Fue la última vez que alguien lo vio con vida.
Mientras Marito comía de su plato, Gladys se acercó a darle un beso. Con el tiempo, ella resignificó aquel acto de cariño hacia su hijo como una despedida insospechada.
***
A las siete de la tarde, Gladys salió de la casa de la abuela paterna de su hijo para volver a la suya. El sol bajaba en el horizonte, ya derramaba tonos dorados sobre los árboles. La tarde se hacía noche y frío, y Marito no volvía. La abuela reclamó por él: “Gladys, fijate en la criatura. Es tarde, ¿cómo no vas a saber dónde está? Andá, buscálo”.
Con las últimas luces del día, Gladys le pidió al tío de Marito que la llevara en moto hasta la represa. Cuando llegaron, gritó el nombre de su hijo sobre la vera de la ruta. No alcanzaba a ver más allá de la banquina. Fueron a otro desagüe, sin resultados.
Volvieron a la casa y esperó a Jorge, su pareja y le pidió a él que la llevara de nuevo para buscar a su hijo. En la represa, las dudas se tornaron incisivas. Lo único que tenían hasta ese momento era la bicicleta y la caña de pescar de Marito, que encontraron tiradas a la orilla de la laguna.
Gladys gritó desconsolada.
Volvió y sin que la vieran se metió en la cocina para buscar un cuchillo. “Si esta noche no aparece mi hijo, me mato” se dijo. En la oscuridad tomó el cuchillo para cortarse. Jorge la frenó a tiempo. Con la garganta atravesada por el dolor, el vacío de la incertidumbre la desbordaba mientras contemplaba los objetos que habían pertenecido a Marito, grises, rotos, tirados sobre la tierra. Una certeza se hizo lugar, y volvió a gritar desconsolada: “¿¡Quién es el hijo de puta que mató a mi hijo!?”.
Jorge convenció a Gladys para llamar a la policía. Un pariente de la familia Salto —comisario jubilado— pidió información a la Departamental. El oficial que atendió la llamada respondió con tono sombrío del otro lado: “Jefe…lo sentimos mucho. Encontramos a su sobrino flotando en la represa.”
***
Mario Salto —el padre— viajó más de 800 kilómetros en buses. No durmió; el cuerpo le pesaba y la última comunicación con su familia había sido la noche anterior, cuando le dieron la peor noticia de su vida.
Una vez en Quimilí, lo transportaron en ambulancia hacia la zona de la represa. Mario bajó de un salto y corrió a la orilla. Alrededor, una multitud miraba con atención. Mientras Mario se acercaba, desesperado, entre empujones, un hombre de campera impermeable del Grupo Especial de Rescate (GER) salía del agua.
—¿Lo encontraron? —preguntó.
—No. Aquí no está Marito.
Con la garganta atravesada por el dolor, el vacío de la incertidumbre la desbordaba mientras contemplaba los objetos que habían pertenecido a Marito, grises, rotos, tirados sobre la tierra.
***
Una avenida pavimentada se convierte en una calle maltrecha. Después en un camino de tierra que se bifurca en un basural. Los rayos de sol quedan enredados en la polvareda que se levanta en un potrero y los perros desgarran bolsas al lado del arco. Cuando atardece, los vecinos abren las ventanas de sus casas. Después de un día de cuarenta grados de temperatura, despliegan sus sillas sobre la vereda. Al fondo de ese barrio de casas bajas, al extremo sur de la ciudad de Santiago del Estero, Mario Salto espera detrás de un alambrado. La calle sigue hasta su casa pero no hay una vereda que marque la frontera. Levanta la mirada de su celular y sale para saludar. Aclara la voz y se sienta bajo la galería.
Tiene los ojos pequeños, la piel curtida y el semblante de alguien que no descansa hace mucho tiempo. La voz se le va para adentro salvo cuando quiere destacar alguna parte del relato que considera importante. Se toma su tiempo para encontrar las palabras. Deja correr el silencio sin que lo incomode y se disculpa por no poder ordenar sus recuerdos en poco tiempo.
Mario vive en la Capital de Santiago del Estero desde 2018. Vendió la propiedad que tenía en Quimilí y con lo poco que juntó se compró un terreno y los materiales para construir una casa nueva, “así como la ves, a esta casa la he hecho yo solo” cuenta, y estira el brazo para señalar los ladrillos huecos apilados a sus espaldas. Gastar menos, llegar más rápido y acelerar los trámites de la causa en Tribunales fueron los motivos de la mudanza. También, escapar de una ciudad que considera maldita.
—Estar allá no era vivir.
—¿Y aquí cómo estás?
—Ha costado desde el primer día. Había momentos en los que me deprimía mucho porque no conocía a nadie. Hoy estoy mejor, pero no hay un día en el que no piense lo que le ha pasado a Marito.
