Una aclaración. Pause.
(No recuerdo cuándo, cómo ni dónde surgió la idea de la Selección Mentirosa, ni tampoco quién tuvo el «honor» de ser su primer integrante, pero el caso es que ya lleva varios años ocupando un sitio destacado en mi libreta de apuntes. Se trata de un equipo muy peculiar, formado por auténticas figuras, nada de jugadores vulgares, ni siquiera de buenos o muy buenos. En él solo tienen sitio los cracks, o los que reúnen condiciones para serlo. Lo que ocurre con ellos, y por eso integran el equipo, es que, en mi personal visión de este juego, prometen mucho más de lo que cumplen y son mucho más eficientes para los medios de comunicación que para sus equipos. Alguna vez, el tiempo y la evolución de un futbolista me han obligado a darle de baja y aceptar que se había convertido en un jugador «verdadero». La mayoría se retira con la camiseta «mentirosa».)
Sea como fuere, el instinto periodístico obliga a reunir algunos datos mínimos cuando surge la posibilidad de una limosna de buen fútbol en algún rincón del planeta –uno, como Eduardo Galeano, no deja de ser en definitiva más que un «mendigo de buenas jugaditas»–. Así supe que el vertiginoso Neymar Júnior tenía por entonces 17, había debutado el 7 de marzo de ese año en primera en un partido del campeonato paulista –reemplazó en el segundo tiempo a Mauricio Molina, un volante colombiano que aunque de una forma un tanto absurda logró hacerse un hueco en la historia– y ya había convertido casi una decena de goles, a pesar de no ser titular y de una fragilidad física evidente que le había hecho perder varios partidos por lesión. Mi curiosidad quedó saciada con esos mínimos detalles.
No habían transcurrido ni dos semanas desde aquel hallazgo casual cuando me tocó compartir un almuerzo con Luis Miguel Hinojal, periodista del Canal Plus español y amplio conocedor del fútbol sudamericano. En algún momento de la comida deslicé al pasar un comentario sobre el nuevo delantero del Santos. Fue una frase corta, de esas que se introducen como para adornar una charla, pero Luismi no la dejó pasar: «Sí, hombre, Neymar. Ese chico es un fenómeno. Estuvo en el MIC el año pasado y solo pudieron frenarle a golpes. De hecho, iba a entrevistarle antes de la final y no pude porque se lo tuvieron que llevar al hospital: los rusos del Konoplev le habían machacado».
Hubo que recurrir al archivo. La Mediterranean International Cup, que se juega en varios estadios de la Costa Brava catalana, es uno de los certámenes más prestigiosos del mundo en categorías menores. En aquel 2008, Brasil había enviado una selección sub 16 para participar en el torneo, que por supuesto acabó conquistando de la mano de Neymar y Philippe Coutinho, el actual jugador del Liverpool inglés.
Pero había más. Quince meses antes, cuando apenas contaba 14 años, el flaquito de piernas como fideos dio su primer aviso: le hicieron jugar un ratito en un partido benéfico en el que participaban varias estrellas del fútbol brasileño. Pocos minutos después de pisar el césped de Vila Belmiro, el estadio del Santos, Romario lo buscó dentro del área, Neymar enganchó hacia adentro con la derecha para hacer que su marcador pasara de largo y definió tranquilamente de zurda al palo opuesto. Como si fuera lo más fácil del mundo.
(El entusiasmo con el que mi amigo Luismi describía al chiquillo del Santos me hizo dudar, porque no es de esos periodistas que regalen elogios solo por un par de gambetas bien hechas. Su espíritu crítico le sirve para separar con bastante exactitud la paja del trigo, para distinguir dónde se esconde un crack en potencia. Por otra parte, su tarea de comentarista en las transmisiones del Brasileirao ya por entonces le había permitido acumular amplios conocimientos sobre el futebol, suficientes como para no dejarse convencer fácilmente. Tal vez, pensé en aquel momento, Neymar Jr. no era tan mentiroso como me pareció en un primer momento. Solo tal vez.)
La realidad, en aquel 2009 en el que empezó a trascender fronteras, es que el nombre de Neymar ya era suficientemente conocido en Brasil. Por una parte circulaban por las redes los videos caseros que lo mostraban cuando era todavía más pequeño y realizaba diabluras con la pelota de fútbol 5 en clubes de nombres tan improbables como Tumiaru o Gremetal, equipuchos de los que abundan en los barrios pobres de cualquier ciudad brasileña. Una ventaja notable de los actuales cracks respecto a los de generaciones anteriores es que el acceso de las clases populares al menos a los niveles más básicos del desarrollo tecnológico permite tener buenos materiales fílmicos de sus inicios, de cuando juegan por el mero placer de jugar, sin más tácticas ni objetivos que el deseo de hacer más goles que el rival. Con Neymar Jr. dicho material existía en abundancia.
