Dos semanas antes de su huida, María Angélica —quien según el parte policial vestía pantalón celeste, blusa roja y zapatos azules— había conocido a tres jóvenes santiaguinos, quienes por su apariencia y su pelo largo fueron catalogados de hippies por todo el pueblo.
María Angélica Ahumada fue la más emblemática de las trece lolitas (apelativo que entonces se puso de moda para hablar de las jovencitas modernas que usaban minifalda y tenían una actitud más transgresora, supuestamente basado en la novela de Nabokov) que según la prensa dejaron sus casas para asistir a esta fiesta que se desarrolló durante tres días: 10, 11 y 12 de octubre de 1970. La reunión hippie hoy es conocida como Piedra Roja, pero originalmente se llamaba Festival de Los Dominicos.
El nombre de Piedra Roja nació de un error periodístico. Derivó de “piedra rajá”, como denominaban al sector donde existía una roca gigante con una grieta en medio. Este accidente geológico estaba donde hoy se cruza la calle Camino El Alba con Camino Piedra Roja. Entonces era un sector rural. Campo, arbustos y cerros. Al sector se llegaba en auto o la única línea de microbus que subía desde Quinta Normal, en el centro de la ciudad, a Los Dominicos, al oriente, hacia la cordillera.
Todo —la lejanía, el paisaje descampado, las quebradas y la precordillera— armaba un panorámica alejada al barrio residencial que hoy se extiende sobre lo que alguna vez fue un terreno reseco al que llegaron muchachos y muchachas que buscaban revivir la mística hippie que los embelesó en las escasas revistas y discos que entonces llegaban desde Estados Unidos.
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Piedra Roja, además de convertirse en la carta de presentación del hippismo en Chile, también sirvió para que se visualizara el protagonismo que los jóvenes habían comenzado a tener desde la segunda mitad de los sesenta.
Un protagonismo que en Chile duró poco.
Un mes antes de Piedra Roja en el país se realizó una tensa y compleja elección presidencial. En septiembre el resultado de las urnas decretó por estrecho margen como ganador a Salvador Guillermo Allende Gossens, que era apoyado por la Unidad Popular, una coalición de partidos de izquierda, y destacó por el intento de establecer un Estado socialista aferrándose a los medios democráticos y constitucionales del Poder Ejecutivo, la vía chilena al socialismo. Como Allende no había obtenido mayoría absoluta ante su contrincante, el expresidente Jorge Alessandri, se debió realizar otra elección entre ambos candidatos por el Congreso pleno. La escasa diferencia (menos de cuarenta mil votos de diferencia entre Allende y Alessandri), convulsionó y dividió al país.
Dos días antes de la decisión del Congreso, que debía realizarse el 24 de octubre, un comando paramilitar del grupo derechista Patria y Libertad atentó contra el comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, y provocó su muerte. El atentado produjo gran conmoción pública, pero no evitó que el Congreso ratificara la elección de Allende.
Fue la primera patina gris de una larga sombra que fue oscureciéndose hasta que vino la dictadura que luego encapotaría al país y terminó con el cándido arrebato hippie que en algún momento resonó en la precordillera de Santiago.
Piedra Roja, además de convertirse en la carta de presentación del hippismo en Chile, también sirvió para que se visualizara el protagonismo que los jóvenes habían comenzado a tener desde la segunda mitad de los sesenta.
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El festival también dio material para toda clase de historias que fueron reproducidas en las páginas policiales y alimentó el debate moral en numerosos editoriales. Se habló de una reunión de hippies, vándalos y drogadictos: algunos periódicos lo llamaron “orgía de marihuana”. Se explicó que fue la idea de un grupo de melenudos y desgreñados jóvenes capitalinos, quienes se habían dejado influir por modas extranjeras: varios comentarios reprochaban las “vestimentas importadas” de los asistentes, quienes en su mayoría llevaban jeans. Se repitió que era la versión criolla, desorganizada y precaria del festival de Woodstock: evento de música y arte que en 1969 ocurrió en una granja de Sullivan Country —estado de Nueva York—, y que pese su eslogan “tres días de paz, amor y música”, fue calificado como una larga jornada de excesos y música rock.
El festival también dio material para toda clase de historias que fueron reproducidas en las páginas policiales y alimentó el debate moral en numerosos editoriales. Se habló de una reunión de hippies, vándalos y drogadictos: algunos periódicos lo llamaron “orgía de marihuana”.
