Ni siquiera yo me despierto luciendo como Cindy Crawford
1
—¡Cinco, seis, siete y ocho! —cuenta Albert Guerrero, mi instructor de pasarela en la academia Stock Models.
Una palmada al aire me da la entrada y el beat electrónico de la música me marca el ritmo al caminar. “Frente, medio lado. Paso, paso, giro. Frente, paso, paso, medio lado. Giro, primero, el torso, por último, el cuello y salgo con derecha”. Voy repitiendo en mi mente, mientras intento seguir mis propias instrucciones.
—¡No! Las manos están caídas. La cadera se mueve mucho. ¡Y sonríe mujer! ¡Sonríe!¡Comunícame algo, hazme sentir!
He hecho tantos intentos que perdí la cuenta. Si me acuerdo de las manos, no me acuerdo de los giros. Si me acuerdo de los giros, me salgo del ritmo. Si estoy en el ritmo, voy hacia el lado contrario. Ya me duelen las puntas de los pies, siento la espalda tensa y comienzan a temblarme los tobillos. Albert me toma de la mano y camina conmigo hasta el final de la pasarela. Se llena de paciencia y juntos hacemos el ejercicio una vez más, el primero de los más de cincuenta que existen. Frente, medio lado. Paso, paso, giro. Frente, paso, paso, medio lado. Giro, primero, el torso, por último, el cuello y salimos con derecha.
—Ahora sola —me dice mientras le da play a la música—. Y cuéntame algo, que ser bonita no es suficiente.
Ser modelo es como ser músico. Se necesitan muchas horas de práctica, pero también se necesita talento. Un rasguño de pólvora que pueda encender la hoguera. Las dos cosas tienen que encontrarse y de nada sirve una sin la otra. Hay que saber de pasarela, de expresión corporal, de nutrición, de danza, de fotografía, de actuación, de imagen y hasta de etiqueta. Pero también hay que haber nacido con ese encanto que le permitió a Kate Moss, uno de lo íconos más grandes en la historia de la moda, comerse el mundo en 1990, con ese poder de seducción que resulta indescriptible pero certero. También hay que ser alta. Mínimo 1,75 metros de estatura para poder caminar en una pasarela y alrededor de 1,73 para hacer fotos de catálogo.
La academia Stock Models sirve de semillero a la agencia que lleva el mismo nombre. Tiene cerca de ciento veinte alumnos y su programa de estudios dura un año. No existe ningún requisito físico entre sus criterios de admisión, pero según Adriana Jaramillo, su directora, solo el 15% de los hombres y las mujeres que completan el programa logran desarrollar un perfil de modelos profesionales: “Las dos mortalidades más altas son la estatura y la disciplina. Muchos quieren ser famosos preparándose lo mínimo, y no es así. Se necesita tiempo, dedicación y trabajar muy duro”.
Ser modelo también es como ser deportista. Es un oficio con vida corta, y después de cierta edad ya se está viejo. Un modelo en ejercicio pocas veces supera los veintiocho años y cuando lo hace, es porque aparenta menos. “eso no quiere decir que después de esa edad no se pueda aprender. Este tipo de clases son útiles para la vida en general. Mejoran la postura, ayudan a conocerse y dan seguridad”, dice Jaramillo. No solo los modelos estudian modelaje, así como no solo los tenistas juegan tenis.
Ser modelo es como ser músico. Se necesitan muchas horas de práctica, pero también se necesita talento. Un rasguño de pólvora que pueda encender la hoguera.
—¡Cinco, seis, siete y ocho!
Frente, medio lado. Paso, paso, giro. Frente, paso, paso, medio lado. Giro, primero, el torso, por último, el cuello, sonrío y salgo con izquierda.
—¡Bien! —me dice Albert—. ¿Ves cómo cambias cuando sonríes?, pero saliste con izquierda. Si hubiera sido una pasarela real, con más modelos desfilando, te habrías estrellado con todas.
2.
—Si se te rompe el tacón, caminas en puntas de pie —dice Belky Arizala, top model colombiana.