El restante motivo de su fama ya no era tan puro. Diez meses antes del citado gol en Vila Belmiro, la fulgurante carrera del delantero había hecho escala en Madrid. Neymar había llegado al Santos cuando acababa de cumplir los 11 años, llevado de la mano por Roberto Antonio dos Santos, Betinho, el mismo que en su día había «descubierto» a Robinho, y el club, convencido de que estaba cayendo una joya entre sus manos, creó un equipo con jugadores de esa edad solo para poder aceptarlo. Un año después ya cobraba un mínimo salario mensual y tenía agente, Wagner Ribeiro, el apoderado que llevaba los negocios del antecedente más cercano a Neymar en las filas del Peixe, como le llaman los brasileños a uno de sus clubes más populares.
Ribeiro, por supuesto, participó en su momento del fichaje de Robinho por el Real Madrid, y no le resultó complicado que el club le abriese las puertas a la nueva promesa a principios de 2006.
Durante 19 días y sus respectivas noches, el niño y su padre de idéntico nombre soportaron el frío invernal de la capital española, mientras los técnicos merengues abrían los ojos ante los arabescos que dibujaba el flaquito sobre el pasto. Sin embargo, y a pesar de que llegaron a empadronarle en Villaviciosa de Odón, un pueblo de los alrededores de Madrid, y a rellenar la ficha de inscripción en la Federación Madrileña de Fútbol, después de esos 19 días padre e hijo agradecieron las atenciones recibidas y se tomaron un avión de regreso a São Paulo.
La historia oficial, la que le gusta contar a Neymar da Silva Santos, el progenitor del crack, habla de saudades. El niño, según esta versión, quería volver a su casa, con su familia y sus amigos «los Toiss», con quienes se juntaba a jugar en la calle. Pero –esto lo fue aprendiendo con el tiempo– casi todo lo que rodea al actual jugador del Barcelona navega en una nebulosa de medias verdades y medias mentiras. En la cara B de la decisión de volver al Santos sonaba otra canción: el club del Paseo de la Castellana no se atrevió a pagar los sesenta mil euros que pedía el padre del prodigio para quedarse en España. En el libro autobiográfico titulado «Me llamo Neymar», el padre asegura que «no había dinero en Madrid para comprar la felicidad de mi hijo», lo que da pie para aceptar las dos versiones de la historia.
El viaje, en todo caso, no fue inútil. A «Juninho», como lo llamaban en la intimidad familiar, le permitió asomarse al mundo del sofisticado y organizado fútbol europeo. Aunque para su espíritu jovial y adolescente nada tuvo más valor que conocer a Robinho, su ídolo de la infancia; y hacerse fotos con Ronaldo, Beckham y Zidane, los «galácticos» que cautivaban al Bernabéu por aquellos tiempos. Para su padre, que con los años se demostraría un as de los negocios, fue la coartada para llevar a cabo su primera gran operación: ante el temor de perder a su estrella en ciernes, el Santos ofreció un millón de reales (unos 400.000 euros al cambio de ese momento). Pasar frío en Madrid había valido la pena.
(El nombre de Robinho es casi un símbolo del «futbolista mentiroso». Espectacular y mediático donde los haya, llegó a Europa con la aureola de ícono y los vaticinios de que se iba a comer el mundo, pero su carrera se fue diluyendo de a poco, se fue enredando en amagues que no llevaban a ninguna parte hasta cargar con el hiriente mote de «el triatleta», porque primero hacía la bicicleta, después corría y al final… nada. Para mi mirada siempre sospechosa, confieso que la asociación tan estrecha entre Neymar y su desilusionante antecesor no hizo más que reafirmarme en la idea de que el nuevo ídolo del Santos era la repetición del mismo patrón. Por supuesto que nunca había olvidado la opinión que sobre él tenía mi amigo Luismi, pero había algo que seguía sin convencerme.)
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La carrera del «Menino da Vila» estalló en 2010. A la plasticidad y efectividad goleadora que brindaba su sociedad con Ganso, un mediocampista inteligente y hábil, heredero directo de los grandes volantes del futebol brasileño, se sumó el regreso de Robinho, que en su medio natural tenía menos inconvenientes para desplegar sus innegables virtudes. Con ellos tres el Santos se convirtió en el equipo más divertido del país. Goleaba y gustaba. Se quedó con la Copa de Brasil y el Campeonato Paulista. Las televisiones difundían al mundo los malabares y la contundencia implacable de un chico de 18 años que tenía fascinados a los «torçedores». El grupo de rap Mc- Bellot incluso llegó a componer un tema dedicado a Dunga, director técnico de la selección nacional, para pedirle que llevara a Neymar a la Copa del Mundo de ese año en Sudáfrica. Dunga, un tipo duro, por supuesto no le hizo caso.
Fuera de Brasil, los ojos del fútbol europeo se clavaron en las piernas todavía endebles de Neymar Jr., y los entrenadores y dirigentes de los clubes más poderosos comenzaron a relamerse, imaginando al prodigio con sus respectivas camisetas. En agosto de ese año, el Chelsea fue el que movió ficha de manera más decidida. La respuesta del Santos fue negativa. A cambio, firmó el Projeto Neymar con NR Sports, la empresa que el padre de la criatura había constituido a principios de 2010 para gestionar los ingresos de su hijo, mucho antes de que este se convirtiera en un emporio, en una máquina de facturar.
