Relatto

La mata que mata… el dolor

por Avatar Relatto

Lo primero que quiero contarles es que soy abstemia. No consumo alcohol ni ningún otro tipo de sustancia psicoactiva hace más de seis años. No por ello satanizo el uso recreacional del alcohol y de otras drogas. Mucho menos podría ignorar los grandes avances que la ciencia al fin ha podido hacer con respecto al uso del cannabis como tratamiento médico para muchas dolencias humanas, entre ellas la ansiedad, el insomnio y los dolores crónicos que surgen de enfermedades como la artrosis, que es la enfermedad que padece mi mamá, “Merceditas Jaramillo”, como ella se dirige a sí misma cuando quiere convencerse de que puede soportar cualquier revés en la vida.

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Merceditas Jaramillo y Margarita Posada / archivo particular.

Lo segundo que diré es que sufro de un trastorno afectivo bipolar tipo 2 que me hace tener largos y profundos episodios de depresión. Por eso, yo misma acudí como paciente a una cita virtual con un psiquiatra de la Clínica Zerenia para explorar el tratamiento de mis síntomas con cannabis. El nivel de profesionalismo de quien me atendió y su juicio imparcial sobre lo poco recomendable que es aún el uso de cannabis en trastornos bipolares (por falta de estudios con conclusiones claras) fue lo que me hizo buscar ayuda para mi mamá, que sufre de dolores crónicos debido a una artrosis avanzada que, antes de este tratamiento, intentaba manejar a punta de acetaminofén y yoga.

El año pasado, viviendo en casa de mis padres durante la pandemia, noté que la vivacidad y el ánimo de mi madre estaban bastante mermados, a pesar de continuar siendo una persona sonriente y conversadora. Verla anquilosada y fingiendo bienestar me partía el alma. Entonces supe que el dolor crónico con el que buenamente había aprendido a vivir estaba escalando y que ella, resignada ante la frustración de no poder acceder a varios de los tratamientos que ofrece la medicina tradicional por otras complicaciones, estaba soportando en silencio un suplicio que se acrecentaba, quizás porque tiene un alto umbral del dolor, quizás porque por temperamento y educación la habían acostumbrado a aguantar, a cargar y a soportar en silencio.

El efecto del yoga era y sigue siendo impresionante. Le permite a mi madre “destrabar” su cuerpo, como dice ella, luego de siete horas de sueño más bien ligero debido a los intensos dolores que se producen en sus articulaciones cuando se queda quieta, cuando hace frío o cuando hay mucha humedad. Mi madre vive en Villa de Leyva (un pueblo en el departamento de Boyacá, a 165 kilómetros de Bogotá) así que es poco probable que estos tres factores no estén siempre presentes a la hora de acostarse.

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«El efecto del yoga era y sigue siendo impresionante». / Natalia Vaitkevich / Pexels.

Todas las mañanas, sin importar qué le depara su tranquila pero muy activa agenda de jubilada, Merceditas Jaramillo hace su rutina de yoga como quien se lava los dientes. El problema es que el bienestar que genera en su cuerpo no dura sino hasta entrado el mediodía, y su edad ya no da para que pueda hacer dos o tres sesiones de yoga como si fuera una adolescente.

Así las cosas, se acostaba después de almorzar, especialmente para calentarse y que amainara el dolor, pero la baja de temperatura que se da alrededor de las 5 de la tarde la paralizaba aún más. No le daban ganas de salir, difícilmente se la podía convencer de caminar un rato al aire libre, cosa que siempre adoró. A veces se tomaba un acetaminofén, pero no lo hacía a menudo porque conocía los efectos secundarios en su sistema digestivo, que es también muy delicado. Hay otros tratamientos para los dolores de la artritis pero todos tienen efectos secundarios. Están los medicamentos antirreumáticos que modifican la enfermedad, pero dan malestar estomacal, alergias y más probabilidad de contraer infecciones.

Entonces supe que el dolor crónico con el que buenamente había aprendido a vivir estaba escalando y que ella, resignada ante la frustración de no poder acceder a varios de los tratamientos que ofrece la medicina tradicional por otras complicaciones, estaba soportando en silencio un suplicio que se acrecentaba, quizás porque tiene un alto umbral del dolor, quizás porque por temperamento y educación la habían acostumbrado a aguantar, a cargar y a soportar en silencio.

Están también los famosos opiáceos, que enmascaran pero no alivian el dolor y que, tanto a ella como a mí, nos aterran después de leer y oír en las noticias el gran problema de adicción que han generado en miles de personas, convirtiéndose actualmente en una de las causas principales de muerte accidental por sobredosis en personas de más de cincuenta años, por no mencionar a los jóvenes que la consumen para evadirse por completo de la realidad. Hoy en día las muertes causadas por el consumo de opiáceos alcanzan la magnitud de una epidemia, más allá de que se nos vengan a la cabeza nombres como el de Prince, Michael Jackson y George Michael.

