Con movimientos bruscos terminó de secarse y tiró la toalla a un lado. A pesar de ser un ritual que repetía día tras día, no sin cierta angustia, se plantó desnuda frente al espejo y se observó con detenimiento. A sus 42 años de edad, Dorothy Murray, llamada Dot por sus amigas, era el ejemplo perfecto del dicho: “ni mucho, ni poco”. De mediana estatura y ligeramente excedida de kilos, pasaba desapercibida entre sus cientos de compañeros de trabajo en el centro de distribución de Amazon en Channahon, Illinois. Su cara sin ser fea, tampoco era memorable. En resumen, Dot era el tipo de persona que después de conocerla y pasados un par de días, cuesta trabajo recordar o describir.
Iniciando la década de los ochenta solíamos viajar en familia a los Estados Unidos, a pasar un par de semanas de compras y playa en St. Petersburg, Florida. Mi padre aprovechó estos viajes para reconectarse con su colega Abdón Rodríguez, un médico que luego de terminar la carrera en Colombia, emigró al país del norte y se radicó en Tampa. Los hijos de Rodríguez, nacidos en EEUU, eran nuestros contemporáneos, así que, junto a mi hermano menor, formamos gavilla y nos dedicamos a jugar pelota, visitar tiendas de discos y galerías de videojuegos, nadar en su piscina y comer hamburguesas. Un viernes en la tarde, a finales de 1984, Santiago, el mayor de ellos, nos invitó a la proyección de The Rocky Horror Picture Show, que se daría a la medianoche. Aceptamos de inmediato, sin saber que estábamos a punto de ingresar en la dimensión desconocida.
Seguramente de aposta, no nos advirtieron mayor cosa, simplemente nos dijeron que la película era una comedia de horror y que durante la proyección los asistentes participaban de alguna manera. Llegamos temprano al teatro, pero igual encontramos más de 50 personas a la espera. La mayoría estaban disfrazados, unos con fracs y sombreros, otros con medias largas y ligueros y varias mujeres con el atuendo de sirvienta francesa. El ambiente era decididamente carnavalesco, pero imbuido por un erotismo evidente, aun cuando extraño. Mientras trataba con disimulo de mirar a una mucama francesa pelirroja, de pronto mis ojos se encontraban con un hombre de piernas peludas usando ligueros y corsé. Me cuesta trabajo describir nuestra reacción. Le pido al lector que se ponga en nuestros zapatos, yo con 17 años de edad y mi hermano dos años menor, parte de una familia tradicional, educados en colegio de curas benedictinos, en un país (Colombia) que para entonces era aún bastante provinciano. No sabíamos cómo reaccionar ni que pensar, medio escandalizados por el aparente libertinaje, pero ávidos por ver que más sucedía.
Faltando 15 minutos para la medianoche nos permitieron el ingreso al teatro, el cual se llenó a capacidad y a las 12 en punto se inició la proyección.
¡Cuál no sería nuestra sorpresa! cuando vimos a varios de los asistentes disfrazados, pararse en frente al telón y actuar en vivo lo que sucedía en la pantalla. Este es el llamado shadow cast (elenco de sombra), grupos de aficionados que recitan los diálogos, cantan y replican las coreografías en las proyecciones de The Rocky Horror Picture Show. Igualmente, los espectadores desde sus sillas gritaban frases y realizaban acciones en momentos específicos de la película. Por ejemplo, cuando una pareja de recién casados salió de la iglesia en la pantalla, la gente en el teatro empezó a lanzar arroz crudo al aire. O cada vez que se nombraba al personaje de Janet, el teatro entero gritaba: ¡slut! (puta). Las intervenciones del público fueron constantes, pero un momento cumbre sucedió cuando en la pantalla y simultáneamente los espectadores, empezaron a bailar “La comba del tiempo” (The Time Warp) una pegajosa canción con una divertida coreografía.
¡Alerta! A continuación, se revelan detalles del argumento de la película.
The Rocky Horror Picture Show es la versión musical de la típica historia en las películas de serie “B” de horror. Brad (Barry Bostwick) y Janet (Susan Sarandon), una pareja de novios, asisten al matrimonio de unos amigos y al finalizar la ceremonia, Brad se lanza y le hace la propuesta a Janet, entrega el anillo y ellos mismos quedan comprometidos. Felices por sus prospectos, los prometidos deciden visitar al profesor Scott, en cuyo salón de clases se conocieron. Esa noche, durante una tormenta en una carretera rural, camino a la casa del profesor Scott, el carro de Brad se avería y se ven obligados a buscar ayuda en una lúgubre mansión, donde son recibidos por el mayordomo Riff Raff (Richard O’Brien) y la mucama Magenta (Patricia Quinn). Brad y Janet son llevados al salón de fiestas de la mansión, donde un grupo de extraños personajes (los transilvanos) bailan la llamada comba del tiempo.
