Capítulo 7
“Traté de levantarme y pedir ayuda, pero una mano grande y tosca me cubrió la boca”.
Los informes de la policía acerca del arresto de Juan Carlos por parte de Inmigración nunca fueron del todo claros. En ellos no se especifica si fue o no conducido a una cárcel, lo que generó confusión entre jueces y abogados que debieron llevar esa causa. El asunto —según dice él mismo— fue incluso omitido en varios documentos, por lo que varios años después los equívocos se siguieron presentando. Digamos que aunque en ese momento era un secreto a voces su traslado a un centro para menores infractores, la falta de claridad al respecto en su expediente no ha hecho más que enredar las cosas para las propias autoridades y alimentar en los medios una serie de especulaciones sobre los varios confinamientos por los que ha pasado a lo largo de su vida.
Esa vez, tras salir de la Corte en medio del desespero de Inés, Juan Carlos fue trasladado de inmediato a Krome, pero no corrió con la misma suerte que cuando fue llevado allí meses atrás para ser devuelto a Colombia. En aquella ocasión —según su testimonio— permaneció en una sala por unos cuatro días, apartado siempre de los internos. Esta vez, en cambio, fue uniformado con un mameluco color naranja y puesto a su suerte con otros presos. No sólo debía compartir espacio con sujetos recluidos por inmigración ilegal, sino también con tipos rudos y peligrosos, encerrados allí por robo y homicidio.
En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Krome está dividido en dos sectores, uno para hombres y otro para mujeres. Allí no hay nada para menores. Eso es falso. Revuelven a menores con adultos todo el tiempo. Sólo si un chaval va con su madre lo ponen con las mujeres, pero si va solo, como en el caso mío, lo tiran con los chalados1. No importa el delito que haya cometido, su edad o el origen. Allí hay gente de todas las nacionalidades. Puede haber israelíes con palestinos en un mismo pabellón. Eso a Inmigración no le importa.
“No sé ahora, pero en ese tiempo la mayoría de los guardias eran extranjeros y totalmente racistas. Al principio me dio miedo estar allí. Todo parecía un régimen militar: no podía salir a ningún patio, sino estar siempre dentro de la unidad, una especie de gran dormitorio en el que se contaban unas doscientas camas. Nos despertaban a desayunar a las tres de la madrugada, y a eso de las nueve o diez de la mañana debíamos salir a almorzar. Nos daban un corto tiempo para almorzar. Luego, nos llevaban de regreso al pabellón y mas o menos a eso de las dos de la tarde nos volvían a sacar para darnos la cena. La comida no estaba tan mal, pero era la típica americana: hamburguesas, pastas mal cocidas y cualquier cantidad de enlatados que uno se pueda imaginar. Simplemente los calentaban y eso era todo. El menú no cambiaba nunca.
“Hice muy pocos amigos ahí. Hablaba con uno que otro interno, nada más. Me la pasaba todo el día sin hacer mayor cosa. El espacio tampoco ayudaba. En un costado del salón había un pasillo que conducía a los baños y a las duchas, y al otro extremo, un saloncito al que se podía ir para descansar. Eso era todo en el pabellón en el que me encontraba. No había biblioteca ni zona de esparcimiento. No había nada. Mataba las horas esperando que un juez me llamara a Corte para que determinara mi condena.
Traté de levantarme y pedir ayuda, pero una mano grande y tosca me cubrió la boca. Aquello era como una de esas pesadillas en las que intentas gritar y no puedes. Cuando me reincorporé pude distinguir a unos sujetos sobre mí. Eran tres rusos de unos treinta años que fueron llevados a Krome luego de que se les venció la visa y quisieron quedarse en el país.
