Un hombre de mediana estatura, más joven que yo, con una camisa a mi parecer demasiado oscura para el rigor del clima, me lanzó esa frase que, en otras circunstancias, sonaría ofensiva. Me preparaba para decirle que el paso del tiempo, que mil disculpas, que…. en fin…. cuando continuó:
—Yo fui su alumno en la materia de Títulos-Valores en la Universidad del Rosario. Pero también fui quien lo condujo al encuentro con Carlos Castaño que, a los pocos días, fue respondido por las FARC suspendiendo las conversaciones que adelantaban con el gobierno de Andrés Pastrana y que finalmente fracasaron.
Mientras lo saludaba con súbita efusividad que nos sorprendió a ambos, sobrevino del pasado un ramalazo, una especie de sucesión de flashes que se remontaban al año 2000. El jefe de las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) había secuestrado un grupo de congresistas. Me desempeñaba a la sazón como ministro del Interior. So pena de muerte de los rehenes, Castaño, reconocido paramilitar, autor de varios crímenes horrendos, exigió mi presencia en mi condición oficial como única salida para liberar a los congresistas. Advirtió que si no se daba este encuentro, serían ejecutados. Ante la apremiante situación, en el gobierno aceptamos mi viaje bajo ciertas condiciones cuidadosamente preparadas, dadas sus posibles repercusiones. Y fue en el aeropuerto de Santa Rosa, al sur del Departamento de Bolívar, donde al descender de la aeronave, vi la camioneta aguamarina que nos esperaba. Su conductor, un joven que ahora, para mi sorpresa, era mi contertulio en los pasillos que despedían una deliciosa fragancia a libro nuevo, luego de un saludo anodino, nos indicó a lo miembros de la comitiva que abordáramos el campero Toyota blindado, cuyo destino era el campamento de la poderosa organización paramilitar, algo que solo entendimos por sus gestos, dando comienzo así al capítulo final de esta saga.
Pero el pasado es un puercoespín lleno de agujetas que chuzan cuando uno menos lo piensa. Habrían transcurrido apenas dos o tres semanas de la inesperada aparición en La Feria del libro de Montería, cuando me llegó una comunicación de la Corte Suprema de Justicia en la cual me invitaba a entregar mi versión para alimentar una investigación sobre algún congresista.
Entonces, para darle gusto al pasado, vamos al principio de los acontecimientos, a fin de revivir una narración de la entrevista que sostuve con Carlos Castaño en mi condición de ministro del Interior del Gobierno de Andrés Pastrana el día 6 de noviembre de 2000, con el propósito humanitario de lograr la liberación de varios congresistas secuestrados.
El secuestro
Por boca de mi asistente, por allá a finales del año 2000, me enteré del secuestro de la congresista Zulema Jattin. Al parecer, de regreso de una gira política fue interceptada por alguien que viajaba en otro vehículo quien le indicó que Carlos Castaño requería su presencia. Así mismo, también se supo del secuestro del senador Juan Manuel López Cabrales.
Dada la gravedad de los hechos se decidió que el comisionado de paz, Camilo Gómez, y yo, viajáramos a Montería, capital del departamento de Córdoba, a entrevistarnos con el gobernador, con Edmundo López Gómez, tío de Juan Manuel, y con Francisco Jattin, padre de Zulema.
La reunión, a la que asistieron miembros de la policía, del ahora extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y de las Fuerzas Militares, se celebró en un restaurante de la ciudad en un tono bastante cordial. Flotaba en el ambiente la idea de que habría una rápida liberación, para enviar probablemente un mensaje al gobierno por medio de los secuestrados.
No obstante, poco después comenzó a sentirse que el secuestro iba en serio y que la situación de los rehenes era de alto riesgo.
A este convencimiento contribuyó el testimonio del procurador general, Jaime Bernal Cuéllar, así como el del defensor del pueblo, Eduardo Cifuentes, con quienes se puso en contacto Carlos Castaño a través de la defensora del pueblo en esa región. Como producto de dicho contacto, ambos aceptaron viajar a encontrarse directamente con Castaño a fin de interceder por los rehenes.
Pronto se supo que la lista de secuestrados era más amplia. Antonio Guerra, Miguel Pinedo Vidal y otros.