Ejemplos como el de Neymar da Silva Santos abundan en el mundo del deporte: padres –o madres– que ven en sus vástagos la oportunidad de realizar sus propios sueños de fama, gloria y dinero. Al principio se convierten en sus primeros hinchas. Después, en sus mayores protectores. Más tarde, en sus representantes legales y económicos. Y durante todo el tiempo, en sus principales coaches, consejeros, psicólogos… Hasta crear una relación que se puede entender como simbiótica, pero también como parasitaria o incluso esclaviza, según el nivel de simpatía con que se la observe. En el caso de los Neymar, cualquiera sea su calificación, hay que aceptar que la relación les ha traído hasta la fecha más beneficios que perjuicios.
En cuanto estuvo seguro de que su primogénito causaba sensación allí donde iba, Neymar Senior tomó las riendas de la situación. Y desde que su hijo dio los primeros pasos en el Santos, logró imponer decisiones en el club. Los dirigentes del Peixe no tuvieron más remedio que rendirse a sus pedidos, y así, a los quince años el niño ya ganaba cuatro mil euros de la época al mes, una cifra que crecería un 150% apenas un año más tarde. Pero al mismo tiempo, papá Neymar no perdió nunca de vista la educación y los cuidados de su «perla», para que ninguna tentación lo desviara del camino trazado. A tanto llegaba su celo, y tan nítido tuvo siempre el objetivo final, que invirtió lo recibido cuando volvieron de Madrid en la compra de un departamento con vista al estadio de Vila Belmiro, como para que el chico tuviese claro hacia dónde debía mirar cuando se despertara cada mañana.
Hoy, que ya es casi tan conocido como el 11 del Barcelona, Neymar da Silva Santos admite sin pelos en la lengua que su hijo es su forma de vida, su empresa; y deja claro ante quien quiera oírle que él es el director de la misma. Un director más estricto que permisivo, criado en la dureza de los campeonatos de las categorías menores y en las penurias de la estrechez económica y el trabajo mal remunerado. Sus ex compañeros del União Mogi, equipo de la tercera división paulista donde oficiaba de delantero de suerte dispar cuando se produjo el nacimiento de «Juninho», todavía recuerdan su euforia en aquel día: «Será el futuro mejor jugador de Brasil», afirman que dijo en el vestuario. Por supuesto, ninguno de los presentes lo tomó en serio. Pero hay que admitir que este capítulo de la historia resultó ser absolutamente verdadero.
El Projeto Neymar, la herramienta que permitió al Santos disfrutar de su joya durante tres años más de los que cualquiera podía imaginar, era la concreción en papel de una gigantesca operación de marketing destinada a convertir al nuevo ícono en ídolo de masas, en mito, en leyenda del fútbol y de Brasil, amén de transformarlo en una industria de altísima rentabilidad. Un ramillete de patrocinadores privados pondría el dinero y todos saldrían ganando.
La iniciativa tenía pocos antecedentes, porque no dejaba casi nada librado al azar. Las trece páginas de presentación exponían todas las intenciones casi sin ocultar nada. Aun hoy, transcurridos algo menos de cuatro años desde su puesta en marcha, su lectura y sus resultados generan cierto vértigo. El Projeto da por sentado que Neymar llegará a ser uno de los más grandes futbolistas de la historia, y a partir de esa certeza se diagraman sus pasos y los de todo su entorno, incluidos los de su hermana Rafaela, que en ese momento contaba catorce años y a la que ya se le señala un camino: deberá estudiar administración de empresas. La planificación abarca un sinfín de ítems y tareas a realizar: entrenamiento para hablar con la prensa para el padre y el hijo, fonoaudiología para mejorar la dicción, aprendizaje de inglés y español, cuidados especiales para la construcción y consolidación de un mito, participación en acciones sociales, potenciación de la imagen, búsqueda de sponsors (en 2013 ya eran catorce grandes empresas), creación de la marca NJR… No hay espacios para la duda, el infortunio o las miles de circunstancias que rodean la carrera de un deportista. Todo está previsto. Demasiado previsto.
(El día que leí en qué consistía el Projeto Neymar me recorrió un escalofrío. Quizás suene algo pueril, pero me gustan los ídolos y los mitos que se hacen solos, los que se van incorporando de a poco en el corazón y el inconsciente de la gente hasta que son sentidos como propios, como un amigo. Y, por supuesto, no me importa que sean perfectos, porque la imperfección suele ser parte de su leyenda. A Neymar Jr., en cambio, planeaban «construirlo».)
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Dorival Junior es un tipo simpático, uno de los tantos honestos directores técnicos que deambulan por la geografía brasileña cambiando de club de año en año, y a veces incluso dentro de la misma temporada. En 2010, la suerte quiso que estuviera en ese Santos rutilante y alegre de Ganso, Robinho y Neymar. Todo iba sobre ruedas. El club acababa de asegurarse la continuidad de su máxima figura y con el título paulista en el bolsillo, el Peixe se aprestaba a dar pelea en el Brasileirao, el campeonato brasileño de la serie A. Pero algo se torció de golpe.