Mario trabajaba como peón rural en otra provincia, y cada dos meses viajaba a Quimilí para visitar a su hijito. Una tarde tormentosa, mientras aún trabajaba, escuchó que desde la estancia lo buscaban: “¡Vení, te están llamando desde Quimilí!”.
—Cuando atiendo me cuentan que Marito había desaparecido.
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—Pero yo fui la última en enterarme de la desaparición.
Quien habla es Marta Salto, tía de Marito.
Marta fue concejal en Quimilí y lleva años en el ejercicio de la docencia. Esa dinámica pedagógica la acompaña en cada una de sus intervenciones. Cuando habla, sabe manejar los tiempos, los silencios y sabe dónde detenerse cuando las palabras se quiebran por el dolor. Serena, desarrolla cronológicamente cada uno de los acontecimientos previos a la muerte de Marito.
—Soy la última en enterarme porque ese día habían cortado la luz en el barrio donde vivo y no tenía batería en el celular. Tipo nueve y media de la noche empezaron a entrar un montón de mensajes y llamadas del grupo de la escuela donde comentaban que se había caído un nenito en la represa. Entonces le digo a mi marido ‘llevame’, porque a lo mejor es de algún barrio cerca de la escuela y veo en qué puedo ayudar. Cuando me va llevando en el auto, veo todas las llamadas perdidas de mi hermana. Le digo que estoy en camino para ver qué pasó, que se perdió un nene. Y ella me dice ‘sí, el nene es Agustín’, porque nosotros a Marito le decíamos Agustín. Ahí es cuando me entero.
Marta llegó a la represa a las diez de la noche. La policía estaba cargando los objetos de Marito a la camioneta y cientos de personas rodeaban el lugar. Levantaron la caña de pescar y la bicicleta sin llamar a los forenses, no se acordonó la zona, no se solicitó el cierre de las rutas, el perímetro no estaba conservado y la gente caminaba sin cuidado.
La posible escena del crimen estaba contaminada.
Marta recuerda el frío de esa noche y la oscuridad absoluta.
Se acercó a Walter Celiz, el comisario a cargo, y le reclamó por la desprolijidad del operativo. Celiz aparecerá en boca de Marta y Mario en varias oportunidades. Incluso estará presente en una carta que Mario le entregará al gobernador Gerardo Zamora: «Celiz imposibilitó de forma explícita la búsqueda de mi niño, concentrando por muchísimas horas a su personal alrededor de la represa, donde él presumía que Marito se había ahogado cuando nadie lo vio caerse al agua, de esa manera todo el pueblo quedó liberado.”
Para la familia hubo complicidad policial. En julio de 2016, Celiz será repudiado por una masiva movilización contra la Departamental Nº 12 de Quimilí. La marcha terminará con pedradas, vidrios rotos y desmayos en la calle. Celiz renunciará una semana después y desaparecerá de Quimilí.
Esa noche entre la multitud, Marta preguntó quién tenía una linterna y sumó voluntarios para salir a buscar a su sobrino. Los bomberos le pidieron a Marta que consiguiera una lancha y un grupo electrógeno para buscarlo. El agua estaba helada y el lugar tenía poca profundidad. Debajo del agua se encontraron partes de motos pero ningún rastro humano. Marta miró hacia la multitud una vez más y preguntó quién tenía una lancha. Una señora le dijo que llamara a Miguel Jiménez, que él la podía ayudar. Jiménez era un productor agropecuario de 58 años que se mostraba como un ciudadano ejemplar. Colaboraba con los vecinos, sin embargo para muchos no era un benefactor querido. Otros le decían “el terrible”.
Donaciones, gestión de viviendas o gestos solidarios; Jiménez solía aparecer para ayudar y tenía vínculos políticos que facilitaban sus tareas de beneficencia. Cuando atendió el teléfono, le dijo a Marta que no estaba en Quimilí pero que podía conseguirle una lancha.
Un año y medio después, Jiménez sería detenido en su casa en Quimilí. Allí encontrarían un altar dedicado al Señor de la Muerte y manuscritos con el nombre de Marito.
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“La ciudad santiagueña de Quimilí está conmocionada por el atroz crimen de un nene”
A Marito lo encontraron descuartizado el 2 de junio a las ocho de la mañana. Dos días después de su desaparición. Unos perros rasgaban bolsas en un basural y eso llamó la atención de un vecino de la zona. Al descubrir que eran restos humanos, alertó a la policía. En varias bolsas encontraron su torso junto con las extremidades. En otra bolsa, su cabeza. Lo encontraron a la vera de la ruta que une Quimilí con la localidad de Otumpa, a más de dos kilómetros de la represa.