“Después de siete meses de estar en Krome viví una de las experiencias más traumáticas de mi vida. Una noche, ya tarde, decidí ir a las duchas, que estaban solas, y darme un baño rápido. Mientras me enjuagaba, alguien me agarró por el cabello y estrelló mi cabeza contra la pared. Sentí cómo se rompía de un solo golpe. Fue como un bombazo. ¡Boom! Enseguida caí al suelo aturdido. No entendía qué pasaba. En las baldosas del piso y en mi cuerpo pude ver que corría aguasangre a chorros, pero no sabía de dónde me brotaba. Luego pude entender que me habían descalabrado. El dolor fue en aumento sobre mi ceja izquierda. Me habían abierto una vieja cicatriz que tengo ahí.
“Traté de levantarme y pedir ayuda, pero una mano grande y tosca me cubrió la boca. Aquello era como una de esas pesadillas en las que intentas gritar y no puedes. Cuando me reincorporé pude distinguir a unos sujetos sobre mí. Eran tres rusos de unos treinta años que fueron llevados a Krome luego de que se les venció la visa y quisieron quedarse en el país. Estaban a punto de ser deportados. Empezaron a golpearme muy fuerte. Como pude empecé a forcejear, pero mientras más me resistía, más puños me metían. Me daban como mazazos en el estómago. Parecían boxeadores golpeando un saco de arena. No sé bien si el tipo que me tapó la boca fue el mismo con el que días antes había cruzado un par de palabras en español y me había dicho que era de Moscú. De todos modos, uno de ellos me agarró por uno de los brazos y lo dobló con tanta fuerza sobre mi espalda que a poco estuvo de fracturármelo. Los otros no dejaban de golpearme. Con tantos puñetazos en el estómago pronto me quedé sin aire. Caí al suelo sin alientos y así pudieron someterme. Después me lanzaron contra un rincón de las duchas y de uno en uno empezaron a violarme.
“Los oprobios duraron como veinte minutos. Una eternidad. Me lastimaron de forma impresionante, sobretodo al comienzo, pero después no sentí mucho más. Traté de zafarme un par de veces y gritar, pero no me dejaban. Mientras estaba ahí escuché que entraron al menos dos personas al retrete, pero no hasta las duchas. Me cuesta creer que nadie se hubiera dado cuenta de lo que me estaban haciendo allí, pero lo cierto es que nadie me ayudó. Cuando los rusos acabaron lo suyo, me dejaron tirado en el suelo. Había sangre por todos lados. Corría con el agua hacia la coladera en forma de un hilillo. Pensé que moriría. Estaba verdaderamente mal después de esa paliza. Al poco tiempo, un guardia de Inmigración, uno moreno, se asomó a los baños y me descubrió. Me dijo, apenas acercándose, que no me moviera. Empezó a llamar a sus compañeros a gritos. Sólo entonces el lugar se llenó de guardias. Entre varios me levantaron y me llevaron a la enfermería, pero ahí en vez de ayudarme me terminaron de joder más.
“Una vez me entraron y me colocaron en la camilla, la enfermera, una cubana, ni siquiera me preguntó cómo estaba. Empezó a tratarme con rudeza y a insultarme. Ni siquiera entendí por qué me trataba de ese modo. Después se volteó y le dijo algo a un guardia dominicano que estaba allí de pie. Al tipo poco le faltó para pegarme. Hablaban muy rápido en inglés y no les entendía nada. En esas entró un sujeto que era el encargado de Inmigración en Krome, me miró ahí tendido en la camilla y entonces les advirtió algo como:
—A este hay que sacarlo de aquí.
“Me hicieron poner un overol y me condujeron a una celda de castigo en la que pasé el resto de la noche. Me sentía desvalido y humillado, como culpable por haberme dejado hacer todo eso y no defenderme con más fuerzas. Para entonces mi recto parecía tener una braza ardiendo en su interior. No lograba encontrar alivio de ninguna forma, ni de pies ni acuclillado. Me quedé allí quieto esperando a que el dolor se me pasara solo. Me vi tan desvalido que se me escurrieron las lágrimas. Fue un llanto solitario y silencioso, casi ahogado. No supe por qué no me atendieron y, menos aún, por qué me metieron en una celda. Lo cierto fue que en la mañana me sacaron de ese sitio y me pusieron ante un jefe de sección que me miró como una mierda. Después de la violación me daba vergüenza ver a la gente a la cara, así que miré al piso casi todo el tiempo. El tipo dio unos pasos alrededor mío y se me acercó un poco, como queriendo murmurarme algo que luego de un rato espetó. Me dijo en español:
—Eso que pasó no fue nada. Así que olvídelo. Ya lo vamos a sacar de aquí.
