Relatto

La revolución quechua pop de Lenin Tamayo Pinares

por Avatar Relatto



Antes de todo fue el quechua. Antes del huayno, el quechua; antes del q-pop, el quechua. Y antes de Lenin fue su mamá; y mucho antes de su mamá, su abuela. De su abuela, heredó el quechua; de su madre, la pasión por la música. Pero eso fue en el principio. Ahora es el q-pop; y antes del q-pop, Lenin. Lenin Tamayo Pinares.El nombre lo inventó Lenin. Cuatro letras, la primera separada de las otras tres con un guion. ¿Es una sigla, un acrónimo o una abreviatura? ¡Qué importa! ¿Qué significan esas cuatro letras y un guion? Simplificando se diría que es pop en quechua. Pero resulta ingenuo aceptar esa definición. Algunos dicen que es k-pop en quechua; otros, huayno mezclado con k-pop. No es huayno, tampoco pop, ni k-pop. No tiene definición precisa todavía; pero sí elementos identificables. Ritmo combinado de huayno con pop y k-pop; estética, coreografía y atuendo tipo coreano con motivos andinos, y composiciones en quechua y español. Decir que es todo eso sería más preciso. O quizás sería mejor decir que es el Aleph de las sinfonías. O Amaru, dios de la sabiduría inca en forma de serpiente, transformado en quechua pop. Una serpiente que se desplaza de los Andes a Asia.

El q-pop es algo nuevo, un grito musical de Lenin que llegó para quedarse; una revolución que empezó a recorrer los continentes. Lenin encontró en el mundo quechua y sus mitologías esa nueva forma de pensar y de hacer música. Combinó mitos y leyendas, música e idioma, cantos adoratorios y solemnes de los incas. Unió pasado y presente. Y de esa alquimia nació el q-pop. De niño, Lenin aprendió el quechua; de joven convirtió esa lengua en una, otra y otra canción más. No solo compone y canta, también baila. Baila en la cima del sitio arqueológico inca Waqrapucara, roca gigante a cuatro mil metros de altura y en forma de cuerno, en Cusco. Son piedras como tumbas de dioses. El sol lo mira alegre desde el cielo. Su cuerpo es una serpiente en movimiento, un río que fluye. Usa alhajas que alargan sus orejas como de los elfos o los avatar. No se parecen a las orejeras que colgaban como platos de las orejas de los incas, señal de poder y nobleza. Lenin entona “Kutimuni”, he vuelto. La canción habla de la resistencia del pueblo del Inca; de su esperado regreso. En su canto resurge el mito del Inkarri, promesa de la refundación del Tawantinsuyo, el imperio fundado por los incas. Lenin le canta a Amaru y a la Pachamama; al Inti (sol) y a la Quilla (Luna). Esas bocas sagradas debieron haberle hablado.

―¿Maimantakanki (de dónde eres)? ―habría preguntado el dios Inti.

―Kaimantakani (soy de aquí) ― habría respondido Lenin.

Lenin posa en la cima del sitio arqueológico inca Waqrapukara, fortaleza en forma de cuerno, ubicado en Cusco, Perú. Allí grabó el videoclip de Kutimuni.

En Lenin, kaimantakani es un mantra, una confesión, un rezo. O todo eso. Pero decir “soy de aquí” es insuficiente todavía. En realidad, kaimantakani es una nueva forma de hablar de sus raíces andinas; rescatar su lengua, sus ritmos y canciones. Para Lenin, no se puede entender la cultura y el arte como algo puro e intocable. No se debe condenar al huayno a ser un género secundario ni al quechua, una lengua marginal. «Soy consciente de que hacer música andina es decir soy del Ande, de un pueblo que ha sufrido y peleado mucho, y merece respeto”. Lenin no es el primero en hacerlo, pero sí el primero en unir dos culturas de dos continentes. Antes de Lenin hubo artistas que fusionaron el quechua con otros géneros. Uchpa con rock blues, Liberato Kani con rap, Sapallay con salsa…fueron destellos. Renata Flores también sorprendió y empezó a ganar seguidores al mismo tiempo que Lenin. Renata eligió el pop-trap.

