Esos pelos.
Somos un monstruo de mil cabezas (bueno, de una treinta, quizás) que avanza a paso muy lento por los pasillos de un palacio francés en el barrio más patricio de Buenos Aires. Hay ruido, mucho ruido y gente, muchísima gente.
Otra vez: esos pelos.
Y esos ojos.
Y esos gestos, esos movimientos, esas palabras aceleradas, esas preguntas que van, van, van y no cesan: todos quieren saber qué piensa, qué va a hacer, qué quiere ese hombre.
Todos están pendientes de Javier Milei, del que se pueden decir muchas cosas, aunque una manera de explicar quién es, qué quiere y qué hará es esta.
Tras Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, llega el turno de Javier Milei en Argentina.
¿Tiene la elección ganada? No, pero está cerca de hacerlo.
En aquel mediodía de agosto en el Alvear Palace Hotel, Milei acababa de presentarse ante los empresarios más poderosos del país en un evento organizado por el Council of the Americas (COA). Viejos conocidos de Milei, muchos de ellos, aunque lo habían tratado en aquellos tiempos de economista. Otra cosa es el hombre que a partir del 10 de diciembre puede mandar desde la Casa Rosada.
«A mi no me asusta lo que propone», me dice uno de los hombres más adinerados de Argentina. ¿Entonces, por qué sus colegas prácticamente no lo aplaudieron? El magnate me mira con sonrisa sardónica y no me dice nada.
Milei acababa de incluir a los «empresarios prebendarios» en la «casta» que asegura que es el gran problema en la tercera economía de América Latina. Y algo de razón tiene: competir en una economía abierta no es precisamente la pasión de muchos de los empresarios que estaban allí ese mediodía.
Milei acababa de incluir a los «empresarios prebendarios» en la «casta» que asegura que es el gran problema en la tercera economía de América Latina. Y algo de razón tiene: competir en una economía abierta no es precisamente la pasión de muchos de los empresarios que estaban allí ese mediodía.
«¡Muchachos, son ustedes! Son ustedes los que tienen que poner de pie a la Argentina», dice Milei clavando la mirada en los empresarios. «Yo me comprometo a sacarles el Estado de encima. Muchachos, rompan los grilletes, salgan de la esclavitud mental. Sean libres, no se dejen estafar», añadió buscando sin éxito la complicidad del auditorio.
«O pueden quedarse con la casta de buenos y bajos modales. Y van a terminar pobres, miserables, en la ruina», advirtió ante un salón repleto. «Éramos el país más rico del mundo en 1895, hoy somos el 140».
Mientras avanzamos hacia la salida del hotel, mi brazo derecho sigue comprimido contra el hombro izquierdo de la dama rubia, que no es otra que Karina Milei, la hermana del candidato, la única persona en la que confía ciegamente. O la única persona en la que confía, podría decirse.
Entonces recuerdo una conversación que tuve con Juan Luis González, autor de un libro que es best seller en Argentina: El loco, una biografía no autorizada de Milei.
—Si Milei es presidente, ¿Karina sería su jefa de gabinete?
—Él había bromeado con que se convertiría en la primera dama, pero la broma no le salió bien. Karina no necesita cargo para influir, influye hoy en la cabeza de Milei más que el propio Milei. Karina nunca rompió la relación con sus padres, nunca fue una mujer tan solitaria como Milei. Y, de hecho, entre el 2000 y el 2020, Milei tuvo tres relaciones: Karina, su hermana, Conan, el perro, y Diego Giacomini, con el que después se pelea. Karina es la barrera ante la soledad que toda la vida lo atemorizó. Cuando Karina quiere algo y no lo consigue, le retira la palabra a Milei, uno, dos o tres días hasta que Milei termina cediendo y dándole la razón a la hermana. Es manipulación. Ella no necesita cargo para influir en Milei.
—¿Es Karina su conexión con el mundo real, una especie de médium?
—De hecho es la médium de los perros de Milei. Ella misma es entrenada y cumple un rol muy importante, Karina toma decisiones en base a sus charlas con animales vivos y muertos. Es parte de ese camino esotérico.
