En el amigo que no me dejó solo y me cuidó cuando estaba mal, quien me escribe y dice que lamenta que no se disparara el arma. Es un tipo inteligente, trabajador. Desde su plano, hace tiempo que siente bronca.
Pienso también en el amigo que busca contrarrestar la desigualdad a cada paso y ayuda a cuanto ser necesita, quien postea que no es tiempo de callar, que el que no se pronuncia ahora y repudia el hecho, lo aprueba. Que hay que ir a la plaza, por la democracia.
Es un flaco inteligente, trabajador.
Tiene bronca, desde otro plano.
Ambos se conocieron cuando los invité a casa. Opinaban distinto y lo sabían, pero se amistaron y se aprecian. Pueden trabajar y hacer cosas extraordinarias juntos. Lo han hecho antes.
Pienso, ahora, que nuestra casa aquellos días funcionó como un lugar de refugio ante el odio que ya circulaba. Un punto de encuentro sólido ante la inercia de la violencia.
Dos fuerzas antagónicas convergen para que la espiral descendente y violenta se potencie.
Un sector dice: «justo los 35 custodios no hicieron nada. Justo la bala no salió. Justo había una cámara que grabó en primer plano. Justo ayer el hijo dijo «están buscando a qué peronista matar». Justo.
Raro.»
Enfrente dicen: «Dejen de seguir a los hijos de puta que cuestionan la veracidad del atentado, dejen de darle cabida a los influencers que por no perder seguidores no dicen nada, dejen de mirar a esos periodistas que un día como hoy siguen hablando boludeces.»
El país lleva años de polarización y crispación. Los barrios están separados. Las amistades y las familias, divididas. Jamás mejor ponderada la estrategia romana: «divide et impera».
Pero, ¿quién impera? ¿quién detenta el poder? ¿qué hacen con él?
¿Cómo nos afecta? En lo cotidiano, digo. Cuando toca ir al almacén; en el grupo de WhatsApp; en el laburo, ¿cómo nos afecta?
Estas situaciones representan un punto de inflexión histórico porque alteran el orden de lo cotidiano de manera definitiva.
Por lo tanto, desde aquí (desde este espacio vital y en mi pequeño rango de influencia) debo pensar y hacer. Y no se trata de ser reduccionista, sino consciente y lo más coherente posible. En momentos de desequilibrio, necesitamos la seguridad de lo estable para apoyarnos y reconstruir.
A mi me concierne lo que dice uno, y me atañe lo que dice otro —aunque sea opuesto— porque ambos son mis amigos. Entiendo lo que dice uno y respeto lo que dice otro, pero no me entrego a ninguno porque no estoy a la venta.
Es curioso —por no decir triste, lamentable— que ambos crean que no pronunciarse en “las redes” es tibieza, cuando hasta aquí solo veo que sus discursos caen como cerillas encendidas sobre una hoguera en la que ambos están parados.
También me pregunto: ¿en qué Argentina estaríamos si un magnicidio hubiese sucedido? ¿Sería una reedición del 5×1? ¿Iría gente a quemar estudios de TV, palacios de Justicia, casas de vecinos? ¿Habrían fuegos artificiales? ¿Habría solo calma, consternación y dolor? ¿Qué nos pasaría?
Aún hay quienes se cuestionan sobre el estado de la Argentina y lo consideran un doloroso enigma. Vivimos —dicen— “en un país desbordado por un descalabro político que derivó en una crisis económica y social que no encuentra piso”. Y vuelven a la idea de sobrevivir como algo digno de mérito.
Y yo creo que no. Que no tenemos porqué acostumbrarnos solo a sobrevivir y conformarnos con la disputa persistente, la bronca permanente y la frustración constante.
Las piras
Uno muy seguido en redes dice: «La defensa a la democracia es uno de esos consensos irrenunciables. ¿De qué lado estás? La movilización masiva ordena».
Otro muy seguido, dice: “Después de la muerte de cincuenta personas en los trenes de Once, ningún feriado. ¿Los muertos ajenos no valen? Para levantar al país hay que trabajar.”
En los muros aparecen posteos como el de uno con el escudo del partido Justicialista en el avatar que ruega por la paz nacional en un día de reflexión, junto a otro de un vecino que dice que para él no es feriado, como tampoco lo fue cuando violaron y asesinaron a su prima, ni cuando balearon al pibe de su barrio para robarle la moto; que se solidariza con quienes aún piden justicia y no la tienen pero siguen laburando porque no les queda otra.
Uno de los seres más siniestros de la política contemporánea, líder de la oposición y en gran medida responsable de la debacle actual, destila resentimiento, fogonea la crisis y acusa al gobierno de convertir un acto de violencia individual en una jugada política.
Se proyecta.
Una escribe —en tono mas bien de amenaza—: «si ponés ‘pero’, no sos capaz de entender, no te da la cabeza. Todos con Cristina. Es ahora».
Otro responde: «Si solo es ‘ahora’ pero ponés ‘peros’ para defender a las víctimas de la inseguridad, a vos tampoco te da la cabeza».
Uno escribe que con minas así no se puede, «ni a tomar mate la invito. Hay que reportar, silenciar y bloquear».
Otra postea: con tipos así no se puede, «ni estar en la misma mesa. Hay que reportar, silenciar y bloquear».
Que fue un atentado. Que fue un montaje, puro circo. Que «qué buen detector de pelotudos es el «todo armado» no?». Qué «qué buen detector de pelotudos es el “defender a Cristina es defender la democracia”, no?
Y así, ad-infinitum.
A todo esto, solo leí dos aciertos: «Que Argentina ya no es un país, sino una disputa.»
Y: «Lo que hace que una relación —en plural: una República— sea sana, no es que no existan discusiones, sino la manera de lidiar con los problemas.»
Ante un episodio que ya está siendo utilizado, es decisivo que no seamos nosotros, nuevamente, los usados.
Quien promulgue el odio, potenciará la violencia porque el odio es contagioso. ¿Tendremos la valentía y la inteligencia de detenerlo?
Si quien te envía mensajes te hace creer que “el-otro” es un enemigo mortal del cual hay que defenderse: primero está perpetuando un debate estéril pero peligroso para tu propio entorno; segundo, te está extendiendo una cerilla.
No la enciendas. No es necesario compartir. Mejor apagar. La tele —las cerillas—, las redes.
Es el momento —no ideal, pero necesario— para concentrarse en lo que estabas haciendo, para continuar proyectando. Un buen momento para unos mates sin ruido. Luego hacer: construir e invitar. Es un día propicio para ofrecer un refugio que neutralice la inercia de la violencia en tu entorno.
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