***
Rosa Montero cuenta que cuando vino la primera cuarentena española no pudo escribir durante diez días. Pasó ese tiempo obsesionada con las noticias, hablando con amigos, pensando en la maldita plaga y en sus rebuscadas formas de contagio. Tampoco pudo leer. “¡Y para mí leer ha sido siempre como un talismán, el recurso más maravilloso de la vida, el arma última secreta para poder vivir! Siempre he pensado que si tienes un libro cerca nada muy malo te puede pasar”.
El confinamiento ya no era fructífero ni elegido. Y, especialmente al comienzo, fue un momento de angustia. “A ese encierro llegaron el dolor del mundo, mis propios miedos, angustias y la incredulidad”.
—Pero lograste sacar tu libro, La buena suerte.
—“Es que tenemos una capacidad de adaptación de tal calibre, que estamos pasando por esto, a tropezones, pero estamos pasando. Pero no nos damos cuenta de lo que estamos pasando. Cariño, es que en el pico de la pandemia mundial llegamos a estar 2 mil 700 millones de personas confinadas. Piensa que si nos hubiéramos puesto de acuerdo esos 2 mil 700 millones de personas para dar un saltico a la misma vez habríamos cambiado el planeta de su curso. Yo tenía la novela terminada a principios de enero, solo le faltaba el último cepillado, pero eso me salvó, porque no sé si hubiera sido capaz de ponerme a escribir algo nuevo. Pero ya estaba hecha. Y de a poco volvió la lectura, la escritura. Pero fue muy angustioso y triste”.
La buena suerte, su más reciente novela.
Una vez terminado su libro y coincidiendo con el primer respiro que dio el covid, Rosa Montero publicó La buena suerte y empezó la ronda de entrevistas para su promoción. La crítica, por su parte, destacó las virtudes de una novela que no es policial, pero tiene delincuentes, un protagonista que le da un giro radical a su vida, una mujer enorme que lo ayuda a cuestionarse y muchas páginas de amor del bueno. La novela estaba terminada antes de la pandemia, pero si se lee en estos tiempos, hay puntos en común, como este personaje que debe reconstruirse después de una catástrofe. Para su autora, fue un respiro, sin duda, antes de volver a un inminente nuevo confinamiento.
—La OMS ha hablado de fatiga de la pandemia, porque se alarga y alarga.
—Y ahora viene la depresión. Nos queda un año por lo menos. Cuando esto acabe y lleguemos a un equilibrio en que podamos relajarnos un poco más vendrá otra bajada y una crisis general grande. Porque cuando puedes soltar los caballos, ahí de repente te pega un bajón.
—Pero a fines de 2020, con los abrazos de despedida, hubo mucha conversación en torno a los aprendizajes. El branding de muchas marcas casi nos decía que era un deber haber aprendido algo. ¿Podrías hablarme de algún aprendizaje tuyo?
—O sea, es recomendable. Es recomendable aprender del dolor porque si no te puede destruir. ¿Qué puedes hacer con el dolor, con la pena, con la tristeza? Sacarle un aprendizaje y un provecho. Yo creo que a nivel personal todos sacamos enseñanzas. Parar te hace enfrentarte a tu vida de manera más desnuda. Por eso pasan cosas como las rupturas matrimoniales, quizás por esta misma claridad que la pandemia mete en tu vida y que te hace ver y pensar “esto no lo quiero para mí”.
Yo he aprendido que no voy a volver a viajar nunca más tanto en mi vida, eso te lo aseguro. Esa locura no más. ¡NO MÁS! Quiero recuperar parte de mi vida anterior, pero intentar no perder esa especie de mirada plena sobre la realidad a la que la pandemia nos ha forzado. Estamos demasiado neuróticos todavía, demasiado tocados, heridos, como para poder hacer de eso algo verdaderamente constructivo.
Colectivamente, sin embargo, no veo que estemos aprendiendo mucho; al contrario. Lo que estoy viendo es que aumenta la agresividad, aumenta el sectarismo, aumenta el odio y la búsqueda de culpables para intentar justamente buscar responsables.
—El famoso chivo expiatorio del que habla Girard, hay que quemar en la hoguera al culpable de nuestros males.
—Es una manera de luchar contra el miedo y la depresión. Una manera muy equivocada, pero muy humana, es buscar culpables o también estas explicaciones absurdas, conspiroparanoicas para intentar darle un sentido, aunque sea delirante, al mundo. No veo que estemos aprendiendo mucho. Es una cosa catártica del miedo y de la angustia. Una cosa equivocada evidentemente.
—Hay personas que se nublan. Pero tú tuviste la buena suerte de que La buena suerte estuviera listo. ¿Cómo influyó el confinamiento en tu proceso creativo?
—Después de ese primer trauma, que me quedé colgada en el aire, sin pisar tierra, la novela me hizo aterrizar, hice la revisión de la novela y estoy hipersatisfecha con el resultado y además estoy trabajando en mi próximo libro. Y en el verano nuestro tuve mucha creatividad. Lo que pasa es que a fines de agosto saqué la novela, he estado haciendo la promoción bestial y eso me saca un poco de mi nuevo libro y me ha quitado la posibilidad de concentrarme, pero ahora estoy otra vez intentado ordenarme para volver a enfocarme en lo que viene.
Rosa Montero / foto: Cortesía Hay Festival.
—Y es efectivo que la gente lee más en estos tiempos? ¿Qué se habla en el mundo editorial?
—Muchísimo más. Hace unos días estuve comiendo con mi editora de Alfaguara, Pilar Reyes, que es una tía maravillosa, y me decía que en los tres primeros meses no vendieron nada, fue como un cataclismo terrorífico, pero que en el resto de los meses han vendido tanto que han subido un 37 por ciento las ventas medias de los años anteriores, y eso es ellos y son todos. Ha habido un subidón en la lectura.
