Relatto

La aristocracia del barrio

por Avatar Relatto

El sábado 29 de enero de este 2022, el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias hervía de gente que caminaba presurosa y alegre por sus pasillos. En la algarabía se notaba su victoria sobre el enclaustramiento de los pasados meses de pandemia y la expectativa por la enorme reputación de los autores que los emocionados asistentes tendrían oportunidad de ver y escuchar en la nueva edición —por fin en persona— del Hay Festival.

En medio de alguno de esos corrillos pude ver a Felipe Restrepo Pombo que se dirigía, algo ensimismado, al salón donde tendría una conversación sobre su nueva novela Ceremonia.No era la primera vez que Felipe recorría estos lustrosos corredores del Hay Festival. Ya había participado en varios de estos encuentros, tanto en Colombia como en otros países. Incluso, el ya famoso evento nacido en Gales, en 1988, lo había reconocido como uno de los mejores autores latinoamericanos, menores de 40 años, en 2017.A ese reconocimiento se le suman muchos otros, como uno de los grandes cronistas de habla hispana, como profesor, como novelista, como corresponsal periodístico, como traductor, y un largo etcétera.

Una hora y media después de haberlo saludado rápidamente en medio de la muchedumbre, lo vi de nuevo, pero esta vez sentado ante una mesa en la que se aprestaba para firmar ejemplares de su nueva novela a las personas que, en una larga fila, esperaban ese recuerdo manuscrito después de haberlo escuchado en su charla.

Felipe Restrepo Pombo, periodista y escritor colombiano.

Hasta ese momento todo era normal, no era extraño que el delirante y preciso cuadro de las élites latinoamericanas que Felipe había desplegado en Ceremonia, hubiese causado interés en los lectores. Lo que me intrigó fue que —alguien me lo contó después— se presentó un momento, durante la firma de libros, en el que un grupo de dicharacheras señoras —unas veinte— que habían viajado desde la cercana ciudad de Barranquilla, lo instaban entre gritos y risas a que les escribiera, a ellas primero, una dedicatoria. La escena se prestó para que yo después, cuando tuve oportunidad de conversar con él, le hiciera unos cuantos chistes sobre su naciente condición de “rockstar”.

Sin embargo, no fue la divertida situación de las fans alborotadas la que más me llamó la atención. Era el hecho de que este grupo de mujeres, no propiamente provenientes de las barriadas pobres de su ciudad, se hubieran emocionado tanto con una novela que, a través de una saga familiar, desmenuza los rituales sociales que acostumbran muchos de los miembros de las clases altas de nuestra región. Casi idénticos desde México hasta Argentina.

Quizás Ceremonia las había hecho estremecer al verse retratadas en el vacío de su propia forma de vida o el de personas conocidas; tal vez le había dado voz a una necesidad, atragantada, de ventilar sus frustraciones. No lo sabremos. Pero a mí el comportamiento de ese jovial grupo me sirvió como una suerte de encuesta para constatar que la narración que había hecho Restrepo de ese universo, a la vez presuntuoso y huero, había calado hondo.

Porque ahí en la novela están descritos, con la minuciosidad de quien los ha observado de cerca, los hilos de esa telaraña asfixiante que ha producido el machismo ancestral, el intrincado juego de las apariencias sociales, la sexualidad escondida, la obsesiva acumulación de objetos y, sobre todo, el sacrificio de la verdadera identidad como boleto indispensable para entrar en el club de los privilegiados.

Pero dejemos que sea el mismo Felipe —bebiéndonos una taza de café, como lo hicimos pocos días después del Hay Festival— quien nos hable de esta historia.

—Es inevitable relacionar el título de la novela con aquellos rituales sociales y familiares que las élites latinoamericanas practican para identificarse entre sí, y quizá para atrincherarse ante el vacío que produce un comportamiento volcado hacia el exterior, el dinero, el poder, los objetos. ¿Cómo llegó a ese título de Ceremonia?

