Relatto

El gurú inesperado. Parte IV: “te deseo sexus”

por Avatar Relatto

Otra de las seis cosas que hicimos en Mysore durante la última semana de nuestro viaje por el sur de la India, fue que en el hotel Palmyrah, donde nos hospedábamos, recibimos la visita del Maestro Raghu N. Rao, que, según nos dijo A., hacía sanación pránica o Pranic Healing. Hoy sé que se trata de la síntesis de un sistema de técnicas energéticas, considerado como complementario a la medicina tradicional. Trabaja a nivel Bioplásmico (energético) para sanar dolencias tanto físicas como psicológicas. Se realiza principalmente utilizando las manos.

Choa Kok Sui (1952-2007), nacido en Filipinas, fue el iniciador de la técnica. Sui creció en contacto con curanderos, sanadores y maestros de distintas disciplinas, como el yoga, el chi kung, la teosofía, entre otras. En 1983 comenzó a crear lo que se llamaría sanación pránica.

Usar la energía del universo para mejorar la salud no es nada nuevo, de hecho las culturas ancestrales mencionadas ya lo creían así. La medicina tradicional india, así como la china, entre otras muchas, están basadas en esa consigna. Kok Sui solo sistematiza este conjunto de técnicas en su método de sanación pránica. De hecho, toma términos del sánscrito como el prana, que es la energía vital que, según los libros hindúes, se encuentra principalmente en el aire, mantiene el cuerpo físico vivo y saludable, y el concepto de chakra, que se refiere a los centros de energía que controlan y energizan todos los órganos y las áreas de nuestro cuerpo. Un mal funcionamiento de un chakra determinado, tendrá un efecto negativo sobre los órganos internos que gobierna.

Kok Sui también hace una diferenciación entre el cuerpo físico y el cuerpo energético. Para él, el cuerpo físico de cada individuo se compone de dos: el visible y el invisible. Este último es equivalente al cuerpo energético, bioplasmático, etérico o lo que otros llaman el aura. La interconexión que hay entre estos dos cuerpos hace que lo que afecta a uno afecte también al otro. Por lo tanto, la sanación del cuerpo energético tiene una manifestación en el cuerpo físico visible.

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Algunos elementos que se utilizan para la sanación del cuerpo energético. / Antoni Skhkabra / Pexels.

Yo había estudiado en abundancia el hinduísmo en años anteriores, había practicado tai chi y chi kung, había tomado clases de aikido y de iaido y sabía de la importancia de los chakras, de los meridianos energéticos del cuerpo y de balancear el chi. Incluso había aprendido algunos ejercicios de pranayama que básicamente sirven para mover la energía del cuerpo y renovarla a través de la respiración.

Hacía unos días habíamos estado también, como parte del programa del tour, en un centro ayurveda localizado en Mysore, y el médico de turno nos había explicado que en la medicina ayurveda existen cinco elementos en el cosmos: espacio, aire, fuego, agua y tierra. Según esto, existen tres tipos de energía: vata, pitta y kapha, que son combinaciones de dichos cinco elementos, y que se manifiestan a través de patrones presentes en todos los componentes de la creación. Cada individuo nace inscrito en uno de estos tres tipos energéticos, y toda su vida, su personalidad, su metabolismo, giran en torno a dicho grupo.

La interconexión que hay entre estos dos cuerpos hace que lo que afecta a uno afecte también al otro. Por lo tanto, la sanación del cuerpo energético tiene una manifestación en el cuerpo físico visible.

Habiendo conocido lo anterior antes de ir a la India, nunca antes había oído de la Sanación Pránica con mayúsculas.

Así pues, cuando llegó el maestro Rao, nos condujeron a una sala en un piso elevado con vista al patio del hotel. No sé si fue una coincidencia, pero la sala, hecha con ladrillos y vigas de madera, era una estructura octogonal con una mesa en “O” para un máximo de unas 20 personas. Se veía enorme con nuestro pobre grupo de 8 personas, incluidas A., su esposa, nuestro profesor de Yoga Y., dos huéspedes y yo, y por supuesto, el facilitador/sanador Raghu N. Rao.

Estando todos acomodados, en un viejo televisor nos pasaron un breve video sobre la escuela pránica, que fui compelida a traducir para el pequeño grupo de hispanoparlantes. En dicho video, como pude ver, la técnica hoy tiene miles de aplicaciones, las cuales van desde la meditación personal hasta la sanación propia y de otros. El Maestro Rao tenía un estrabismo notable. Tal como el del bramán que habíamos conocido en el sencillo templo a los pies de Chamundeshwari. Comencé a preguntarme si el estrabismo era un signo de espiritualidad.

Pasado el video, el maestro nos invitó a hacer una meditación guiada llamada “Meditación del doble corazón” o “de los corazones gemelos” (Twin Hearts Meditation), para aliviar nuestras almas y a la vez enviarle un poco de luz a nuestros seres queridos de vuelta en nuestro país. Me pidieron el favor de hacer una traducción consecutiva de las palabras del maestro, a lo que, con un poco de miedo, dije que sí. Había sido la intérprete todo el viaje pero nunca en un acto tan delicado como una meditación guiada. Mis palabras tendrían que transmitir, no solo el sentido de las frases, sino también la calma. Pero supe que esa era la única forma de hacerla. ¿Cuándo más íbamos a tener la fortuna de recibir un regalo como ese de una persona tan especial como Raghu?