El cuerpo de Marito tenía cortes precisos que parecían haber sido hechos por un carnicero. Todavía estaba vivo cuando le cortaron las dos piernas con un hacha. Según la autopsia, Marito fue torturado, abusado sexualmente y estrangulado con un alambre o un cable de acero. Lo secuestraron de la represa cerca de las 16:30 y lo mataron durante la madrugada del 1 de junio, entre las dos y las siete. Marito murió desangrado, su cuerpo no tenía ni una gota. “Estaba limpio”, recuerda Mario. Se calcula que un niño puede llegar a tener hasta tres litros de sangre en su cuerpo. Una hora después metieron los restos de Marito en media docena de bolsas y lo tiraron a un basural. Así lo encontraron a las ocho.
Mario Salto recuerda que siguió buscando a su hijo como si estuviera vivo y que no hizo caso a la policía.
—Nos habían dicho que no querían que saliéramos a buscarlo ni a caballo, ni caminando para no borrar rastros; pero nosotros salimos igual a buscar.
Esa mañana, mientras Mario se alistaba con un grupo de vecinos para seguir con la búsqueda montados a caballo, un chico se acercó a darle la noticia: “ya lo han encontrado”. El chico lo miró pero no le quiso decir cómo lo habían encontrado. Mario saltó del caballo y sin pensarlo corrió por la calle de tierra. Un auto frenó a un costado y lo levantó. No recuerda quien era. Llegó a donde se suponía que estaba su hijo. Sus familiares lo esperaban llorando. Un policía se acercó al tío para ver si podría reconocer el cuerpo.
Le preguntaron si estaba preparado.
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La pista del carnicero
Para investigadores y para el juez a cargo de la causa durante esos meses, la pista llamativa estuvo en la precisión de los cortes. Le llamaron “la pista del carnicero” y fue lo primero que se barajó, mientras toda la provincia seguía en shock.
“El asesino tiene el perfil de un carnicero” titularon los medios a cuatro días del hallazgo del cuerpo. Moreno indagó a los carniceros de la ciudad y así llegó a los primeros dos detenidos, después de secuestrar cuchillos y requisar cámaras frigoríficas. La hipótesis del carnicero vendió muchos diarios, pero las dos personas detenidas nunca estuvieron imputadas formalmente, porque nunca se encontraron evidencias que los vincularan con el abuso sexual o la muerte de Marito.
Otra hipótesis tomó fuerza a partir de las apariciones mediáticas de Omar Fantoni, el intendente de Quimilí. Fantoni hizo declaraciones en las que habló de un supuesto ajuste de cuentas vinculado al narcotráfico: “hay lugares oscuros, con gente que vende y consume drogas. Se nos ha ido de las manos. Por la forma en que lo mataron, en especial la saña, a uno no le queda otra que pensar que por ahí es un ajuste de cuentas. Es una venganza. Una cosa así. Y siempre está la droga dando vueltas. Es el comentario de mucha gente”.
Luego se habló de motivaciones por venganza debido a un familiar policía había detenido un cargamento de droga —vinculado al gobierno— que ingresaba a Quimilí .
Las declaraciones no cayeron bien en el entorno familiar. Mario se encargó de aclarar los rumores que circulaban en las redes: “escuché y leí las teorías de ajustes de cuentas, de que familiares estaban bajo la lupa. Yo siempre dije que si la justicia tiene que investigar a mi familia que lo haga. Yo quiero la verdad, que se haga justicia, pero con pruebas”.
El tráfico y el consumo de drogas en Quimilí es un problema para los habitantes de la zona y es una noticia recurrente en los medios locales. Sin embargo, hay pocos datos sobre el tema. Un informe de 2017 de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas (SEDRONAR), remarcó la dificultad para realizar relevamientos y aportes sobre Santiago del Estero “al no disponer de estadísticas locales” que lo permitieran.
Durante el tiempo en el que la causa estuvo bajo la responsabilidad de Miguel Ángel Moreno —primer juez a cargo de la causa— se avanzó poco. Muy poco. Para la familia de Marito, el juez formó parte de la red de complicidades y encubrimientos que rodearon al caso durante el primer año. “Cuando uno lee el expediente, se puede ver que los policías declaran que Moreno tomaba las testimoniales en presencia de Miguel Jiménez —explica la familia Salto—. Muchos diarios online victimizaron a Moreno cuando salió de la causa”.
Los meses siguientes, Moreno se encargará de hacer circular por los medios opositores locales la versión de que el crimen de Marito tiene ribetes que involucran al gobierno provincial. En 2018, el Juzgado Criminal y Correccional Federal Nº 11 de Buenos Aires, desestimará la denuncia de Moreno al considerar que “no existe ningún elemento que sostenga semejante conclusión”. En diciembre de 2019, Moreno será detenido, acusado de cometer los delitos de incumplimiento de los deberes de funcionario público, abuso de autoridad y encubrimiento agravado en perjuicio de la administración de justicia en el marco de la causa de Marito. Para febrero de 2020, la justicia dictará su prisión preventiva.