En el mundo andino se cree que los nombres definen el carácter de las personas. Y no al revés. Yolanda Pinares, reconocida cantante peruana de huayno, encontró el nombre de su hijo en los libros. Lenin, nombre corto, sonoro y potente. Lenin, homónimo del líder del Octubre Rojo. Lenin, hijo único. Lenin, el que no habla de su padre. Lenin, víctima de bullying en el colegio. Lenin, egresado de Psicología de la Universidad San Marcos. Lenin, de veintitrés años. Lenin, el hacedor.

¿Crees que tu nombre influyó en tu personalidad?, le pregunto. “El nombre al final lo define uno —responde Lenin— pero es probable que me haya predispuesto un poco a tener ciertos rasgos de liderazgo. Nací para hacer. Soy tímido, pero cuando entro en conflicto me empujo a avanzar, avanzo”.

Su llegada a la vida fue dolorosa y peligrosa al mismo tiempo. Yolanda quedó embarazada a los dieciséis años. Fue hospitalizada desde el tercer mes. Su embarazo era de alto riesgo; podía perder al niño. Sin ayuda de la medicina, no habría nacido. Nació por cesárea a los seis meses, una cosita de un kilo y ochocientos gramos. Sus primeras horas y días tuvieron el dramatismo de una novela turca. El médico dijo que la criatura podía desarrollar hidrocefalia. Yolanda no lo entendía, pero sospechaba de algo malo. Su bebé estaba en una incubadora. Había riesgo de que el oxígeno rodeara el pulmón de su niño e hiciera tanta presión que dejara de respirar. El médico habló de neumotórax. Pobre bebé. Sus ventrículos del cerebro podían inundarse con líquido (cefalorraquídeo) hasta causarle daño neurológico o la muerte. El médico dijo otras palabras impronunciables.

Lenin Tamayo

Yolanda Pinares en uno de los conciertos de Lenin, su hijo, el creador del q-pop.

Desde el embarazo hasta el nacimiento, Yolanda se guareció en la música; en canciones de cuna y en canciones que parecían autobiografías. Me cuenta esos detalles en una llamada de una hora por WhatsApp. “Ironías”, del boliviano Gerardo Arias, cumplió ese doble papel. Yolanda se veía en esa canción como en un espejo. Se la cantaba a su hijo y a sí misma. Días después hablo con Lenin, también por WhatsApp, y hago que escuche “Ironías”, cantada por Yolanda. La música suena en la sala de su casa en Lima. La canción provoca en Lenin un suspiro que se apaga poco a poco. Pero tú eres ella, la que sonreía. Se mostraba ardiente, inspiraba amor. En las letras hay algo profundamente familiar y triste. Oh, cuánta ironía se encuentra en la vida. Oh, cuánta ironía hace que sonría. Con una voz tenue, parecida a la de su madre, Lenin canta. Quizás haya hecho un puchero o se le haya escapado una lágrima. Porque de lo nuestro, tan equivocado, vino al mundo el fruto que endulza mi vida. Que endulza mi vida, ojalá la tuya, pues, aunque me pese, he creído en ti. Deja de cantar. Entonces, por unos minutos, solamente se escucha la voz de Yolanda. ¿Qué puedes decir de esta canción?, pregunto. “Cuando tenía doce años —responde Lenin— mi mamá tenía un stand en Mesa Redonda, un centro comercial en Lima, donde vendíamos sus discos. Del colegio iba a la tienda y pasaba el resto del día allí. Si ponían Ironías siempre me quedaba viendo el video con atención. No sabía por qué. Todavía siento esa sensación en mí. Creo que eso es lo bonito del arte, ¿no? A través de él puedes decir y sentir muchas cosas”. ¿Sabías que tu mamá te la cantaba cuando estaba embarazada? “No lo sabía, eso no me dijo, pero si es así, es lo que te digo, yo lo sentía ¿no?”. Para Lenin, se trata de esa conexión que uno tiene con su madre. “Es algo indescriptible; algo que solo la música puede lograr”.

El comienzo del q-pop podría situarse en 2017. Un día Lenin abrió lentamente la puerta de la habitación de su mamá y entró con un trofeo en la mano. Gané, le dijo a Yolanda. Ella lo abrazó, se puso a llorar, y acarició su cabello lacio y negro, tan negro como la hora más oscura. Su hijo había ganado un concurso de canto en la universidad. A Yolanda no le sorprendió, de antemano sabía que ese día iba a llegar. De Lenin no se podía esperar otra cosa, dice. Había vivido rodeado de artistas, música y conciertos desde que estaba en su panza. Con apenas doce años empezó a diseñar el vestuario de Yolanda Pinares del Perú, nombre artístico de su mamá. Fue productor, director y creador de sus videoclips. De su padre no habla. Es como si esa ausencia fuera una hoja en blanco en su vida. ¿El vacío dejado por su padre sigue siendo una hoja en blanco? Aunque no habla de su padre, ¿su figura será tan omnipresente como lo es el padre en la vida de Luis Miguel, por ejemplo? Eso no lo sabemos.