—A mí los títulos me parecen muy difíciles, pero este me llegó bastante pronto en la escritura, porque es una palabra que marca lo que yo quería contar: ese juego de las apariencias de las élites. Por mi trabajo y por mi vida he tenido acceso a esos mundos exclusivos que se dan en nuestros países, donde hay esas enormes inequidades. Donde hay gente tan rica y gente tan pobre. Me interesó hablar de esa gente que lo tiene todo, que lo puede comprar todo. Y lo que me interesó particularmente es el espectáculo, esos rituales que se montan alrededor de esas aristocracias. Y el libro está estructurado de manera que cada capítulo es una ceremonia. Una ceremonia religiosa, la ceremonia de las elecciones, el poder político, la ceremonia de las exposiciones de arte, la ceremonia que implica la pertenencia a una secta. También los personajes que desarrollé ahí están como atrapados entre esa imagen que tienen que proyectar y lo que son. Creo que es una novela que habla mucho de la libertad de poder encontrar y aceptar quién es uno. Y de como mucha gente pasa años, casi toda su vida, o toda su vida, queriendo ser algo que no es y tratando de complacer a los demás. No digo que eso sea exclusivo del mundo de las élites, pero sí es muy notorio.

Cuando uno empieza a escribir una novela, en lo primero que se fija es en quienes van a ser sus personajes, cuáles van a ser sus conflictos, sus arcos narrativos. Entonces después de imaginar a los que quería incluir en la trama, decidí meterlos en ese mundo, con ese telón de fondo, el del arte contemporáneo, el del lujo y de las marcas, en ese ambiente un poco sórdido de la política, de la corrupción, y de cómo funciona ese poder de facto en nuestros países. Así se fue dando esa idea de que todo es una ceremonia, muchas ceremonias dentro de una ceremonia.

—A través de esta saga de tres generaciones que se inicia en lo albores del siglo XX, es posible adentrarse, de manera clarísima y estremecedora, en el caciquismo machista y violento, la sexualidad, la espiritualidad de mercado, la relación con el arte, de nuestras clases privilegiadas. Empecemos por ese patriarca que inaugura la historia familiar.

—Me gustan mucho las sagas familiares, y hay autores que las han narrado de manera maravillosa. Por ejemplo, los del boom como García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, y otros como Truman Capote y Tom Wolfe, en fin. Es un género que siempre ha existido y yo quise hacer mi pequeño aporte. Pero quise hacerlo de manera, digamos, más contemporánea. Porque siento que si uno lee una saga familiar como, por ejemplo, La Casa de los espíritus, de Isabel Allende, ésta va contando la historia cronológicamente, pero yo quise jugar con la temporalidad. Me gusta mucho la escritura en la que el lector tiene que de cierta forma recrear una especie de rompecabezas. Quería encontrar esos puntos en común que podía haber entre generaciones y, obviamente, tenía que crear un origen. Por eso pensé en el patriarca, en ese hacendado que construye su fortuna a partir de la explotación de las clases menos favorecidas. Un caso muy latinoamericano, en todos nuestros países han existido esos latifundios y esos personajes que se vuelven archimillonarios básicamente esclavizando a otras personas. Y me interesaba, además, hablar del machismo de nuestras sociedades, porque siento que esas familias se formaron a partir de la figura del hombre macho, dueño de todo, en las que las mujeres sólo estaban ahí para servirlo o acompañarlo. También me serví de esa figura patriarcal para hablar de la relación del poder económico con el poder político y, en particular, con el paramilitarismo. Siempre me ha llamado la atención cómo muchos ricos de nuestros países terminan contratando sus propios ejércitos, un fenómeno por lo demás muy colombiano. El final que tiene el patriarca en la novela describe la paradoja del poder desaforado que termina en la locura.

—Las relaciones sexuales tejen un hilo conductor que surca toda la trama. Tal vez como una manera de observar la verdadera interioridad de sus protagonistas en medio de tanta vacuidad. ¿Esa era la idea?

—Creo que todos los personajes de Ceremonia tienen un conflicto con su identidad sexual. Por ejemplo, el caso de Daniela, una de las nietas del patriarca, tiene que ver con que ha vivido en un mundo donde le dijeron que tiene que casarse con el hombre perfecto y el matrimonio tiene que tener tales características. Todo enmarcado en ese “estar atrapados” de los personajes que mencionaba anteriormente, y que es un tema que está en toda la novela. Un marco que dice que la sexualidad debe ser vivida de tal manera, como los otros dicen que debe ser. Igual le pasa al personaje de Patricio, hermano de Daniela, que todo el tiempo está batallando con su deseo y lo que su familia espera que él sea. Él, como muchas personas en la realidad, aunque quizá ahora menos que antes, tuvo que esconder su identidad sexual por miedo a lo que diría su familia o los amigos de su familia. Ese es un drama enorme, porque la sexualidad es una parte fundamental de la vida de cada ser humano y tener que ocultarla y avergonzarse de ella es tremendo. De cierta forma también el patriarca vuelca su afán y su delirio de poder en su comportamiento sexual.

