Para Juan Carlos era claro que había llegado el momento de ponerle fin a sus andanzas. Hasta ese momento su “trabajo” había servido como paliativo para la soledad y como recurso para olvidar el pasado, pero con Alfredo esperándolo en México no tenía caso seguir en malos pasos.
En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Luego de que llegué a España me tomé unos veinte días para descansar. Después de eso comencé a hacer maletas para seguir a México, pero casi que de repente debí aplazar el viaje. Un amigo mexicano con el que hablé por esas fechas me dijo que si mi intención era casarme en México debía presentar primero un acta de nacimiento apostillada por el país de origen. La cosa se enredaba debido a que yo había renunciado a mi nacionalidad colombiana para obtener la española, así que si quería casarme con Alfredo primero tendría que viajar a Bogotá y resolver esa situación.
“Les dije a varios amigos que viajaría a Colombia y entonces, casualmente, una amiga de Bogotá me escribió. Dijo que necesitaba verme. Me habló de un libro que habían escrito acerca de mi vida, ‘El Suplantador’1. Mencionó que lo había leído y que se quedó sorprendida al ver varias cosas que se decían de mí. Pensaba que no eran ciertas y que sólo se trataba de tergiversaciones de terceros. Dijo:
—Hay unos policías que hablan unas cosas horrorosas de ti. ¿Son ciertas?
“Le dije que no, que al menos no todo. Que sólo querían hacerme ver como un hampón. Le expliqué quiénes eran esos policías y que sólo se habían encargado de decir mentiras. Incluso le dije que sabía de la existencia de ese libro desde que estaba en D. Ray James, lo cual era cierto.
“Michel, un peruano que también estaba allí por inmigración ilegal, me dijo que su esposa le había comentado acerca de ‘El suplantador’. Con Michel había hecho buena amistad en ese tiempo y su mujer, que vive en Estados Unidos, sabía algunas cosas sobre mí porque él se había encargado de contárselas. Así que Michel le encargó el libro a ella y a la semana lo envió a la prisión. Esa era la razón por la cual yo sabía desde entonces de la existencia de aquel libro.
“Sin embargo, yo nunca pude leerlo mientras estuve en prisión. La razón fue que una de la secretarias de D. Ray James, Teresa O’Brien, me prohibió tener acceso a él. Teresa era la encargada de llevar los registros de algunos reos y de clasificar parte del material que entraba a la prisión. Era una chica morena con la que yo me llevaba de maravilla. En aquel entonces ella debía rondar los treinta años. Recuerdo que hablaba bien el español y por eso había leído algunos pasajes de ‘El Suplantador’. Me advirtió que vio en él varias cosas que podían comprometer mi seguridad mientras yo estuviera preso, ya que si algunos reos llegaban a enterarse de los asuntos que allí se mencionaban podían llegar a extorsionarme o hacerme daño. La mayoría de los presos que estaban en D. Ray James pensaban que mi único delito había sido cruzar la frontera. No se imaginaban que me había echado a los bolsillos un par de millones de dólares, como revelaba el libro. ‘Por eso no es bueno que mucha gente de aquí lo vea’, insistió Teresa.
“De todos modos me dijo que si yo autorizaba a alguien, esa persona podía leerlo en la biblioteca. Así que autoricé a Michel. Cada día leía un capítulo diferente y después regresaba a la celda y me lo contaba. Me preguntaba: ‘¿Es verdad que hiciste todo eso? ¿Y aquello otro también?’. Unas cosas eran ciertas, otras no tanto y otras más resultaban ser completamente falsas. Todo mundo había hablado sobre mí en ese libro, menos yo, pero la verdad es que tampoco me interesaba hablar. Varios de los entrevistados que en él figuraban se habían encargado de desprestigiarme con mentiras, pero debo admitir que pese a eso era el texto más ecuánime que hasta entonces se había escrito sobre mí. No se ponía del lado de los policías solamente, como varios artículos de prensa, sino que buscaba contar un poco de aquí y de allá. Al final mi amiga, la de Bogotá, me persuadió para que hablara con su autor, el periodista colombiano Andrés Pachón. Logró convencerme de que aprovechara mi paso por Colombia para que le contara mi versión”.