Castaño exige la presencia del ministro
La decisión de Castaño de exigir mi presencia como ministro del Interior, como condición para la liberación de los congresistas, les fue comunicada en tal encuentro. La posición de Castaño era que si el encuentro no se daba, no habría liberación y la vida de los rehenes correría peligro. Particularmente el entonces defensor del pueblo, un aprestigiado jurista quien posteriormente ha sido miembro de la Corte Constitucional y de la Jurisdicción Especial de Paz, fue enfático en conversación telefónica conmigo sobre la imperiosa necesidad de que dicho viaje se realizara.
Fuerte reacción en el Congreso
Por su parte, en el Congreso la situación adquirió niveles insospechados de tensión. Los congresistas sentían que su libertad y sus vidas corrían peligro, pedían medidas de seguridad y exigían del Gobierno que agotara todo tipo de providencias para obtener la libertad inmediata de sus colegas.
El Gobierno discutió la situación al más alto nivel y encontró que cualquiera fuese la actitud que adoptara sería objeto de críticas. Si sobrevenía la tragedia anunciada, la responsabilidad que de allí se derivara sería monumental. Y si viajábamos, no faltaría quien reprochara esa decisión. Pero puesto en la necesidad de escoger entre dos males, era preferible acceder al encuentro con tal de salvar a los congresistas. Se hizo saber, no obstante, una matización. La posible entrevista conmigo tendría dos características: sería un acto humanitario para lograr la liberación y no implicaría un principio de reconocimiento político a las Autodefensas Unidas de Colombia.
La comitiva
Hacia las siete de la noche del día 5 de noviembre del año 2000, se tomó la decisión de asistir2, para lo cual se buscaría de inmediato la compañía de un representante de la Iglesia Católica y otro del cuerpo diplomático. El propio presidente de la República habló con el cardenal Rubiano quien accedió a recibir una llamada mía para discutir el asunto. Aunque al principio pareció que el propio cardenal estaba dispuesto a viajar, luego en conversación telefónica conmigo sostenida hacia las 7 y 30 minutos de la noche, me remitió a monseñor Sabogal quien, finalmente, aceptó. En cuanto al cuerpo diplomático, el presidente entró en contacto con el embajador de España, Yago Pico de Coaña, quien solicitó un breve tiempo para realizar consultas con su gobierno. Como consecuencia de ellas, y previa garantía explícita de mi parte en el sentido de que la reunión no encarnaba un principio de reconocimiento de las AUC, también aceptó. Pasé al teléfono y le comuniqué los detalles logísticos, los cuales habían sido convenidos por Castaño con la defensora del pueblo de Montería, Milena Andrade, quien había sido autorizada por su superior Eduardo Cifuentes al efecto. La idea era salir en un avión de los que usa la Consejería de Paz a la madrugada del día siguiente, partiendo del muelle privado de la empresa Riosur en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, para aterrizar en el aeropuerto de Santa Rosa, sur del departamento de Bolívar. El embajador me informó que iría acompañado de La ministra de la Embajada Julia Alicia Olmo.
El viaje
Al otro día, como estaba previsto, nos encontramos todos en el terminal privado. Al momento de ingresar, sentí un voz detrás de mí que decía:
—¡Ministro!
Cuál no sería mi sorpresa al volverme en redondo y encontrar a Antonio José Caballero, conocido periodista de Radio Cadena Nacional. Toda la operación se había planificado en secreto y me parecía inverosímil que se hubiese filtrado. No obstante, me volvió el alma al cuerpo cuando Caballero agregó:
—Ministro, ¿usted también viaja al Caguán? Se refería a la zona de distensión para las conversaciones con las FARC, ubicada en el otro extremo del país.
En efecto, estaba en marcha una visita del defensor del pueblo a San Vicente del Caguán y era esa, y no otra, la razón de la presencia de periodistas en el sitio. Yo eludí una respuesta concreta, pero más tarde Caballero volvió a hablar conmigo y me dijo que según el piloto de nuestro avión, aunque no había aún plan de vuelo, en todo caso él sabía que no se dirigía al Caguán. Yo salí del paso de cualquier manera, pero el periodista, reconocido por su sagacidad, ya había detectado el olor de la noticia, lo que vendría a complicar las cosas después.