Lenin ha empezado a ganar espacio en varios países; se puede empezar a hablar de la formación de una legión de q-popers.

Cuenta Lenin que desde chico pensaba en hacer algo novedoso con la música. Por lo que allí estaba, alegre y con el trofeo en la mano, decidido a convertirse en un gran artista. No imaginaba, sin embargo, que de esa emoción nacería algo nuevo. En ese momento solo tenía su deseo y su talento. Sin tener nada claro empezó a cantar huayno. Fue telonero en los conciertos de su mamá. Tenía diecisiete años cuando subió a un escenario de Juliaca, una ciudad del Altiplano peruano, y cantó por primera vez ante un público que había pagado para verlo. Desde ese día han pasado siete años. Pero un día Lenin sintió que no quería cantar huayno toda su vida. No es que no le gustara, solo que soñaba con algo nuevo. Con el tiempo entendió que el huayno por sí solo era insuficiente para sus objetivos y para sacar al quechua de la marginalidad. Tampoco quería entregar su arte solamente en español, teniendo a su alcance la lengua de los incas. Si el k-pop es cantado en coreano y tiene seguidores en todo el mundo, el q-pop puede conseguir lo mismo, decía Lenin. Y pensaba en los cuatro millones de peruanos quechuahablantes, y en los diez millones que viven en siete países latinoamericanos. Diez millones de razones para cantar en quechua.

Alguien escribió que ciertas luchas son sagradas. Para Lenin esta es la suya. Su canto debía poner el huayno al mismo nivel de otros géneros musicales. ¿Cantar como quién?, se preguntó en aquel primer momento. Cantar como los chicos del k-pop, como Girls’ Generation, respondió después. Había escuchado “Into the New World”, canción que habla de sueños y utopías; del amor y de la libertad. Una melodía triste y alegre como los huaynos. Se volvió en himno de adolescentes y jóvenes coreanos. La cantaron en las protestas de 2016 hasta la destitución de la presidenta Park Geun-hye. Lenin recuerda: “Ví el video en internet y el impacto fue tal que sentí que la vida me estaba diciendo que debía hacer algo parecido. Entendí que muchos jóvenes necesitaban sentirse representados en la música”.

Antes de convertirse en ídolo del q-pop, Lenin disfrutó de la música folclórica andina. Su mamá es una famosa cantante de huayno, ícono de la música andina contemporánea. Del huayno se puede decir que es un género musical de verso lastimero. De ese universo tomó elementos para su propio estilo. Pero su música también tiene influencias de Víctor Jara, León Gieco, Mercedes Sosa, Inti Illimani, Quilapayún, Facundo Cabral. “Lo hice—insiste Lenin— para decir kaimantakani, reconocerme parte de una cultura rica en tradiciones y poco entendida”. En el q-pop, como en el k-pop, el artista también hace política. Lenin opone su discurso de amor y libertad al racismo contra los pueblos andinos del Perú. Rechaza el bullying. Rechaza que se presente a los quechuas como ignorantes, subversivos y opuestos a la modernidad. En el videoclip de la canción “Kutimuni” usa imágenes de la masacre ocurrida en el actual gobierno de Dina Boluarte. Quizá con el tiempo, Lenin pueda lograr lo que consiguieron BTS y Blackpink; crear seguidores del q-pop que saboteen políticos y escrachen racistas.

La cara de Lenin está envuelta por un Amaru. Amaru es el dios en forma de serpiente que se dice era el encargado de unir los tres mundos: el de abajo, el de aquí y el de arriba.