Todo lo que ocurrió en Woodstock, y especialmente la imitación chilena a la gran gesta de los hippies estadounidenses, fue consignado por la revista Vea en un artículo que se tituló “El festival de la marihuana” y que apareció una semana después de la fiesta realizada en la precordillera de San Carlos de Apoquindo: “’Si ellos pueden, nosotros también’, pensaron sus homónimos chilenos. Y llegaron hasta Los Dominicos vestidos con las ropas más estrafalarias que pudieron encontrar. Reunidos en grupos o parejas, tendidos en el polvoriento suelo o bajo las carpas, permanecieron hasta que fue clausurado el festival”.
El Mercurio también criticó que los jóvenes imitaran un estilo alejado de la realidad chilena: “Resulta muy penoso que un país como el nuestro, con desarrollo disparejo y con vastos sectores alejados del consumo aceptable, exhiba pequeños grupos de jóvenes que parodien ademanes de repudio a la llamada sociedad de consumo, cuyos beneficios escapan a la ciudadanía chilena y cuya realidad se conoce a oídas o por el cine”.
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Muchos teóricos aseguran que el hippismo partió en Estados Unidos después de 1965, año en que se inició la invasión a Vietnam. El término hippie proviene de la palabra “hip”, que en el ambiente del jazz de los años cincuenta, se utilizaba en el sentido de “estar en onda”. En los sesenta, Estados Unidos vivió un período de esplendor económico y de desarrollo, y como contrarespuesta, los jóvenes buscaron una vuelta a la naturaleza, se opusieron a la guerra, resaltaron la práctica del sexo libre: las consignas del movimiento hippie. El término fue utilizado por primera vez en septiembre de 1965 por el periodista Michael Fallon en The San Francisco Examiner, un diario de esa ciudad.
La Revista del Domingo de El Mercurio del 10 de octubre de 1967 consignó el fenómeno sin cuestionar la posibilidad de que llegara a Chile. Por la misma época, Eva publicó el diario de una joven que conoció el hippismo en San Francisco y luego se unió a una comunidad que seguía esta corriente en la isla de Ibiza, en España. Otras revistas como Ritmo y Topsi —suplemento juvenil de El Mercurio— hablaron de este movimiento juvenil, pero siempre desde una perspectiva distante. En un país que se cae largo del mapa de América, donde la moral conservadora imperaba y donde ya entonces se intuía un clima de polarización política, la moda hippie parecía una excentricidad. Desde la izquierda, los tildaban de «hijos de la aristocracia» o «imperialistas»; mientras que desde la vereda del frente los adjetivos eran «drogadictos» o «superficiales».
En los sesenta, Estados Unidos vivió un período de esplendor económico y de desarrollo, y como contrarespuesta, los jóvenes buscaron una vuelta a la naturaleza, se opusieron a la guerra, resaltaron la práctica del sexo libre: las consignas del movimiento hippie.
En 1969 el festival de Woodstock consolidó la moral hippie y los melenudos que llegaron a la granja de Sullivan Country la exportaron al mundo.
The Woodstock Music and Arts Fair ocurrió entre el 14 y el 16 de agosto de 1969. Pero nunca se realizó en el pueblo que lleva ese nombre —en el condado de Ulster, en el estado de Nueva York— porque sus vecinos se opusieron. Por eso se optó por una granja cercana, en la localidad rural de Bethel. Aunque se esperaban cien mil personas, llegaron más de cuatrocientas mil.
En teoría Woodstcok debió haber sido un evento musical extraordinario —actuaron Janis Joplin, Jimi Hendrix, Joan Baez, Joe Cocker, Santana, The Who, entre otros—, pero la mala organización y el mal tiempo atentaron contra el espectáculo. Tres tormentas convirtieron el lugar en un lodazal, que sumadas a la multitudinaria asistencia hicieron que la reunión fuera declarada zona de emergencia.
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A diferencia de Woodstock que fue publicitado en revistas como Village o Rolling Stone, Piedra Roja no contó con ningún tipo de difusión mediática previa a su realización. Los que llegaron fue porque algún conocido les comentó o porque vieron en los sectores altos de Santiago un modesto pero fanfarrón afiche promocional. Los carteles, hechos en mimeógrafo, invitaban a un encuentro “musical y de convivencia”. La frase promocional rezaba: “Festival de Los Dominicos, Let’s groove”. Entonces fue obvio: el festival de Los Dominicos fue llamado socarronamente “Doministock”.