Estando ya en vuelo, el piloto se dirigió a mí y me dijo que estaban haciendo unos trabajos en la pista del aeropuerto lo que imposibilitaba el aterrizaje. O mejor, aún podría ser posible aterrizar, me dijo, pero en ningún caso decolar. En vista de esa situación imprevista, di la orden de aterrizar en la ciudad de Barrancabermeja en el aledaño departamento de Santander, con el objeto de alquilar allí un helicóptero.
La avioneta aterrizó y se dirigió a un cobertizo discreto un tanto alejado del terminal para mantener el sigilo de la operación. Pero nuevamente tendría una sorpresa desagradable cuando vi la lente de una cámara de televisión por un pequeño tragaluz en lo alto del cobertizo. Lo que había ocurrido es que Caballero, finalmente desenredó él mismo al acertijo, y emitió un boletín de noticias anunciando nuestro viaje. Supe después que por televisión habían pasado un video de la comitiva en el cual aparecía yo hablando por teléfono celular, sin que en ese momento yo me hubiera percatado de ello.
Tan pronto el hecho fue público, Castaño temió una celada y por intermedio de la defensora Milene Andrade me comunicó que la reunión sería cancelada con consecuencias imprevisibles. Yo le expliqué, siempre por conducto de ella, que todo se debía a una circunstancia fortuita y que mi presencia en Barrancabermeja no tenía como propósito recoger efectivos del ejército, como lo había supuesto, sino que se originaba en el problema de la pista de aterrizaje. Castaño dijo que haría verificar este punto y que se pondría de nuevo en contacto. Poco después la cuestión se aclaró y llegamos en helicóptero unos 40 minutos después de salir de Barrancabermeja.
Pocos momentos después de descender de la aeronave, apareció una camioneta Toyota conducida por un joven evidentemente oriundo de la costa atlántica, que saludó con toda naturalidad y sin mediar palabra o explicación alguna, nos invitó a abordar el vehículo. Durante el camino conversamos de banalidades, sin mencionar a Castaño, ni el propósito del viaje, ni el lugar hacia el cual nos dirigíamos. Unos momentos después, me habló de mis cátedras en el Colegio del Rosario, hizo mención de un libro que yo había publicado sobre títulos valores y señaló que él también era abogado. Continuamos la ruta por una carretera destapada que bordea el río Inanea —según me informó nuestro guía— y algo así como una hora después llegamos a un puente adornado en sus barandas con banderas blancas y banderas de Colombia. Al trasponer el puente había una valla enorme que decía “Todos somos autodefensas”. A partir de este punto ingresamos por un verdadero camino de ínfima condición, aun cuando el paraje no era propiamente selvático, ya que se observaban fincas ganaderas, aunque un tanto abandonadas. Cada trecho veía miembros de las AUC (a juzgar por sus brazaletes) uniformados con camuflados impecables, portando lustrosas armas largas, apostados en los más diversos sitios. Algunos en la copa de los árboles. Se trataba de un verdadero copamiento militar de la zona. Por este camino precario anduvimos aproximadamente una hora más y al encontrar un pequeño riachuelo pregunté al conductor por su nombre. Por primera vez dejó a su lado el aire de naturalidad que había ostentado y me dijo:
—De aquí en adelante es mejor que no pregunte mucho, ministro.
El encuentro
Por fin, al lado del camino precario, encontramos un cobertizo en el que había apostados unos cien hombres con armas largas y, al lado, en un tenderete improvisado, se encontraban Castaño, un comandante que luego supe se llamaba Julián y era el jefe de las autodefensas del sur de Bolívar, dos o tres comandantes más, todos ellos de camuflado portando pistolas de nueve milímetros y, a su lado, los senadores Miguel Pinedo y Juan Manuel López Cabrales.
Castaño se adelantó unos pasos y nos saludó con gran compostura. Juan Manuel saludó amablemente pero sin dejar traslucir mayor emoción. Miguel Pinedo me abrazó conmovido y me dijo: “Gracias por venir. Mi ánimo está alterado no por miedo, ni por la aflicción que produce estar privado de la libertad, sino por rabia. Cuando hicieron contacto conmigo me dijeron que era pare recibir a los secuestrados y todo resultó ser un engaño”. La cadencia de su voz se rompió varias veces. Los comandantes mostraron cierta frialdad.