Miro a Karina, ella me mira sin saber quién soy, aunque sí comprende que formo parte de esa masa de periodistas que intentan hablar con su hermano. Hasta que llega un momento en que los colegas se cansan y abandonan a Milei, que deja de ser el centro de esa especie de sistema solar en el que cada periodista se movía como un planeta inevitablemente atraído por la fuerza gravitacional del sol Milei en el centro.
Es así que me encuentro, y es un milagro, junto al candidato sin que nadie se interponga. Quiero saber si es cierto que cualquier gobierno que en su visión huela a comunismo, a socialismo, será un límite para él. Quiero saber si además de no relacionarse con Brasil, China, Chile y Corea del Norte (!!), países que mencionó, también ignoraría, por ejemplo, al gobierno de España, liderado por un partido socialdemócrata que se llama Partido Socialista Obrero Español. Una democracia europea y establecida en la que sus ciudadanos gozan de los más altos niveles de libertad.
—¿Vale para España lo mismo que para Brasil, China, Chile y Corea del Norte? —le pregunto.
Mirada flamígera de Milei, que asiente y añade:
—Los socialistas no son defensores de la libertad.
Semanas después me siento a conversar con Diana Mondino, una economista y especialista en finanzas de 65 años a la que Milei designará como canciller si llega a la Casa Rosada.
Mondino, dueña de un sentido del humor envidiable, lo va a necesitar: si se convierte en la tercer mujer al frente de las Relaciones Exteriores argentinas, será mucho lo que tendrá que remendar en la esfera internacional tras tantos y tantos ataques y descalificaciones de su jefe a jefes de Estado y de gobierno en todo el mundo.
—Milei ha dicho en reiteradas ocasiones que no se relacionará con gobiernos «socialistas y comunistas», una lista en la que incluyó a Brasil, China, Chile, Corea del Norte… Y, hablando conmigo, a España. ¿Van a afinar ese mensaje? ¿O cuál es el mensaje?
—Me parece que es una distorsión lo que estás diciendo. Una cuestión es si lo estás viendo como política pública o si lo estás viendo como la capacidad de los ciudadanos de un país, de las empresas de un país, de relacionarse con otros lugares. El hecho de que un presidente de otro país tenga la orientación que sus votantes eligieron no puede objetar de ninguna manera los negocios que los ciudadanos argentinos hagan. Son dos cosas muy diferentes.
—Entiendo, pero entre los países no hay sólo relaciones de negocios, hay también diplomacia, políticas públicas. ¿Qué van a hacer en ese aspecto? Por supuesto que seguirá habiendo relaciones comerciales entre empresas argentinas y brasileñas, pero, ¿cómo se va a relacionar un eventual gobierno de Milei con el gobierno de Lula, que es socialista?
—Los gobiernos se van a relacionar siempre lo mejor que puedan. Las personas van y vienen, los países quedan.
—Eso es lo que hacen prácticamente todos…
—Lo que nosotros decimos es cuáles son las cosas que tenemos que fomentar, que resaltar, que valorar. Pero todos los países se relacionan, o casi todos, con casi todos los países. Lo que estamos teniendo en el mundo es, desde la caída de la Cortina de Hierro, una ampliación de las relaciones entre todos los países.
—Hay matices, no es lo mismo socialista, que una socialdemocracia como la alemana, la brasileña o la española.
—Sí, y en Estados Unidos, la palabra liberal quiere decir algo muy diferente a lo que quiere decir acá y allá le llaman libertario a lo que nosotros le llamamos liberal. Y acá ya empieza a llamar libertario a algunas cosas cuando en Argentina el movimiento libertario es un esfuerzo de mucha gente pero que no ha tenido tanto crecimiento. Nosotros nos consideramos liberales.
Estamos sentados a metros del notable edificio brutalista que alberga la Biblioteca Nacional, en uno de los barrios más bellos de Buenos Aires. El sol de primavera brilla generoso, la temperatura es suave y la conversación con Mondino se torna apasionante, se dispara en múltiples direcciones.
—Usted dice que MIlei no es de ultraderecha, ¿por qué?
—No le podés cobrar a la gente más impuestos que lo que produce, no le podés prohibir a alguien trabajar, no podés prohibir exportaciones. Si eso se considera ultraderecha, que mal están los que consideran eso. Tenemos fronteras abiertas, ilimitadas, desde hace décadas. Cualquier persona puede venir a la Argentina y residir sin ningún tipo de dificultad, no hacemos ningún tipo de política migratoria discriminatoria. Tenemos una política extremadamente abierta desde el punto de vista cultural, racial y religioso. ¿Qué problema de derechos humanos podría haber en Argentina? ¿En qué se agraviaría a alguien? Lo que decimos es que todo el mundo tiene que poder trabajar y querer trabajar. Si eso se considera de derecha, ¡que mal que están el resto de los países! Eso es puro sentido común.
—Dijo derecha, ni siquiera ultraderecha. ¿Ni de derecha se sienten?
—No es derecha, es sentido común. Si usted quiere trabajar, trabaje, señor, que nosotros no le vamos a quitar el fruto de su trabajo.
—¿Cómo definiría ideológicamente a un posible gobierno de Milei?
—Liberal.
—¿No ultraliberal?
—Lo más liberal que se puede porque tenés que revertir miles de restricciones. Lo más liberal que se pueda, no de un día para el otro, pero lo más rápido que se pueda. A la velocidad de un Tesla.
—¿Populista?
—¿Por qué populista?
—Desde las promesas que se hacen, como la dolarización, hasta el tono general del discurso.
—Para mí populista es el que le quita el dinero a algunos para dárselos a otros sabiendo que eso no tiene ninguna posibilidad de ser sostenido en el tiempo. Eso es un populista.
—La motosierra como símbolo de campaña, ¿qué es eso?
—Una forma de reducir el gasto. Argentina tiene que reducir su gasto público total, en Nación, provincias y municipios, para estar al nivel que estuvimos en los años 90. El gasto público era la mitad que ahora, y no hay mejores servicios de educación, salud, seguridad ni nada. Necesitamos hacer eficiente el gasto.
Lo que decimos es que todo el mundo tiene que poder trabajar y querer trabajar. Si eso se considera de derecha, ¡que mal que están el resto de los países! Eso es puro sentido común.
Pero la motosierra asusta, sobre todo si se piensa que 40 años atrás, el lema de Raúl Alfonsín era que «con la democracia se come, se cura y se educa», mientras los sectores más jóvenes de aquella Unión Cívica Radical (UCR) que asumió las riendas del país tras la dictadura (1976-83) cantaban «somos la vida, somos la paz, somos el juicio a la Junta Militar».
Días antes de hablar con Mondino visité San Martín, una localidad pegada a la ciudad de Buenos Aires que es reflejo de muchas de las esperanzas truncadas en Argentina. Hace cuatro, cinco, seis décadas, las clases medias bajas y los obreros industriales que se habían instalado allí creían en la movilidad social, en que sus hijos vivirían mejor que ellos, en que el país progresaría. Hoy, muy pocos allí tienen presentes las promesas de Alfonsín, que suenan a una Argentina muy lejana en el tiempo.
La Argentina de hoy tiene un 40,3 por ciento de la población bajo la línea de pobreza y un 65 por ciento en el caso de los menores de 14 años.
Libertador General San Martín, tal el nombre completo de la ciudad lindera con la capital del país, está cada vez peor. Bandas narco de mayor o menor envergadura se han apoderado de calles y zonas, la inseguridad es fuerte, las industrias que se sostienen lo hacen con esfuerzo. Si es que pueden hacerlo.
La caravana de Milei, así, llegaba a un distrito muy propicio: el de gente que no quiere caer por el precipicio del descenso social y que ya no cree en nadie de los que gobernaron en las últimas décadas.
Me encuentro con billetes falsos de 100 dólares que van de mano en mano, todos con el rostro de Milei. También con una motosierra que no corta, con redoblantes golpeados con saña y ritmo y con un hartazgo de proporciones bíblicas con la situación del país.