***
Juan Carlos viajó a Bogotá el mes siguiente a su liberación, a finales de marzo de 2012. Se alojó en un pequeño hostal de La Candelaria, una localidad del centro de la ciudad conformada por construcciones de tipo colonial y republicano, donde pagó el equivalente a diez dólares por noche. Sabía del lugar por recomendación de un amigo francés y entonces llegó haciéndose pasar por un turista italiano, el mismo cuya identidad figuraba en el pasaporte que la abogada Alana MacCárthaigh le dejó en un P.O. Box mientras él estaba en una prisión en Dublín2.
Luego se reunió con su amiga para concretar la idea de narrar su historia y entre ambos se dieron a la tarea de buscar a Andrés Pachón. El jueves 29 de marzo de 2012, poco antes del mediodía, la mujer se comunicó con el periodista a su celular. Sin identificarse le preguntó si él era el autor de ‘El suplantador’, y tras confirmarlo le reveló que Juan Carlos estaba hospedado en un hostal del centro de Bogotá.
—Él quiere hablar con usted —dijo ella.
—¿A quién se refiere por “él”? —preguntó inquietado Pachón.
—A Juan Carlos Guzmán Betancur.
Antes de colgar la mujer le dictó el número telefónico del hostal, y acotó: “Llámelo. Juan Carlos está esperando para hablar con usted”. Pachón llamó de inmediato al lugar, pero la recepcionista negó que hubiera un huésped con ese nombre. El periodista recordó los alias de Jordi Ejarque Rodríguez y Guillermo Rosales y entonces preguntó si alguien con alguna de esas identidades se encontraba ahí, pero tampoco había nadie con esos nombres. Desconcertado decidió dejarle sus datos de contacto a la recepcionista y le pidió que los compartiera con cualquiera que preguntara por él en ese hostal. Varias horas después, en la noche, Pachón recibió la llamada de un sujeto con un marcado acento español.
Como cuenta Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Salí a hacer turismo por Bogotá y cuando regresé en la noche al hostal pregunté si un periodista había llamado para averiguar por algún huésped. La chica de la recepción me dijo que sí, que un tal Andrés Pachón lo había hecho y dejado sus datos de contacto. Así que entré a mi habitación y enseguida le marqué a Andrés para presentarme. Le dije que quería hablar con él, contarle acerca de mi vida, pero se mostró incrédulo. De hecho me preguntó por qué yo tenía acento madrileño si era colombiano, así que le aclaré que había pasado parte de mi vida en España. Aún así no daba crédito a que yo estuviera del otro lado de la línea con la propuesta de concederle una entrevista, pensaba que todo era una farsa.
—Juan Carlos Guzman Betancur nunca ha hablado con la prensa —me dijo—. ¿Por qué querría hacerlo ahora?
“Le expliqué los motivos, pero entonces me dijo que tendría que confirmar mi identidad en persona. Le dije que no había lío, que propusiera dónde y cuándo nos veíamos. Me puso una cita para la siguiente tarde, pero al final no pude cumplirle. Justo después de que hablamos esa noche recibí un correo de alguien que me pedía viajar de urgencia a Berlín. Se trataba de algo personal, nada de trabajo, pero debía estar allá unas tres semanas. Así que en la mañana llamé a Andrés para decirle que no podía ir a la cita, que si quería podíamos vernos en abril o en mayo. Aquello, sin duda, lo previno aún más. De inmediato comenzó a hacerme una serie de preguntas a quemarropa para comprobar que, en efecto, yo era Guzmán Betancur y no un impostor haciéndose pasar por mí. Eran del estilo: ‘¿Cuándo es su cumpleaños? ¿Quién es tal pariente? ¿Cuál es el segundo apellido de su madre?’. Me ametralló con una serie de preguntas personales, como en un interrogatorio. No vacilé en darle ninguna respuesta, como tal que le estaba diciendo la verdad. Para ganarme su confianza le dije que si quería podíamos seguir en contacto por correo y ver la manera de coordinar unas entrevistas. Accedió de inmediato.
“Mientras dirimíamos el asunto surgió de repente el nombre de Bryan McGlinn. Me preguntó si yo sabía quién era él. Le dije que por supuesto, que fue el detective que organizó todo para mi arresto en Dublín. No entré en detalles. Sólo se los dije así para resumir la cosa. Agregué que no había vuelto a saber nada de él, que no tenía la menor idea de dónde estaba. Entonces Andrés mencionó que Bryan se había ido. Así, tal cual: ‘Bryan McGlinn se fue’, dijo.
—¿Cómo que se fue? ¿De Garda, se refiere? —le pregunté.