Tomé inicialmente la palabra para puntualizar dos cosas:
—Esta reunión, como lo aceptó el señor Castaño con la defensora del pueblo, tiene un carácter exclusivamente humanitario, dirigido a obtener la libertad de todos los congresistas secuestrados. En segundo lugar, quiero confirmar que el señor Castaño, además de comprenderlo así, también es consciente de que de ella no se deriva ningún principio de reconocimiento político.
Castaño aceptó ambas aseveraciones sin dubitación alguna. “Lo que quiero, señor ministro, es que la comitiva aquí presente escuche mis planteamientos. Sé que usted no va a hablar, solo pido que me oigan”.
Las palabras de Castaño
Comenzó un torrente de palabras suyas, pronunciadas en tono vehemente, enfático y con la elocuencia propia de los oriundos del país paisa:
“Tengo serias críticas al proceso de paz del Gobierno. En él solo ha habido lugar para las concesiones. Mire por ejemplo el caso del batallón Cazadores donde el Gobierno cedió3. Luego vino el retiro de la Fiscalía de la zona desmilitarizada. El aumento de la producción de coca en ese lugar es otro ejemplo. En lo que resta del gobierno no habrá paz. Es preciso reaccionar ahora para cambiar el rumbo de las cosas.
“Estoy decepcionado del presidente. Es claro que la zona de distensión debió dejarse para el final de una negociación. Las FARC van a oficializar su ejército y el fraccionamiento del país será inevitable. Estoy dispuesto a aceptar el reconocimiento de la influencia territorial de las FARC, incluso a nivel de departamentos, pero siempre que haya centralización, que el país mantenga su unidad, y que haya un solo ejército.
“El secuestro está ligado a las discusiones sobre la ley de canje4. Me opongo al canje. No solo a la idea de cambiar un guerrillero por un soldado. Tampoco basta que las FARC agreguen una lista de civiles dentro del grupo de los liberados. El canje no puede hacerse ahora. Debe ser también parte de una solución al final de las negociaciones. Nosotros igualmente tenemos presos y no estamos pidiendo el canje. Que los 680 combatientes míos y los 370 de las FARC se queden hasta el final. Es más, si hay canje con las FARC, yo no pido lo mismo. Los míos seguirán presos. Pero sí pido una cárcel especial, segura, en la cual puedan estar juntos.
“Las autodefensas somos una sublevación antisubversiva. No somos paramilitares y tampoco somos paraestatales. Estamos con el Estado pero lo hacemos por la vía de la subversión. Lo que ocurre es que el régimen penal está desbalanceado. La rebelión es casi un delito leve. Como no existe el delito de antisubversión, entonces a nosotros nos persiguen con una legislación que se dictó contra la mafia. Las autodefensas empezaron como mafia, ahora no. Primero fue la práctica que la teoría.
“En cuanto a la propuesta de zona de distensión para el ELN, ella es innecesaria. En el sur de Bolívar las autodefensas tienen el 70 u 80%. El ELN solo puede hacer terrorismo. Entonces, ¿para qué la zona de despeje? Pero en todo caso la zona depende de la comunidad. Traté de frenar las movilizaciones del movimiento “No al Despeje”5 pero los dirigentes y la gente no dejaron. Asocipaz6 representa a la comunidad. Se hará lo que la comunidad quiera. Ahora bien, tampoco es que la comunidad quiera a las AUC por sí mismas. Lo que pasa es que la comunidad le debía $3.800 millones del producto de la coca al ELN y las AUC condonaron esa deuda. En todo caso, vale la pena considerar que todo el ELN se agrupe en un solo sitio.
“Todo el conflicto es coca. Hay que acabar con los cultivos ilícitos. Yo le digo sí al Plan Colombia7. La coca acabó con el campo. La coca está en tierra mala al lado de tierra buena pero abandonada. No estoy con la sustitución sino con la erradicación de cultivos.
“En cuanto a los derechos humanos, quiero señalar que ellos son interindividuales. Hay que aplicarlos en el contexto del conflicto y por parte de todos. Estoy de acuerdo con la aplicación del derecho internacional humanitario, pero de manera simétrica. Por ejemplo, las matanzas de civiles que se nos atribuyen. La verdad es que casi todos son milicianos. Yo me equivoco muy poco porque hago tarea previa de inteligencia. Pero claro que en la guerra siempre es posible cometer errores. Si la guerrilla usa uniforme tanto en el combate como en las labores de inteligencia, combatientes y milicianos por igual, yo no haría matanzas.