Ella sabe de qué habla. La primera vez que se montó en una pasarela lo hizo caminando en puntas de pies. Fue en el Centro Comercial Bulevar de Cúcuta, departamento Norte de Santander. Era su primer momento, el lugar estaba lleno y su mamá la esperaba entre el público. Otra modelo tomó sus zapatos por equivocación y, cuando tuvo que desfilar, no le quedó más remedio que caminar en puntas de pie.
No fue la primera vez, ni sería la única. La vida se encargó de romperle el tacón en más de una oportunidad y ella, de caminar en puntas de pie.
Ser modelo también es como ser deportista. Es un oficio con vida corta, y después de cierta edad ya se está viejo.
Belky Arizala es una mujer negra de 1,78 metros de estatura. Nació en Cúcuta hace treinta y ocho años y, aunque en algún momento quiso estudiar medicina, es administradora de empresa. Prefiere la bicicleta al carro, lleva la cabeza rapada y, cuando se le viene en gana, desayuna tamal. Ha sido actriz, presentadora y una de las modelo con mejor cuerpo en el país, según la revista En Forma. Ha preparado reinas, entrenado modelos y creó una fundación que también dirige: El Alma No Tiene Color.
Dice que todo comenzó como un designio. Hace más de veinte años, mientras caminaba por la sala de su casa en Cúcuta, escuchó por radio que estaba abierta la convocatoria para ser Señorita Santander en el Reinado Nacional de la Belleza. La inscripción debía hacerse el el almácen Chicos y Chicas antes de las cinco de la tarde y ese era el último día.
—Cuando llegué a inscribirme, la dueña me miraba de arriba abajo. “Pero tú naciste aquí?”, me preguntaba. En esa época no había negros en Cúcuta, solo mi familia y yo —cuenta Belky.
La elección sería al día siguiente en el Club del Comercio. El concurso ponía los maquilladores, los accesorios y un vestido, que corría por cuenta de Chicos y Chicas. A Belky no le gustó el suyo, lo encontró pasado de moda y prefirió que una de sus tías le hiciera uno en tiempo récord. Una vez en el camerino, se encontró con que nadie esperaba una candidata negra y los maquilladores no tenían bases oscuras. Sin más opciones, usaron lo que tenían, le pusieron un postizo, pestañas y lentes de contacto.
—¡Me dejaron gris! Me sentía disfrazada de mimo. Pero cuando me anunciaron, me puse el vestido de mi tía y desfilé. Desfilé sin haber desfilado nunca. La gente estaba sorprendida, todos gritaban y aplaudían. Yo creo que también se burlaban de mi maquillaje.
Esa noche, muy a su pesar, Belky Arizala resultó virreina. No podía encontrar una sola razón para haberse ido sin la corona. Las explicaciones aparecieron en la voz de Eduardo Maldonado, quien n ese entonces dirigía una academia de modelos y hoy es uno de los preparadores de reinas más conocido del país. “Mira, mujer, tú eres espectacular, pero nunca vas a ser reina porque eres negra. Toma mi tarjeta y mejor prepárate conmigo como modelo”.
—Me demoré un mes en ir. Mal para bien. Cuando tú andas con Dios de la mano, hasta el diablo obedece.
No pasó mucho tiempo antes de que Belky llegara a Bogotá. Su elegancia en las pasarelas y la fuerza que trasmitían su fotos hicieron que se convirtiera en la favorita de diseñadores y fotógrafos. Fue portada de revistas como Jet Set, Cromos, Aló; modelo de Hernán Zajar y Ángel Yañez. Se ganó el título de top model y fue reconocida como la mejor pasarela del país por la prensa nacional. Ocho años después, viajó a México y tuvo que volver a caminar en puntas de pie. “No negros, no indígenas”, decía la letra menuda de cada casting.
Pero cuando me anunciaron, me puse el vestido de mi tía y desfilé. Desfilé sin haber desfilado nunca. La gente estaba sorprendida, todos gritaban y aplaudían. Yo creo que también se burlaban de mi maquillaje.
—Yo nunca me había visto negra. Me había visto mujer. Ya me habían dicho stop una vez, no me lo iban a decir dos veces. O, por lo menos, no me lo iba a volver a creer.