—No —respondió—. Bryan McGlinn murió. Falleció hace poco más de un año.
“Fue un golpe seco. Me quedé pasmado apenas escuchar esa noticia. ¡Por Dios! ¡¿Cómo era posible que Bryan hubiera muerto?! Con razón y dejó de responderme los correos. Aquel anuncio me puso mal, verdaderamente mal. Andrés me contó que también había cruzado un par de correos con Bryan para su libro y que por eso le conocía. Me explicó que su muerte se había tratado de algo más bien repentino, después de que Bryan regresó a su casa en Dublín tras jugar un partido privado con el Leinster Rugby3.
Fue un golpe seco. Me quedé pasmado apenas escuchar esa noticia. ¡Por Dios! ¡¿Cómo era posible que Bryan hubiera muerto?! Con razón y dejó de responderme los correos. Aquel anuncio me puso mal, verdaderamente mal.
“Desconozco los detalles de cómo se dieron las cosas. Creo que se trató de un partido amistoso entre profesionales y un equipo aficionado en el que jugaba Bryan, pero no estoy seguro. Lo cierto fue que durante ese encuentro Bryan se golpeó muy fuerte en la cabeza. Se quejó de eso durante todo el día, pero tampoco le prestó mucha atención. No fue sino hasta el día siguiente que las cosas empeoraron. Bryan vivía con su mujer en Ratoath, en un condado en las afueras de Dublín. Para entonces ya era padre de dos niños. La esposa había salido de la casa con los niños para hacer unas diligencias luego de que Bryan le dijo que prefería quedarse a descansar porque se sentía indispuesto, pero al igual que él, ella también le restó importancia al asunto. Cuando regresó lo encontró tendido en el piso. Bryan estaba muerto. Había fallecido de manera fulminante4. Tenía sólo treinta y dos años cuando eso.
“Bryan me había dado su número de teléfono. Lo tenía anotado en unos papeles que me incautaron cuando sucedió lo de Vermont, por eso no pude volverlo a llamar. De todas formas creo que estuvo bien que fuera así. Haberme enterado de la muerte de Bryan en la cárcel me habría devastado. No puedo imaginar el dolor que fue para sus padres. En el 2005 también habían sepultado a otro hijo, Kieran. El chaval tenía apenas veintiún años cuando murió en un accidente en motocicleta en Chipre. Pareciese como si a esa familia le hubiera caído la desgracia.
“Después de que participó en mi captura, Bryan fue ascendido a sargento en Garda. Sus jefes me habían visto como un trofeo y por eso le dieron el acenso. Ni siquiera por eso llegué a reprocharlo. Bryan hacía su trabajo de la mejor manera. La verdad es que no tengo ningún reparo contra él, ni en lo profesional ni en lo humano, era un tipo excepcional. Por encima de todo Bryan era un gran amigo”.
En mayo de 2012 Juan Carlos regresó a Bogotá luego de su aludido viaje por Berlín5 y entonces concedió a Andrés Pachón alrededor de veinte entrevistas acerca de su vida, las cuales son la base de este libro. De todo cuanto dijo en ellas, destaca el hecho de que interpreta la persecución que le hizo la policía como un asunto personal. Asegura que aquello fue ajeno a cualquier tipo de justicia imparcial y que detrás de todo estuvieron Andy Swindells y Kirk Sullivan. Insiste en que ambos arruinaron su vida legal, pero que el asunto jamás le ha quitado el sueño. Por el contrario —señala—, fue él quien se convirtió en una pesadilla para el par de detectives. Al respecto refiere:
“Con el tiempo Sullivan y Swindells terminaron siendo amigos. Dios los cría y ellos se juntan. Así es la cosa. Se pusieron de acuerdo para montarme la bronca por tanto tiempo que incluso ahora, en la actualidad, lo siguen haciendo. Entre ambos intercambian datos míos todo el tiempo. Estoy seguro de que es así. Puedo jurar que se la pasan renovando la base de datos que Interpol tiene sobre mí. Cada tanto le agregan nuevos alias que me han ido descubriendo, de modo tal que la información nunca caduca. De todas formas, pese a sus presiones, nunca llegué a figurar en ninguna circular roja.