La relación de Piedra Roja con el evento hippie estadounidense tenía algo de razón. La idea partió como una actividad de un curso tercero medio del Liceo No 11 de Las Condes para financiar un paseo de curso. Su impulsor fue Jorge Gómez Ainslie, quien a mediados de los sesenta había vivido en Inglaterra, y que luego de ver más de una decena de veces en el Cinerama Santa Lucía el registro cinematográfico de Woodstock propuso a sus compañeros organizar un festival musical al aire libre.
La elección de los terrenos donde se realizó el festival fue circunstancial. Jorge Gómez, entonces de diecinueve años, pololeaba con una sobrina de Jorge Rosselot, dueño en aquel entonces del Hipódromo Chile y de la Hacienda Apoquindo. Jorge Rosselot aceptó facilitarle el espacio —un peladero entre cerros parduscos salpicado de árboles como espinos y quillayes— luego de que el escolar le entregara un cheque en blanco y un permiso de la Municipalidad de Las Condes para organizar el recital. La promoción del evento fue mínima: los liceanos pegaron unos cuantos afiches en Las Condes, en liceos del sector como el 14 y el 15, y en colegios privados como el Craighouse y el Nido de Águilas.
Su impulsor fue Jorge Gómez Ainslie, quien a mediados de los sesenta había vivido en Inglaterra, y que luego de ver más de una decena de veces en el Cinerama Santa Lucía el registro cinematográfico de Woodstock propuso a sus compañeros organizar un festival musical al aire libre.
Todo lo que ocurrió después del mediodía del viernes 9 de octubre de 1970 —cuando empezaron a llegar los asistentes—oscila en un limbo entre la nostalgia pop, los hechos policiales y la fantasía juvenil. Pero todos coinciden en la precariedad y la desorganización del festival. Más allá de un quiosco de Coca-Cola —el único auspiciador del evento—, el resto fue improvisación y escasez: sólo había un cable que, a falta de postes, se colgó entre los espinos para llevar la electricidad, y las luces se pusieron en tarros de leche Nido. De los tres días que duró el festival, la música sólo pudo escucharse bien durante una jornada. El resto del tiempo las actuaciones fueron casi inaudibles. Las actividades del público poco tuvieron de catarsis rockera, porque se limitaron a guitarreos acompañados de instrumentos de palo, flautas o bongos alrededor de las carpas y las fogatas. El festival nunca tuvo un programa oficial: se sabe que partió con la actuación de un músico denominado Guatón Luna, quien tocó su órgano eléctrico. Después subieron al escenario grupos como Lágrima Seca, Los Blops, Ripio y Los Jaivas, las grandes estrellas del evento.
Aguaturbia, una banda de rock psicodélico que se había formado en 1968 y que era uno de los números estelares del festival, llegó al lugar, pero la desorganización la hizo desistir. Además de su vanguardista propuesta, la banda rockera destacaba entonces en la escena nacional porque contaba con una vocalista femenina: Denise, una audaz joven brasileña cuyo nombre real era Climene Solís Puleghini.
Meses antes del festival Piedra Roja, la agrupación había causado polémica con la carátula de su homónimo disco debut, en la que aparecían sus cuatro integrantes desnudos y sentados en círculo. La imagen les valió la calificación de “inmorales” y apareció en la portada del diario La Segunda del viernes 13 de marzo de 1970, con el título: “La carrera promocional para la venta de discos ha producido casos extremos”. En noviembre de 1970, luego de presentar su segundo disco, el grupo dejó Chile por un tiempo. La razón: las críticas a la carátula de su álbum que estaba inspirada en el Cristo de San Juan de la Cruz, de Salvador Dalí, donde Denise aparecía, otra vez semidesnuda, crucificada.
Todo lo que ocurrió después del mediodía del viernes 9 de octubre de 1970 —cuando empezaron a llegar los asistentes—oscila en un limbo entre la nostalgia pop, los hechos policiales y la fantasía juvenil.
Denise era catalogada como una suerte de diva hippie-colérica y pudo haberse convertido en la gran protagonista femenina de Piedra Roja, título que al final recayó en las trece lolitas que escaparon de sus casas.
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Durante mucho tiempo se habló de que cuatro mil asistentes llegaron al festival, pero la verdadera cifra con suerte superó los dos mil. Y muchos de ellos se aparecieron por el lugar desinformados de las verdaderas características de la reunión: llegaron con sus hijos en plan pícnic, porque en un noticiario radial dijeron que en los faldeos cordilleranos de Los Dominicos se realizaba una esta familiar con juegos criollos.
Toda la precariedad y la cadena de errores que rodearon a Piedra Roja alimentaron la leyenda y acrecentaron la visión romántica con la que en las décadas posteriores sería recordado el festival.