Haciendo caso omiso, se presentó a cada convocatoria, participó en cada concurso y se apareció por cada agencia. Los productores no pudieron explicarle de forma razonable la letra menuda y, sin otra opción, la incluyeron en sus castings. Se los fue ganando uno a uno y se convirtió en la primera modelo negra que hacía portadas de revistas y anuncios de televisión en México.
Ahora vive en Colombia y se retiró de las pasarelas. Tiene su propia academia y entre sus alumnas se cuentan Valerie Domínguez, María Nela Sinisterra y Eileen Roca. Su fundación fue la primera en subir un desfile de mujeres de piel oscura en las pasarelas del circuito Bogotá Fashion Week y en abanderar un modelaje incluyente, sin etiquetas de ningún color. Habla del valor de ser auténtico y de la necesidad de romper esquemas. Dice que una mujer bella no es más que una mujer que sonríe y que en cada dificultad hay una bendición.
Yo nunca me había visto negra. Me había visto mujer.
—Negro es un color. Negros unos zapatos. Negro un pantalón. La vida no es fácil, pero tú puedes hacerla fácil si miras para arriba —dice Belky.
3.
El desfile está por comenzar. Un ejército de costureras armadas con alfileres pega encajes y entalla vestidos. Una maquilladora que descubrió la ubicuidad colorea mejillas y esparce talco en peinados voluminosos. Naomi Campbell se pone los zapatos. Linda Evangelista se alista para salir. Christy Turlington se da una última mirada en el espejo. Kate Moss solo corre de un extremo a otro, con la crinolina de su falda azul volando a unos pocos centímetros del suelo. Como si la persiguieran lobos, porque así se lo han pedido. Con sus dieciséis años, su metro setenta y tres y su silueta de niña abandonada. Imperfecta entre mujeres perfectas, Kate Moss, obediente, solo corre.
En 1990, el diseñador británico John Galliano lanzó su colección primavera-verano en el Louvre’s Cour Carrée de París. Estaba inspirada en Anastasia, la hija desaparecida del zar Nicolás II de Rusia, y Kate Moss se contaba entre sus modelos. Todo estaba resuelto. Cuando le tocara el turno, su única tarea sería correr como si una jauría de lobos hambrientos viniera detrás. Se acabaron los ensayos y Kate se subió a la pasarela por primera vez. “Corrió como una ráfaga. Algo completamente irrespetuoso. La gente la aplaudió de pie. Fue un momento mágico”, recuerda Galliano para el libro Kate Moss Style, de Angela Buttolph (2008).
Imperfecta entre mujeres perfectas, Kate Moss, obediente, solo corre.
El ascenso de Moss fue rápido. Las revistas la querían en sus portadas; los fotógrafos, ante su lente, y los diseñadores, en sus pasarelas. No cabía entre las bellas de 1980 y parecía cargar con todos los defectos posibles, pero aun así tenía una energía magnética, un poder hipnótico incontenible. La razón era una: Kate Moss era un vehículo de historias y ficciones, una actriz más que una modelo. “¿Cuál es la historia?”, preguntaba siempre, desde esa primera vez en que Galliano le pidió que corriera como si la persiguieran lobos. No volvió a salir nunca sin algo que contar. “Me gusta pensar que soy otra persona. Hacer fotos como uno mismo es difícil, pero jugar a ser alguien más es mucho más interesante. Es divertido”, dijo en una ocasión para la revista Interview.
Tiene trescientas portadas en la revista Vogue y otro par de centenas repartidas entre Harper’s Bazaar, Elle, Vanity Fair, The Face, Another Man y W. Ha desfilado para Melanie Ward, Alexander McQueen, Chanel, Yves Saint Laurent, Calvin Klein, Burberry, Versace, Dior y Dolce & Gabbana. Ha sido actriz de cine, sobre su vida se han escrito libros y ha estado en el lienzo de Lucian Freud, uno de los pintores ingleses más importantes del siglo XX.
En 1993, cuando tenía diecinueve años, pasó de inspiración a debate.