—Pero eso es maravilloso. En este mundo patas para arriba la literatura te da explicaciones, pero también es un escape. ¿Y qué piensas de esa novela o ese tipo de libros que no sé bien cómo llamar que son más intencionados y escritos para que la gente encuentre su lugar en el mundo o se cuestione?
—¡Literatura de autoayuda!
—O quizás también esas novelas que buscan poner temas en la agenda o impulsar causas.
—Bueno, yo creo que la novela no puede ser utilitaria. Me repugnan las novelas feministas, animalistas, ecologistas. Yo como ciudadana soy feminista, animalista y ecologista, pero en otros géneros lucho por esas ideas, como en el periodismo o en el ensayo. Pero la novela no; la novela es un camino de conocimiento y escribir es la búsqueda del sentido de la existencia. Tú no escribes una novela para enseñar nada, tú escribes para aprender, para buscar un poco de luz en las tinieblas de lo que somos. Y no puedes empezar ese viaje de conocimiento llevando las respuestas previas. Verdaderamente es una traición. Me parecen una porquería. Dicho esto, no voy a renegar nunca de la posibilidad de que haya una novela o un libro que a mí me parece absolutamente malo y hasta repugnante y que, sin embargo, a alguien le salve la vida. Porque cuando leemos un libro lo completamos. La lectura es algo muy activo. Tú reescribes el libro que lees. Entonces a ti te puede parecer una novela horrenda y falsa y mentirosa y mal hecha, pero a lo mejor hay una persona que lo lee en un momento determinado, lo completa y para ella tiene unos ecos verdaderos y despierta en ella una belleza y una sinceridad verdaderas, que las puede proyectar sobre ese libro y que le hace bien y ayuda.
—¡O sea que no hay libro malo!
—En ese sentido, depende de cada uno qué lee. Es muy difícil que haya libro malo. Bueno, hay algunos que sí (risa fuerte) como, por ejemplo, las Sombras de Grey porque te dice que el maltrato a la mujer es estupendo, te dicen mentiras que pueden ser malignas. Pero, vamos, en realidad casi todos los libros pueden tener una vida digna cuando los lee un lector que les da su dignidad.
—Se dice que hay una especie de boom de mujeres latinoamericanas en literatura, en donde están Mariana Enríquez en Argentina, Paulina Flores en Chile.
—Valeria Luiselli… ¡pero no es un boom! El hecho de que se hable de boom indica el sexismo de la sociedad. ¡No se dice hay un boom de escritores hombres! Lo normal es que haya una renovación de escritores y que salga una renovación de escritores jóvenes hombres y mujeres. Es la normalidad.
—Pero sí es un lugar común hablar de literatura femenina.
—Exacto. No existe la literatura femenina, eso es una estupidez. Cada novela es todo lo que el escritor o la escritora es, y esos son montones de ingredientes, los libros que ha leído, su clase social, el hecho de que sea sano o enfermo, porque eso te hace ver el mundo de una manera distinta, tal como lo hace ver de manera distinta si eres guapo o feo, ¡cantidad de cosas! Y dentro de eso el hecho de ser hombre o mujer, pero en el mundo occidental eso ya no impone una visión tan radicalmente distinta. En cambio, sí creo que impone una mirada distinta el hecho de ser un autor o autora nacido en el campo que un autor o autora nacido y crecido en la ciudad. Hay más distinciones entre ellos que entre hombres y mujeres. Ahora, si eres afgana bajo la dictadura talibana, seguro tu mirada del mundo cambia. Pero la literatura femenina no existe para nada.
—¿Y qué estás leyendo ahora?
—Estoy leyendo para el libro que estoy preparando, que es una especie de medio ensayo, medio ficción, tal como lo fue La loca de la casa. Se llama El descenso, de Anna Kavan, un libro de cuentos muy autobiográfico, tremendo, de una mujer que estuvo en varios siquiátricos, porque el tema es la creación y la locura. Un tema que me fascina desde siempre.
El descenso, de Anna Kavan, un libro que sirve de preparación para el próximo que escribirá Rosa Montero.
—Te pasó que con el cambio de folio, como decimos en Chile, hiciste un balance, un proceso de mirar hacia atrás?
—Normalmente sí, no tiene por qué ser por el cambio de década, pero sí que hay varios momentos repechos en la vida en donde te paras y empiezas a mirar. Yo he pasado varios, por supuesto. Pero en este llevo algún tiempo y no siento que pasé a otro lado porque llevo tiempo replanteándome cosas.
—¿Piensas en los libros que no vas a alcanzar a leer?
—¡Tengo millones! Tengo millones de libros en mi casa que sé que no voy a leer. ¡Ya no me caben más libros! Los ensayos, los de divulgación o biografías normalmente los guardo, pero las novelas las leo, tomo nota y las reciclo. ¡Y esto lo llevo haciendo diez años, con lo cual me estoy quedando con una biblioteca de libros no leídos!
—¡Pero es un happy problem! ¿Y piensas hacer más entrevistas?
—No quiero entrevistar a nadie más. No me interesa. He hecho como dos mil entrevistas en mi vida. Y eso lo decidí hace más de 15 años. La última que hice fue a Malala. No me interesa. Eso ya lo he hecho y quiero dedicarme el tiempo que me queda a lo que me interesa. En El País me ofrecieron hacer una con Obama y, pues no, no quise.
—Una gran libertad…
—Bueno, en ese registro sí lo es. La libertad se negocia en tu vida y una de las cosas a las que uno debe aspirar es a tener la mayor libertad posible en la vida, lo que siempre es muy relativo.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional