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Juan Villoro: “A los latinoamericanos no nos queda más sino ser renacentistas”

por Avatar Relatto

Como periodista, siempre me he interesado por los foros en los que participa el escritor Juan Villoro. Él, como pocos, ha sabido rasgar la realidad latinoamericana para luego plasmarla en crónicas, reportajes, ensayos y ficciones. Es por eso que, en la reciente Feria Internacional del Libro de Bogotá, y en el marco de la presentación de su último libro ‘La figura del mundo, el orden secreto de las cosas’, asistí a uno de sus conversatorios denominado “Un cronista de arraigos y desarraigos”.

De este encuentro, comparto un registro personal de sus palabras y reflexiones, que siempre vale repasar.

Ya en el auditorio confirmé que, como lo ha había visto en otros espacios grabados y presenciales de Villoro, cada vez que un público asiste a un conversatorio del autor, inevitablemente le aplaude, ya sea por su mera presencia o exposición. Y él, como acostumbra, también extiende las manos y palmotea, uniéndose a la algarabía de su público.

Así como el autor aplaude con el auditorio cada vez que él aparece o habla, también comparte otros arraigos con quienes estuvimos en la charla y con el público latinoamericano: ser vistos como personas exóticas y sensuales por el mundo euroamericano, el gusto mayoritario por el fútbol, las represiones pragmáticas y miserables de nuestros gobiernos, las revoluciones derramadas, los recuerdos del Chavo del ocho, o el hecho de tener padres latinoamericanos, tan singulares a veces por su ausencia o eficacia para crear traumatismos.

Precisamente, el más reciente libro del autor, ‘La figura del mundo’, está inspirado en su padre, el filósofo catalán, Luis Villoro. Un hombre que Juan recuerda como alguien aislado en sus libros, en su pensamiento, en la razón; pero también como un partidario de movimientos de izquierda, fundador del ‘Partido mexicano de los trabajadores’, y como asesor del Movimiento Zapatista.

“Este libro es un intento por reconciliarme con mi padre, construyendo cultural y artificialmente su figura, encontrando una vía personal para acceder a lo que él fue, en lo bueno y en lo malo, y así tratar de apreciarlo y quererlo desde esta distancia que la muerte dispone”. Allí descubrimos que, en gran parte, el afán de Villoro por enlazarse a las letras y los libros fue para poder acercarse a su progenitor. “Yo empecé a leer y a escribir en mi juventud para ganarme el respeto de él. Si quería comunicarme con mi padre, debía ser mediante su idioma, que eran los libros, el pensamiento y la razón”.

Este libro es un intento por reconciliarme con mi padre, construyendo cultural y artificialmente su figura, encontrando una vía personal para acceder a lo que él fue, en lo bueno y en lo malo, y así tratar de apreciarlo y quererlo desde esta distancia que la muerte dispone.

Cuántas personas no crearon pensamientos, sentimientos, hábitos e incluso vocaciones, influenciados por su relación o con sus padres. Cuántas personas aún están en la ruta personal hacia Comala, buscando a su Pedro Páramo, al igual que Villoro.

Pero Villoro se apropió de las palabras a su manera, tal vez por su padre, o a pesar él. Una decisión afortunada para sus lectores.

Después de sus comentarios sobre su nuevo libro y la figura paterna, el autor se centró en darle sentido al nombre del conversatorio ‘Arraigos y desarraigos’, también compartidos como latinoamericanos.

En su juventud, Villoro fue inscrito en un colegio alemán donde comprendió lo que significaba ser mexicano y latinoamericano. Cada vez que el joven describía su cultura, sus compañeros europeos quedaban impresionados. Cuando, en alguna ocasión, expuso en la clase algunas de las costumbres y rutinas mexicanas, el profesor quedó alucinado. “En el colegio yo me volví un autor del realismo mágico solo por hablar de mi país”.

Su relato sobre los choques eléctricos que se propinan en los bares para bajar la borrachera o sobre las calaveras de azúcar que se comen los mexicanos el día de los muertos, era para los extranjeros del colegio alemán un manjar de realidad primitiva.

Y es que, según sus experiencias en México y Europa, Villoro notó que, para el resto del mundo, los latinos estamos destinados a la sensibilidad, a la sensualidad y a las historias exóticas, pero también al mundo del atraso donde las cosas no funcionan ni son normales como en “los países avanzados”. “Y como cada región ya tiene su papel, mejor que Latinoamérica continúe así: que las cosas sigan siendo anormales y que tampoco funcionen”, dice Villoro con sarcasmo.

Juan Villoro, durante el reciente conversatorio que tuvo con Guido Tamayo (centro) y Sergio Ocampo Madrid, titulado «Un cronista de arraigos y desarraigos», en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, 2023.

Una de esas cosas que no funcionan es la democracia. De esto se dio cuenta Villoro desde muy joven. “La primera vez que voté no había otro candidato sino el del PRI. Desde los años 30 y hasta el 2000, todo el mundo ya sabía quién iba a gobernar. El PRI, el Partido Revolucionario Institucional, que estuvo en el poder por más de 70 años en México, y el que envió al ejército para asesinar a los estudiantes en Tlatelolco, por allá en el 68’”.

“En esa época todo el mundo decía que el comunismo se iba tomar a México y, peor aún, que iba a estropear las olimpiadas mundiales que se celebrarían en el país en octubre del 68”, aclaró Villoro. Pero, en efecto, las Olimpiadas se llevaron a cabo en el mismo mes de la masacre de Tlatelolco, facilitando el ocultamiento del genocidio. Algo similar a lo que sucedió en Colombia, cuando el partido Millonarios – Unión Magdalena, en el estadio El Campín de Bogotá, se adueñó de la radio y la televisión mientras que tronaban los tiroteos y las bombas en la toma del Palacio de Justicia, que hizo la guerrilla del M-19 en 1985.

Sin embargo, para todas estas realidades de nuestros países, Villoro reflexionó recordando una frase de la película ‘El tercer hombre’ de Orson Welles. “En la cinta se preguntan ¿Qué es lo que la paz suiza le ha dado al mundo? El reloj cucú, responden. En cambio, las guerras, las intrigas y la desigualdad de Italia produjeron el Renacimiento. Si esta comparación es cierta, entonces a los latinoamericanos no nos queda más sino ser renacentistas. Y creo que lo somos, creo que nuestra escritura es prueba de ello. Si nuestro mundo estuviera bien hecho, probablemente la literatura sería bastante aburrida”.

Si esta comparación es cierta, entonces a los latinoamericanos no nos queda más sino ser renacentistas. Y creo que lo somos, creo que nuestra escritura es prueba de ello. Si nuestro mundo estuviera bien hecho, probablemente la literatura sería bastante aburrida.

Y ya que somos renacentistas en la literatura, como lo evidenciaron en su momento los autores del boom latinoamericano y ahora las escritoras y escritores con nuevas expresiones, Villoro propone que “…sigamos componiendo al mundo con las letras y los libros. Escribimos porque la sociedad está mal hecha, porque nos queda debiendo, y el mundo latinoamericano, con todos sus defectos, es también un acicate para la cultura que tenemos y hemos tenido desde entonces”.

Y remata: “Por el momento, la literatura sigue siendo de primera necesidad. Es una práctica que en tiempos tranquilos solo la practican los espíritus arriesgados. Pero en situaciones terribles como el exilio y la soledad, la literatura le salva la vida a cualquiera”, apuntó.

Finalmente, el conversatorio nos tuvo arrobados al público asistente. Ahora las y los lectores tenemos otra obra de Villoro que nos ayuda a entender esos arraigos y desarraigos compartidos que seguimos arrastrando como latinoamericanos, así inicien desde casa con nuestros padres.