Lo que quise hacer con la sexualidad de los personajes fue hablar de esos miedos, de esas prisiones. Y en el caso de Patricio, que tal vez es el más evidente, le quise dar la opción de escapar y de ser él. En ese personaje volqué mucho de mí mismo y de muchos amigos y gente que conozco, que ha sufrido mucho esa dificultad de mostrarse como son y el temor de aceptarse por lo que puedan decir los demás. Pienso que es un comportamiento que está muy presente en las élites latinoamericanas, donde hay que jugar un rol, y si no se juega, se es inmediatamente excluido y rechazado.

Ese es otro asunto que me interesó tratar en la novela: lo importante que es, para cualquiera, pertenecer a algo, y creo que con el tema de la sexualidad está muy claro.

Portada de «Ceremonia», la más reciente novela del autor. Editorial Planeta.

—Otra de las particularidades que llama la atención en Ceremonia es su muy detallada descripción de las marcas de lujo en hoteles, relojes, vestidos, perfumes, muebles, vajillas, hasta en las camas y las sábanas.

—Mucha gente me preguntado si tomo notas sobre el tema, o si estoy obsesionado con las marcas. Para nada. Me gusta mucho la novela Psicópata Americano, de Bret Easton Ellis. En ella el protagonista está obsesionado con el consumismo; con comprar. Esta cosa muy de los yuppies de Nueva York de que hay que mostrarse, y que la manera de hacerlo es con el reloj, el traje, los zapatos. Ese recurso no me lo inventé yo, está en esa novela, y me pareció interesante. Hay, por ejemplo, un capítulo en el que él llega a su vestier y dice: “tengo mi traje Dolce & Gabbana, el Armani”, etcétera, y va enumerando. Muchos años después de leerla, cuando empecé a trabajar en el mundo editorial de las revistas, relacionado en muchos casos con la publicidad de lujo, me di cuenta de que hay mucha gente que vive de eso. Que le encuentra sentido a la vida en el costo y la marca de tal o cual reloj, y muchos otros objetos. Es algo que no juzgo, simplemente me llamó mucho la atención y, sobre todo, me pareció un asunto muy narrativo. A mí me encanta también la moda, el diseño, la alta relojería: encuentro un valor enorme en ellos. Lo que me sorprende es un afán desmesurado de consumir.

Ahí está el caso específico de los relojes. Antes de entrar a trabajar en revistas vinculadas a ese mundo, yo no tenía idea del grado de sofisticación y detalle que implica. ¿Qué tanto puede escribir uno sobre relojes? Pero ahí está. Entonces empecé a tomar notas al respecto. Sin juzgar. Sería tonto de mi parte decir que la moda o el lujo son solo una banalidad. Hay mucha gente que trabaja en ello, hay una industria, todo un universo. Yo simplemente quería relatarlo.

Me parecía que, especialmente el personaje de Mauricio, hijo del patriarca, corresponde a ese prototipo de hombres que tienen muchas inseguridades, inseguridades que a la vez provienen de su padre, y que llenan o evaden con objetos y marcas. Para mí, escribir y repetir tantos nombres de marcas en la novela daba la idea de una especie de sinsentido, como de decir cosas porque sí. Pero he conocido gente que compra y gasta y se endeuda por comprar objetos de marca, solo porque les produce cierta seguridad. Me intrigaba la necesidad de acumulación, el consumismo por el consumismo. Siento que forma parte de ciertas ceremonias de la aristocracia que tienen que ver con, por ejemplo, mostrar que se tiene ciertos tipos de zapatos, o las señoras tales carteras o los hombres ciertos automóviles. Tener objetos sólo para mostrarlos a los demás, no por desearlos realmente, me parecía un absurdo sin fin.

—¿Por qué escogió como parte crucial de la narración ese fenómeno de las sectas de espiritualidad mercantilizada que tantos escándalos han producido en los últimos tiempos?