“Esta es una guerra irregular y solo se puede ganar irregularmente. El Ejército es siempre débil para una guerra de esta naturaleza. Ni la guerrilla ni nosotros le tenemos temor al ejército. Pero es muy grave que el Ejército y el Gobierno aparezcan disociados. Lo ocurrido en el rescate de los secuestrados del ELN en Farallones, en el Valle, donde el Ejército y el Gobierno aparecieron distanciados, es realmente muy grave.
“La sociedad, el Gobierno, todos los que estamos contra la subversión, compartimos las mismas ideas. El problema es de método. Yo acudo a los únicos métodos eficaces para salvar la sociedad”
El caso de los cooperantes españoles. El valor casi temerario del embajador Pico.
Estaba ya a punto de terminar la exposición de Castaño. Supongo que como un gesto de cortesía, dijo:
“De paso, señor embajador, permítame que le exprese mis condolencias por el desafortunado accidente en el río Atrato que ocasionó la muerte del cooperante español Íñigo Eguiluz y del sacerdote colombiano Jorge Luis Mazo en la embarcación de las AUC”.
Cuál no sería mi sorpresa, cuando el embajador repuso:
“Ese no fue un accidente. Fue un asesinato”.
Castaño, en vez de reaccionar airadamente como yo temía, le dijo con toda calma:
“Pues esa es la versión que tengo de mis hombres. Voy a revisar el asunto”
Cuando creí que la difícil situación estaba superada, el embajador insistió:
“Usted no sabe señor Castaño, le dijo, que usted produce terror en la gente. Esos testimonios no son confiables. Son producto del miedo”.
Castaño nuevamente impertérrito insistió en que haría investigar el asunto de nuevo.
“No señor, porfió el embajador. Usted no tiene que investigar nada. Soy un defensor del Estado de derecho. Lo que usted debe hacer es entregar los autores a la justicia colombiana. Nuestro único compromiso es con la legitimidad”.
En ese momento, la tensión era extrema, hasta el punto de que temí un desenlace lamentable. Imaginé nuestros cadáveres al lado del tenderete. Pero me sorprendió que Castaño circunnavegara la difícil confrontación y continuara adelante.
Castaño se contuvo, cambió de tema y nos invitó a almorzar. Muchos en Colombia opinaban que Castaño, en el terreno político, era solamente un loro locuaz entrenado para repetir un discurso ajeno. Durante este encuentro me pareció que era algo más que eso. Y en este incidente mostró flexibilidad y manejo.
Terminado el almuerzo, unas presas de pollo asado y papas cocidas, sentí la necesidad de ir al baño. Miré alrededor y detecté al lado del campamento un pequeño tenderete cubierto con acrílico verde, el que se usa en el ramo de la construcción. Para bajar la tensión, intenté una dosis de humor: “Voy acá al lado, a la zona de distensión”8. Mi gracejo fue recibido con una frialdad acojonante.
La liberación
Después de terminar el almuerzo y lavarnos las manos con agua que nos servían sus lugartenientes, Castaño, dirigiéndose a mí dijo:
“Los dos senadores aquí presentes, señor ministro, pueden viajar con usted de inmediato. Mañana, entre las doce del día y la una de la tarde, en el parque principal de Tierralta se hará entrega de Zulema, Salgado, Guerra, dos representantes a la Cámara y un civil. En Medellín, hacia las tres de la tarde, se liberarán otros. Por último, uno de los conductores ya fue entregado ayer”.
El regreso
Al llegar de nuevo al aeropuerto, todavía tendríamos que salvar un obstáculo más. En efecto, no se había previsto que en el helicóptero no cabíamos todos, comisionados y congresistas. Indagué si era posible hacer dos viajes a Barrancabermeja y el piloto repuso que, dado lo avanzado de la hora (las cuatro de la tarde pasadas) era imposible ir y regresar con tiempo de volver a la ciudad todavía bajo la luz del día.
Todo indicaba que algunos debíamos pernoctar allí, perspectiva nada halagüeña. Comprendí que, en ese caso, los secuestrados deberían tener la prioridad y que yo debería ser el último en salir.