A los 18 años de edad y en plena expansión de popularidad, Neymar Jr. tuvo su primer, y hasta ahora único, ataque de auténtica rebeldía. Desde hacía unos meses había dejado de ser el adolescente cumplidor y correcto para empezar a cumplir con todos los tópicos que se le suponen a un futbolista brasileño, es decir, bailón, amante de la fiesta, ostentoso y mujeriego. Nada ilógico, teniendo en cuenta los atractivos que la noche depara a una estrella de alcance nacional. Comenzó a frecuentar los shows de pagode –un subgénero de la samba derivado en música pop comercial y pegadiza– y los conciertos de rap. Incluso llegó a escaparse de la concentración con tres compañeros para ir a São Paulo a escuchar al rapero Chris Brown. La velada acabó en un hotel con unas bailarinas de la televisión paulista. Como a la hora de la verdad el chico seguía estableciendo diferencias con sus rivales y marcando goles en serie, Dorival Junior se hacía el distraído con las andanzas de su menino preferido. Pero el 15 de septiembre se produjo un hecho que hizo hablar a todo Brasil. Durante un partido contra el Atlético Goianense, el entrenador se negó a que Neymar ejecutara un penal –había fallado varios consecutivos en las jornadas previas– y el «chico perfecto» montó en cólera. Primero se ocupó de mostrar su desagrado con gestos ostentosos. Después, se dedicó el resto del partido a hacer juegos sin sentido con la pelota, desentendiéndose del equipo, el resultado y todo lo que ocurriera alrededor. Aquello fue un escándalo. «Estamos criando un monstruo», sentenció René Simoes, el técnico del Goianense. Dorival Junior solicitó una sanción para su pupilo. El club le respondió con la carta de despido para él.
Evidentemente, aquella actitud y sus consecuencias iban en dirección contraria a lo que habían firmado solo un mes antes NR Sports y el Santos. Era imprescindible reparar el daño cuanto antes. Neymar Senior se puso manos a la obra y volvió a apretarle los tornillos de la conducta a su hijo: recibiría apenas quince mil reales al mes para sus gastos (algo así como seis mil dólares), ni uno más, lo cual limitaba desde lo económico sus posibilidades de juerga. Y, por otro lado, le solicitó a Newton Glória Lobato que hablase con «Juninho». El pastor Lobato era el presidente de la congregación de la Iglesia Batista Peniel, a la que concurría habitualmente la familia. Neymar, al margen de sus noches pecadoras, siempre fue un devoto fiel. Bautizado en 2008 en la playa de Gonzaguinha, en el mismo São Vicente donde vivía su abuelo, mientras estuvo en Santos no dejó nunca de acudir a los oficios ni de aportar su cada vez más elevado diezmo mensual. Bien visto, resulta bastante probable que las conversaciones con el pastor hayan servido para enderezar la conducta díscola del futbolista en aquellos días.
Lo cierto es que apenas dos meses más tarde, Dorival Junior ya había encontrado otro banco de suplentes donde sentarse. Entrenaba al Atlético Mineiro y el Santos debía enfrentarlo. Ya sea por los consejos del padre, del pastor Lobato o por propia iniciativa, en cuanto pisó el césped, Neymar Jr. se dirigió hacia donde estaba su ex técnico para pedirle públicamente perdón por lo ocurrido. Adictos a las telenovelas rosas y los finales felices, los brasileños saludaron con emoción y alivio el gesto de arrepentimiento de su nuevo ídolo. Un arrepentimiento que pareció sentido y auténtico, más allá de que coincidiera con las directrices apuntadas en el célebre Projeto.
Si 2010 fue el año del estallido, y también el de su debut en la selección mayor –una vez pasado el mundial y ya sin Dunga al mando–, 2011 batió todos los récords en la popularidad de Neymar. Sus progresos futbolísticos eran evidentes y físicamente también había evolucionado. La mayor contextura y robustez le hacían aguantar mejor los choques y golpes con que intentaban frenarle los rivales, sin que hubiera afectado la velocidad ni la destreza de sus piernas. El menino no defraudaba nunca y de su galera surgía un conejo diferente cada semana. El repertorio de goles parecía infinito y las formas de ridiculizar a los defensores rivales también. La torcida del Peixe deliraba y el resto de Brasil no salía de su asombro.
Los logros, que en su país ya había comenzado a acumular un año antes, se convirtieron entonces en una consecuencia natural: fue el máximo goleador de la Copa Libertadores y del Sudamericano sub 20, lo eligieron mejor jugador joven del mundo y mejor futbolista de Sudamérica, y se llevó el Premio Puskas al mejor gol del año (durante un inolvidable 5-4 del Santos al Flamengo de Ronaldinho), lo que motivó que en enero del año siguiente asomara por primera vez su imagen en una Gala de la FIFA, esa fiesta con aires hollywoodienses en la que se entrega el Balón de Oro. Pero, además, condujo a su equipo a un nuevo título en el Campeonato Paulista y, sobre todo, a la conquista de la Copa Libertadores, 48 años después de que Pelé la levantase por última vez en Vila Belmiro. Neymar Jr. Comenzaba a codearse con los grandes, a asomarse a la leyenda… y era difícil discutirle los méritos.