Por la forma en que lo mataron, en especial la saña, a uno no le queda otra que pensar que por ahí es un ajuste de cuentas. Es una venganza. Una cosa así. Y siempre está la droga dando vueltas. Es el comentario de mucha gente”.
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Las investigaciones siguieron adelante. A fines de 2016, la justicia santiagueña tenía a cuatro personas detenidas y a otras siete demoradas. Un testigo fue clave para dar con los detenidos. A eso se sumaron los testimonios de tres niños que conocían a Marito y contaron que lo vieron cuando pescaba en la represa antes de desaparecer. También relataron que vieron a dos adultos cerca del lugar. Entre esas detenciones aparecieron por primera vez los nombres de “Rody” Sequeira y “Burra” Rodríguez; quienes al día de hoy se encuentran procesados por ser considerados “partícipes necesarios bajo la carátula de homicidio triplemente calificado por alevosía, ensañamiento y en concurso premeditado de dos o más personas”.
Según los testimonios, Sequeira llamó a Marito desde la otra orilla de la laguna y luego lo empujó dentro de un auto.
Además de las detenciones, también se enviaron videos de las cámaras de seguridad de la Municipalidad de Quimilí —ubicadas en distintos puntos de la ciudad— para que fueran analizadas por Gendarmería Nacional (un cuerpo militarizado nacional que en Argentina cumple funciones en territorio que son propias de la policía). Mario ya había declarado en los medios nacionales que no confiaba ni en la policía, ni en la justicia local para llevar adelante la investigación. En paralelo al trabajo de Gendarmería, la jueza Falco tomó declaraciones a doce empleados del área de monitoreo de las cámaras de seguridad. “Gendarmería secuestró los discos de las cámaras y se llevaron todo para Buenos Aires. Ahí me contaron que se hicieron pericias y que las cámaras se habían adulterado a propósito”, recuerda Mario.
A principios de 2017 la familia pidió una nueva autopsia con la participación de peritos de Gendarmería. Desde el primer día el cuerpo de Marito exhibió particularidades que no se anotaron en los documentos oficiales de la primera autopsia. Apenas fueron seis hojas donde no se mencionó que a Marito le faltaban sus genitales, que tenía una mancha de sangre y que le faltaba la cuarta vértebra. La familia se enteró extraoficialmente de la irregularidad y se trenzó en una discusión con el juez Moreno. Cuando le pidieron el video de la autopsia, el juez respondió que se olvidaron de encender las cámaras. Un médico al que consultaron les dijo que en la autopsia faltaban datos.
La familia no sabía que podía haber detrás y pidieron a la justicia la custodia del cuerpo de Marito las 24 horas. Mientras mantenían la guardia durante aquellos días, en paralelo viajaron a Buenos Aires para insistir con la colaboración de parte del Ministerio de Justicia de la Nación. En febrero lograron que la jueza consiguiera todos los papeles para que el cuerpo de Marito fuera trasladado para una nueva autopsia.
Con la nueva autopsia, Falco tendría un nuevo elemento que sería crucial para avanzar en la investigación.
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Llega la brigada canina
Para fines de 2017 la causa estuvo a punto de estancarse. No tenían ninguna hipótesis sólida en el horizonte y los responsables del crimen seguían sueltos. Falco pidió colaboración a la Policía Federal Argentina para recibir la orientación de algún profesional en el tema. Cuando le respondieron desde Buenos Aires, le recomendaron que contratara a la brigada canina K-9, a cargo del instructor Marcos Herrero.
El grupo de canes de Herrero era reconocido por haber colaborado en investigaciones emblemáticas durante décadas. Podían cumplir funciones variadas como identificar a una persona viva o detectar sus restos biológicos. Herrero formaba parte de la policía de Río Negro pero también llevaba adelante una incansable labor como perito independiente; “una contradicción” decía él, porque en muchos crímenes donde participó con sus perros estuvo involucrada la policía. Para octubre de 2017 la llegada de los perros se retrasó porque tuvieron que viajar con urgencia a la provincia de Chubut para buscar el cuerpo de un artesano desaparecido llamado Santiago Maldonado.
La brigada canina K-9 arribó a Quimilí en noviembre. Llegaron acompañados de dos brigadas de la Policía Federal, el apoyo de la policía de Santiago del Estero y Gendarmería Nacional. Un equipo completo, como solicitó la familia.