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El maestro nos invitó a hacer una meditación guiada llamada “Meditación del doble corazón” o “de los corazones gemelos”. / Ajan Yogui / Pexels.

Así que cerramos los ojos (bueno, el resto del grupo cerró los ojos, yo no podría relajarme. Trabajo es trabajo) y el hombre comenzó a guiar el viaje interior. El objetivo era que nos llenáramos de luz, hacernos conscientes de nuestro cuerpo y de nuestra alma y hasta ahí, con las palabras pausadas del sabio, mi oficio de traductora iba sobre ruedas. Pero la parte más importante vino después. El momento en que pensábamos en nuestros seres queridos, visualizábamos sus casas, percibíamos sus estados de ánimo y les enviábamos nuestras alineadas, calmadas energías. Raghu pidió que pusiéramos en nuestras bocas las palabras que él nos iba dictando, que las dirigiéramos hacia esas personas especiales, padres, madres, hijos, parejas, y comenzó: “I wish you luck”, y yo traduje “te deseo suerte”; “I wish you peace” y yo repetí, “te deseo paz”; “I wish you… ‘sexus»” y yo me quedé en blanco.

Los libros Sexus, Nexus y Plexus de Henry Miller pasaron por mi mente y no me pareció que calzaran con la intención de la meditación. Sin embargo, la palabra se repetía en mi mente pasando a mil, a un millón de posibles palabras parónimas por segundo, con sus significados en español, y ninguna parecía ser la acertada. Yo había pedido explicación unas frases atrás y no podía hacerlo de nuevo. La relajación de los huéspedes era lo principal. La concentración de ellos estaba en juego. Yo no podía ser la responsable de la comunión con sus seres amados, ni del fracaso de su meditación. “Di algo”, exclamé en mi cabeza. “Di cualquier cosa”. Me ordené: “el maestro no sabe español y mis huéspedes no saben inglés, no importa lo que digas, ¡solo habla!”. Luego me reprendí por haberlo pensado.

El objetivo era que nos llenáramos de luz, hacernos conscientes de nuestro cuerpo y de nuestra alma y hasta ahí, con las palabras pausadas del sabio, mi oficio de traductora iba sobre ruedas.

Se hizo un silencio incómodo en la sala. El maestro Raghu me miró con sus ojos negros intensos y estrábicos, lo que me puso más nerviosa. Una gota de sudor se formó sobre mi labio superior. Intenté continuar imitando el tono calmado del maestro y escupí: “Te deseo sexo”. Tragué saliva intentando que no se oyera el estertor agónico de mi garganta y seguí. Paseé rápidamente la mirada por las caras de los presentes. Uno que otro ceño fruncido, nada demasiado notable. Me premié por la agilidad de mi mente.

El resto de la meditación terminó sin novedad. Al terminar, Y., sentado a mi lado. giró su cabeza para decirme: “oye, cuando dijiste “te deseo sexo,… ¿no sería, “te deseo éxito”? Me quedé fría.

Los indios del sur trastocan a veces las palabras en inglés. En vez de love (amor) dicen “low”; en vez de water (agua) dicen “guátar”… y, como descubrí en ese momento, en lugar de decir “success” (éxito) invertían las sílabas y pronuncian algo… exactamente igual al título de esa tórrida y devastadora novela. No la he leído en verdad, pero con esos adjetivos la describe la crítica, y creo que si los protagonistas hubieran hecho la meditación de los corazones gemelos hubieran tenido una relación más saludable y equilibrada, aunque una novela sobre eso hubiera resultado muy mediocre. No pude aguantar una carcajada llena de vergüenza y de un extraño sentimiento de culpa, mientras sentía, sabía, que mi cara se había puesto más roja que el añil.

La vergüenza me llevó a pensar en lo que había significado para las dos mujeres esa orden de “desearles sexo” a los seres que las esperaban de vuelta en su tierra.

Una gota de sudor se formó sobre mi labio superior. Intenté continuar imitando el tono calmado del maestro y escupí: “Te deseo sexo”.

Cada vez que uno viaja, arrastra su historia consigo. Viaja pensando que esa historia queda atrás, pero la verdad es que no. Lo que has vivido antes de abordar ese avión es la paleta con que vas a pintar las ciudades que conoces. La intensidad de lo que vivas puede modificar esa paleta pero no la va a cambiar del todo. En nuestro caso, todos los seis miembros de nuestro grupo veníamos de historias e íbamos a otras.