En este punto aparece un pero, un algo que hace ruido. El lingüista Carlos Molina Vital detectó ese algo que hace ruido en los conceptos que Lenin tiene del quechua. Carlos Molina es peruano y es instructor de quechua en el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe (CLACS) de la Universidad de Illinois. Molina es defensor del quechua pero como una lengua viva, no como un idioma exótico. Lenin ha dicho en una entrevista en la BBC que el quechua es una lengua de palabras precisas, sin dobles sentidos ni ambivalencias. Para Molina, Lenin asume la ideología lingüística del «prestigio oculto» de las lenguas subordinadas. Como el español es la lengua del opresor y tiene poder, la lengua oprimida debe conformarse con aquello que es aceptable, ser dulce, sincera. Quizás sin saberlo Lenin exotiza y convierte al quechua en la lengua del «buen salvaje». Repite esa idea de que la mentira, el engaño y la ambigüedad son ajenos al quechua. Olvida que los hablantes del quechua también pueden mentir. Una prueba de eso es que en la lengua inca existe la palabra “llulla” que significa mentiroso. Lenin también dice que en quechua no existe la palabra hipocresía; Molina responde, ¿qué es entonces “iskay uya” sino doble cara?

Lenin no es el único que piensa así, dice Molina. Y no es su culpa. Es una creencia generalizada que viene de tiempo atrás. Si las cifras importan, el 90 % de peruanos está en ese grupo de bienintencionados. Molina considera que Lenin, por el poder que tiene, gracias a su talento y su trabajo, muestra, prestigia y visibiliza al quechua. Es justo entonces, dice Molina, pedirle que se prepare y no caiga en esos prejuicios ni en un exceso de romanticismo acerca del quechua. No corregir ese sesgo, alimenta la ideología del “prestigio oculto”, esa mirada que en lugar de equiparar al quechua con el español o el inglés, lo exotiza.

Molina encuentra otro error en los conceptos de Lenin. Lenin ha dicho que el idioma diseña o programa la forma de pensar de una persona. Esa hipótesis planteada por Sapir-Whorf en los años 50 ya ha sido abandonada, dice Molina. La hipótesis a la que se refiere Molina plantea que la lengua determina el pensamiento y que las categorías lingüísticas limitan las categorías cognitivas. Es verdad que el lenguaje influye en cómo pensamos, pero nunca «determina» o «programa», según Molina. “Si fuera así, no podríamos ser bilingües sanos, tampoco podríamos aprender otras lenguas”, dice y rescata la propuesta de Dan Slobin de “pensar para hablar”, una versión moderada del planteo de Sapir-Whorf. Ese “pensar para hablar” propone que el lenguaje que aprendemos da forma a la manera en que percibimos y pensamos la realidad. No es que el lenguaje condicione.

Pero Molina no cuestiona ni el talento de Lenin, ni el q-pop como propuesta musical. No interpela su obra artística, sino sus prejuicios conceptuales. Ha dicho en su cuenta en Facebook: no me he olvidado que lo que hace Lenin al cantar q-pop trayendo elementos del k-pop suma a la visibilidad del quechua y a posicionarlo como lo que es, una lengua viva y contemporánea. El especialista dice que no es suficiente reducir al quechua a lo ancestral, porque la lengua inca es también una lengua joven.

Lenin Tamayo

Lenin rodeado por danzantes de tijera, un baile ritual y ancestral de la región Chanka del Perú, y de hombres enmascarados que reciben diferentes nombres: pablitos, ukukus, etc.

Echado en su cama, los ojos clavados en el techo. Es una tarde de mierda para Lenin. Ve a sus amigos en grupo dándole golpes. Llora. Su cuerpo se estremece. Insultos, burlas y risas caen como látigos en sus oídos. Llora. Las lágrimas nublan sus ojos. Sus amigos le siguen golpeando. No entiende por qué lo hacen. Solo quiere tener amigos y estar acompañado. Trata de taparse los ojos y oídos. No quiere ver ni escuchar. La escena no desaparece. Está en el aula del primer grado de un colegio secundario de Lima. Le quitan su mochila y la esconden. Termina la clase, se acerca nuevamente a ellos, que se burlan de sus ojos rasgados como de un gato, de sus cejas pobladas, de sus prominentes pómulos, herencia de su mamá de sangre quechua y andina. Se burlan de su delgadez, de su acento al hablar con interjecciones y palabras aprendidas en la sierra. En Lima, esa ciudad distante e indiferente, eso es motivo de burlas y menosprecio. Después lo ignoran. Siente que el mundo le cae encima y lo aplasta. Se hunde en la almohada, se empapa. No entiende por qué lo tratan así. En la primaria había leído Paco Yunque, de César Vallejo, que hace setenta años mostró el abuso contra los migrantes del campo en la ciudad. Lenin se siente ese muchachito del cuento. En medio del llanto quizás haya escuchado a los compañeros de Paco hablándole: «¿Por qué te dejas saltar así y dar de patadas? ¡Pégale! ¡Sáltalo tú también! ¿Por qué te dejas? ¡No seas zonzo! ¡Cállate! ¡Ya no llores!».

