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Menopausia y andropausia: un sutil hostigamiento

Pocas son las personas que se informan sobre la menopausia y la andropausia. Pero están ahí, y llegan furtivamente, con variados disfraces. Conocerlas puede explicar (y evitar) cambios desconcertantes en las relaciones que se daban por estables
Por Relatto
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Con esa despedida en el Aeropuerto -entre Ana y Marcos con su hijo- arranca El amor menos pensado, la comedia argentina estrenada en 2018 -exitosísima y popular- que protagonizan Mercedes Morán y Ricardo Darín. Esa escena inaugural parece imprimir de manera unívoca la razón que elige este relato para explicar el fin de la relación: “el síndrome del nido vacío”, esa emoción fácil de comprender; fácil incluso de provocar empatía en las parejas sin hijos.

Es esa partida la que justifica el cambio de atmósfera en el interior de la casa, cierto extrañamiento entre Ana y Marcos que crece alimentado por desencuentros banales, pequeños gestos de desentendimiento, nada importante ocurre, ninguna pelea decisiva, sólo que ya no parecen desear lo mismo al mismo tiempo, ni tenerse la paciencia de antes, ni darse cuenta -ninguno de los dos- que se encaminan al abismo, a la pregunta que desata la tempestad: “Vos, ¿estás enamorado/a de mí?” Las certezas se derrumban y cada cual emprende su camino.

Las estadísticas de los últimos años sobre divorcios en Argentina -igual que ocurre, por ejemplo, en España- muestran que la tasa de crecimiento más alta se da en parejas de entre 50 y 65 años; además, que son las mujeres quienes en la mayoría de los casos llevan la iniciativa. Cuando se les pregunta a los especialistas, los motivos exceden largamente “el síndrome del nido vacío” que en el film hace estallar la relación de Ana y Marcos.

menopausia andropausia

Dos “estados” que se presentan en la mediana edad y que, sin tener el estatus de enfermedad, son capaces de hundir a mujeres y hombres en un pozo de incomprensión y arrasar con el amor.

Médicos, psicólogos y sexólogos se enfocan en dos palabras: menopausia y andropausia. Dos “estados” que se presentan en la mediana edad y que, sin tener el estatus de enfermedad, son capaces de hundir a mujeres y hombres en un pozo de incomprensión y arrasar con el amor. Cambia el funcionamiento y forma de los cuerpos, cambia el carácter y las emociones. Los síntomas parecen inaceptables, difíciles de exhibir en un tiempo donde el paso de los años provoca pavor y rechazo. Entonces, “de eso” mejor no hablar. Tema tabú. Que se evade, minimiza y disimula. Se habla poco y mal, de manera imprecisa e insuficiente. Así, en pleno siglo XXI, en lugar de adultos alertas e informados, lo que abundan son personas confundidas que -por ignorancia, vergüenza o soberbia- llegan a los consultorios desorientadas frente a los cambios que cada uno atraviesa, generalmente a solas, sin hablar con sus parejas de lo que les pasa.

Si se sabe más acerca de la menopausia -que de la andropausia- es porque existe un hecho biológico puntual: alrededor de los 53 años la mujer deja de menstruar con regularidad, ingresa en el período de perimenopausia, hasta que doce meses después del último sangrado se da por concluida su etapa reproductiva y se produce la declaración oficial y definitiva de la menopausia. Lo que sigue es un laberinto de desequilibrios hormonales, un viaje desagradable hacia un lugar impreciso. Ocurre que el sistema neuro-endocrino y genito-urinario (el eje que conecta el cerebro con el aparato genital) que funcionan retroalimentándose, enviando señales desde y hacia el cerebro para regular los niveles hormonales en su punto justo, se encuentran de pronto con bajísimos niveles de estrógenos y progesterona (dos hormonas que se producen en el ovario durante la menstruación) y con un nivel más alto de andrógenos, una hormona masculina que también producen las mujeres y que -al bajar los niveles de las otras dos- adquiere un mayor peso relativo.

Las estadísticas de los últimos años sobre divorcios en Argentina -igual que ocurre, por ejemplo, en España- muestran que la tasa de crecimiento más alta se da en parejas de entre 50 y 65 años; además, que son las mujeres quienes en la mayoría de los casos llevan la iniciativa.