«Son 90 años de lo mismo. Estamos hartos, nos vienen empobreciendo generación tras generación. La verdad que estamos cansados. Necesitamos estar bien», me dice Sonia, una mujer de 48 años que tiene una escuela de acrobacia. Tiempo atrás, ese perfil (mujer joven, escuela de acrobacia) era netamente kirchnerista, pero Milei ha logrado captar muchos votos del peronismo. Muchos de los hijos de aquellos que en su juventud se enamoraron del kirchnerismo son hoy mileístas.
Me cruzo con Ezequiel. Tiene 35 años, cuando Alfonsín inauguró la democracia en 1983, a él le faltaban aún cinco años para nacer. Sus dos hijos, que no llegan a los diez años, están junto a él viendo pasar a Milei, de pie, en la parte trasera de una camioneta. Ezequiel va a votar a Milei, no piensa votar al peronista Sergio Massa, que es el actual ministro de Economía, ni a Patricia Bullrich, la candidata de la coalición social-liberal Juntos por el Cambio.
«De los tres candidatos es el único que todavía no he visto gobernar. Los otros dos están en el poder desde hace mucho tiempo, y como decía Einstein, querer resultados distintos probando siempre lo mismo es locura, y yo creo que me considero cuerdo», dice Ezequiel repitiendo un argumento, la mención a Einstein, que Milei usó hasta el hartazgo.
Ezequiel echa una mirada a sus dos hijos y no duda al responder qué es lo que más le preocupa: «La seguridad, y que mis hijos están creciendo y yo sé que dentro de unos años los voy a ver partiendo a otro país, buscando un futuro. Me pasa a mí con treinta y pico de años, no quiero eso para mis hijos. No quiero llorar viéndolos viajar a Europa por un futuro, no quiero que estudien para que los maten por un celular en la calle».
Junto con la inflación descontrolada, el tema de la inseguridad es clave para la gran mayoría de los votantes. Ezequiel tiene un modelo: «Creemos que lo que pasó en El Salvador con (Nayib) Bukele puede replicarse en otros países».
Esa combinación —inflación delirante e inseguridad creciente— es la cara más dura de una Argentina que tiene otras más amables. En las universidades se escuchan cada vez más acentos del resto de los países de América Latina, y de la Facultad de Medicina se puede decir ya que es Río de Janeiro, o São Paulo.
La educación pública y gratuita sigue funcionando en Argentina. Y aunque a nivel escolar no sea la de antaño, las universidades mantienen su prestigio.
La combinación de una educación pública y gratuita, una sanidad en la que no se le cobra a nadie y una política migratoria muy abierta, que cumple con el preámbulo de la Constitución Nacional («para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino») hacen del país en el sur del sur un sitio especial y atractivo para muchos extranjeros.
Mondino, en nuestra conversación, había sacado el tema: «No hacemos ningún tipo de política migratoria discriminatoria».
Ella encarna el alma liberal en lo económico, pero en buena parte también en lo social, de La Libertad Avanza (LLA), el partido de Milei. Otros miembros de ese partido son diferentes: ultraliberales en lo económico y profundamente conservadores en lo social.
Extremadamente peculiar en sus afirmaciones y estilo, Marra puede proponer demoler el edificio de la Televisión Pública (una joya arquitectónica), se ofende porque siente que su patria es atacada. Y su patria, dice, es España, porque «los españoles eran los buenos» en la guerra de la independencia.
Es el mismo que , años atrás, aconsejaba a los jóvenes en tutoriales en Youtube que la mejor manera de vivir es sacándole el máximo dinero a los padres, los abuelos, tíos y amigos.
«Primer consejo: no te independices, vivilos, son tus padres. Decidieron que vos vengas al mundo porque capaz que estaban aburridos. Que paguen ese costo. Que te financien», dice Marra en el video en el que se presenta como «mejor YouTuber financiero».
Ya como candidato, algo llamó la atención en la sucesión de entrevistas en su oficina: la enorme cantidad de latas de atún que exhibe en los anaqueles.
«Me gusta ahorrar en atún porque es pequeño y no tiene una fecha de vencimiento cercana. Entonces, puedes ahorrar comprando latas de atún».
No es mucho más lo que puede añadirse sobre Marra, quizás el ejemplo más acabado de los extraños personajes que rodean a Milei, que tiene como candidata a diputada y persona de confianza a Lilia Lemoine, una «cosplayer» que es la encargada de maquillarlo, siempre que sea posible.