Los perros, a diferencia de los humanos, piensan a través de su nariz y son más susceptibles a los olores que reciben del mundo que los rodea. El perro rastrea una huella odorífera que tiene la misma utilidad pericial que otras pruebas químicas propias de la investigación forense. Así lo hicieron Duke y Alcón, los dos perros que llevaron a las fuerzas de seguridad hasta la casa de Miguel Jiménez, el benefactor, el “Terrible”. El “brujo”.
Los perros habían sido llevados a la represa con objetos que pertenecían a Marito. Cuando olfatearon las prendas, salieron disparados a rastrear la huella de olor. Entraron apurados a la casa de Jiménez.
“Gracias Señor de la Buena Muerte por los milagros recibidos” decía un cartel oscuro que colgaba de la pared. Encontraron figuras, recortes de notas periodísticas sobre el caso de Marito, velas y manuscritos con el nombre del niño. También un altar rojo y negro adornado con flores, figuras de yeso, imágenes de un esqueleto sosteniendo una hoz y cigarrillos. Las botellas de alcohol estaban por todos lados. En el piso hallaron huesos y un gancho de carnicero tirado, al lado de lo que parecía ser una mancha de sangre. Más tarde, cerca de la represa, también se encontraría un cuchillo enterrado.
En uno de los dibujos, un niño colgaba boca abajo de un árbol seco que tenía el número “666” inscripto. Abajo, un balde para juntar su sangre. También se encontró el dibujo de un triángulo con un ojo muy parecido a Bill Cipher, un personaje de la serie infantil Gravity Falls. Uno de los perros se acercó a una mesita de luz y comenzó a ladrar. Sobre la mesa hallaron una carta que decía: “ya tengo su virilidad, su juventud, su fortaleza”. La carta estaba firmada. Era un pacto de sangre con tres nombres: Jiménez, Sequeira y Rodríguez.
Los perros también se dirigieron a la casa de Sequeira y uno de ellos ladró cerca de un placard. Cuando lo abrieron, los investigadores encontraron una resortera con una letra “M” tallada sobre la madera. Era de Marito. En ambas casas coincidía la aparición de los manuscritos con dibujos extraños. En hojas rayadas de cuaderno con tinta azul, encontraron anotaciones desordenadas con símbolos, nombres, números y frases:
“San la Muerte nos obliga a comer la vida de Marito”
“Los hermanos necesitan más sangre”
“Vigilar a los changos para el último sacrificio virgen”
“Moreno y Jiménez toman la copa, la sangre de la muerte”
Faltaba una pieza más.
La última casa fue la de “Burra” Rodríguez. Los perros y los investigadores llegaron hasta el lugar y se encontraron con un escenario macabro. Un perro muerto, en estado de descomposición, colgaba de un árbol en el patio. Abajo encontraron un par de velas y un rastro de sangre. Adentro de la casa, hallaron un bolso con pelos y huesos humanos. Los perros siguieron la huella de olor y llegaron hasta una letrina. Dentro de un paquete encintado y bien preservado, encontraron el último manuscrito.
ADN masivo y la pieza faltante
—Cuando empecé a estudiar la causa encontré muchísimas falencias. Errores procesales, de investigación, de recolección de evidencia y producción de pruebas. Se perdió tiempo valioso durante los primeros días y lo que se pierde no se recupera. Es algo que se paga caro en una investigación.
Sobre la mesa hallaron una carta que decía: “ya tengo su virilidad, su juventud, su fortaleza”. La carta estaba firmada. Era un pacto de sangre con tres nombres: Jiménez, Sequeira y Rodríguez.
La voz de Rosa Falco fluye en un tono sosegado que se acomoda a su porte barroco. El pelo lacio, rubio oscuro, le cae hasta la mitad del cuello. La mesa de su despacho está tapada de papeles y libros. Falco asumió como jueza de Crimen en 2010. Quienes la conocen de cerca destacan su honestidad al mismo tiempo que señalan que no le son ajenas las presiones judiciales y políticas propias de la provincia. Falco ajusta sus palabras a la fuerza de un orden autoimpuesto. Escapa de su rol de jueza y acomoda el lenguaje. No cae en tecnicismos jurídicos ilegibles y piensa en tres sinónimos para cada palabra que sale de su boca. Sus intervenciones se corren de la solemnidad de los pasillos de tribunales. En algunas fotos aparece vistiendo sacos bordados y coloridos, collares abultados, aros enormes y pulseras brillosas. En otras, zapatillas, jeans y remeras deportivas, mientras acompaña a las fuerzas de seguridad en un operativo. Cuando duda, vuelve hacia atrás. Para decir de nuevo. Para decir mejor.
