Relatto

Las mil y una noches de Roberta Marroquín

por Avatar Relatto

Roberta Marroquín tiene los ojos de un azul profundo y el acento regiomontano que suele hacer cálida cualquier conversación. A veces incluye en sus frases palabras en inglés, un hábito imposible de evitar cuando se han vivido tantos años fuera de México, su país.

Creció cautivada por los retratos que les hacía su papá, a su hermano y a ella, y por la colección de revistas de National Geographic que se apilaba en casa. Dos datos sencillos, quizás, pero de ellos se desprende todo su destino.

Desde pequeña soñó con lugares lejanos, con naturalezas extremas, con experiencias que resultan extraordinarios e inimaginables para muchos. Y desde los ocho años entendió que no sería una niña de casa, su vida estaría siempre lejos de todo, sin mayor agenda que la que fuera dictando su propia intuición.

Cuando cumplió 16 viajó a Europa. Vivió en Cambridge, en Londres y en Florencia. Allí, en la más bella ciudad italiana, se impregnó de arte. “¿Cómo no querer ser artista cuando convives con toda la belleza que emana esa ciudad? Tuve la fortuna de tener profesores de distintos lugares del mundo. En Florencia, nació mi pasión por el arte y me di cuenta de que el volumen lo entendía de una manera diferente y aprendí a expresar mi creatividad al descubrir la fotografía”.

Regresó a Monterrey, su ciudad natal, para estudiar Ciencias de la Comunicación en el ITESM y allí conoció al extraordinario fotógrafo regiomontano Juan Rodrigo Llaguno, quien sería su primer mentor. “Aprendí de él a tomar fotos en estudio, iluminar y revelar. Fue mi gran maestro. No existía para mí nada más importante que las clases que me daba cada fin de semana”.

Y, al graduarse, emprendió vuelo nuevamente. Se instaló en París, estudió Bellas Artes y Fotografía en Parsons y empezó a experimentar con diferentes formatos de cámaras: 35mm, formato medio y cámara de gran formato 4X5, como las que se usaban a principios del siglo XX. “Siempre me gustó experimentar y en ese periodo aprendí, gracias a un maestro, la técnica de Pintar con Luz (Light Painting), que utiliza un tripié y largas exposiciones. Prácticamente es como tener un lienzo negro y con luz ir revelando lo que hay detrás de la oscuridad”.

Nueve años más tarde, emprendió un nuevo viaje a Nueva York. “Siempre pensé que sería algo temporal, por eso mis cosas se quedaron en París. Pero pasó el tiempo, me casé, me divorcié y, sobre todo, encontré mi camino en el arte y la fotografía. Allí he construido una carrera que se sigue abriendo a nuevos caminos todos los días”.

Roberta tiene alma de exploradora y por tanto ha hecho cuánto ha querido: fotografía de moda, célebres retratos de aristócratas y multimillonarios para la revista ¡Hola!, reportajes fotográficos de animales salvajes y, en los últimos años, ha realizado proyectos altruistas abarcando temas de educación y culturas indígenas en los rincones más lejanos y olvidados del mundo.

Roberta Marroquín

Aurora boreal en Alsaka.

—Cuando uno mira tu cuenta de Instagram y tu trabajo actual, lo que viene a la cabeza son fotografías de destinos, de lugares lejanos o fascinantes del mundo… pero al principio experimentaste mucho. ¿Cómo fueron tus primeros trabajos?

—Una de mis primeras y más especiales series fue la que lleva por nombre “Las Formas del Circo” que realice para el Centro Nacional de las Artes Circenses en Châlons en Champan. Me empecé a fascinar con estos acróbatas y con todo ese mundo de vida y muerte. Su destreza, su habilidad, su arrojo. Son jóvenes resilientes, nómadas, que al final terminan casándose y haciendo su vida entre ellos, porque siempre están en marcha. Llegué allí por accidente. Un día iba retocando fotos en un tren, cuando aún estudiaba en París; un señor me vio y se me acercó. Me preguntó si me interesaba documentar la vida de estudiantes circenses de CNAC. Yo le dije que sí y así fue como estuve fotografiando sus vidas por casi dos años.

Roberta Marroquín

Las Formas del Circo.

—Desde muy niña has sido viajera, pero ¿cuándo te convertirse en fotógrafa de viajes?

—Fue a finales de los años noventa, cuando en un viaje por Israel y Egipto con mi primera cámara profesional (Nikon FM2), me quedó claro que mi pasión en la vida era la fotografía. En el 2005 hice otro viaje con una amiga de Siria y éste sirvió de inspiración para lo que vino después: las dos viajamos solas, en auto, por el Medio Oriente. Yo iba con mi cámara formato medio Mamiya. Era un momento relativamente tranquilo en Siria, así que pude ver un Medio Oriente como jamás imaginé. Mucho de lo que soy, de lo que sueño con mi trabajo y de lo que representa está enmarcado en aquella aventura. La religión, la historia y la mezcla de culturas que vivía desde pequeña encendió una curiosidad gigantesca por comprender el mundo que me rodeaba. Comencé a desarrollar un sentido de estilo y propósito.