“Eso fue todo. Me regresaron a la celda, llamaron a un fiscal y al cabo de un par de horas mi salida estuvo arreglada. Me subieron en un coche y me enviaron de vuelta al centro de detención de Fort Lauderdale donde me habían metido después del asunto con la tarjeta de crédito en el aeropuerto.
“Después de todo este tiempo no tengo la menor idea si Krome tiene registros de la violación. Preferí borrar eso de mi mente, dejarlo en el pasado y no averiguar nada sobre el caso. De los tres rusos tampoco volví a saber nada. Recuerdo que mientras era conducido a Fort Lauderdale pensé que debía salir de ese mundo en el cual había caído para no convertirme en drogadicto ni mucho menos volver a dormir en las calles. No era solamente un pensamiento de superación, sino también de venganza social. Pensaba que debía salir de allí para ser alguien.
“Cuando llegué al centro de detención de Fort Lauderdale fui revisado por un médico que me hizo varias pruebas. Me dijo que era necesario dejar pasar un tiempo para practicarme otra serie de exámenes y ver si los rusos me habían contagiado con algo. Inclusive, él mismo solicitó que se les hicieran pruebas de VIH a los violadores. Por fortuna no resulté contagiado con nada.
“Dos días después fui llevado a Corte. Fue necesario que mi abogado de oficio interviniera ante el juez que venía llevando mi caso y le explicara acerca de mi paso por Krome. Hasta entonces el juez pensaba que yo había estado en prisión domiciliaria por el lío con aquella tarjeta de crédito, pero incluso la misma fiscal de la causa tuvo que explicarle lo sucedido con Inmigración. Esa vez el juez determinó que yo debía abandonar Estados Unidos. Al salir de la Corte me condujeron de nuevo al centro de detención de Fort Lauderdale. Allí estuve cerca de un mes mientras arreglaban lo de mi salida del país. Cuando todo estuvo listo, me subieron en un avión y me mandaron de regreso a Colombia2”.
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***
En el tiempo que pasó entre que fue deportado y cumplió los diecinueve años de edad, Juan Carlos Guzmán Betancur volvió dos veces más a Estados Unidos. Pese a que no se hallaron registros que señalen cómo lo hizo y aunque él asegura que no recuerda cómo lo logró, lo único que soporta esa versión son las veces que fue arrestado por robo y, nuevamente, internado en una prisión por cargos relacionados con inmigración ilegal.
Según su testimonio, la primera de esas entradas la hizo también por Nueva York, pero luego de llevar un par de días en esa ciudad fue arrestado por un oficial de policía que lo encontró sin documentos. En el marco de esa causa se le acusó también de tener en su posesión una tarjeta de crédito robada. En ese entonces debió vérselas por primera vez con un juez federal, quien lo encontró culpable de inmigración ilegal y ordenó su deportación. La misma se cumplió desde Washington vía Miami, luego de que pasó un tiempo en la cárcel a la espera de esa sentencia. Su siguiente ingreso —dice—fue a través de Houston, Texas, en 1995, pero en ese entonces también fue detenido y sentenciado a pasar dieciocho meses tras las rejas por infracciones relacionadas —una vez más— con inmigración ilegal. Aquella falta pudo acarrearle una pena de diez años en la cárcel, toda vez que se trataba de un delito federal.