La versión británica de la revista Vogue publicó Underexposure, una serie de fotos de Corinne Day en las que Moss salía en ropa interior. Lo reproches fueron muchos: sexualización infantil, objetivación de la mujer, mal gusto. Meses más tarde, apareció desnuda en la campaña de Obsession, una de las fragancias de Calvin Klein. Esta vez el escándalo fue alrededor de su extrema delgadez y su posible anorexia. El rumor fue desmentido más tarde, pero ya todos habían escuchado el ruido. De cualquier forma, musa o controversia, Kate Moss está unida a la historia de la moda en una correspondencia indivisible que no permite contar la una sin la otra.
No cabía entre las bellas de 1980 y parecía cargar con todos los defectos posibles, pero aun así tenía una energía magnética, un poder hipnótico incontenible. La razón era una: Kate Moss era un vehículo de historias y ficciones, una actriz más que una modelo.
No es solo una modelo. Es la cara de una época, el símbolo de una generación. Un ícono de lo marginal. El fin del glamour, la elegancia y la belleza de perfectas proporciones en la década de los ochenta. La llegada de una estética nueva, de lo espontáneo y lo frágil. Una adolescente flacuchenta al lado de mujeres voluptuosas como Claudia Schiffer. Un renacuajo —como la apodaron algunos medios— al lado de sex symbols como Cindy Crawford. Es una vanguardia: el dirty realism o realismo sucio.
4.
—Mamá, por favor, regálame una cirugía plástica porque tengo una nariz horrible —rogaba María Jiménez Pacífico, modelo plus size internacional, cuando tenía siete años.
No es fácil ser gorda en un mundo de ilusiones flacas. No es fácil, dice, ser “la cerda”, “la chancha”, la que dibujan con nariz de marrano. No es fácil ser la que pasa recreos sola, ni la que se sienta en sillas con chicles pegados. No es fácil ser diferente y bella cuando las bellas van de uniforme. María tiene veintiséis años, nació en Cartagena y creció en Plato, departamento Magdalena. Nunca soñó con ser modelo y pasó su adolescencia entre las burlas de sus compañeras del colegio, “las bonitas y las flacas.
—Lo que más me dolía era su rechazo. Yo quería ser amiga de ellas, pero ellas no querían ser amigas mías porque yo era más pesada. Es que hay una estética violenta, si no eres delgada, eres fea y nadie quiere ser amiga tuya —dice María.
Cuando su mamá se casó por segunda vez, María tenía quince años y quería estudiar medicina forense. Vivía con las inseguridades propias de la adolescencia y con otras tantas que le habían hecho cargar sus compañeras. Pasaba horas frente al espejo intentando verse la nariz de cerdo y tardes en el sicólogo remendando su autoestima. El nuevo esposo de su madre es islandés, y juntos planeaban vivir en Islandia. A María le faltaba un año para terminar el colegio y había que decidir si viajaba de una vez o esperaba hasta graduarse. Fue fácil: “No, mamá, yo no quiero estar aquí. Vámonos ya”.
No es fácil ser gorda en un mundo de ilusiones flacas. No es fácil, dice, ser “la cerda”, “la chancha”, la que dibujan con nariz de marrano.
—Llegar a Islandia me cambió el chip. Nadie me criticaba y todos me aceptaban como era. Les gustaba a los otros niños y me gustaba a mí misma. Les gustaba y me gustaban porque era diferente —cuenta María.
Su carrera como modelo de tallas grandes comenzó cuando Arnold Björnsson, fotógrafo del concurso Miss Islandia, ofreció hacerle un catálogo para que llevara a la agencia Eskimo Models. María era de buen registro y siempre tenía algo que decir en sus fotos. La agencia la contrató y tres días más tarde se enfrentaba a su primer trabajo modelando para la versión islandesa de Zara, una de las marcas del grupo español Inditex.
María Jiménez Pacífico es la primera modelo plus size colombiana. Mide 1,75 metros de estatura y es talla 14 en marcas internacionales, 18 en el mercado nacional. Tiene ojos oscuros, labios gruesos y pelo castaño, el cual le llega a la cintura. Ha trabajado con firmas como Karen Miller, Dorothy Perkins, Lindex y Sigrún Lilja. Con la frase “un buen corazón es más importante que una talla cero” como filosofía de vida, ha convertido la lucha contra el matoneo en uno de sus motores más grandes. “A mí me mueve el bullying”, dice. En noviembre de 2015 fue elegida por la revista Elle de México como una de las ocho mujeres con curvas que inspiran al mundo. “Con curvas”, uno de los tantos eufemismos que se ha inventado la industria.