En ese momento aparece el doctor Frank-N-Furter (Tim Curry), vestido con un corsé, medias de malla y liguero. Luego de darles la bienvenida, los invita a su laboratorio donde ha estado trabajando en la creación de un hombre musculoso, rubio y bronceado, al que llama Rocky. La reanimación de Rocky se lleva a cabo siguiendo las pautas del género, con manivelas, vapor, ruidos y luces. Poco después, irrumpe Eddie (Meatloaf) en su motocicleta, quien escapa de un congelador, sin embargo, tras un número musical, el doctor Furter lo asesina con un piolet. Los transilvanos se marchan y cada cual se va a su cuarto. Luego de acostarse con Rocky, Furter encama a Janet, haciéndole creer que se trata de su novio y luego repite la misma operación con Brad. La seguidilla libertina culmina con Janet quien escapa de su cuarto y se encuentra con Rocky, a quien se entrega desvergonzadamente. La película culmina con la llegada del Dr. Scott y un espectáculo coreografiado en el teatro del palacio. El misterio se despeja y nos enteramos de que Frank-N-Furter y los hermanos Riff Raff y Magenta son extraterrestres del planeta Transexual en la galaxia Transilvania. La película concluye cuando los hermanos acusan a Furter de haber fallado en su misión, lo ajustician junto con Rocky y despegan de vuelta a su planeta, dejando atrás a Brad, a Janet y al Dr. Scott.
Todo inició a principios de la década de 1970, cuando el actor Richard O’Brien, nacido en Inglaterra, pero criado en Nueva Zelandia, fue despedido de su trabajo interpretando a Herodes en la obra musical de teatro Jesucristo Superestrella. Sin más que hacer, O’Brien se dedicó a plasmar una idea que tenía en la cabeza, que fusionaba muchos de sus gustos e inquietudes como: la fluidez sexual, el rock ’n’ roll de los cincuentas y el cine serie B de ciencia ficción y terror. El resultado fue una obra de teatro, modelo del movimiento del Glam Rock, el espectáculo musical The Rocky Horror Show, que se estrenó en Londres en junio de 1973 y se convirtió rápidamente en el musical del momento. Dado su éxito en las tablas tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, se negociaron los derechos y se rodó como película, estrenándose en 1975.
El lanzamiento de la película fue un fracaso absoluto y a los pocos días fue retirada de cartelera. Sin embargo, el estudio 20th Century Fox estaba ansioso por recuperar algo de la inversión y deciden relanzar la película en 1976 en el circuito de salas que exhibían proyecciones de medianoche. El teatro Waverly en Nueva York, fue uno de los que empezó a proyectar TRHPS todos los viernes a las 12 de la noche y allí mismo, poco a poco, se gestó el nuevo culto. Los asistentes empezaron a disfrazarse y a gritar comentarios durante la proyección. No pasó mucho tiempo para que comenzara a suceder lo mismo en otros teatros en todos los EEUU, hasta convertirse en un plan de fin de semana recurrente para muchísimas personas, como ir a comer helado, a jugar bolos o a montar en bicicleta.
Sal Piro es el presidente del club de fanáticos de The Rocky Horror Picture Show desde 1977, teniendo la distinción de ser uno de los espectadores del Waverly que inició la tradición de participación y junto con Dori Hartley, manejaron el shadow cast original. Rememorando acerca del inicio de este fenómeno, Piro me comentó: «La película se hizo y fue un fracaso. Los ejecutivos de 20th Century Fox la consideraban imposible de explotar. No fue sino hasta que se exhibió en los fines de semana en el Waverly en Nueva York, que se desarrolló un seguimiento feroz y sus fanáticos comenzaron a vestirse como los personajes, a hablar y a responderle a la pantalla y a lanzar y usar utilería durante las proyecciones, todo esto hace más de 45 años».
Los fanáticos de The Rocky Horror Picture Show se encuentran en diversos lugares del mundo. Stephanie Freeman fundó en 1988, junto a su marido David, el club oficial de aficionados del Reino Unido, TimeWarp, con sede en Londres. Sobre el alcance geográfico me comentó: «Conozco organizaciones no oficiales de fanáticos en Italia, Alemania, Francia y Japón. En cuanto a TimeWarp, nuestro propio club oficial, tenemos miembros de muchos lugares del mundo: Italia, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Alemania, Francia, Irlanda e incluso los Estados Unidos».