Sea como fuere, lo cierto es que en lo que respecta a sus continuas y confusas entradas a Estados Unidos nadie parece ponerse de acuerdo. Por una parte, ya es sabido que Juan Carlos dice haber olvidado algunos detalles del momento y el modo en que las cosas ocurrieron -lo que lo lleva a omitir uno que otro pasaje importante-, y por otra, sus testimonios suelen diferir parcial o totalmente de los publicados por la prensa. La madeja se enreda aún más cuando se trata de poner en común los cargos que se le imputaron y las penas que debió pagar por ellos, que en ocasiones también difieren de lo que regularmente dictan las autoridades.
Según una nota publicada por El Nuevo Herald el martes 12 de septiembre de 1995, después de que Guzmán Betancur fue descubierto de nuevo en Estados Unidos:
Capturado en Miami famoso polizón colombiano
Gerardo Reyes
Redactor de El Nuevo Herald (Miami)
Juan Carlos Guzmán ha regresado.
El joven colombiano que se hizo célebre en 1993 con su relato de cómo sobrevivió en el tren de aterrizaje de un avión para llegar a Estados Unidos, el país de sus sueños; que tras ser deportado logró entrar a Nueva York el mismo año, otra vez de polizón; que eludió las autoridades del aeropuerto de Nueva York metiéndose por un tubo del aire acondicionado; que luego viajó disfrazado de cura a Miami, donde fue nuevamente deportado, está bajo arresto, una vez más en Estados Unidos.
La Policía del Condado de Dade detuvo el domingo a Guzmán en el Aeropuerto Internacional de Miami, luego de que un capitán de American Airlines descubrió que se había colado en un autobús para uso exclusivo de la tripulación.
Cuando el capitán Jim Tullos le pidió una identificación, Guzmán, de 19 años, le mostró un carnet robado que, según la policía, correspondía a un empleado de American Airlines de 41 años, de Arizona.
Tullos reportó el caso a la policía, ante quien Guzmán se identificó como Bobbey Ashley y luego como José Antonio Vásquez. Al verificar sus huellas y antecedentes, los agentes hallaron que se trataba del polizón colombiano.
Guzmán se había hospedado en un hotel cercano al aeropuerto con una tarjeta de crédito robada a la cual había cargado US$595, explicó la policía. Fue acusado de uso fraudulento de tarjeta de crédito, resistirse violentamente al arresto y vagancia. El lunes el juez del condado Gerald Klein le impuso una fianza de US$17.000.
«Es el caso sin fin», dijo el ex abogado de Guzmán, David Iverson, que se enteró del nuevo episodio a través de las noticias. «No sé cómo volvió a entrar a Estados Unidos».
Al parecer, Guzmán estaba en la Florida desde hace mas de ocho meses. Iverson explicó a El Nuevo Herald que en enero de este año Guzmán tocó a la puerta de su casa en Miami a las 7 a.m. y pidió ayuda y un préstamo de dinero.
«Le dije que no había esperanzas y le hice un pequeño préstamo de US$20», dijo Iverson. Dos semanas después se volvió a presentar.
«Le dije que era un caso perdido y que no podía hacer nada, entonces se enojó», dijo Iverson.
Guzmán fue deportado por primera vez en julio de 1993, pero logró ingresar en diciembre a Nueva York en un vuelo procedente de Cali, Colombia. Su nombre volvió a estar en los titulares luego de haber sido arrestado el 9 de abril de 1994 por exceder su permanencia en el hotel Fontainebleau Hilton.
Los cargos fueron retirados, pero el 18 de abril fue arrestado una vez más en Fort Lauderdale cuando trataba de comprar un pasaje con una tarjeta de crédito robada. El 10 de agosto de 1994 fue deportado.