“La persecución que Swindells levantó contra mí por poco lo lleva a perder la batalla en los estrados. A Sullivan no le fue mucho mejor, casi pierde la cabeza. Nunca supo qué inventarse para llevarme a Estados Unidos. Es el policía más bajo y cuatrero que he visto en mi vida. Se quedó con las ganas de verme la cara durante el juicio. Es un mediocre. Tanto él como Swindells lo son. Durante años me convertí en la pesadilla de ambos y a cambio desataron una dura batalla de desprestigio contra mí. La han sabido hacer bien esos cabrones. Han arruinado mi vida legal por completo. Estoy convencido de eso.
“Por cuenta de ambos mi intento de entrar en el mundo laboral está perdido. Nunca la tendré fácil para encontrar empleo. ¿Qué podré decir cuándo en una entrevista de trabajo me pregunten a qué me he dedicado? Ni siquiera podré responder con la verdad y decir que me he rehabilitado, no sólo porque no creo en el cuento de la rehabilitación, sino porque Sullivan y Swindells se han encargado de difundir información malintencionada sobre mí. Se puede ver fácilmente con tan sólo buscar mi nombre en internet, aparezco en todos lados. Nadie me contratará a raíz de eso. No creo que exista una persona que lo haga. Nadie se detendrá para averiguar si tengo las capacidades para realizar cualquier trabajo, simplemente me cerrarán las puertas. Pedirán mis antecedentes y no habrá nada que yo pueda hacer.
“Ahora bien, ¿qué han de decir las personas cuando se enteren de que Juan Carlos Guzmán Betancur está en una lista de terroristas? Saldrán huyendo despavoridas. ¡Joder! Nunca en mi vida he matado siquiera una puta mosca como para que de repente figure en ese listado. ¡¿A qué clase de tíos se les ocurre hacer semejante cosa?! Seguramente a los mismos cretinos que han señalado a monjas, sacerdotes y a niños menores de dos años de ser terroristas. Niños a quienes han obligado a bajar de aviones con sus padres por esa acusación. No exagero un ápice. Quien dude puede buscar noticias como esas en internet. Verá que no miento.
Es el policía más bajo y cuatrero que he visto en mi vida. Se quedó con las ganas de verme la cara durante el juicio. Es un mediocre. Tanto él como Swindells lo son.
“Por mi parte, no me queda de otra que tomármelo con calma. En el fondo, nada de eso me afecta. Según entiendo, estoy reseñado en una de las categorías inferiores de esa lista. Bromeo con mis amigos al respecto: ‘¡Véanme, soy un terrorista!’, les digo. ¡Vaya título! No me fue difícil tenerlo, pero tampoco muchos tienen uno. Debo sentirme orgulloso por aquello. Lo máximo que me puede ocurrir es que me prohiban abordar un vuelo, y eso nunca me ha pasado. Si fuera un tío verdaderamente peligroso estaría encerrado en Guantánamo, pero como no lo estoy significa que las autoridades no pudieron cargarme nada. Ahora mismo puedo viajar a donde me plazca sin que nadie me diga nada. Si se me antoja puedo irme ahora mismo a Brasil y sacarme una documentación nueva como si nada. Un nuevo nombre, un nuevo look, una nueva forma de vida. No tengo lío con eso. Allá no me conoce ni Cristo.
“La otra vez alguien me sugirió que en vez de hacer algo así, y para zafarme de los señalamientos de las autoridades, debería intentar trabajar con la policía. ¡Jamás lo haré! Trabajar con la policía no es una opción para mí. Eso implicaría delatar a otra gente, a chavales que conozco, así que no voy a prestarme para eso nunca, menos aún si se trata de policías de Estados Unidos y de Reino Unido. ¿Por qué debería ayudar a los que me han cargado bronca toda la vida? En lo que a mí respecta se pueden ir a tomar por culo. Si tuviera que hacer alguna excepción y colaborar sería con la policía nacional española. El resto son unos hijos de puta malísimos.
“Tampoco nadie persigue a sujetos que hacen cosas más graves que las mías. La diferencia entre ellos y yo es que nadie los conoce. Los rusos y los rumanos, por ejemplo, son unos expertos ladrones. Realizan tantos robos que al final de un mes terminan juntando no sólo miles, sino millones de dólares. Lo hacen en Asia, Europa, Australia o donde les plazca. La policía los atrapa, pero no dice nada, y al cabo de un tiempo en prisión regresan de nuevo a lo suyo sin que alguien se entere del asunto.