Los síntomas son múltiples. Puede sentirse sólo uno, varios o todos a la vez. Cada organismo reacciona, además, con diferentes niveles de intensidad. Uno sólo ya es incómodo, pero padecer varios en simultáneo puede ser una pesadilla. Como los estrógenos se ocupan de proteger el tejido ovárico y facilitar la lubricación, su disminución produce sequedad vaginal pudiendo provocar dolor e incluso sangrado durante las relaciones sexuales. Controlan el metabolismo del colesterol, por eso aumenta el nivel de los triglicéridos en la sangre y es difícil sostener un peso equilibrado. Al tener un rol central en el mantenimiento de la masa ósea, surge el riesgo de sufrir osteoporosis. A nivel del cerebro regulan la temperatura del cuerpo, por eso los sofocos y sudoraciones nocturnas. Su disminución influye en la pérdida de memoria y como son protectores del sistema nervioso (neuroesteroides) su déficit detona alteraciones en el estado de ánimo que tiende a volverse irritable y crispado. Además aceleran la caída del cabello y la sequedad de la piel. En cuanto a la progesterona, sus niveles bajos potencian la sequedad vaginal, y como es la hormona que regula la contracción de los esfínteres puede haber algún grado de incontinencia urinaria. De los andrógenos se puede decir que el mayor peso relativo de hormonas masculinas -que se mencionó antes- produce un cambio en el aspecto de las mujeres: se modifica la distribución de la masa corporal con una acumulación que comienza a situarse en el abdomen en lugar de las caderas; en vez de pera, el contorno del cuerpo se vuelve parecido a la forma de una manzana; se endurecen los rasgos faciales, aumenta el crecimiento del vello y también las manifestaciones de un carácter más agresivo. Hay una última hormona cuyo brusco descenso impone sus propios síntomas, la DHEA (una precursora de la testosterona), que es fundamental en el control de las emociones influye en la disminución de la libido y una mayor sensación de vulnerabilidad e incapacidad para manejar situaciones de estrés.

De pronto, aquello que el hombre sabe: que hay un límite y es la muerte, empieza a sentirse en el cuerpo.

En los hombres todo parece menos intempestivo. No hay un detonante. No hay un equivalente al final de la menstruación ni se declara el final de su etapa fértil. No hay una señal que diga: aquí empieza. Y sin embargo, tan potente puede ser el estrago de lo que ahora ha comenzado a llamarse “climaterio viril” que los psicoanalistas denominan a la depresión en la que suelen caer los varones como el “asesino silencioso de los hombres”. Si bien en los varones es sólo una hormona la que empieza a reducirse -la testosterona-, los síntomas son muy similares a los de la mujer en la menopausia. Sofocos y sudoraciones nocturnas, alteraciones en el sueño -duermen mucho o no duermen nada-, alteraciones en la alimentación -comen mucho o no comen nada-, aumenta el tamaño de los pechos y el abdomen, pierden musculatura y ganan grasa, sube el riesgo de osteoporosis y quebraduras, sienten dolor en las articulaciones, tienen repentinos cambios en el estado de ánimo, también se vuelven irritables y crispados, padecen altísimos grados de estrés y manifiestan un gran cansancio físico. Hay una disminución de la duración y frecuencia de las erecciones, pérdida de la libido y una reducción progresiva de los niveles de excitación. Si el nivel de testosterona cae demasiado pierden el deseo sexual y el estado de ánimo se derrumba. Según los médicos, estos síntomas se pueden convertir en un problema grave de pareja si ninguno de los dos sabe leerlos a tiempo. Es un período de la vida del que se habla poco. De pronto, aquello que el hombre sabe: que hay un límite y es la muerte, empieza a sentirse en el cuerpo. Hay evidencias concretas: la falta de deseo, los dolores, la finitud comienza a dejar unas huellas anticipadas, todo se vuelve angustia y alarma en las horas de madrugada e insomnio. Esa es, según los especialistas, una emoción que caracteriza la andropausia.

Nada de todo esto les pasa a Ana y Marcos. Se separan. Y ahí están, estupendos, ágiles, fogosos, bonitos. Ana se enciende y jamás necesita un lubricante vaginal, no siente sofocos, tiene la piel intacta, el cuerpo espigado, un carácter estable, el humor lleno de elegante ironía. Marcos se enciende y no tiene jamás problemas de erección, escala una escalera mecánica en el subte llevando sobre sus espaldas a una nueva novia de poco más de veinte y rockera, no le duelen las rodillas, no teme una fractura, no se siente cansado, sonríe todo el tiempo sin un pelo de crispación.

Quién no querría ser como Ana y Marcos. Irresistiblemente irreales.

Claro que ni esta película ni ninguna otra tienen por qué hacerse cargo de la desinformación que rodea a los temas incómodos. Tal vez, hubiese sido lindo ver a Mercedes Morán sacando de su cartera un profiláctico junto a un gel íntimo para no correr riesgos y asegurarse la humedad justa y regias oleadas de calor. O a Ricardo Darín tratando de dominar su narcisismo ante una erección fallida. Hay quien tiene la fortuna de toparse con información a tiempo, de ocuparse de los cambios y aceptarlos. La mayoría, sin embargo, parece llegar a la menopausia y la andropausia sin la claridad suficiente para entender y transitar una transformación inevitable.

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