Un ADN masivo con más de tres mil muestras para recolectar en toda una ciudad, parecía una locura. Cuando la nueva autopsia abrió el camino para nuevas pistas, un perito del laboratorio de genética de la Corte Suprema de Justicia de la Nación dijo que era posible realizar una toma de ADN masivo en la ciudad de Quimilí. Hasta ese momento solo dos lugares en el mundo habían realizado un operativo de esa magnitud: Estados Unidos y Reino Unido. Falco le comentó la noticia a su equipo y a Sebastián Argibay, quien se desempeñaba como presidente del Superior Tribunal de Justicia de la provincia. Con el aval necesario, comenzaron las gestiones.
Las evidencias enviadas a Buenos Aires se extrajeron de un calzoncillo y un pantalón de Marito. Las primeras pruebas genéticas se realizaron en el laboratorio de la provincia y luego se enviaron a Buenos Aires. Los resultados fueron los mismos. En el calzoncillo de Marito se detectó un ADN que no correspondía con la víctima. Un hisopado anal realizado durante la autopsia también dio como resultado otro perfil genético distinto al de Marito. Los dos perfiles compartían una patrilinea (lo que establecía un parentesco) y el cromosoma “Y”, presente únicamente en hombres.
La muestra encontrada en la ropa de Marito no coincidió con ninguno de los detenidos. Falco decidió extender la búsqueda. Contrastaron la muestra con familiares, con testigos. Nada. Decidieron ampliar aún más el espectro y comenzaron con 75 muestras en Quimilí. Peritos de la Corte llegaron hasta la provincia, extrajeron las muestras y se las llevaron hasta Buenos Aires. Ninguna coincidió, así que hicieron más. Para octubre, Falco emitió una resolución.
—Ordené la toma compulsiva de ADN mediante una resolución fundada en principios constitucionales. Fue para despejar las dudas de quienes se oponían a otorgar voluntariamente la muestra. Ahora tenían la obligación de hacerlo.
La delegación local de Gendarmería llegó a la ciudad con un laboratorio móvil para recolectar y almacenar las muestras. El laboratorio se quedó en un lugar estratégico de la ciudad y desde ahí dividieron las tareas por barrios y grupos. Cada grupo estuvo integrado por cuatro personas del área de criminalística, genética, policía comunitaria y la participación de bioquímicos de la policía. El operativo pasó casa por casa, familia por familia. Se tomaba la muestra a los hombres, se les realizaba un interrogatorio y luego se guardaba todo lo obtenido en un sobre. Así trabajaron durante dos meses.
—En ese operativo se tomaron cerca de 3.000 muestras. Con el correr de los meses fuimos ampliando ese número. Ya no en Quimilí, pero si en las comunidades cercanas. Para 2020 teníamos pensado hacerlo en otras localidades pero llegó la pandemia. Desgraciadamente, todavía no tenemos al autor del abuso. Esa es la pieza que falta en la investigación.
La última casa fue la de “Burra” Rodríguez. Los perros y los investigadores llegaron hasta el lugar y se encontraron con un escenario macabro. Un perro muerto, en estado de descomposición, colgaba de un árbol en el patio.
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Crímenes rituales: fenómeno emergente
José Miceli vive en Corrientes —otra provincia al norteste de Argentina—, es licenciado en Antropología Cultural y tiene una especialización en Criminología. Miceli es extremadamente metódico con su trabajo. Le gusta ser claro y concreto al hablar. En todas las fotos está rodeado de cientos de libros que pertenecen al Gabinete de Ciencias Antropológicas de Corrientes. Es un hombre robusto, usa tonos claros para vestirse y sus anteojos descansan en el cuello de su camisa mientras mueve sus manos en el aire. Durante años trabajó capacitando a fuerzas policiales y asesorando a juzgados en causas vinculadas a crímenes rituales. Participó en congresos, llevó adelante investigaciones minuciosas sobre el tema, actualmente trabaja sobre “Aspectos mágico-religiosos de los Cultos Afrobrasileños. Desviaciones Criminógenas e Identificación de Componentes Rituales desvirtuados en hechos criminales” y una investigación sobre el crimen de Marito.
La participación más resonante de Miceli fue durante la investigación por el crimen de Ramoncito, un niño de 12 años de la provincia de Corrientes que fue sacrificado en un ritual y luego tirado en un basural con su cuerpo desmembrado. En 2013, el periodista Miguel Prenz se encargó de reconstruir esa historia en el libro La Misa del Diablo. Anatomía de un crimen ritual.
Dice Miceli que los crímenes rituales forman parte de un fenómeno emergente en Argentina, que ya registra numerosos casos que no son visibilizados por las autoridades competentes. Un panorama compartido con la mayoría de los países latinoamericanos donde la justicia no sabe cómo abordarlos en sus investigaciones. “Todas las acciones que no encajan en tipos penales son automáticamente dejadas de lado y a su vez los delitos se separan y muchas veces pasan a constituir varias causas tramitadas en fueros o jurisdicciones separadas”, explica.