No es mucho más lo que puede añadirse sobre Marra, quizás el ejemplo más acabado de los extraños personajes que rodean a Milei, que tiene como candidata a diputada y persona de confianza a Lilia Lemoine, una «cosplayer» que es la encargada de maquillarlo, siempre que sea posible.
El hombre que puede presidir Argentina no tiene amigos, dice González, su biógrafo. Milei es sumamente desconfiado.
«Milei tuvo una vida muy difícil, y eso fue configurando un perfil muy singular. Una persona que tuvo un solo amigo a lo largo de su vida y se peleó con él en 2020: Diego Giacomino, economista anarcocapitalista como él. Una persona que tuvo su primera pareja a los 47 o 48 años, la cantante de cumbia Daniela, que le duró seis meses. Una persona que tuvo una vida tan difícil, que se terminó convenciendo de que su perro Conan, un mastín inglés, no era su perro, sino su hijo. Literalmente. Cuando el perro murió, eso lo enfrentó nuevamente a esa soledad que lo acompañó toda su vida. Se negó a aceptarlo y en 2017 lo hace clonar».
Sí, Milei clonó a su perro muerto. Los cuatro perros que resultaron de esa clonación, a los que Milei llama «hijos», vivían en su apartamento de cien metros cuadrados. El economista ideó un sistema de correas para que cada perro tuviera un área en la cual moverse y él un pasillo para caminar y moverse por su vivienda. Un día, Milei quiso separar a dos mastines que se estaban peleando y sufrió graves mordeduras. Su obsesión con los perros se le estaba yendo de las manos.
«Entra en contacto con una médium, que lo convence de que puede seguir hablando con el perro desde el más allá, también de que los perros no mueren, sino que reencarnan. Ahí arranca una camino místico de Milei que incluye hablar con muertos como Murray Rothbard, fundador del anarcocapitalismo, y con Dios, que fue el que le dijo de meterse en política y que en 2023 será presidente. Hay ahí una cierta inestabilidad, rasgos de líder mesiánico. Basta con ver las constantes razzias y purgas que hay en su partido. Este es un país inestable y Milei es un líder inestable».
—¿El padre le pegaba?—le pregunto a González.
—Le pegaba, si. Lo golpeó a lo largo de toda su infancia. Y uno imagina a una madre entrando en conflicto con un padre golpeador, pero la madre era cómplice. El padre no estaba ni en Año Nuevo ni en Navidad. Hablando con compañeros del colegio de Milei me decían que, con todos viviendo a dos calles del colegio y las familias muy involucradas en la vida escolar, a ellos les llamaba mucho la atención que no conocían al padre del loco, que es como lo llamaban. Había violencia física y psicológica, con humillaciones muy marcadas a lo largo de toda la vida de Milei. Cuando Milei termina la secundaria y decide dejar (el club de fútbol) Chacarita, el padre le dice que si estudia Economía, él le paga la carrera. En el último año, con el afán de hacerlo tropezar, deja de pagarle. Milei se gradúa gracias a los ingresos de una pasantía que hizo en el Banco Central, el que ahora quiere demoler. Cuando Milei cumplió 30 años, el padre le compró un apartamento. Al entregarle las llaves le dice que se lo compra porque es un inútil que no sirve para nada. Curiosamente, el padre y la madre vuelven a la vida de Milei cuando comienza a hacerse famoso. En 2010 habían roto el diálogo totalmente, pero en 2018 comienzan a ir a todas las funciones de la obra de teatro que hacía Milei y se sientan en primera fila. A pesar de que Milei no les hablaba, tampoco al terminar la obra. En 2019/2020 terminan retomando su relación.
—Tres palabras para definir a un hipotético Milei presidente.
—Un hombre solo. Eso genera preocupación.
—La anécdota más extraordinaria de la vida de Milei que no haya contado aún en esta entrevista.