—¿Cuáles son los lugares más lejanos a los que has llegado con tu cámara?

—África se ha convertido en uno de los destinos que más visito por mi trabajo. Es un lugar maravilloso para explorar el paisajismo y para fotografiar animales, que es mucho más complejo de lo que uno se imagina. En África encontré otro tipo de inspiración y de narrativa para mi trabajo. Gracias a En Classe, una organización holandesa que trabaja con temas de educación en el Congo, he viajado varias a veces a Kinshasa y, desde ahí, conmovida e impresionada por la gran misión de Sylvia, la fundadora, ayudé a documentar y crear proyectos para apoyar a la fundación. Tiempo después conocí a Barbara Savage, la fundadora de Tribal Trust Foundation; una mujer fascinante que cambió el rumbo de mi camino fotográfico. En 2019, TTF me confió la misión de fotografiar cuatro tribus indígenas en cuatro lugares exóticos, remotos y amenazados del mundo, con el objetivo de documentar y resaltar la sabiduría innata de los pueblos indígenas: Los Monpas, una tribu que vive en los bosques vírgenes del centro de Bután; La tribu Shipibo, en Perú, quienes han sido considerados los guardianes de la selva amazónica durante más de 2000 años; los San, casi extintos, de Namibia en África, que mantienen un estilo de vida semi nómada hasta el día de hoy; y la tribu de nativos americanos Lakota, de Estados Unidos, considerados la primera nación de América del Norte, con fuertes lazos culturales y espirituales.

Roberta Marroquín

Tribu Lakota, South Dakota.

—¿Qué es lo más fascinante de poder llegar a estas comunidades y entablar relaciones profundas? Imagino que de otra manera sería imposible hacer estas fotografías…

—Fue un regalo poder llegar a estos lugares y obtener luz verde por parte de estas comunidades para entrar en sus vidas y documentarlas. Sin duda, el amor por la preservación de culturas antiguas y la conservación es omnipresente en el gran esquema de mi vida. Sin embargo, todavía estoy descifrando dónde encaja mi trabajo en el mundo de la fotografía: la vida silvestre, el hábitat y la documentación social. Me encanta mostrar historias que nos permitan relacionarnos como seres humanos: hablar de los desafíos y los múltiples conflictos alrededor del mundo es tan importante como recordarnos constantemente las numerosas expresiones de amor que nos rodean. Sobre todo, quiero continuar contando historias, para inspirar conversaciones, desafiar el statu quo y generar un cambio real y fundamental.

—Llegar la cima de montañas altísimas, estar en medio de lugares de naturaleza extrema, muchas veces bajo cero o en temperaturas infernales, requiere de un estado físico importante…

—Desde niña he sido muy activa y estuve en un equipo de natación por 10 años. Desde entonces, me quedó el gusto por el deporte en general y nunca he dejado de hacerlo completamente. Siempre busco darme el tiempo para hacer ejercicio y cuando llega el momento de planear un viaje que requerirá condición física, me pongo retos para cumplir y estar en forma para la experiencia. Aunque, a decir verdad, para este tipo de experiencias es tan importante el estado físico como el ir con gente que conoce el terreno porque, de lo contrario, es un riesgo innecesario.

Este estilo de vida de exploración y viaje me permitió ir al África, a Alaska a fotografiar auroras boreales a menos de 50 grados Fahrenheit y lograr terminar el “Snowman Treck”, un sendero escondido en la Tierra del Dragón, un reino remoto en los Himalayas de Bután, que es considerado el recorrido más difícil del mundo. Tenía 43 años, estaba en un punto de inflexión en la vida y pensé que la mejor manera de ir en un cruce de caminos era hacia arriba. Estuve 21 días caminando, entre 8 y 11 horas diarias, a través de 130 millas, siete pasajes de montaña y suficientes historias sobre el Yeti o el Abominable Hombre de las Nieves. Con un telón de fondo de monasterios budistas y montañas altísimas, me aventuré más allá del mundo cartografiado para visitar pueblos perdidos en el tiempo y valles sagrados. En el proceso, probé los límites de mi propia resistencia física, conocí una fascinante variedad de personajes y descubrí verdades sobre la fe, la esperanza y los secretos ocultos de la felicidad. Sin duda, fue un desafío en todos los niveles.

Snowman Treck, Himalayas, Bután.

—Has hecho fotografías de moda y de importantes celebridades del mundo, trabajando para la revista ¡Hola! y otros títulos prestigiosos. ¿Cómo se mezclan en ti esas dos realidades en apariencia muy distintas del mundo?