Más allá del escaso público, de la mala organización y del sensacionalismo que tiñó a la cobertura periodística —la información musical sobre los grupos que tocaron fue nula—, Piedra Roja sirvió para que los hippies criollos oficializaran su existencia en Chile.
Y muchos de ellos se aparecieron por el lugar desinformados de las verdaderas características de la reunión: llegaron con sus hijos en plan pícnic, porque en un noticiario radial dijeron que en los faldeos cordilleranos de Los Dominicos se realizaba una esta familiar con juegos criollos.
Hasta entonces las publicaciones nacionales se limitaban a reportar detalles de un movimiento juvenil que se había iniciado en California a mediados de la década anterior. Informaban que se trataba de una contracultura estadounidense. Decían que eran el recambio de los antiguos coléricos, pero con una actitud más anárquica, pelucona y espiritual. También resaltaban su visión más politizada y liberal para enfrentar tanto el consumo de drogas como la vida sexual. O comentaban los grupos y cantantes que pertenecían al hippismo.
Es cierto, el germen del movimiento hippie en Chile fue la música. Pero no sólo la que popularizaban los grupos de rock internacional: algunas atrevidas bandas nacionales empezaron a probar con el sonido del rock más vanguardista.
Meses antes de que se tratara de imitar a Woodstock en Piedra Roja, en enero de 1970, se organizó en Viña del Mar, en la ciudad balneario que ya tenía un festival más televisivo y popular, el primer Festival de Música de Vanguardia. El productor del evento fue Alfredo Saint-Jean, quien reunió a una docena de grupos chilenos y argentinos durante tres días en la Quinta Vergara. El evento tuvo una cuidada organización: el público recibió un programa impreso, había equipos de seguridad y los músicos invitados se alojaron en el Hotel O’Higgins. Tocaron Los Jaivas, Los Escombros, Inside, Los Blops y Aguaturbia, que acapararon el interés de la prensa por la desgreñada apariencia de su vocalista Denise, quien subió al escenario con hot pants y larga melena alborotada por el frizz.
El 26 de febrero de ese año, la revista Eva publicó un reportaje de esta reunión musical vanguardista y comentaba: “Decenas de jóvenes hippies aparecen por los rincones y se instalan bajo el escenario”. La publicación enumeró su vestuario: camisas de la India, ponchos, túnicas, pequeños anteojos de colores con marco de metal. Uno de los jóvenes hippies, consultado por la periodista de Eva sobre su estilo, respondía: “Lo que pasa es que no entienden nuestro significado; no entienden que somos así, y nos vestimos con esta ropa porque nos da la gana. Y porque es lindo. ¿O me vas a decir que no te gustan mis ojotas?”.
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Después de ese festival rockero de Viña del Mar, el hippismo criollo comenzó a hacerse más evidente. La revista Vea apuntó en enero de 1970: “Para desesperación del gremio de los peluqueros, los hippies están aumentando en Chile”. En agosto de ese año se estrenó la versión fílmica de Woodstock, que encendió los ánimos juveniles e impuso la moda de intervenir la ropa con anilinas de colores fuertes, especialmente las camisetas de algodón de la marca Opaline, para darle el efecto tie-dye (“teñido por amarras”) que estaba de moda entre los músicos y asistentes al festival estadounidense.
Los seguidores más lustrosos de este estilo aparecieron en Providencia, que era el epicentro capitalino de las tiendas y los lugares de reunión de la juventud. Se trató de muchachos y muchachas de la clase acomodada, quienes estaban más interesados en seguir la moda que en la ideología del movimiento. Entonces adoptaron el vestuario hippie: pelo largo, pantalones pata de elefante, collares. Camisas oreadas, ellos. Minifaldas de colores, ellas. Aunque en honor a la verdad, al principio fueron los hombres los principales seguidores de este look.
La revista Vea apuntó en enero de 1970: “Para desesperación del gremio de los peluqueros, los hippies están aumentando en Chile”.
En Providencia, entonces el sector más joven y exquisito de Santiago, en el área ubicada entre las calles Ricardo Lyon y Pedro de Valdivia, existió el cuadrante “hippie chic”, nombre que le pusieron los integrantes más radicales de este movimiento a los jóvenes del barrio alto que imitaron este estilo.