Los conflictos de Dorothy Murray (Dot) surgieron durante su adolescencia. Nacida en Malden, Missouri, su familia, de economía modesta, era parte de la Iglesia Pentecostal Unida, una denominación cristiana estricta que le impone muchas restricciones a sus miembros, en especial a las mujeres y prohíbe cosas como el maquillaje, las joyas, el baile, los espectáculos y el teatro. Luego de múltiples roces debido a cierta rebeldía, la crisis se dio a sus 16 años de edad, cuando la descubrieron dándose un beso con una compañera de colegio. En su casa la sometieron a algún tipo de castigo físico del cual prefiere no hablar. Un par de días después huyó y como pudo, haciendo autostop, viajó a Chicago a la casa de sus abuelos maternos. Luego de varios días de negociación con sus padres, estos le permitieron quedarse a vivir con los abuelos. En los siguientes años terminó la secundaria y empezó a trabajar en diferentes oficios. Su sexualidad era muy confusa, ella creía que era lesbiana, pero eventualmente se enamoró de un hombre en el trabajo y comprendió que la atraían personas de ambos géneros. Ella simplemente no encontraba manera de conciliar esta contradicción en su cabeza.
La vida de Dot transcurría sin sobresaltos, pero estaba marcada por una baja autoestima y muchas inseguridades. Todo cambió a finales de 2005 cuando la invitaron a una proyección de TRHPS. A la salida del teatro tenía una nueva prioridad, quería ser parte de ese mundo que acababa de vislumbrar. De ahí en adelante, todos los fines de semana asistía al espectáculo y pronto empezó a disfrazarse. Transcurridos algunos meses, ya era parte del shadow cast local y la felicitaban por su caracterización del personaje de Magenta. En lo personal, su confusión se fue aclarando hasta que pudo autodefinirse como bisexual. Al respecto me dijo: «Mi vida dio un vuelco cuando acepté que era bisexual y empecé a entender muchas cosas de mi pasado. Todo se lo debo al Rocky Horror. La película me enseñó que no debía avergonzarme de lo que sentía y que todos somos bellos y sexys, tanto los hombres haciendo de mujeres como las mujeres que hacen de hombres, incluso los alienígenas haciendo de humanos, todo se vale».
El impacto a través de las décadas de The Rocky Horror Picture Show en la comunidad LGTBIQ+ es mayúsculo e incontrovertido. Para muchas personas, la película fue el vehículo que les permitió identificar y asumir su propia identidad.
Con su lanzamiento en 1975 y su cadena de proyecciones comerciales ininterrumpida hasta la fecha, The Rocky Horror Picture Show es la película con el ciclo de exhibición más largo en la historia del cine. A pesar del paso de los años y de otras situaciones como la pandemia del covid-19, la afición por The Rocky Horror Picture Show sigue fuerte y vital. Cualquier viernes o sábado en la noche, la película está siendo proyectada en decenas de teatros en EEUU y otros países y los fanáticos visten sus disfraces y llevan la utilería para participar una vez más de 100 minutos de fantasía y escapismo.
En mi caso particular, no puedo decir que la película fuera determinante. Cuando la vi, mi tendencia heterosexual estaba ya cimentada, sin embargo, sí constituyó un evento revelador que me abrió los ojos y me ayudó a entender que la realidad del ser humano no puede suscribirse a una visión maniquea. Ese mundo cuadriculado de niños y niñas, de azul y rosado, no existe, en la práctica hay toda una gama de pardos y grises. Que importante es que aprendamos a entender, asimilar y tolerar nuestras disimilitudes. Los seres humanos somos muy diversos y esa diferenciación es una herramienta evolutiva poderosa que nos hace más fuertes y perdurables como especie. Esta película es un buen instrumento para sensibilizar al respecto, de una manera muy entretenida. El paso del tiempo sin duda le ha restado capacidad de escandalizar a The Rocky Horror Picture Show, las convenciones sociales han cambiado, amansando lo que en otro momento era chocante. Aun así, sigue siendo relevante pues las semillas de la intolerancia son connaturales al ser humano. Hace poco quedé sorprendido cuando una amiga de toda la vida, que fue medio punketa en su adolescencia y hoy en día es una reconocida profesional madre de dos hijos, me comentó que le parecía deprimente ver a Harry Styles cantando vestido con prendas femeninas, que le parecía un pésimo ejemplo para los jóvenes.
Dos días después de verla por primera vez, nos movíamos por alguna calle de Tampa en el carro de Santiago junto a su hermano menor Carlos y mi hermano. Estábamos contentos pues en un par de horas asistiríamos a un concierto de la banda KISS. De repente, atravesando un cruce, un pesado Cadillac setentero nos embistió de lado. Nuestro carro voló varios metros para detenerse en una cuneta. Santiago y yo, que viajábamos adelante, solo sufrimos algunas cortadas y ligeras contusiones, mientras que mi hermano perdió el conocimiento por unos minutos y soportó cortes profundos en el hombro y una oreja. El más afectado fue Carlos que quedó en coma, del cual no logró salir hasta pasados varios días. La experiencia de la proyección de The Rocky Horror Picture Show y el accidente, se sumaron y se convirtieron en una especie de rito de transición, el final de una infancia mayoritariamente idílica. Hoy cuando veo la película o escucho su música, sonrío y por momentos me transporto de vuelta a esa época.
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