Todo esto lo sé porque mi mamá ha desistido de esos tratamientos después de ensayarlos precisamente por los efectos adversos que le han causado, de suerte que le tocó recurrir al acetaminofén, pero tampoco puede abusar de su uso, porque tiene serios efectos a largo plazo en el hígado y, aparte, se siente como poniéndole pañitos de agua tibia a una pierna gangrenada. El acetaminofén no reduce la inflamación, por lo que a veces toma ibuprofeno o naproxeno, que sí son antinflamatorios, pero tienen serios efectos en los riñones y generan sangrados en el sistema digestivo.

Hoy en día las muertes causadas por el consumo de opiáceos alcanzan la magnitud de una epidemia, más allá de que se nos vengan a la cabeza nombres como el de Prince, Michael Jackson y George Michael.

Ninguno de estos efectos secundarios sería un impedimento para que mi madre tome estos medicamentos. Lo cierto es que cuando se es joven, se puede tomar ese tipo de riesgos, pero con 74 años y otros achaques el riesgo no es el mismo. La gran pregunta que además se hace ella es ¿para qué correr esos riesgos si el alivio es mínimo o casi nulo cuando los toma?

La gran pregunta que me surge a mí con esta situación de dolor crónico de mi mamá es si los seres humanos podemos medir el dolor de una manera realmente uniforme. Excepto una calificación subjetiva de 1 a 10, no conozco ninguna herramienta que pueda determinar el dolor de otro. De hecho, creo que el dolor es completamente objetivo. No hay sino que ver cómo sufre un hombre con gripa mientras una mujer pare un bebé para entender que la concepción del dolor no es una sola.

Hemos convenido que un dolor crónico es aquel que persiste por más de tres meses y que causa discapacidades y sufrimiento, tanto físico como emocional. Y es justo ahí, cuando entramos en el ámbito de lo emocional, cuando nos es imposible medir el dolor objetivamente.

Mercedes celebrando el primer cumpleaños de Margarita. / Archivo particular.

Ante esta imposibilidad, uno sólo puede basar su juicio en cómo ve a la persona que está padeciendo el dolor. Y ver disminuída a la mamá es doloroso. Pero lo es aún más sabiendo que hoy en día hay alternativas que no implican llenar de químicos sintéticos el cuerpo de una mujer que por su edad ya no está para tomar el riesgo de que los efectos secundarios empeoren su salud. Y aquí es donde entra el tal CBD.

Llego por fin al tema central de esta historia, que no tiene otro objetivo distinto al de señalar lo evidentes y seguros que resultaron los beneficios de la terapia con CBD para tratar dolores crónicos en MI MAMÁ. Sí. Suena como si estuviera recitando un vademécum, pero estoy hablando del cuerpo de quien me trajo a este mundo y esas no son palabras menores. Mi mamá entra en una estadística para los científicos, pero no para mí.

Hemos convenido que un dolor crónico es aquel que persiste por más de tres meses y que causa discapacidades y sufrimiento, tanto físico como emocional. Y es justo ahí, cuando entramos en el ámbito de lo emocional, cuando nos es imposible medir el dolor objetivamente.

Apenas le propuse el tratamiento con cannabis, ella saltó de la silla. “No, no, no, yo con mariguana no quiero tener nada qué ver”. Las dos únicas veces que mi mamá ha consumido mariguana se ha quedado ensimismada y una paranoia sutil pero exasperante se han apoderado de ella. La primera vez la fumó con mi papá a los veintitantos y simplemente le dieron muchas ganas de comer y pocas de hablar. Cuatro décadas después yo misma, y sin avisarle, le di a comer unos cupcakes que había horneado con mantequilla previamente derretida y colada para que la mariguana soltara todos sus componentes. No le hizo ninguna gracia cuando se lo conté porque ha vivido siempre rodeada de seres queridos con problemas de adicción, bien sea por alcohol, por mariguana o por cualquier sustancia. Esto y otros factores la mantenían prevenida. No me sorprende que estemos desinformados si desde el propio gobierno se han hecho campañas con frases tan mentirosas como “la mata que mata”. Los ortodoxos, dueños de discursos temperantes y fundamentalistas contra las drogas, esos que se emborrachan sin ningún remilgo, son culpables de dicha desinformación. Pero tanto la ciencia como quienes hoy tienen el monopolio del negocio de la mariguana son también responsables de que tuviéramos tan nublada y escéptica nuestra visión sobre los poderosos efectos medicinales de esta planta que, utilizada para sanar y no para evadirse de la realidad, es bendita. Y repito de nuevo, soy abstemia y conozco los peligros de la adicción, pero no por eso voy a negar los beneficios del CBD.

Los ortodoxos, dueños de discursos temperantes y fundamentalistas contra las drogas, esos que se emborrachan sin ningún remilgo, son culpables de dicha desinformación.

¿Qué demonios es el CBD?

No voy a ponerme inteligente ni científica. Lo que acá intento explicar es lo que entendí después de leer mucho sobre los tratamientos de cannabis para poder convencer a mi mamá de que exploráramos esa opción. Si nuestros propios cuerpos producen endocannabinoides (endo quiere decir de origen interno) que modulan el dolor y regulan la inflamación en situaciones de dolor normal, ¿por qué no intentar el CBD?

