también se retrasa.

Chueke está preso desde octubre de 2000. Lo condenaron por la muerte de su madre, y ahora lo acusan de matar a su padre, un ingeniero que padecía de una enfermedad cerebral. Según la mucama, poco antes de morir, Moisés Chueke aceptó una cortesía inusual de manos de su hijo. En una oportunidad lo había amenazado con arrojarse del balcón si no le daba lo que le pedía, otra vez le había mostrado un cuchillo, ahora le ofrecía un café expreso. Minutos después, Moisés se ahogaba en su vómito.

A partir de la muerte de Moisés, Paulina empezó a percibir el 50% de los ingresos de sus sociedades, y Daniel y su hermana Claudia, recibían la otra mitad.

Claudia, que señalaría a Chueke como responsable de ambas muertes, se compró una casa en El Bolsón y se desentendió de los negocios. Daniel no. Decía que su mamá no le daba lo que le correspondía, y las discusiones se pusieron feas. Ella compró dos aerosoles paralizantes y ordenó al portero prohibirle el ingreso. En dos oportunidades trataron de arrollarla. Y un día antes de morir telefoneó a su mejor amiga porque tenía un mal presentimiento. Los autos se le venían encima, su hijo le daba pánico y el café le producía un efecto idéntico al de zambullirse en un lavarropas.

En su estado natural

Si no fuera porque uno sabe que Chueke está en prisión, jamás acertaría adivinar desde dónde demonios habla. “Hola, Cicco, soy Daniel Chueke. Por su voz, noto que es joven. ¿Lo puedo tutear? Bien… ¿Cómo estás? Yo acá un poco mejor. Esperando que se den algunas cosas”.

Horas antes, su abogado Gustavo Semorile me anticipó que no había adoctrinado a su defendido. Chueke hablaría libremente. Después me contó su estrategia para que acepten revisar la sentencia: “No le permitieron autodefenderse. Además, las escuchas no estuvieron fundamentadas. Y no hubo testigos presenciales”. Semorile se toma un respiro y cuenta su plan B. “Si eso fracasa, bueno, diremos que tiene personalidad psicopática. Después de todo, ¿cómo va a matar a su madre, no?”.

Gracias a que mantuvo una conducta ejemplar durante ocho trimestres, a Chueke le permiten escuchar radio en la celda. Tiene dos hijos que nunca fueron a visitarlo. Él dice que prefiere que no lo vean en prisión, aún cuando eso signifique que no lo vean más.

–¿Cómo se describe?

–Soy un profesional. No muy destacado. Buen padre de familia que fracasó en su matrimonio y que se ve enfrentado a un tribunal que me condenó desde la hora cero.

–¿Quién mató a su madre?

–Nunca lo supe y no me escondí. Siempre permanecí en el país.

–Del 1 al 10: ¿cómo se llevaban?

–Afectivamente ocho. Comercialmente cuatro.

–Ella compró gases paralizantes y le prohibió el ingreso a su casa. ¿Por qué?

–Los aerosoles venían de antes. Ella era temerosa. Físicamente frágil. Chiquitita. Lo otro puede obedecer a que discutíamos por temas comerciales. Para mí, su prohibición fue para cuidar a su nueva pareja.

–Dicen que usted le puso polvos en el café. Dos veces.

–Usé mi propio edulcorante, el Nutrasweet. ¿Viste el que hace clac, clac? Lo llevo siempre conmigo. No todos los bares tienen.

–Aseguran que tuvo peleas violentas con su padre. En una oportunidad, hasta empleó un cuchillo.

–Lo amenacé con tirarme del balcón. Era la única forma de frenarlo. Se había puesto difícil. Pero si fuera agresivo, lo hubiese agredido. Nadie dice que soy agresivo. Salvo mi hermana.

–¿Es cierto que también la amenazó a ella?

–Ella extrajo una cuenta que no le correspondía. Yo estaba en un estado deplorable y supermedicado. Lo hice en esa situación.

–¿Por qué toma tantos medicamentos?

–Está todo prescripto por psiquiatrias. Tuve depresión severa desde que me separé.

–Dicen que usted tiene una inteligencia superior.

–Siempre fui muy buen alumno. Hice un posgrado de administración de empresas en el IAE.

–Si es millonario, ¿qué hace con la plata?

–Nunca lo pensé.

–¿No le interesa?

–¿La plata? No.

–¿Y cuál es su prioridad?

–Mis hijos. Ellos adoran a su madre como yo adoraba a la mía.

–Usted quería poner un apartahotel en uno de los edificios y su madre se negaba. ¿Es así?

–Esa fue la última pelea. Yo buscaba hacer las cosas más rentables.

–Se dijo que usted malgastaba la plata y siempre pedía más.

–Yo tenía acciones en las sociedades de mi padre. Si hubiese sido codicioso, habría pedido un 10% extra.

–¿Su madre no le daba lo que usted reclamaba?

–Yo quería ver las cuentas y ella no me las mostraba. Discutíamos. Si esto la angustiaba, lo ignoro. Cuando vos estás hablando conmigo, no sé qué te provoco. Tal vez, decís: “Mirá este asesino hijo de puta con la tranquilidad que habla”. Yo lo llamo tranquilidad. Vos llamalo como quieras.

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