La directora de escuela llevaba una relación de convivencia con una pareja de muchos años, pero roces constantes con su familia política habían ido conduciendo el amor a una separación, la cual había ocurrido un poco antes del viaje. La profesora de matemáticas se había subido al avión sin recibir ningún abrazo, ningún “que te vaya bien, vuelve sana” de su esposo, y por ese hecho, y por el estado anímico en que se encontraba esta mujer, nuestros anfitriones habían rediseñado la última semana de tour para que ella pudiera ver más animales, abrazar más niños y relajarse. Yo misma sospechaba que mi pareja no me estaba guardando fidelidad mientras yo estaba a kilómetros de distancia, y mi corazón estaba atrapado en un callejón sin salida con un amor imposible. El pedirles (y pedirme a mí misma) que les deseáramos “sexus” a nuestras parejas (y amores shakespierianos) quizá era una lección de desapego. Un error de comunicación se convertía, en ese momento, en un gurú inesperado. O con eso me quise consolar en ese instante.

Cada vez que uno viaja, arrastra su historia consigo. Viaja pensando que esa historia queda atrás, pero la verdad es que no. Lo que has vivido antes de abordar ese avión es la paleta con que vas a pintar las ciudades que conoces.

Mientras reflexionaba al respecto, y pensaba si debía sincerarme sobre ese error categórico de traducción o callarme y llevarme el secreto (y el chiste) hasta la tumba, Raghu N. Rao me indicó que quería hacernos una pequeña demostración de cómo funcionaba la técnica para sanar alguna dolencia menor, y para responder preguntas. Así que lo acompañé como intérprete. En este punto, se me escapan las palabras al tratar de expresar lo que significó, por un lado, ser testigo de las mayores vulnerabilidades de mis compañeros de recorrido, y por otro, de las palabras profundas y sabias del maestro Rao. Pero hay un tercer lado en esta historia y fue, más allá de las respuestas a preguntas espirituales, la práctica que presencié.

El maestro eligió a mi amiga I., la condujo a uno de los alféizares del recinto y la hizo sentar allí. Yo arrimé una silla cerca de ella para seguir haciendo de intérprete, de modo que tenía de un lado a I. y del otro lado al maestro pránico. Él, a través de mí, le expresó a la directora de escuela lo que percibía: que le dolía una rodilla. Ella asintió. Él le pidió que cerrara los ojos, le impuso las manos en la articulación y comenzó a moverlas a lo largo y a hacer unas respiraciones. Luego le ordenó que se quitara las gafas (ella era miope) y me pidió que le advirtiera: “Esto que voy a hacer es solo una demostración del poder de la técnica. No es permanente, pero quiero hacerlo para que sienta lo que la sanación pránica puede hacer por una persona”. Yo traduje, un poco incrédula al pensar en la cantidad de charlatanes a quienes había oído decir frases como esa. El sanador le impuso las manos en los ojos, le hizo unos pases, como si le limpiara telarañas imaginarias y se las sacudiera de los dedos, al tiempo que hacía de nuevo las respiraciones. Al cabo de un par de minutos, le ordenó que abriera los ojos. Ella obedeció y su cara se transfiguró por completo. Con la boca abierta comenzó a llorar. Se tapaba los ojos, los volvía a abrir, desencajados, se ponía las gafas, se las quitaba. “Esto no puede ser”, repetía, “puedo ver bien”. El maestro me pedía explicaciones y yo, dejándome afectar por esa excitación aún incrédula, le repetía en inglés las emocionadas palabras que ella decía sin cesar, y me costaba pronunciarlas en el estado de asombro en que estaba. Pero claro, los últimos estudios en física dicen que la India es uno de los sitios del planeta donde la fuerza de gravedad es más débil. Debe ser por eso que allí una mujer, miope como una tapia, pudo recuperar su visión durante un par de días, y no solo en los Vedas o en el Mahabharata.

Los últimos estudios en física dicen que la India es uno de los sitios del planeta donde la fuerza de gravedad es más débil. / Arena Krasnikova / Pexels.

El maestro predijo que el efecto solamente duraría un par de días y así fue. Nos explicó que para tener un resultado más duradero había que realizar varias sesiones. No había una explicación científica que valiera para lo que habíamos presenciado/vivido. Mi amiga salió sin sus gafas a visitar monumentos al día siguiente.

Pero aún quedaba la pregunta que me había hecho luego de mi “tropiezo lingüístico” durante la meditación. ¿Les diría o no? Pensé en cuántas veces los pianistas profesionales se equivocan en la ejecución de “El vuelo del avispón” de Rimski-Korsakov y nunca hacen al final una fe de erratas. Pero mis valores éticos de asperger siempre han estado por encima y por eso nunca me volví concertista. A la hora de la cena vi alegres y esperanzadas a las dos mujeres, así que me sentí valiente. Comencé diciéndoles: “¿Recuerdan durante la meditación cuando les pedí que les desearan sexo a sus familias?”. Cuando oyeron la explicación, se echaron a reír (menos mal). La primera que habló fue I., quien, por ese pequeño milagro que habíamos presenciado, tendría la vista de un halcón por dos días. “La meditación me hizo pensar que lo que menos quiero es imaginar a mi compañero con otra”, confesó divertida, “y que hablaré con él tan pronto pueda para arreglar nuestra situación”. Por eso, desde ese día, siempre que me encuentro con ella, nos despedimos con un “I wish you sexus”.