“En mi caso, todo se fue al garete desde 1993. La atención que tuve de la prensa cuando llegué a Miami como polizón fue lo que cambió las cosas para siempre. Si aquello no hubiese ocurrido de ese modo todo sería diferente hoy. No saldría en los noticieros cada vez que me arrestan. Nadie comentaría nada y las autoridades no andarían persiguiéndome todo el tiempo. No estoy intentando mostrarme como víctima o expiar mis culpas. No tengo nada de qué avergonzarme. Lo tendría si hubiera asesinado a alguien. Las veces que fui otro me sirvieron para olvidar buena parte de mi triste pasado. Reconozco que no he sido un santo, pero reitero que la persecución que se me ha hecho ha sido de tipo personal.
“Por demás, nunca nadie ha salido a decir que también gasto mi dinero en ayudar a las personas. La verdad es que mucho del dinero que he obtenido con mi trabajo se lo he dado a chavales sin recursos para que paguen sus estudios. Se trata de chicos con quienes he compartido en hostales y que se han quedado varados en la vida por falta de dinero. Se quejan por no haber podido volver a la preparatoria o a la universidad. De no ser por lo que les he dado, podrían estar ahora mismo en las calles delinquiendo. A los gobiernos y millonarios les importa un bledo esa gente. Yo mismo viví el desinterés del gobierno en Colombia. Intenté pedir ayuda en Bienestar Familiar cuando era menor de edad. ¿Y con qué me salieron? Con que no podían ayudarme. Así que aprendo de las experiencias. Toda mi vida he aprendido de ellas. He hecho la universidad de la vida, y en esa no te dan diploma. Muchos, en cambio, tienen uno o varios títulos, pero no saben un carajo de la vida. Son a esos a quienes las compañías más emplean. Los ves todo el tiempo fungiendo de ejecutivos arribistas o CEOs de grandes multinacionales, sacándose fotos con sus costosos smartphones en bares y hoteles de lujo mientras vacacionan y se olvidan de la pobreza. Para su desgracia, ellos suelen ser mis clientes.
“De mí pueden seguir diciendo lo que se les antoje. Me vale. Muchos dirán que me convertí en un criminal, pero para mí ha sido superación. Tengo amigos que pueden dar fe de mi valía como persona, hombres y mujeres a las que jamás les haría daño, sin importar que tengan o no mucha pasta encima. No me fijo en el pelambre, para mí lo más importante es la sencillez. Así que todo aquello que Sullivan, Swindells o la prensa misma quieran seguir hablando de mí me tiene sin cuidado. No me mortifica, no mientras no se metan con mi familia. Si eso llegase a ocurrir, todo se puede ir a la mierda. No estoy dispuesto a permitir que alguien la emprenda con mi familia sólo por cargarla contra mí. Hay quienes creen que soy millonario, piensan que les envío dinero a mi familiares, pero eso no es cierto. Me mantengo lejos de ellos para no involucrarlos en nada. Así que las cosas serán a otro precio si alguien quiera venir a meterse con los míos. Puede que no me hable con mi familia, pero estoy dispuesto a defenderla como sea”.
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Los muchachos crecieron. Pasaron de estar sin zapatos todo el día en el amplio jardín de la casona de la abuela en Guayabal y de cazar iguanas en las inmediaciones del río Cauca a perseguir sus propias ilusiones, incluso fuera del país. Carlos Daniel —el mayor de los hermanos de Juan Carlos— se fue desde muy joven a España, donde ahora vive con su esposa y tiene dos hijos, mientras que Edward le siguió años después a ese país y estableció también una familia, con la que reside en Islas Canarias. Ambos se dedican a la construcción. Por su parte, Yolanda, la madre de Juan Carlos, permanece en Cali, donde ocupa una humilde vivienda en las postrimerías de la ciudad mientras recibe una pensión estatal.
En el año 2009, en declaraciones que dio para el libro ‘El Suplantador’, la madre de Juan Carlos Guzmán Betancur afirmó:
“Mis manos parecen las de un hombre porque a mi edad vivo de arreglar cercos, colar arena y vender huevos y animales que crío. Lo que me pagan de subsidio es muy poquito, apenas el mínimo6, por lo que debo dedicarme a otras cosas.