Juan Carlos Guzmán Betancur cuenta:
“Regresé a Estados Unidos por Nueva York una vez más, pero de algún modo que no recuerdo fui a dar a Washington y sus inmediaciones. Esa vez llegué hasta Arlington, Virginia, pero allí un policía me arrestó por no tener documentos. El tipo ni siquiera me llevó a una comisaría, sino a un centro de detención. Quedaba ahí mismo, en la ciudad. Me dejaron internado unos dos meses mientras se resolvía mi situación. Era un lugar viejo y oscuro, lleno de gente de color. No me extraña. Los americanos no meten a los blancos en sus cárceles así hubieran matado a Cristo. En cambio, si eres negro o hispano, tras las rejas vas a dar. Mientras estoy allí viene mi abogado de oficio -un americano que hablaba castellano- y me dice que me acusan de robarme una tal tarjeta de crédito. La verdad es que nunca hubo semejante robo. Se trató de una mentira que no pude saber de dónde vino. Respecto de eso recuerdo que mi abogado me dijo:
—Lo mejor es que te declares culpable de haber robado esa tarjeta.
“Le insistí que no tenía nada que ver con aquello, pero entonces me advirtió:
—Si lo niegas, pasarás años en una cárcel tratando de demostrar lo contrario. Será más el tiempo que pasarás en ese pleito que lo que te dará el juez si aceptas tu culpa. Créeme.
—¿Entonces, cuánto más deberé estar en prisión? —le pregunté.
—No mucho más de lo que ya llevas. Es un asunto menor. Si declaras hoy, tal vez hoy mismo te den la libertad.
“Acepté mi culpa por lo de la tarjeta de crédito y el juez hizo retroactivo el tiempo que llevaba en prisión. Así que ese asunto quedó saldado. Sin embargo, aún faltaba lo que tenía que ver con mi entrada ilegal al país. Entonces me llevaron a Inmigración y dijeron que yo había violado los términos de la deportación anterior, que implicaba no regresar a Estados Unidos por cierto tiempo. Esa sanción estaba acompañada de una probatoria, una especie de beneficio que dan los federales para que no cometas ciertos delitos durante una cantidad de años. El asunto es que si violas esa probatoria, el tiempo que te dan de beneficio deberás pasarlo en prisión. Debí esperar un mes más para que un juez se pronunciara sobre mi caso. Pasado ese tiempo el juez decidió que los meses que yo llevaba en prisión eran suficientes como castigo, así que prácticamente todo terminó ahí. Luego me enviaron de regreso a Colombia, pero me quedé por poco tiempo3.
Los americanos no meten a los blancos en sus cárceles así hubieran matado a Cristo. En cambio, si eres negro o hispano, tras las rejas vas a dar.
“Después de eso volvía a Estados Unidos por Houston. Si me lo preguntan, francamente no recuerdo cómo hice para regresar. He entrado tantas veces a ese país y de varias maneras que ahora no logro recordar cómo lo hice esa vez. Lo cierto es que en esa ocasión también me atraparon y me dieron una pena de dieciocho meses, aunque pudieron haberme metido hasta diez años por ser delito federal4.
“Me internaron en el Federal Detention Center (FDC) de Miami. Es un edificio alto en el centro de la ciudad que desde afuera más bien parece un complejo de oficinas. Una cosa moderna. Las celdas tienen ventanas blindadas en lugar de rejas, y la sala de visitas parece más bien un comedor universitario, con máquinas dispensadoras de Coca-Cola y café. Internamente el edificio está dividido en dos bloques, que allí llaman unidades. Lo único que separa una unidad de la otra es el ascensor. Así que de un lado estaba la mayoría de personajes que habían extraditado desde Colombia y Venezuela —todos conocidos en el mundo de las drogas, la falsificación y todo eso— y en el otro se encontraba la verdadera crema y nata de la delincuencia.
“En ese lugar estaba Manuel Antonio Noriega, el ‘ex hombre fuerte de Panamá’. Lo mantenían internado en uno de los niveles superiores. Yo me la pasaba en el lado en que estaban los extraditados de menor estirpe, aunque no necesariamente tenía contacto con ellos. Había tipos de todos los pelambres cuyas experiencias servirían para hacer una enciclopedia del mundo criminal, un Larousse ilustrado del hampa. Los oía hablar de toda clase de delitos durante todo el día. Cualquier fulano ponía el tema, por ejemplo falsificación, y al rato había una tertulia entera sobre eso. Entre ellos se contaban las técnicas que usaban para falsificar y discutían entre sí por la que creían era la mejor. Eran charlas más bien descaradas, sin tapujos, casi que a voz en cuello. No sólo hablaban de estafas. Pasaban horas charlando de contrabando, narcotráfico, métodos de tortura, lo que fuera, pero siempre relacionado con la delincuencia.
“Aprendí de todo en ese sitio, incluso suficiente inglés. Lo fui aprendiendo de a poco con varios internos que lo hablaban. El idioma se me hizo fácil desde el comienzo, así que en cuestión de tres meses me defendía ya bastante bien.
“Durante el tiempo que estuve en el FDC también aprendí lo suficiente sobre narcotráfico. Si decimos que la cárcel es una escuela del crimen, entonces la cátedra sobre narcotráfico resultaba ser un doctorado. Allí estaban recluidos algunos de los mejores ‘maestros’ del oficio. Eran excelentes. Decían cómo hacer esto y aquello, lo uno y lo otro. Creo que de habérmelo propuesto podría haber sido bueno en el negocio de las drogas, pero la verdad es que el tráfico de estupefacientes nunca me interesó.
“De hecho, uno de los mejores amigos que logré en ese lugar era traficante. Se trataba de Byron5, otro colombiano que había sido encerrado allí luego de que fue capturado mientras realizaba uno de sus negocios. Para la época en que lo conocí, Byron debía rondar los treinta años. Fue uno de los primeros sujetos en ayudarme a abrir los ojos frente a mi realidad. Me bastó un par de meses en ese lugar y unas cuantas charlas con él y con otros internos para saber que mis sueños de una nueva vida en Estados Unidos se habían ido por el caño. Ya nada volvería a ser igual luego de haber pasado por la prisión.
“Llegar a Estados Unidos había significado para mí una forma diferente de ver la vida, una posibilidad de abrirme al mundo y alejarme de ese escenario de pobreza en el que crecí. Me sentía grande, pero pronto esa ilusión se vino abajo. Después de que una persona pasa por prisión ya no vale un centavo, así que el cuento de la tal rehabilitación no es más que una chorrada6. Nadie se rehabilita en prisión. Cuando sales de una cárcel nadie te da trabajo. Funciona de ese modo en todo el mundo. En Estados Unidos lo primero que hacen las empresas es mirar tu récord criminal, se fijan si has estado en prisión, y si es así te niegan la oportunidad de trabajar. No importa si te han encontrado inocente, eso no vale. En Europa, el empleador tiene la libertad de pedir un permiso a la policía y a un juez para verificar tus antecedentes. Y en Colombia te exigen un jodido pasado judicial7. Todo aquello no es más que un sistema diseñado para cerrarle las puertas a quienes hemos estado en prisión. Un sistema que margina por completo. En mi caso, los americanos me habían encerrado en calabozos aún antes de que cumpliera la mayoría de edad. En otras palabras, me habían jodido la vida de principio a fin. Fue eso lo que Byron y los otros presos me hicieron ver. No me quedaba de otra que dedicarme al hampa.
En ese lugar estaba Manuel Antonio Noriega, el ‘ex hombre fuerte de Panamá’. Lo mantenían internado en uno de los niveles superiores. Yo me la pasaba en el lado en que estaban los extraditados de menor estirpe, aunque no necesariamente tenía contacto con ellos.
“Después de que llevaba un tiempo encerrado en el FDC decidieron transferirme de prisión. Me pasaron al Centro Metropolitano de Detención, en Guaynabo, en Puerto Rico, lejos de Inés y de Luz Mila, a quienes les quedaba fácil visitarme en prisión, siempre que estuviera en una cárcel de Florida. De todas formas no se me hizo extraño que me trasladaran tan lejos. He visto presos que siendo de Texas y habiendo cometido el delito allí los mandan al otro lado del país. Los suben en unos de los tantos aviones que el gobierno ha incautado, unos armatostes destartalados pintados de blanco, y al culo de Estados Unidos van a dar.
“Guaynabo resultó ser un cuento totalmente diferente al FDC. Nada mal, a decir verdad. En su mayoría estaba llena de pequeños vendedores de drogas y no de grandes traficantes. Allí apenas había un ‘Scarface’, un sujeto verdaderamente peligroso que de hecho apodaban así por haber matado a quince tíos en un apartamento. Era un tipo flaco, alto, bastante divertido por cierto. En la prisión de Guaynabo estuve los últimos nueve meses de mi condena. La pasé de puta madre con los boricuas, que son tremendos locos.
“Mientras estaba allí surgió una de las historias más inverosímiles y ridículas que haya escuchado sobre mí, aunque de eso me vine a enterar mucho tiempo después. Según aquella historia, yo había dicho en Guaynabo que era imposible que al término de mi condena me deportaran a Colombia. El cuento iba de que —supuestamente— yo aseguré que era un príncipe alemán y que mi nombre era Juan Carlot Gutman-Betancur, que era hijo de la reina Margarita de Dinamarca y del duque Óscar Adolfo III de Luxemburgo. ¡Joder macho! Casi me parto de la risa cuando supe de ese cuento. ¡¿Cómo coños voy a decir yo semejante estupidez?! Para empezar, el único Adolfo de Luxemburgo del que he escuchado murió en 1905. Y suponiendo que aún viviera, el duque de Luxemburgo no puede estar casado con la reina Margarita de Dinamarca porque sencillamente él es regente en su país y ella lo es en el suyo. Uno de los dos tendría que haber renunciado a su título nobiliario. ¡Nadie es tan imbécil para creer semejante patraña y menos aún para inventarla!
“Quien me contó ese cuento fue un abogado de oficio que tuve varios años después. Un jurista excelente que debió armar mi defensa para un hecho en el que resulté involucrado. El tío debió echar mano de todo mi historial y por eso fue que se enteró de ese cuento. Me preguntó si era cierto, pero le dije que no sabía nada, que era la primera vez que escuchaba algo así. Recuerdo que poco tiempo después él mismo solicitó a Guaynabo un documento que soportara esa historia, pero le respondieron que no tenía ni un párrafo de eso8. Así que hasta ahí llegó esa idiotez.
El cuento iba de que —supuestamente— yo aseguré que era un príncipe alemán y que mi nombre era Juan Carlot Gutman-Betancur, que era hijo de la reina Margarita de Dinamarca y del duque Óscar Adolfo III de Luxemburgo.
“Aparte de aquello, nada más que merezca ser comentado ocurrió en Guaynabo. Con los días aprendes que todas las cárceles, en menor o mayor medida, son iguales. Más que el encierro mismo, lo que desgasta es la rutina. En ellas cada quien se hace su propio ambiente. Si no eres un sujeto problemático —como en mi caso—, aprendes a llevarte bien con todos, excepto con los guardias. No se trata de armar bronca contra ellos, sino de tomar distancia. De lo contrario, vas a quedar como un sapo9 ante los otros presos, que al final son quienes se protegen entre sí. Puede parecer exagerado, pero en ocasiones me sentía más seguro allí dentro que en la misma calle. Como soy un tipo de buen humor, me juntaba con otros presos que pudieran hacerme reír. Nos burlábamos de cuanta cosa ocurría, y cuando no, de otros internos. Era una pasada total.