—El 2 de abril de 1982, cuando Argentina toma las Islas Malvinas, Milei estaba comiendo con toda su familia. Tenía 12 años y dice que la guerra iba a salir mal, que Argentina no iba a ganar. El padre lo quiere golpear, él sale corriendo, Milei quiere escaparse de la casa. El padre lo agarra de los pelos y comienza a golpearlo en la casa a la vista de toda la familia. La hermana se desmaya, la tienen que llevar al hospital, y la madre de MIlei le dice a su hijo de 12 años, «Javier, tu hermana se va a morir y es culpa tuya». Ha sido muy triste y difícil la vida de Milei.
Esa vida podría haber quedado como una vida más, porque no es Milei la única persona en este mundo que creció entre el maltrato de los padres y la soledad.
Pero todo cambió en 2016.
Era mediodía. Milei trabajaba en la Corporación América, del millonario armenio-argentino Eduardo Eurnekian, como economista de confianza, como el hombre que veía y alertaba de lo que muchos otros no podían ver.
Milei le pidió a uno de sus jefes, Matías Patanian, que le presentara a la gente que se sentaba un par de meses más allá. Estaban en Campo Bravo, una parrilla frecuentada por ejecutivos y gerentes de la zona de Palermo Hollywood, uno de los barrios de moda de Buenos Aires.
«Tengo ganas de salir en la tele, dale, presentamelos», le dijo Milei a Patanian. En aquella mesa se sentaba, entre otros, Alejandro Fantino, conocido presentador de la televisión argentina. Fue entonces que entró al restaurante Guillermo Nielsen, economista, por entonces también parte de la Corporación América, dueña de la mayoría de los aeropuertos argentinos, y de muy buena relación con Milei. Nielsen le presentó a Fantino.
Y así empezó todo. Lo recordó el propio Fantino en una conversación con el diario La Nación.
«Se levanta Guillermo Nielsen desde la punta del restaurante. Me llama con la mano y me acerco. En una mesa había un loco con todo el pelo removido, pecho ancho, pinta de peleador de UFC. Yo no lo conocía a Milei en persona. Nielsen me dice «a este lo tenés que llevar a la tele porque es crack». Milei dice: «Hola Alejandro, cómo te va, un gusto». Me dio la mano y casi me quiebra los dedos, es un tipo fuerte. En 25 segundos me tiró tres frases geniales con respecto a un tema económico. El flaco, en un minuto, demostró que era crack para la economía. Me deja la tarjeta y charlamos cinco minutos más. Me llamó la atención su presencia: pelo largo, bien vestido, un economista como los que no había visto. Me cayó bien. Lo llevo a (el programa de televisión) Animales Sueltos y empieza a hablar. Y empieza a subir el rating. Habla, habla, y el rating se mantenía. Se picanteó (enfrentó a) con uno, no me acuerdo quién. El canal vio que Milei había medido muy bien y lo invita a (el programa) Intratables. Milei va a los tres días y le lleva el rating a un nivel altísimo. Yo lo vuelvo a invitar y el rating sube nuevamente. Se picantea, pim-pum-pam, piña, cross, gancho, tá-tá-tá. Lo siguen invitando, y no salió nunca más».
Me dio la mano y casi me quiebra los dedos, es un tipo fuerte. En 25 segundos me tiró tres frases geniales con respecto a un tema económico. El flaco, en un minuto, demostró que era crack para la economía.
En una noche, Milei sumó 6.000 seguidores en twitter, aunque en realidad había logrado mucho más: nunca más dejaría la televisión, su plataforma para convertirse en un personaje imprescindible de las redes sociales y, luego, en líder de las encuestas de cara a las elecciones por la presidencia de la nación argentina.
Así empezó todo.
Hoy, Milei amenaza con arrasar con todo, y, como corresponde a los políticos de tintes caudillescos en Argentina, tiene una novia famosa y despampanante: Fátima Flórez, actriz, bailarina, e imitadora de Cristina Kirchner, entre otros personajes. La pareja fue “validada” por la legendaria MIrtha Legrand, que a los 96 años inició una nueva temporada de su programa de television con Milei y Flórez como invitados.
Sin ese almuerzo de 2016 en Campo Bravo es posible que Milei, a sus 52 años, siguiera sin novia, lidiando esencialmente con sus teorías económicas y con sus mastines.
Nada de eso. Hoy, Argentina lidia con él.