Dice con tristeza que Colombia es un país atrasado, que el movimiento de la diversidad de tamaños se tomó la moda y aquí nadie se enteró. En 2008, Whitney Thompson se convirtió en la primera curvy —otro eufemismo— en ganar America’s Next Top Model, un reality show para modelos, dirigido por Tyra Banks. En agosto de 2015, Ashley Nell Tipton hizo lo mismo con Project Runway, un reality para diseñadores y, meses más tarde, Ashley Graham, talla 14 internacional, fue portada de la revista Sports Illustrated —reconocida por mostrar solo cuerpos esculturales— en su edición especial de vestidos de baño. “El día que una colección de tallas grandes se monte en una pasarela como Colombiamoda, los diseñadores, por fin, habrán abierto la mente”, sostiene María.
Habla segura, casi soberbia. Con suficiencia, con vanidad. No siente ningún pudor al enumerar sus logros ni se desgasta en modestias postizas. No guarda rencores, ni alimenta malos recuerdos. “Yo voy con una energía que atropello”, dice.
Con curvas”, uno de los tantos eufemismos que se ha inventado la industria.
—¿Que si me gusta mi nariz? ¡Claro, niña! ¡Si yo tengo una nariz divina!
5.
El gran Julio César de Shakespeare vuelve victorioso de su batalla en Andalucía. En Roma, lo reciben eufóricos. Todos han dejado sus oficios y se han puesto sus mejores vestidos. Entre los vítores de la multitud se escucha la advertencia de una adivina: cuando llegue el 15 de marzo, César estará en peligro. Como si fuera poco, ha tenido un ataque de epilepsia mientras pasaba por la plaza y Calpurnia, su esposa, ha soñado que la estatua construida en su honor sangraba en las noches.
—Haz que me circunde gente obesa y peinada y que no vele. ¡Qué flaco! ¡Qué famélica apariencia es la de Casio! Por demás cavila, y tales hombres son muy peligrosos —le ordena Julio César a Antonio, su mano derecha.
Durante una buena parte de la historia de la humanidad , ser gordo fue sinónimo de riqueza y poder. La grasa de más significaba comida de más y, por lo tanto, dinero de más. Entre más pesados los aristócratas, más respetados, y entre más rollizas sus mujeres, más bellas. Con la llegada de la Revolución Industrial las cosas comenzaron a invertirse. Las máquinas reemplazaron a la agricultura y el sedentarismo, al trabajo físico. El sobrepeso dejó de ser exclusivo de quienes podían pagarlo y se volvió parte de la identidad obrera.
Durante una buena parte de la historia de la humanidad , ser gordo fue sinónimo de riqueza y poder
La ropa también cambió. La industrialización trajo la producción en masa y de su mano llegaron las tallas. Ya nadie cosía sobre medidas y dejó de haber tantos tamaños como personas. Las máquinas lo hacían todo y lo hacían por moldes. El saco nunca más fue estrecho, el hombre resultó muy gordo. Las mangas no volvieron a quedar cortas, los brazos ahora eran muy largos.
Ser gordo dejó de estar bien y todo pasó a ser cuestión de proporciones. Para 1960, Marylin Monroe resumía los ideales de belleza y veinte años más tarde lo hacían Claudia Schiffer, Naomi Campbell y Linda Evangelista. Reinaron las curvas y las figuras voluptuosas hasta que Kate Moss y su estética grunge impusieron los cuerpos ultradelgados. Se invirtieron los papeles y ahora ser flaco era ser bello.
Aunque este estereotipo de belleza sigue vigente, desde hace poco más de siete años, la idea de “mujeres reales con cuerpos reales” le da vueltas a la industria de la moda. En 2011, Gabrielle Gregg, una estadounidense talla 18 que escribe el blog Gabi Fresh, se hizo viral tras publicar una fotos suya en bikini a la que llamó fatkini. Para ese entonces, no era fácil encontrar bikinis en tallas grandes y mucho menos el valor de usarlos.