(El gol que le hizo acreedor al Premio Puskas fue, sin dudas, una maravilla. El cambio de ritmo cuando le devuelven la pared, la pisada con la derecha y el toque con izquierda para hacerle pasar la pelota por un lado al último defensor mientras la va a buscar por el otro y la definición sutil son una obra maestra de doce segundos que confirman una obviedad: Neymar tiene todas las condiciones del mundo. Pero en realidad, lo que a principios de 2012 hizo tambalear mi tendencia a alinearlo en la Selección Mentirosa fue su rendimiento en los clásicos. Los cracks de poco carácter, los que siempre rinden menos cuando más se los espera, suelen flaquear en los partidos calientes. Y con Neymar esto no pasa. Con muy pocos años se transformó en una tortura para los defensores del São Paulo, del Corinthians, del Palmeiras. Y por si fuera poco, marcó el primer gol de la final de la Libertadores que acabaría ganando el Santos. Empecé a creer con firmeza que por fin Pelé había encontrado un heredero en su propia casa).
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La exhibición de virtuosismo sin pausa que Neymar derrochaba cada semana se convirtió en un irresistible imán para la prensa. Cataratas de tinta, horas y horas de radio y televisión fueron dedicadas a escudriñar cada detalle de la vida del fenómeno que venía a ocupar el vacío dejado por el retiro de Ronaldo. De Neymar se sabía que era un coleccionista de relojes y perfumes, que guardaba chocolates y un oso de peluche en su armario del Centro de Entrenamiento del Santos, que se depilaba las piernas y los brazos y se cuidaba las uñas de manos y pies, que le hicieron un tratamiento de ortodoncia para emparejarle la dentadura, que pasaba horas jugando con sus amigos partidos del FIFA en la consola. Y por supuesto, que el peluquero Cosme Salles era el responsable de sus extravagantes peinados mohicanos.
Aunque nada logró superar el éxito de audiencia obtenido por la noticia de la prematura paternidad del «chico 10». El desliz cometido por un Neymar de 19 años lanzado a conquistar cuanta mujer se le cruzase en el camino dejaba una consecuencia que iba más allá de las páginas rosas de las revistas. Carolina Dantas, la madre, era tal vez la menos llamativa de las beldades que merodeaban al orgulloso conductor del Porsche Panamera Turbo (se lo había ganado al padre en una apuesta durante el Sudamericano sub 20). Estudiante, 17 años de edad, solo estuvieron juntos en una de esas «noches locas» que ya eran célebres en todo São Paulo, pero fue suficiente.
Los testigos más directos aseguran que pocas veces vieron más irritado a Neymar Senior que el día que se enteró de la noticia. Un embarazo no deseado con una desconocida no es la mejor carta de presentación para consolidar un mito. Pero toda la habilidad que la naturaleza le negó para triunfar como futbolista se la entregó en dosis de astucia, intuición y, sin duda, amor por la familia. El «Jefe» disolvió su disgusto en un par de cafés y adoptó un puñado de decisiones sabias: apoyar a «Juninho», abrir amistosamente las puertas del clan a la recién llegada –porque, en realidad, Carolina y Neymar nunca fueron una pareja como tal, aunque continúan siendo buenos amigos– y aguardar con ilusión el arribo del niño, nacido el 24 de agosto de aquel frenético 2011. ¿Fue por sensatez, creencia religiosa, espíritu familiar, amor, sentido comercial o por un poco de todo esto junto? No importa. Cualquiera que haya sido la razón, la imagen enternecedora del ídolo entrando a la cancha con su bebé en brazos conmovió a los hinchas y el pequeño David Lucca marcó su primer gol a favor del Projeto Neymar.
La llegada del primer hijo del jugador del Santos sirvió además para sacar a la luz una anécdota sobre su temprana infancia que, si bien ya se conocía, el fárrago de información generado a su alrededor había arrumbado en el desván del olvido. La historia tuvo lugar solo cuatro meses después del nacimiento de «Juninho». Un sábado de invierno, la familia se dispuso a cubrir el centenar de kilómetros que separan Mogi das Cruzes, la ciudad donde nació Neymar Jr., de Santos, el hogar de los abuelos. Aquel fin de semana el padre no tenía partido con el União Mogi y aunque suene llamativo, todavía nadie de la familia conocía al recién nacido. Llovía, un automóvil que venía en dirección contraria realizó una maniobra imprudente en la carretera, Neymar Senior no pudo dominar el coche, y volcaron hasta quedar al borde del precipicio. En un primer momento, ni él ni su esposa Nadine encontraron a «Juninho», que viajaba en el asiento de atrás del vehículo. Los cristales estaban destrozados y ella misma debió salir del coche a través de la luna trasera, que había perdido el cristal. Durante unos segundos temieron que el pequeño hubiera salido despedido por alguna ventana. Pero no. Estaba encajado bajo el asiento del conductor, con la cabeza ensangrentada por un corte, pero ileso, cobijado bajo el ala protectora de su progenitor.