El campo pericial y criminalístico —como explica Miceli— tampoco está debidamente preparado para atender este tipo de crímenes, “los crímenes rituales tienen la característica de coexistir con otros delitos concurrentes. La experiencia de casos muestra que los sacrificios de personas, por ejemplo, son ofrendas o blindajes de otros delitos. El crimen ritual los alimenta o es alimentado por ellos. Narcotráfico, pornografía infanto juvenil, prostitución, trata y tráfico de personas, reducción a servidumbre, venta de bebés e incluso fetos, son delitos que aparecen conectados a los crímenes rituales y que terminan siendo fragmentados dejando de lado el contexto mágico religioso que asegura a sus mentores y participantes directos e indirectos la impunidad y la posibilidad de renovarse”. En muchas ocasiones los líderes de estos ritos nunca son alcanzados por la justicia, que suelen centrarse solamente en autores materiales o instigadores directos.
Dice Miceli que los crímenes rituales forman parte de un fenómeno emergente en Argentina, que ya registra numerosos casos que no son visibilizados por las autoridades competentes.
Tanto en el caso de Ramoncito como en el de Marito aparece mencionada en reiteradas oportunidades la figura de El Señor de La Muerte, una representación de la muerte que puede otorgar “poderes”, según sus creyentes. El culto popular del Señor de La Muerte tiene una larga tradición en la región del nordeste Argentino pero en los últimos años tuvo una expansión geográfica considerable. Los devotos populares más antiguos y quienes lo veneran hoy “señalan que el Señor de La Muerte se alimenta simbólicamente de sangre de sus poseedores, tanto es así que muchos recomiendan no tener más de siete o nueve años su imagen, que debe ser obsequiada y reemplazada ya que tiende a secar físicamente a su poseedor” explica Miceli.
La creencia, que hasta ese momento era simbólica, comenzó a volverse material en los últimos años en los que la historia, la iconografía y la imagen alrededor del culto popular sufrieron grandes transformaciones. Dice Miceli que “Más allá de ser un culto popular de larga tradición, su asociación con el mundo carcelario y criminal también es antigua, el poder que se le atribuye de proteger de la muerte o asegurar el destino de su poseedor lo hizo el favorito de los privados de la libertad. La sangre en tanto líquido vital tiene un papel protagónico en varios cultos y en este caso su simbolismo se empezó a volver factual y literal para muchos devotos con conducta criminal que entienden que deben ofrendarle sangre para obtener el favor que piden o pagarle con sangre el favor concedido.”
Las primeras consultas a Miceli llegaron de manera informal por parte de la policía de Santiago del Estero. La investigación sobre los responsables de la muerte de Marito llevaba su tiempo y no tenían resultados. El antropólogo viajó hasta la provincia y fue convocado por el poder judicial para trabajar formalmente. Con la profundización de la hipótesis del rito satánico, también se instaló en Quimilí un equipo de criminalística dedicado exclusivamente al caso. Algunos ya sospechaban que la muerte de Marito podía tratarse de un crimen ritual, “incluso se observaron similitudes muy sugerentes con el caso de Ramoncito”, recuerda. Y las explica:
—Las similitudes entre los casos de Ramón González y Marito Salto son varias: la edad de los niños es igual. Ambos habían sido bautizados bajo la fe católica pero no habían tomado la comunión. Ambos fueron depositados en un basural, a la vista para ser hallados. En ambos casos se halló un árbol seco que tiene un significado esotérico. Ambos fueron torturados y violados previo a su asesinato, a ambos se les retiraron las partes del cuerpo y exhibieron cortes en vida. A ambos les faltaba sangre. Ambos provenían de una familia disfuncional y recibían poca atención de sus padres. Ambos tenían un origen muy humilde. Ambos fueron víctimas de un grupo sectario no convencional que se formó con un ideario propio y particular y aunque no coinciden los contenidos mágico-religiosos de ambos grupos sectarios, si tienen en común la presencia del Señor de la Muerte en este ideario.
Más allá de ser un culto popular de larga tradición, su asociación con el mundo carcelario y criminal también es antigua, el poder que se le atribuye de proteger de la muerte o asegurar el destino de su poseedor lo hizo el favorito de los privados de la libertad».
—¿Y por qué niños?
—La elección de niños para este tipo de sacrificios responde en principio a la búsqueda de contar con su inocencia y pureza. Lo cual en el mundo satanista tiene una gran importancia. La pubertad es también una elección con fines esotéricos ya que es la edad en las que van a empezar a definir sus caracteres sexuales, pero permanecen aún en una imagen andrógina. Al mismo tiempo se cuenta con todo el vigor de la edad y fundamentalmente el vigor de su sangre. También juega el hecho de que son niños que por su edad ya se manejaban con cierta independencia, pero no dejaban de ser vulnerables y fácilmente captables.