“La situación en la casa es muy difícil. Mi esposo está enfermo. Sufre de Parkinson y depresión, por lo que todo lo que tiene que ver con Juan Carlos lo pone muy mal, muy ansioso, y yo no tengo dinero para atenderlo si algo le pasa. Yo soy una persona mayor y ver todo lo que dicen de Juan Carlos es muy duro para mí. De hecho, yo no escucho ni veo noticias. Nunca le paso a nadie al teléfono, menos si es de la prensa. Los pocos periodistas que han logrado dar conmigo sólo me han llamado para preguntarme por Juan Carlos, pero de él no sé nada. No hablamos, no nos escribimos, no cruzamos ni siquiera un saludo.
“Muchas personas de por aquí me conocen y pueden creer que Juan Carlos me envía dinero. Eso pone en peligro a mi familia. Si algunas de esas gentes llegan a pensar que guardo plata, no dudarán en venir a buscarla, tumbarán la puerta y me matarán por hacerse con un puñado de billetes.
Muchas personas de por aquí me conocen y pueden creer que Juan Carlos me envía dinero. Eso pone en peligro a mi familia.
“Ni yo ni mi familia tuvimos nada que ver en la decisión que tomó Juan Carlos con su vida. Cada quien es libre de hacer lo que se le antoja y eso fue lo que él decidió hacer con la suya. La verdad es que uno cría hijos, no condiciones”.
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Bertha Sotoaguilar, la mujer que cuidó de Juan Carlos cuando llegó a Miami como polizón en 1993, también lo recuerda, pero son pocas las esperanzas que ve en él:
“Lastimosamente Juan Carlos ya sembró su semilla y se abrió para el mundo del modo en que se lo declaró. Eso nunca va a cambiar. Aquí, en Estados Unidos, pudo tenerlo todo, pero no quiso sacar provecho de eso. Es un hombre que desconoce el significado de las palabras miedo y vergüenza. Es una lástima que siendo tan sagaz no hubiera usado su inteligencia para otras cosas, para hacer el bien y salir adelante. Con sus robos y suplantaciones, Juan Carlos no ha hecho más que un profundo mal a los demás”.
Como dijo Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Ahora, en más, sólo pienso en mis anhelos. En la vida llegas a un punto en el que sólo vives para ti y el resto queda en el pasado. Deseo hacerme a una buena vida con Alfredo. Me gusta imaginar que las cosas serán diferentes junto a él. No hay razón para que no sean así. Sus padres y mi familia respaldan nuestra relación. Él tiene a su hija y yo, por lo pronto, no quiero ser padre. Con mis sobrinos es como si lo fuera. Alfredo y yo nos entendemos bien en eso de no tener hijos, pensamos que podemos vivir felices sin tenerlos. Aún así nadie tiene el futuro comprado. Las cosas pueden ponerse mal y la relación venirse a menos, entonces tendría que regresar a mis asuntos. Sin nadie como Alfredo que me ate, estoy seguro que volvería a mi trabajo”.
1 ‘El suplantador. La historia real del estafador colombiano más buscado en el mundo’ (Debate, 2011), escrito por Andrés Pachón, el mismo autor de este libro.
2 Según el registro de visitantes de aquel hostal, Juan Carlos Guzmán Betancur se hospedó en ese lugar entre los días 28 y 30 de marzo de 2012 con el nombre de Carlo Fernando Reixach.
3 El Leinster Rugby es un equipo profesional de rugby que se disputa cada año el United Rugby Championship, la máxima competición de Irlanda de ese deporte. El equipo representa a la región de Leinster -una de las cuatro que componen Irlanda- y tiene su sede en Dublín.
4 Bryan McGlinn falleció el domingo 10 de abril de 2011, luego de lo cual sus compañeros de Garda Síochána le rindieron un funeral de estado en la iglesia St. Joseph’s, en Glanmire (214 kilómetros de Dublín, en el condado Cork), de donde era originario. Para la fecha en la que ocurrió su muerte, McGlinn estaba asignado a la unidad de detectives de Garda en la estación Store Street, en el centro de Dublín, y era considerado uno de los mejores policías del departamento. Le sobreviven sus padres y hermano, Peter, Margaret y Gary, así como Noreen, su esposa desde hacía cuatro años y con quien tenía los dos pequeños hijos, que para la fecha de su muerte contaban con tres años y cinco meses de edad, respectivamente.
5 Las investigaciones realizadas para este libro nunca permitieron determinar si Guzmán Betancur realizó o no dicho viaje a Berlín.
6 El salario mínimo legal vigente (SMLV) en Colombia para la época en la que se reeditó este libro, en 2022, se corresponde, en promedio, con unos 264 dólares estadounidenses.