La tendencia no tardó en ser adaptada a una versión más comercial y aseñorada por varias boutiques capitalinas. Isabel Allende, en la columna “Los impertinentes” que escribía en la revista Paula, se burló de los seguidores más adultos de una moda a todas luces joven. En una de estas columnas titulada “Hippies”, la escritora decía: “Me ha tocado ver en la calle a unas damas entradas en carnes y años, con botas y minifaldas, y a unos empleados de banco con camisas rosadas y pantalones con flores. Estos pseudohippies se ven ridículos”.
Los integrantes del grupo argentino Lechuga, que en el verano de 1970 participaron en el Festival de Música de Vanguardia de Viña del Mar, también habían criticado la popularización del hippismo a la moda en la revista Eva: “¿Los hippies?…, son unos ‘chanta’ —haraganes, parásitos, malolientes, etc.—, en Argentina. Aquí abundan los pseudohippies, cuya única filosofía es ojear sin fundamento; en América Latina no se justifican”.
Pero antes de que se convirtiera en un capricho estilístico y comercial, la contracultura hippie ya se había instalado en los sectores más populares de Santiago. Mientras los chiquillos bien lucían sus melenas largas y cintillos en el Coppelia o en la galería comercial Drugstore, en sectores como San Miguel y Estación Central, también aparecían representantes más humildes de este movimiento. Sus puntos de reunión eran las inmediaciones del Museo de Bellas Artes y el Parque Forestal. Pese a las burlas de los hippies populares por la actitud más impostada y frívola de los hippies burgueses, ambos grupos convivían en paz. Los sábados, los muchachos de sectores proletarios vendían artículos artesanales —joyas, camisetas teñidas, carteras— en Providencia.
“Me ha tocado ver en la calle a unas damas entradas en carnes y años, con botas y minifaldas, y a unos empleados de banco con camisas rosadas y pantalones con flores. Estos pseudohippies se ven ridículos”.
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Este texto forma parte del libro Linda, Regia, Estupenda. La historia de la moda y la mujer en Chile.
El hippismo no sólo se concentró en Santiago. El 9 de octubre de 1970, dos días antes de que partiera el festival de Piedra Roja, El Mercurio de Valparaíso publicó una nota que llevaba por título: “Hippies invaden playas de Viña”. El texto decía que la municipalidad del balneario, representada por el regidor Carlos Salinas, pidió a Carabineros una mayor vigilancia de las playas Acapulco, Reñaca, Amarilla y Caleta Abarca, porque los vecinos acusaban la presencia de “vagos que pretendían ser hippies”.
Por esa época Giovanni Carelli, uno de los protagonistas de la película New love (un intento de cine juvenil que fue destruido por la crítica) armó una carpa en la intersección de 8 Norte y la avenida Perú de esa ciudad y la bautizó “A Gogó”. El lugar se convirtió en el centro de reunión de jóvenes que vestían a la usanza Woodstock.
A medida que la moda hippie se popularizó, también aumentaron las críticas contra sus seguidores. Los dos sectores políticos, la izquierda y la derecha, los miraban con recelo: los primeros insistían en que sólo eran una imitación de la juventud estadounidense, drogadicta y burguesa; los segundos los despreciaban porque los consideraban inútiles, marihuaneros y comunistas.
Por esa época Giovanni Carelli, uno de los protagonistas de la película New love (un intento de cine juvenil que fue destruido por la crítica) armó una carpa en la intersección de 8 Norte y la avenida Perú de esa ciudad y la bautizó “A Gogó”.
Pero los principales enemigos de los hippies fueron los cadetes de la Escuela Militar, con los que sostuvieron dos combates en
la vía pública. La odiosidad entre ambos grupos, más allá de las
obvias razones ideológicas y del código de vestir, se habría originado por una broma que un habitué de la galería Drugstore le jugó a un cadete que iba bajando por las escaleras del centro comercial. Al uniformado le quitaron la gorra de su uniforme, y más tarde, a modo de venganza, sus compañeros se enfrentaron con los hippies del lugar. El sábado siguiente se originó el segundo round, y ambos bandos se enfrentaron con piedras y botellas frente
al Coppelia. La historia dice que los cadetes marcharon en formación desde Los Leones hacia el lugar del combate.
Aunque en 1973 ya nadie se espantaba con los hippies criollos y las revistas femeninas habían bendecido su estilo dedicándoles páginas de moda inspiradas en ellos, todo cambió con la llegada de la dictadura militar.
El movimiento comenzó a declinar luego del golpe de Estado y la llegada del general Pinochet. Entonces vino la prohibición de reunirse en grupos, el toque de queda. La apariencia de los muchachos pelucones dejó de ser bien vista.
La contingencia terminó con la moda.
La sombra de la dictadura terminó con los colores hippies.
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