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Círculos sin cerrar
Para la justicia, la colaboración de los perros y el aporte de especialistas en crímenes rituales —como Miceli— fue fundamental para intentar cerrar el círculo de responsabilidades. Después de los allanamientos, las excavaciones bajo la orientación de la brigada K-9 y los peritajes posteriores; la justicia ordenó la detención de siete personas. Pablo Ramírez, uno de los detenidos, fue identificado como el autor de los manuscritos a través de una pericia caligráfica.
En noviembre de 2018 la justicia procesó a “Rody” Sequeira como partícipe necesario del homicidio de Marito. Para junio de 2019, a tres años del crimen, fueron procesados Miguel Ángel “Brujo” Jiménez, como autor intelectual del crimen; Ramón “Burra” Rodríguez, Daniel Tomás “Chicho” Sosa y Pablo Roberto Ramírez como partícipes necesarios. También fueron procesados Daniel Gastón Ocaranza, Ramón Enrique Ocaranza, María Eugenia Montes, Gustavo Hernández y Miguel Ángel Jiménez (hijo) por el delito de encubrimiento agravado. Por último fue procesada Arminda Lucrecia Díaz, ex pareja del “Brujo” Jiménez y docente de una escuela en Quimilí, por el delito de partícipe secundario en el homicidio.
La causa debía ser elevada a juicio durante 2020 pero la pandemia de Covid-19 demoró todos los procesos judiciales. Mario tenía expectativas para que comenzara el juicio para condenar, finalmente, a quienes considera responsables del crimen de su hijo. En noviembre, el Tribunal de la Cámara de Apelaciones de Santiago del Estero, integrado por Raúl Romero, Cristian Vittar y Sandra Generoso, difundió una resolución donde confirmaron los procesamientos de todas las personas involucradas en la causa. La única salvedad fue la falta de mérito dictada para Díaz y Jiménez (hijo) y el cambio de calificativa para Ramírez que pasó de ser considerado partícipe necesario a tener la etiqueta de “encubrimiento agravado”.
La causa ya tenía a sus autores materiales, intelectuales y encubridores. Faltaba el autor del abuso sexual. A la fecha, todavía no fue encontrado.
Mario Salto pide -¡exige!- una y otra vez justicia por su hijo. No descansará hasta lograrlo. / Foto: Nicolás Adet.
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“Aquí fue encontrado asesinado Marito Salto” dice un cartel blanco con letras rojas colocado en una de las entradas a Quimilí. En el cementerio, un mausoleo blanco de amplios ventanales resguarda un altar con una bicicleta de lata, una jaulita para pájaros y una caña de pescar. Desde la muerte de Marito se hicieron 162 movilizaciones pidiendo justicia. Miles de personas se sumaron con carteles y reclamos en las calles. Mario repite “162”, consciente de la dimensión del número. Vuelve a revolver el cajón de su memoria y desde ahí brotan fechas y nombres. Habla de Gladys, la madre de Marito: “A Gladys la invité un par de veces a las marchas y nunca se acercó. Nunca salió a preguntar qué pasó con su hijo, como hacen otras madres”; de Miguel Jiménez: “Todo el mundo sabía que él manejaba los hilos de la policía. Cuando metían preso a alguien, él iba y lo sacaba. Tenía poder suficiente para hacer y deshacer, no solamente en Quimilí”; de los jueces: “Aquí hay encubrimiento judicial y político, estamos por ir a juicio con una causa incompleta. Ha caído la parte más baja pero falta que caigan quienes están arriba. Nunca supimos lo que pasó con las cámaras de seguridad y las llamadas desde los celulares de los detenidos”; y de su hijo: “Le han quitado la mejor parte de su vida”.
Mario se levanta para ir hasta su habitación. Desde la ventana que da al patio se ve su silueta delgada que se recorta con la luz. Se agacha y saca un cartel de cartón con la foto de Marito. Pasa la mano por encima para quitarle el polvo y vuelve para sentarse. Deja un largo silencio y habla.
—Cuando termine todo esto me voy a poder ir satisfecho.
—¿Adónde?
—A otro lugar, otra provincia. No puedo seguir aquí.
El viento sumerge al barrio en un velo triste de polvo que patea para entrar en las casas. Un caballo atado al poste de un patio vecino relincha con fuerza. Dos niños saltan un charco y se pierden en una esquina. Mario los mira pasar. Levanta la vista para despedirse y vuelve a sentarse, solo, frente a la mesa de madera. Dice que no puede descansar.
Todavía no.