Las demás fashionistas y blogueras le hicieron eco y las mujeres con sobrepeso comenzaron a mostrarse sin pena. Las marcas de ropa ampliaron el rango de sus tallas en vestidos de baño y Gregg apareció en The Today Show, un programa matutino de la cadena NBC, abanderando una nueva causa. “Amo mi cuerpo. Creo que deberíamos rechazar esas reglas de la moda que pretenden decirnos qué usar y qué no usar. Todas las mujeres somos igual de hermosas”, dijo.
El fatkini dio inicio al movimiento por la diversidad de tamaños en la moda, pero también a una controversia. La línea entre la autoaceptación y la promoción de la obesidad comenzaba a hacerse borrosa y las casas de alta costura tomaron partido. Unas pocas, como Michael Kors y Marina Rinaldi, incluyeron tallas grandes entre sus diseños, pero la mayoría se negó a asociar plus sizes a su firma.
“No se trata solo de vender ropa, se trata de vender la fantasía de un estilo de vida”, explica el consultor Morty Singer. “Gucci o Prada venden lujo. Coach y Kate Spade, lujo accesible. Tory Burch, la elegancia de lo cool y lo chic. En la industria de la moda es común pensar que asociarse con cosas populares, como cuerpos con sobrepeso, rompe la fantasía y vuelve ordinarias a las marcas”, afirma Singer.
Según la Organización Mundial de la Salud, para 2014, el 39% de las personas adultas tenían sobrepeso y el 13% eran obesas. Desde 1980, la obesidad ha duplicado sus cifras en el mundo y se ha enfilado como una de las principales causas de mortalidad: enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor y algunos cánceres. “Este no es un debate sobre salud”, dijo Madeline Jones, modelo y editora de la revista PLUS Model para The New Yorker. “Las personas son talla grande por muchas razones, no siempre por problemas de salud. No sé qué tan efectivo sea como método para adelgazar hacer que se avergüencen de su cuerpo”.
En la industria de la moda es común pensar que asociarse con cosas populares, como cuerpos con sobrepeso, rompe la fantasía y vuelve ordinarias a las marcas”, afirma Singer.
Lo que sí es seguro es que una modelo plus size también hace dieta. No puede subir ni bajar de la talla con que fue contratada por su agencia y, como todas las demás, debe mantenerse sana. “Una cosa es ser plus size y otra cosa es ser obesa, dice María Jiménez Pacífico. “Los músculos deben estar tonificados, la piel debe verse saludable. Me gusta correr y jugar tenis, no me mato con la comida, pero nunca me vas a ver comiendo mantequilla, panes o harinas”.
Para Laura Agudelo, autora del blog La pesada de la moda, la industria no ha cambiado ni ha abierto nuevos espacios. “Lo único diferente es que internet nos ha hecho visibles a todos y hay un grupo de mujeres que, como yo, se sienten lindas gordas y se muestran por redes”, dice. La marca Marina Rinaldi existe desde 1980, y en el canal E! aparecen modelos plus size desde hace más de veinte años. Aunque existe un movimiento por la diversidad de tamaños en las pasarelas, en las vitrinas de los almacenes sigue sin pasar nada. “Si yo me derramo el café encima, me jodí. Así tenga la plata, no puedo ir a comprar otra blusa porque simplemente no hay. Ninguna marca vende mi talla”, explica Agudelo.
Lo único diferente es que internet nos ha hecho visibles a todos y hay un grupo de mujeres que, como yo, se sienten lindas gordas y se muestran por redes”
6.
En una primera mirada, Santiago Arenas resulta ser un “niño alto y flaco”. Mide 1,85 metros de estatura, pesa 68 kilos y tiene veintiséis años. No hay lugar a dudas es “un niño alto y flaco”. Pero también es un modelo profesional. Ha estado en pasarelas de Colombiamoda en Medellín y del Círculo de la Moda en Bogotá. Vende autógrafos en China y, en 2015, fue elegido Modelo Revelación por la revista Cromos.
—Lo que pasa es que yo me veo mejor en fotos que en persona —explica Andrés—. Soy consciente de eso y hasta mi familia me lo dice.