—Cuando estaba pensando en los personajes de Ceremonia, surgió el de Daniela, que es uno al que quiero mucho, porque me parece que sufre bastante a lo largo de la novela, precisamente por esa idea de tenerlo todo y no saber qué quiere. Cuando estaba pensando en ella, al mismo tiempo empecé a trabajar en una investigación periodística sobre sectas, y tuve la suerte de entrevistar a varias mujeres que estuvieron en ese tipo de organizaciones, muchas de ellas pertenecientes a las familias más ricas de México. Ellas terminan ingresando a esas sectas por una necesidad de pertenecer a algo, por un vacío. Muchas de ellas habían estudiado en Estados Unidos, tenían una carrera, pero se encontraban aburridas o en matrimonios que no les aportaban nada o en un entorno que nos las estimulaba. Esas sectas son organizaciones hechas para atraer a este tipo de personas. Les comienzan a pedir dinero para permitirles estar ahí. ¡Y estas mujeres dieron mucho dinero! A algunas de quienes entreviste, y que pertenecieron particularmente a Nxivm, tan famosa en México, les pregunté si eran conscientes de que estaban ingresando en una secta. Me respondieron que sí sabían, pero que sentían que era como un grupo, como un club. Las historias que contaban eran increíbles, es difícil creer que alguien termine metiéndose tan a fondo en estas organizaciones. Entonces me pareció tenía todo el sentido involucrar al personaje de Daniela en ese ambiente, debido a esa imagen de la gente que lo tiene todo, pero necesita pertenecer a algo. Los gurús de estas sectas los que hacen es venderles la idea de que están haciendo algo útil. Y estas mujeres a las que entrevisté, efectivamente me decían que habían encontrado un sentido. Eso me impresionó.

—En principio pareciera que la novela hace una alusión a la libertad que permite el arte, a través de la exitosa carrera de Valeria, la menor de la familia. Pero en realidad es una descarnada mirada a las manipulaciones del comercio de ese arte en nuestras sociedades.

—En esa última generación de la familia, compuesta por los hermanos Daniela, Patricio y Valeria, pareciera que sí es posible la libertad y que uno puede encontrar quién es, estar bien consigo mismo y hacer las paces con el mundo cuando se acepta.

Pero lo que más me interesaba plasmar con respecto a las creaciones de Valeria es que, aunque ella es talentosa, el arte también se ha vuelto una parte de ese mundo del consumo de los objetos. Así como hay coleccionistas que van a comprar vestidos Armani o Brioni, también los hay que compran obras de arte como decoraciones para poner en su casa y que los otros ricos vean que las adquirieron. Sin embargo, creo que dentro del arte contemporáneo hay gente muy valiosa que se sale un poco de esas reglas del mercado. Y aunque el personaje de Valeria efectivamente puede expresarse en lo que le gusta, entra en ese juego y se “vende” un poco cuando su galerista le dice que tiene que producir un cierto número de obras para venderlas. Una práctica muy común en esos ámbitos.

Tuve la oportunidad de conocer coleccionistas que tienen en sus casas obras que uno pensaría que solo podrían estar en un museo. Y me llama la atención esa relación que existe entre el arte, que es algo creativo e imaginativo, y el mercado como muestra de poder.

—No deja de ser palpable su pericia como cronista en la minuciosidad descriptiva de la novela. Pero, ante la vertiginosidad de las redes sociales, por ejemplo, ¿le augura futuro a la crónica periodística?

—Definitivamente, soy un convencido, y toda la vida lo seguiré siendo, de la importancia de la exploración del mundo que permite la crónica. Vivimos en una época en la que nos están bombardeando con grandes caudales de información más que nunca, todo el tiempo, en las redes sociales y demás. Y para mí la crónica significa detenerse un momento para indagar qué hay detrás de esa información. Porque, más allá de los datos, hay personas, hay historias. Creo que los que defendemos ese género y el periodismo narrativo en general, lo que invocamos es la observación de la realidad, con sensibilidad, con cuidado, con la necesidad de pensar. La gran cronista Leila Guerriero dice que a veces se nos olvida que el periodismo es pensar el mundo, verlo y tratar de darle un poco de forma al caos, qué hay detrás de todo esto. Y darnos el tiempo para no sólo escribir un tweet, aunque advierto que no creo que las redes sean algo malo, son una herramienta. Pero creo que debe existir ese periodismo que se pregunta, que se toma el tiempo para buscar, que pasa y repasa sobre los hechos y que no necesariamente da respuestas definitivas sobre nada, pero que ofrece una perspectiva diferente a la uniformidad de la información sobre buenos y malos que ofrecen algunos medios.

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