Resiliencia es una palabra demasiado morosa para hablar de Lenin. Y la frase renacer como el ave Fénix, un lugar común. Lenin es precisamente lo opuesto a lo moroso y a los lugares comunes en la mayoría de las veces. Yolanda sabe eso, pero no sabía lo que pasaba con Lenin en el colegio. Se enteró recién cuando lo contó a los medios de comunicación. Nunca se había quejado de la violencia escolar. Lenin cuenta que al día siguiente de los golpes, decidió alejarse de sus amigos. No quería seguir al lado de personas que le causaban dolor y tristeza. Desde ese día no hablaba con nadie. En el recreo andaba solo. Un día vio a unos muchachos que escuchaban k-pop. Muchachos que estaban en una burbuja, desconectados de todo lo que había a su alrededor. Lenin quería pertenecer a ese mundo de kpopers. Se acercó y lo recibieron con los brazos abiertos. Con ellos conoció primero a Girl’s Generation y SHINee, estrellas de la segunda generación del k-pop. Antes fueron Seo Taiji and Boys, H.O.T., y Sech Skies. Después vendría BTS, un fenómeno a escala mundial. A Lenin le impresionó la construcción de identidad alrededor de las mitologías. Escuchar k-pop le ayudó a escapar del bullying y escuchar a Girl’s Generation despertó su fuerza creadora. Y con ese impulso inventó el q-pop.

El atuendo de Lenin combina el estilo coreano con los colores y símbolos de los pueblos originarios del Perú.

“Mi piel se pone chinita mientras más hablo del concepto del álbum”, dice Lenin con voz emocionada. El álbum es Amaru, su primer disco de q-pop. Doce canciones. Cuatro han sido grabadas y subidas a las redes sociales. El disco es un diálogo con lo inca, lo andino y lo coreano. Un canto al amor y a la libertad, a la vida y a la Pachamama, a Wiracocha y a Amaru. “Kutimuni”, esa tormenta de mitos, dioses y música es una de las doce canciones. Lenin publicó el videoclip de “Kutimuni” en YouTube en agosto del año pasado. Los qpopers lo han reproducido 265 mil veces. Apabulla su despliegue coreográfico por su fuerza y su color. Seduce su atuendo de corte coreano con colores y motivos andinos. Su cabello, negro como la hora más oscura, cambió a chocolate primero y a castaño rojizo después. Su cutis es terso y luminoso, sus cejas bien delineadas; usa una tenue base de maquillaje en la cara, similar a los idols de BTS.

Cada canción de Lenin es un reencuentro con el pasado y una proyección al futuro. A Lenin le interesa transmitir sentidos. Y lo está consiguiendo. Se puede hablar del furor de Lenin en redes sociales y se puede hablar de una comunidad de qpopers en formación. Se puede hablar de los fans de Lenin y del quechua y del q-pop. Gente como André, que en Instagram se declara fan del q-pop y reconoce “la creatividad y manera de popularizar ese idioma tan lindo”, o como Flor que ama la idea de hacer conocer más el quechua con un género musical moderno, o como Diego que en Facebook alaba la idea de rescatar “las lenguas de nuestra tierra”, o como Diana que en Youtube reconoce en Lenin a “uno de los pocos artistas peruanos que rescatan nuestro folklore de una forma más fresca y juvenil”.

Quizás a partir de ahora haya que hablar de Lenin únicamente en tiempo presente y futuro. Lenin, ídolo en TikTok con 5.6 millones de seguidores. Lenin en su primer concierto de q-pop en Lima: lleno total. Lenin en el Hay Festival Arequipa 2023 y en el K-pop Fest 2023 de Lima. Lenin en el Festival Internacional de Cine y las Artes Indígenas de Chile y en los premios Video Prisma Award 2023 de Argentina. Lenin compitiendo con Juanes, Ivy Queen y Trueno y ganando el Prisma Awards en la categoría de impacto social en la Argentina. Lenin y su primera gira internacional, empezando por Asia, en septiembre de este año. Lenin y el q-pop en busca de su Octubre Rojo.