La historia del modelaje masculino es bastante corta. Mientras en el mundo entero las mujeres luchan por conseguir la equidad de género, las pasarelas han sido territorio femenino desde que se inventaron los desfiles en el siglo XIX. En ciento veinticuatro años, solo seis hombres han sido portada de la revista Vogue, y siempre acompañados de una mujer. Richard Gere junto a Cindy Crawford, Kanye West junto a Kim Kardashian. Supermodelos como Marcus Schenkenberg o Jason Lewis no sobrevivieron en la memoria colectiva de la misma forma en que lo hicieron Kate Moss o Naomi Campbell. Y, sin ir tan lejos, en la academia colombiana Stock Models solo 5% de sus estudiantes son hombres.
Sin embargo, los ideales de belleza también han cambiado. Hasta 1980, por la pasarela caminaban hombres musculosos, rudos y de facciones recias. Todos con una mano en el bolsillo y el ceño fruncido, al mejor estilo de los Marlboro Men de mediados del siglo pasado. En 1985, Tanel Bedrossiantz forzó los límites de la masculinidad con movimientos sutiles y ademanes femeninos; se impuso con un estilo andrógino y se convirtió en la inspiración del diseñador Jean-Paul Gaultier. “Entendí que si quería sobresalir, tenía que ser diferente”, dijo en una entrevista para la BBC. Los hombres de bellezas ambiguas estuvieron vigentes por más de veinte años hasta que Karl Lagerfeld declaró que era necesario renovar la industria. “Después de tantos chicos flacos y feos, necesitamos algo de belleza”, dijo. Así es como Baptiste Giabiconi, considerado la versión masculina de la supermodelo Gisele Bündchen, se convirtió en la cara de Chanel, de Fendi y de la belleza masculina. Bündchen y Giabiconi eran estereotipos perfectos con facciones perfectas. Eran Barbie y Ken.
—En Colombia todavía prefieren al rubio fornido y de ojos azules —explica Santiago Arenas—. En otros países, con mercados más internacionales y más desarrollados, a mí me ven distinto. Como un modelo de alta costura y de rasgos sofisticados.
Santiago llegó al modelaje mientras estudiaba Mercadeo en la universidad EAFIT de Medellín y buscaba algunos ingresos de más. El amigo de un amigo lo contactó con una productora de moda y lo llamaron para hacer un editorial. Resultó ser un buen modelo de catálogo, de poses convincentes y ágiles. Sus fotos llegaron a agencias internacionales y no tardó mucho en subirse a las pasarelas asiáticas que más facturan en el mundo. Pasó dos años en China y hace pocos meses regresó a Colombia con la idea de terminar su carrera. Aún le faltan dos semestres.
Los hombres de bellezas ambiguas estuvieron vigentes por más de veinte años hasta que Karl Lagerfeld declaró que era necesario renovar la industria.
—Yo no me considero de los más bonitos, pero es que en el modelaje no es solo la belleza. Está la actitud, la inteligencia del modelo, el equipo con el que trabaja, el manager, el booker, el vestuarista. Son muchas las características que hay que reunir —dice.
Último giro
—¡Cinco, seis, siete y ocho!
Frente, medio lado. Paso, paso, giro. Frente, paso, paso, medio lado. Giro, primero, el torso, por último, el cuello, sonrío y salgo con derecha.
Ha pasado un mes desde mi primera clase con Albert en Stock Models. Aprendí que a clase de maquillaje se llega sin maquillaje. Que caminar en puntas de pie es mucho más difícil que pararse sobre tacones de doce centímetros. Que los ideales de belleza que se proponen desde las pasarelas determinan los estereotipos aspiracionales de las mujeres. Que la palabra modelo significa “ejemplo”, y que de eso se trata todo.
Una palmada al aire me da la entrada y el beat electrónico de la música me marca el ritmo al caminar. “Frente, medio lado. Paso, paso, giro. Frente, paso, paso, medio lado. Giro, primero, el torso, por útlimo, el cuello y salgo con derecha”.
—Está bien —me dice Albert—. Pero los movimientos de la cadera siguen siendo bruscos y todavía no me dices nada. ¿Ensayaste? Tienes que practicar, te lo digo en serio. Hace mucho que en esto ser bonita no sirve de nada.
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