Pero en ese momento, en forma providencial, sentimos que aterrizaba una pequeña avioneta que, dado su tamaño, podía utilizar la pista. El piloto contó que venía a recoger una persona enferma para llevarla a Barrancabermeja. Después de esperar un rato y constatar que nadie más había hecho presencia en el aeropuerto, le expliqué de lo que se trataba y le pedí que llevara parte de la comisión a Barranca donde nos esperaba el otro avión. Naturalmente exigió el pago respectivo, pero yo le dije que en ese momento era imposible, pero que la Consejería de Paz o el Ministerio del Interior podrían girar el valor al día siguiente. Me hizo firmar una especie de pagaré en un papel raído y arrancamos en la nave y el helicóptero. La verdad es que nunca más volví a saber de él. Ni del “título valor”, mi especialidad como abogado y profesor en otra etapa de mi vida.
En Barrancabermeja, por petición de los senadores, tomamos la decisión de llevarlos a encontrar sus familias, solicitud apenas lógica. Volamos primero a Montería y allí dejamos a Juan Manuel López y, luego, a Santa Marta para trasladar a Miguel Pinedo.
Ripostan las Farc
El 12 de Noviembre de 2000, las Farc en comunicado público dijeron lo siguiente:
“El grotesco autosecuestro de los 7 parlamentarios y la entrevista del señor ministro De la Calle con las bandas genocidas paramilitares, es la fase final de una conspiración contra la Mesa de Diálogo y el proceso de paz”.
Hablaron enseguida de una serie de hechos que, a su juicio, implican que gobierno, gremios, procurador, defensor, fiscal y Congreso le estaban haciendo el juego al paramilitarismo, para rematar así:
“…consideramos que hasta tanto el señor Presidente y su Gobierno no le aclaren al país y al mundo su posición oficial frente al terrorismo paramilitar y desarrollen políticas para liquidarlo, los actuales diálogos deben ser congelados”.
Es claro que las Farc no entendieron el sentido de la misión que el gobierno se vio obligado a cumplir. O, si lo entendieron, usaron esa circunstancia fortuita y no buscada, para presionar mejores condiciones de diálogo.
En cuanto a mi viaje, antes de salir, el presidente Pastrana sólo me había dado una instrucción. “Dígale a Castaño que le dé una oportunidad a la paz”. Cumplí el mandato presidencial pero el mensaje no fue cabalmente interiorizado por Castaño, como lo demostraron los hechos posteriores. La guerra continuó su marcha trágica.
No se puede negar que, pese a su ferocidad, algunos sectores de la sociedad comparten en lo profundo de su cerebro algunas de las razones de Castaño. Pienso que luego de los acontecimientos narrados, la división de la sociedad se ha acentuado. Esos sectores han aumentado su expresión política. La noción de paz, como el amor a la madre, nadie la repudia conscientemente. Pero para muchos, todavía y con mayor vigor, paz equivale a capitulación del enemigo. El diálogo lo conciben como un simple instrumento artificial dictado desde la unilateralidad. No pocos desearon que las conversaciones con las FARC en La Habana, no propiciaran la sanación sino más bien la derrota que no se logró en el campo de batalla. Una paz cuya real naturaleza, para ellos, era realmente una emboscada.
1 Humberto de la Calle, ministro del Interior encargado del rescate de los secuestrados. Recoge lo que él mismo publicó en aquella época (Revista Semana).
2 Fui autorizado mediante Resolución del Presidente de la República número 79 de 7 de noviembre de 2000, al amparo de la ley 418 de 1997, prorrogado por la ley 548 de 1999.
3 Se refería a un batallón del ejército que se trasladó de la zona del Caguán para lograr su desmilitarización, condición para adelantar las conversaciones.
4 Se había planteado un canje de secuestrados por las FARC a cambio de guerrilleros presos.
5 Movilizaciones campesinas aupadas por las autodefensas para impedir que cristalizara la idea del gobierno de una segunda zona desmilitarizada para negociar con el ELN.
6 ONG ad hoc para agrupar a los campesinos que estaban contra el despeje al sur de Bolívar.
7El Plan Colombia fue un instrumento de cooperación entre Colombia y Estados Unidos para frenar las organizaciones narcotraficantes.
8 Así también se le denominaba a la zona desmilitarizada del Caguán.