La historia, obviamente, es relatada por los padres del 11 del Barça, y no se puede negar que el accidente ocurrió. De hecho, Neymar padre se fracturó la cadera y debió decirle definitivamente adiós a su carrera como futbolista. En cuanto a los detalles, pertenecen a la memoria de los únicos protagonistas. Ya se sabe que a medida que pasan los años la memoria se torna selectiva y va quitando y añadiendo matices a los hechos según se acomoden a las circunstancias de la vida. Edificar una leyenda no es una circunstancia cualquiera, y un accidente con riesgo de muerte no deja de ser un ladrillo más de la casa…
(Cualquier mirada que se haga sobre la existencia, corta pero intensa, que ha rodeado y rodea a Neymar Jr. ofrece una lectura ambivalente. Todo puede ser real. Todo puede ser prefabricado. Tal vez, porque en su propio interior parecen habitar dos personajes contrapuestos, algo así como el Yin y el Yan, o Jekill y Hyde. Está el irreverente que parece tomar el pelo a sus rivales con sus amagues y sus festejos, y el humilde que rinde pleitesía a Lionel Messi desde que llegó al Barcelona y acepta calladamente un papel secundario. Conviven el joven inmaduro que solo piensa en bailar, cantar y cambiar de novia cada cierto tiempo con el padre aplicado y el profesional que, como Romario, otro de sus ídolos de niñez y «culpable» de que use la camiseta con el número 11, no bebe una gota de alcohol y se niega a publicitar bebidas que lo contengan. Se conjugan el pecador insaciable y el consumista obsesivo con el chico bueno que se sienta en la última fila de la iglesia a escuchar misa. Neymar Jr., en definitiva, es un chico que creció demasiado deprisa. Un joven obligado a ser correcto y disciplinado en medio de un mundo de tentaciones. Le cabe perfectamente el papel de dos en uno. Y en cuanto al entorno, bueno, la ambivalencia siempre vende).
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El 25 de mayo de 2013, Neymar Jr. se saltó los protocolos y los pactos para anunciar que seguiría su carrera en el Fútbol Club Barcelona, que iba a cumplir su sueño de jugar junto a Lionel Messi en el equipo que había dominado la escena mundial en los años anteriores con un juego maravilloso, nunca visto con anterioridad. Faltaban pocos días para que arrancara la Copa de las Confederaciones, el torneo que organiza la FIFA como prólogo a la Copa del Mundo que se celebra un año más tarde. No faltaron quienes criticaron el momento elegido para dar publicidad al fichaje. El delantero de Mogi das Cruzes era la carta ganadora que tenía Brasil para espantar los malos augurios y afianzar su autoestima de cara a un mundial en el que solo le vale el título para que no se hable de fracaso, y el fichaje podía desconcentrarlo, distraerlo de su meta más cercana. Pero se equivocaron. El flaquito del cabello teñido y los peinados cambiantes condujo a su selección a levantar el trofeo y él mismo fue elegido mejor jugador del certamen. La vida parecía sonreírle.
El 3 de febrero de 2014, un día frío en Cataluña, Neymar Jr. decidió mandar mensajes por las redes sociales con un objetivo muy concreto: defender a capa y espada la conducta de su padre y proclamar a los cuatro vientos la relación de amor inquebrantable existente entre ellos. No había transcurrido un año desde su triunfo en la Copa de las Confederaciones y, contra todo pronóstico, las sombras habían pasado a ocupar más lugar que las luces en su horizonte cercano. Lo cierto es que su primera temporada en Europa amenaza fiasco y el Neymar tímido y poco atrevido que se enfunda la camiseta del Barcelona solo se asemeja de manera lejana a aquel desfachatado gambeteador que encendía las almas en Vila Belmiro. Todavía no ha conectado futbolísticamente con Messi, y para colmo de males el equipo ha perdido magia y encanto. Es cierto que ha entregado algunas gotas de su talento, pero muy pocas en relación a sus antecedentes y a las expectativas creadas.
Pero por mal que hayan ido las cosas dentro de la cancha, nada ha sido peor para los Neymar que lo padecido fuera de ellas. La confusión creada en torno a las cifras pagadas por el traspaso desde el Santos al Barcelona ha ido dejando un tendal de afectados: el ya ex presidente de la entidad catalana, Sandro Rosell, quien debió renunciar a su cargo, la credibilidad de ambos clubes, la escala salarial dentro del plantel… pero también la honestidad de Neymar Padre, curiosamente acusado de engañar a propios y extraños. Otra vez, a su alrededor se escenifica el juego de la verdad y la mentira.
En los meses transcurridos en Barcelona, el nombre del delantero brasileño ha quedado más veces relacionado con los dineros que con los goles, con la defensa acérrima y visceral del comportamiento paterno que con el enloquecimiento de los defensores rivales. El resultado, hasta el momento, es un chico de aspecto atormentado, un jugador sin chispa, un alma en pena que solo da muestras de carácter cuando no aguanta más y enciende el Twitter.