—La verdad es que llegas a conocer maravillas de los dos extremos. Uno puede creer que los millonarios son personas con una perspectiva de la realidad diferente e impenetrable, pero al final descubres que hay gente que realmente sabe canalizar su fortuna para hacer grandes misiones.

En mi opinión, hay tres razones elementales que hacen que la fotografía sea importante en nuestro mundo: en primer lugar, porque brinda la oportunidad de mirar nuestros recuerdos colectivos, tanto buenos como malos. En segundo lugar, porque sensibiliza sobre los hechos positivos y destaca la lucha de la sociedad por la justicia en todas sus formas. Y, en tercer lugar, porque nos cuenta historias para que podamos comprender, recordar y visualizar mejor las circunstancias que dieron forma a nuestra vida cotidiana.

Todos estamos conectados por los legados transmitidos por nuestros antepasados y la experiencia que finalmente pasaremos a las generaciones futuras. El poder del legado nos permite vivir plenamente el presente y comprender que somos parte de una comunidad más grande, una comunidad que debe recordar su historia para construir su futuro. Lo que hace que los legados sean tan irresistibles es que son símbolos sobre la vida y el vivir, tallados en nuestros corazones.

Retrato de Adriana Rockefeller

—Al igual que tú, muchos crecimos viendo los documentales y las fotografías de National Geographic. ¿Cómo es la experiencia de fotografiar a estos animales salvajes en medio de la selva africana?

—La naturaleza está llena de poder, belleza y misterio. He tenido la fortuna de viajar a tierras lejanas y he podido conocer lugares muy particulares en el mundo.

Mi curiosidad, mi sentido de la aventura y mi deseo de explorar rincones desconocidos del mundo me ha llevado a fotografiar animales salvajes que es algo indescriptible. Ahora, por suerte, la tecnología y los teléfonos te acercan mucho al sujeto a fotografiar, de una manera que no se podría sin el equipo. Al fotografiar la vida salvaje, siempre existe una adrenalina constante, es algo único. Puedo pasar más de ocho horas fotografiando sin parar y es como si el tiempo no pasara. La energía que transmiten los animales es difícil de describir.

Yo creo que fui viajera mucho antes de ser fotógrafa. Descubrir el mundo ha sido un viaje personal de vida y de búsqueda de alma y auto descubrimiento. Captar y plasmar lo que veo me ha dado una mayor empatía y conexión con el mundo y la naturaleza.

—¿En algún momento has sentido que tu vida corre peligro?

—Creo que el riesgo siempre es una constante, pero nunca voy pensando en peligro; si lo hiciera, nunca me permitiría realizar mis proyectos e ir a cada una de mis expediciones y aventuras fotográficas.

—Hablemos de los retos más grandes que has tenido durante tu carrera…

—Creo que el reto más grande sigue siendo encontrar la fórmula de mezclar mi arte con la parte comercial y altruista, encontrar la libertad financiera que me permita siempre poder seguir con mi pasión de vida que es la fotografía y los viajes.

—Ahora tienes una agencia que reúne un poco tus dos mundos: los viajes exóticos y el altruista

—A mitad del año 2020 tuve la oportunidad de realizar un proyecto fotográfico en África para una empresa que se llama Nimali. Tienen cuatro campamentos maravillosos de lujo en Tanzania.

Reuní un pequeño equipo de talentos y en un mes creamos el contenido visual hecho a la medida que NIMALI necesitaban para sus cuatro campamentos en Tanzania. El resultado final fue tan increíble y la experiencia tan enriquecedora y satisfactoria, que decidimos darle forma al concepto y así es cómo nace “By Uzuri” (significa belleza en Swahili). Somos una agencia de creación de contenido visual (fotos, videos, drones, time lapses, fotos en 360 grados, redes sociales, etc.) para lugares, experiencias y personas. La idea es colaborar con proyectos sensibilizados a la sustentabilidad, regeneración, comunidad, así mismo con la idea de incorporar proyectos altruistas a cada proyecto que realicemos.

—¿Dónde está hoy tu casa?

—Desde agosto del año pasado decidí, ya que mis proyectos cada vez me llevaban a estar viajando por periodos de hasta varios meses seguidos, vivir ligera y experimentar un tiempo de vida nómada. Mi base sigue siendo Nueva York: ahí tengo mi estudio de fotografía en Chelsea y todas mis cosas en una bodega. Esto me permite viajar constantemente a donde mis proyectos me lleven.

—¿Hay algún lugar con el que sueñas conocer?

—Muchos, pero en mi lista de los próximos viajes están Mongolia, Tíbet, Madagascar, la Patagonia en Argentina, India, Nueva Zelanda y Australia.