La mariguana tiene, entre muchas otros fitocannabinoides (fito quiere decir de origen vegetal), dos que son preponderantes. Uno es el THC (Delta 9-tetrahydrocannabinol), responsable de esa sensación de euforia, de enajenamiento y de exacerbación de los sentidos que llamamos “traba”. El otro es el CBD o cannabidiol, un componente no psicoactivo que tiene incidencia tanto en la modulación del dolor como en la inflamación. Es decir, no sólo da la sensación de bienestar, sino que realmente desinflama sin generar efectos secundarios conocidos.

No existe en el mercado ningún medicamento de CBD que no contenga al menos, en un bajo porcentaje, algo de THC, por cuanto aún no se ha podido separar por completo una molécula de la otra. En esto fue muy claro el doctor Juan Rafael López Sánchez de la Clínica Zerenia (que cuenta con sedes en Bogotá y otras ciudades de Colombia), luego de tener una cita virtual con Merceditas en la que indagó por todas y cada una de las dolencias de mi mamá, incluso las que no tienen relación con su artrosis, para determinar si era una paciente apta para el tratamiento. Creo que lo que más la convenció de aceptar EXPLORAR la opción, fue el hecho de que le contara que yo había resultado una paciente no apta por el momento, dando cuenta de la responsabilidad y la independencia con la que actuaban los médicos que atendían en Zerenia. Debido a que la memoria de toda persona mayor de setenta años se deteriora, me preocupaba que el tratamiento mejorara el dolor físico de mi madre, pero que la hiciera sentir ausente en el presente.

El CBD o cannabidiol, un componente no psicoactivo que tiene incidencia tanto en la modulación del dolor como en la inflamación. / Tara Winstead / Pexels.

Hace ya dos meses que mi mamá recibió a domicilio su preparación magistral de CBD. Desde entonces, Merceditas Jaramillo se toma una gota (0.1 mililitro) por la mañana y otra gota por las noches. Su memoria sigue igual, ni mejor, ni peor. Duerme mejor, se levanta mejor y es evidente que ya no tiene que sobrevivir al dolor, que por supuesto no se va del todo, como tampoco se detiene la degeneración progresiva de los cartílagos que recubren sus articulaciones.

Los demás casos de éxito y estadísticas que dan cuenta del éxito de este tratamiento se encuentran en Google. Más del 94% de pacientes con artrosis han ensayado el tratamiento con CBD para manejar el dolor crónico. La Fundación de Artiritis de Estados Unidos asegura que es un tratamiento efectivo aunque falten aún muchos estudios para establecer guías clínicas con dosis exactas, por lo cual se recomienda que se comience con dosis muy bajas y que se vayan aumentando semanalmente con el seguimiento pertinente.

Si nuestros propios cuerpos producen endocannabinoides (endo quiere decir de origen interno) que modulan el dolor y regulan la inflamación en situaciones de dolor normal, ¿por qué no intentar el CBD?

A mí me basta con saber que MI MAMÁ, la única paciente que me interesa a este respecto, ha mejorado notablemente su calidad de vida y la de quienes la rodeamos, no sólo porque nos alivia verla aliviada, sino porque puede compartir mucho más con nosotros sin que el dolor la doblegue. Algunos creerán que quienes toman medicamentos a base de cannabis no pueden “compartir” porque están trabados, como comúnmente se le llama al efecto de la mariguana fumada sin procesar.

«A mí me basta con saber que MI MAMÁ, la única paciente que me interesa a este respecto, ha mejorado notablemente su calidad de vida y la de quienes la rodeamos». / Archivo particular.

Las gotas con prescripción médica que el doctor López le recetó a mi mamá provienen de un laboratorio con certificado de análisis científico por parte de un tercero que confirma que contienen una saturación del 3% de cannabidiol (CBD) y 0.19% de THC (o Delta 9-tetrahydrocannabinol). Para que se den una idea de la cantidad mínima de sustancia psicoactiva que el remedio tiene, han de saber que gran parte del cannabis cultivado y consumido de forma recreativa tiene alrededor de un 15 % de THC. No es lo mismo buscar por ahí preparaciones de dudosa procedencia en las que no se certifica esas proporciones mencionadas de THC.

A veces me siento tratando de justificar científicamente algo que he comprobado con mis propios ojos y que le ha proporcionado bienestar a la persona que más quiero en el mundo. Es entonces cuando me pregunto por qué el ser humano insiste en el positivismo, como si todo lo que estuviera al alcance de su razón fuera lo único aceptable. Luego me digo que jamás sometería a mi mamá como conejillo de indias a un tratamiento que no tenga estudios previos que comprueben su efectividad y entonces me pregunto ¿cuáles fueron acaso los albores de la ciencia moderna, si no el ensayo y error en la utilización de componentes naturales que, como el CBD, hacen milagros. Entonces una voz vernacular y potente que intuyo es la de la Madre Naturaleza me contesta: Yo soy sabia contengo todos los misterios de la vida.