Hasta este momento, Pablo Zalaquett es un simpático y conocido alcalde de una de las comunas más grandes de Chile y recientemente elegido para asumir la alcaldía de la comuna de Santiago, un cargo al que se le conoce como llegar a “La Moneda chica”, por su importancia dentro de la política local. Su hermana Mónica es diputada y ambos militan en un partido conservador de derecha.
Pero hoy, el alcalde está nervioso. Cuando le avisaron que el imitador lo había elegido a él, lo conversó con su equipo de asesores, que le recomendó no ir al programa. Pero no hizo caso. Aceptó pero con condiciones: que la rutina incluyera a otros personajes y, por sobre todo, que el comediante no fuera disfrazado de él. Por eso, cuando lo ve salir a escena completamente disfrazado y maquillado como él, Pablo Zalaquett se siente traicionado. Se cruza de brazos y con una sonrisa forzada empieza a ver cómo ese personaje, de gestos torpes y sonidos extraños, se apoderará de él para siempre.
“Cuando lo veo de mí, me descompuse, me nublé y me puse a transpirar. Me fui a negro, no sabía dónde estaba, dónde tenía que ir. Si tú me preguntas hoy qué hablaste, no me acuerdo de nada. Fue uno de los momentos más chocantes que he vivido en televisión”, confesó años después. Pero ahora, a Zalaquett no le salen las palabras, el parecido entre ambos es casi cruel. El nuevo alcalde se llama “Hablo” Zalaquett, que tiene los ojos muy abiertos y una expresión de inseguridad pero a la vez fogosa. Se mueve torpemente por el estudio mientras trata de seducir a las otras invitadas del programa. Pablo, el alcalde, no reacciona y sonríe, ausente, pero por sobre todo transpira, tanto, que hacen una pausa al aire para que pueda secarse y continuar. El ridículo es nacional.
Y lo peor es un detalle, un sonido que hace el comediante que nunca se le había escuchado al alcalde y que a partir de ahora lo perseguirá dondequiera que vaya. Cada dos o tres palabras, “Hablo” suelta un chillido agudo, una larga seguidilla de íes, “¡iiiii!”, que para colmo del alcalde era lo que más sacaba risa de la gente. Con el tiempo dirá Zalaquett que ese personaje se metió tanto en su cabeza y en su vida, que se cuestionó verdaderamente si hablaba de esa forma y si, peor aún, hacía ese insoportable sonido.
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Quien saltó al escenario personificando al alcalde es el comediante e imitador chileno de origen suizo-alemán Stefan Kramer, un verdadero mago de la imitación. Partió presentándose en bares, luego audicionó en un programa de talentos y comenzó a hacerse conocido por su impresionante capacidad de copiar los gestos y voces de las personas. Se comenzaba así a gestar en el país un verdadero fenómeno cultural, un antes y un después en la televisión y el humor chileno. Grabó tres películas que fueron un éxito, la primera, de 2012, sigue siendo hasta hoy la más vista en la historia del cine local. Se hizo millonario y nadie nunca se puede cansar de sus personajes, que en total superan los 150. Los famosos, en tanto, lo comienzan a tomar como una medida de su propio éxito, aunque cada uno corre el riesgo de perder una parte de su personalidad. Imitador e imitado pueden llegar a fusionarse indisolublemente.
Terminada la presentación y antes de ir a los comerciales, Stefan Kramer le dio un sentido abrazo al alcalde, quien ya presentía que saliendo de ese estudio nada sería como antes. Le esperan 12 años de terapia psicológica, sus hijos sufrirán de acoso escolar y su carrera política perderá toda autoridad. Ejemplo de ello es el traumático episodio que vivió tiempo después, mientras era alcalde de Santiago. En medio de un estallido estudiantil que exigía mejoras en la educación pública, un llamado a través de redes sociales convocó a miles de estudiantes en la Plaza de Armas de Santiago, justo en frente de la oficina del alcalde. El motivo de esa reunión no fue otro más que juntar a todas las voces que se pudiera para entonar al unísono un monumental y estruendoso “¡¡¡iiiii!!!, que retumbó por todo el lugar. Zalaquett, dentro de su oficina, cerró las ventanas, bajó las cortinas y se preguntó si acaso se merecía toda esa pesadilla que estaba viviendo.
Entre tanto, “Hablo” Zalaquett se convertía en el personaje favorito de la gente. Era el protagonista de sus películas, grababa comerciales hablando como él y en sus presentaciones era el personaje más esperado. “Nadie ha vivido en Chile, de todos los imitados, lo que yo viví con él. Cuando una persona ya no te suelta, incluyendo comerciales de TV, películas, uno ya perdió su vida privada. Hubiese querido que nunca hubiera existido porque creo que me hizo más daño que alguna ventaja en mi carrera política, porque ridiculizó parte de lo que con mucho esfuerzo, profesionalismo y amor por el servicio público desde los 17 años he tenido y desarrollé”, dice el ex alcalde Zalaquett a través de un mensaje de Linkedin, a 12 años de la primera imitación.
“Hablé con él y le pedía una sola cosa. ‘Imítame lo que quieras, pero ojo con el tipo de imitación burda que haces que afecta a mi familia. Sólo te pido que a mí me hagas lo que quieras, pero tengo hijos’. Le dije que yo era un ser humano y que mi círculo más íntimo se había visto afectado. De buena manera me respondió que no lo hacía con mala intención, que no me dejaría de imitar porque “Hablo” Zalaquett era su personaje más exitoso”, explica.
Pero el tiempo pasó, el alcalde se fue alejando cada vez más de la política y el personaje fue inevitablemente perdiendo su fuerza. Ese tiempo lo usó para escribir un libro que tituló “Sí, se puede”, donde aborda ampliamente el caso. Luego de años de arduo trabajo de superación, Pablo Zalaquett por fin empezó a respirar tranquilo de nuevo. Y se le nota. Se le nota porque el destino los puso frente a frente, en una casualidad que, paradójicamente, se transmitió en vivo para todo el país.
El contexto es el siguiente: elecciones presidenciales en Chile. Stefan Kramer, el ciudadano, es elegido vocal de mesa. Ya han pasado más de 10 años desde que estrenara el personaje de “Hablo” Zalaquett. Como el hecho de que Kramer hubiese sido seleccionado como vocal de mesa en un sistema completamente aleatorio es suficiente noticia, una periodista con una unidad móvil de televisión fue y lo entrevistó. Comentaban acerca de lo normal que había estado la jornada cuando, de improviso, Pablo Zalaquett, en una confabulación del destino, aparece en esa misma mesa para votar. Todos piensan, equivocadamente, que el encuentro debe estar arreglado de alguna forma. Se saludan y la periodista solo atina a estirar el micrófono y capturar el momento. Kramer, esta vez se ve distinto, rojo de vergüenza. Zalaquett, en cambio, se ríe, sin dejar de lado su cortesía. Se lo ve ligero, hasta sin rencor. Intercambian pocas palabras, se despiden y el ex alcalde desaparece de cámara. El móvil se queda con Kramer, que sólo atina a decir una frase con la voz de un “Hablo” que ya se escucha añeja. Pero Pablo ni lo escucha. Se ha ido y dejado atrás esa larga pesadilla, pensando en que por fin acaba de vencer a su enemigo. Pero lo más importante, Pablo Zalaquett por fin se dio cuenta de algo que lo había tenido al borde de la locura: todo había sido un invento del personaje, él nunca —y ahora por fin estaba seguro— nunca había hecho ese maldito sonido.