En Brasil, sin embargo, el Projeto sigue viento en popa. El último botón de muestra, como para recordar que la «responsabilidad social» era parte del plan trazado, es el Instituto Projeto Neymar Jr., un complejo educativo todavía en construcción destinado a dar educación deportiva a 2.500 jóvenes de pocos recursos en Praia Grande, el área donde vivió la familia antes de mudarse a los alrededores de Vila Belmiro. Y como además el «Menino da Vila» continúa engrosando sus cifras anotadoras cada vez que juega para su selección, nada parece haber cambiado.
Pero en Europa se le exigen argumentos diferentes. Sin regates espectaculares, apiladas fueras de serie ni golazos majestuosos, nada de lo que haga con la verdeamarelha servirá de mucho. No sería el primer caso de un jugador de su país que cruza el océano plagado de condiciones extraordinarias, pero que empieza a diluirse en la orilla oriental del Atlántico y a dudar de sí mismo, hasta acabar volviendo a casa porque es el único lugar donde se siente seguro.
Por supuesto, cualquier juicio de valor a estas alturas carece de fundamento. Neymar Jr. deberá atravesar el lógico período de adaptación y a partir de allí se podrá evaluar cuánto hay de verdad y cuánto de «mentira» en sus movimientos eléctricos, su manejo de los dos perfiles, en esa voracidad goleadora que le llevó a marcar 138 goles en 230 partidos con el Santos.
Mientras llega ese momento, la Copa del Mundo 2014 será un examen vital, un desafío mayúsculo para medir la carrera de Neymar Jr., para establecer con algo más de certeza dónde está su techo, porque a él se aferran 200 millones de brasileños para evitar la repetición del célebre Maracanazo de 1950. Es cierto que casi todos los más grandes –Maradona, Cruyff, Beckenbauer, Zidane, Ronaldo…– hicieron su mejor mundial cuando tenían entre 25 y 27 años, en tanto que Neymar jugará la edición 2014 con apenas 22, pero en su país no le harán mucho caso al dato.
En Brasil pesa mucho más otro antecedente: el que dice que uno solo de los cracks más cracks de la historia del fútbol, de esos que ningún cronista de medio pelo se atrevería a calificar de «mentiroso», triunfó en un mundial con menos de 25 años. Uno que celebraba los goles con un salto corto y un puñetazo al aire, tal como hace Neymar Jr. Se llama Edson Arantes do Nascimento, todos lo conocen como Pelé, y, casualmente, es el único que surgió del Santos.
Epílogo
La historia de los últimos siete años de Neymar Jr., la que comenzó en aquel 2014 en el que solo valía levantar la Copa del Mundo para que Brasil no la sintiera como un fracaso, ha conocido los mismos vaivenes que los 22 años anteriores, y podría decirse que casi los mismos ingredientes. Dentro y fuera de la cancha.
Hubo títulos y actuaciones rutilantes caminando de la mano de decepciones profundas y críticas despiadadas. Hubo gestos de humanidad y solidaridad al tiempo que abundaron las polémicas, los desplantes y las salidas de tono. Como para demostrar que Jekyll y Hyde continúan habitando el cuerpo de un futbolista que solo sigue una línea uniforme en dos cuestiones: nunca deja de facturar millones y jamás pasa inadvertido cuando la pelota empieza a rodar.
No es fácil resumir una existencia tan agitada como la del delantero que desde 2017 forma parte del plantel del París Saint Germain, ni siquiera aunque el resumen apenas abarque el 25 por ciento de su vida.
En su Brasil natal, si el Mundial en casa fue un suplicio (primero por el rodillazo del colombiano Camilo Zúñiga que le produjo una fractura vertebral y lo dejó fuera de combate en el encuentro por cuartos de final; pocos días después, por el humillante 1-7 de Brasil ante Alemania en semifinales), los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro significaron una gran revancha. Criticado sin piedad por dos pálidos 0-0 ante Sudáfrica e Irak en el inicio del torneo, incluso comparado con indisimulada malicia con Marta, la capitana del equipo femenino que había arrancado la competición a pura goleada, el prodigio de Mogi das Cruzes acabó dando vuelta la historia. De ahí en más, Neymar se puso el equipo al hombro y lo llevó a la final en el Maracaná. Un espectacular golazo de tiro libre y la conversión del penal definitivo en la tanda que decidió la medalla de oro ante Alemania lo catapultaron a la idolatría absoluta. La verde-amarelha ganó el único título que le faltaba y Neymar sepultó las discusiones. (Marta y sus compañeras, por cierto, cayeron eliminadas por Suecia en semifinales).