“Al cabo de nueve meses de estar encerrado en Guaynabo, me deportaron a Colombia vía Panamá. Ocurrió en octubre de 199710. Por esos días me reencontré con mi abuela. Me actualizó de todo lo que no pude enterarme mientras estuve en prisión. Me puso al tanto de lo que estaba haciendo cada quien en la familia, así que no hizo falta visitar a alguien más. Cuando no estaba con la abuela, mantenía solo. Estar solo es algo a lo cual la mente se acostumbra, y a mí —por ese entonces— la soledad me venía bien. Me permitía ir de un lado para otro sin ataduras ni remordimientos, sin tener que meter a la familia en mis asuntos. Me la pasaba entre Colombia y Venezuela, trabajando en lo que fuera, aunque ya empezaba a aburrirme de eso. Quería irme a otro lugar, bien fuera Norteamérica o Europa. Así que un buen día, mientras trabajaba en el aeropuerto de Caracas, decidí jugármela de nuevo a la suerte e irme a otro país. Fue una de esas cosas que se hacen por impulso, pero entonces la vida me volvió a cambiar de un modo que ni yo mismo hubiera llegado a imaginar”.
1 Modismo español que significa loco, demente.
2 Según registros de los que dispone el gobierno de Estados Unidos, Juan Carlos Guzmán Betancur fue deportado de ese país por segunda vez el 8 de agosto de 1994, cinco días después de que recibió sentencia retroactiva.
3 Según registros de los que dispone el gobierno de Estados Unidos, Juan Carlos Guzmán Betancur fue detenido en Arlington, Virginia, el 27 de marzo de 1995 acusado de dos cargos de fraude con tarjeta de crédito. Después de que se declaró culpable, el 6 de junio de ese mismo año, fue condenado a pagar una pena de cinco años de prisión suspendida y fue puesto a disposición de las autoridades federales. El 10 de julio de 1995 Guzmán Betancur fue condenado por el Tribunal de Distrito de EE.UU. para el distrito del Este de Virginia por reingresar ilegalmente al país en violación del artículo 8 de la disposición 1326 (a) del Código de Justicia de Estados Unidos y condenado a dos años de libertad condicional sin supervisión. El 31 de julio de 1995 fue expulsado del país por tercera vez.
4 Según registros de los que dispone el gobierno de Estados Unidos, Juan Carlos Guzmán Betancur regresó a ese país de manera ilegal y fue detenido en Florida el 10 de septiembre de 1995, acusado de fraude con tarjeta de crédito y obstrucción a la justicia, lo que se corresponde con la versión publicada por el periodista Gerardo Reyes en El Nuevo Herald el 12 de septiembre de ese año. En esa ocasión, Guzmán Betancur no sólo admitió que se había hecho con la identificación de un hombre que trabajaba en American Airlines y que usó la tarjeta de crédito robada para pagar los gastos de hotel, sino que también aceptó haberse apoderado de un computador portátil durante un robo que cometió días atrás. El 15 de abril de 1996 fue condenado a un año de prisión por esas causas.
Asimismo, el 10 de septiembre de 1996 Guzmán Betancur fue nuevamente condenado por violar el artículo 8 de la disposición 1326 (a) del código de Justicia de Estados Unidos (que se refiere a inmigración ilegal), esa vez en el Tribunal de Distrito de EE.UU. para el Distrito Sur de Florida. Fue sentenciado a dieciocho meses en una prisión federal, seguidos de tres años de libertad supervisada. Debido a que Guzmán Betancur todavía estaba en libertad condicional por su primer ingreso ilegal al país -en junio de 1993- el Tribunal del Distrito Este de Virginia lo condenó a pagar dos meses adicionales de prisión.
5 Nombre cambiado por sugerencia de Juan Carlos Guzmán Betancur.
6 Modismo español que significa tontería.
7 Documento en el que se señala la existencia o inexistencia de delitos penales de una persona.
8 Según registros de los que dispone el gobierno de Estados Unidos, durante su detención Juan Carlos Guzmán Betancur informó a la Oficina de Prisiones que él pertenecía a la realeza alemana y que residía en Frankfurt, Alemania.
9 Modismo colombiano que significa adulador y soplón.
10 Según registros de los que dispone el gobierno de Estados Unidos, Juan Carlos Guzmán Betancur fue deportado a Colombia el 24 de octubre de 1997.