En Europa, entretanto, la brújula de su vida marcaba justo el sentido contrario. La desilusión del Mundial se borró en la temporada siguiente. La histórica MSN, delantera conformada por Lionel Messi, Luis Suárez y la perla surgida en el Peixe alcanzaría los 122 goles para lograr el segundo triplete del Barcelona en su historia: Liga, Copa del Rey y Champions League en un mismo año. La relación entre los tres, además, era perfecta; la hinchada los amaba; la prensa los bendecía cada domingo. Era casi un cuento de hadas, y sin embargo…
Los deportistas de élite son ambiciosos por naturaleza. No hay otro modo de llegar y mantenerse en los peldaños superiores del éxito si no es con un apetito permanente de mejoría, de triunfos, de gloria. Neymar tenía mucho pero anhelaba más: ser nominado el número uno del planeta futbolístico. Sabía que a la sombra de Messi, dar ese paso decisivo hacia la coronación sería imposible. Solo restaba que alguien acercara la posibilidad de un buen negocio. Hasta que en 2017 se hizo realidad.
En aquel verano europeo, la opción de engrosar aún más la cuenta corriente y la ambición personal -o grupal, ya se ha explicado que ninguna acción mercantil en el universo Neymar ocurre al azar- se aunaron para disfrazarse de demonios, metieron la cola y deshicieron el cuento.
Los jeques qataríes dueños del París Saint Germain pagaron al Barça los 222 millones de euros de la cláusula de rescisión establecida en el contrato, y el brasileño aceptó irse a una liga menor a cambio de perseguir el deseo de consagrarse siendo el líder absoluto del equipo, el niño mimado que había sido casi desde que empezó a despuntar en el fútbol infantil de su pueblo natal. Sin nadie que pudiera discutirle el cetro.
La vida en París continuó el guión conocido. Una adaptación compleja, una serie de títulos locales conquistados con más holgura que brillo y una larga lista de decepciones europeas, la última en la final de la extraña temporada de la pandemia, ante el Bayern Munich. Y en el medio, discusiones, lesiones, salidas de tono, un intento de regreso a Barcelona en 2019 que le valió el odio temporal de la hinchada, y también una gran actuación en el Mundial de Rusia 2018 que solo la mala suerte y las grandes atajadas del belga Thibaut Courtois detuvieron en cuartos de final. Pero al mejor estilo Hemingway, París también trajo la fiesta…
El capítulo extrafutbolístico de Neymar es igual de abrumador y variado que el transcurrido sobre el césped. Las noches de juerga en la capital francesa, las celebraciones de cumpleaños, y por supuesto, la interminable sucesión de parejas han sido una constante desde el aterrizaje a orillas del Sena.
También lo son los escándalos, una consecuencia prácticamente inseparable. Por un lado, los fiscales, en Brasil y en España, que salpican tanto al jugador como a su padre y al Projeto Neymar, aún sin decisión final. Por el otro, los relativos a su espíritu juerguista y su tempestuosa relación con el sexo opuesto. En 2019, una modelo brasileña le acusó de violación en un hotel parisino. La denuncia, radicada en San Pablo, fue archivada unos meses más tarde. Un año después, Nike, histórico proveedor de su ropa deportiva, rompió su contrato ante la sospecha nunca del todo aclarada de otro abuso sexual, esta vez con una empleada de marketing de la empresa en 2018. “En sus fiestas, los solteros ocupan una planta, y los casados, otra. Él está en todas partes”, confesó alguna vez el español Ander Herrera, su compañero en el PSG.
Los últimos episodios tuvieron lugar en Brasil. La idea de despedir 2020 con una megafiesta para 500 personas en medio de la tenebrosa ola de muertes desatada en el país por el Covid-19 hizo renacer aquella impresión inicial de estar criando un monstruo que alguien había sugerido al principio de su carrera. La idea finalmente quedaría en la nada, pero el daño en la imagen ya estaba hecho. Tiempo después, se supo que a la vez que pensaba en un festejo desmedido y fuera de lugar, el menino de Mogi das Cruzes se ocupaba de mantener los ingresos de los 142 empleados del instituto de Praia Grande donde se brinda asistencia diaria a unos 3.000 niños.
En febrero de 2022, Neymar Jr. cumplirá 30 años. Lo hará luego de haber cumplido varios de sus sueños infantiles y adolescentes, pero también con un par de desafíos pendientes. El Mundial de Qatar, que se disputará en noviembre de ese año, le dará una nueva oportunidad de ganar el título que se le niega y, si ello ocurriera, ser ungido como el mejor futbolista del mundo. Todo lo demás, el yin y el yan, Jekyll y Hyde, la noche y el día, el carácter díscolo y el amigable, ya forman parte indeleble de una personalidad que desconoce la indiferencia. El personaje es así, vive y vivirá transitando siempre en ambos sentidos la ruta entre el Cielo y el Infierno. Quiéralo o déjelo, disfrute de sus gambetas u odie su fanfarronería y su mal genio. No va a cambiar. Es Neymar, un auténtico monstruo del fútbol de estos tiempos.
Este texto forma parte del libro “LOS MEJORES DE AMÉRICA. Historias inéditas de los grandes jugadores del Mundial”, (uqbar editores), editado por Bárbara Fuentes y publicado en 2014. Periodismo de Colección, una serie de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile.