Capítulo 21
“Era un tipo divertido y correcto. Un policía como pocos, digno de respeto”.
McGlinn siguió frecuentando a Juan Carlos en prisión por cuestiones relacionadas con el caso de The Merrion. Cuando no podían reunirse, se comunicaban por correo electrónico o por chat. Aquello ocurría de manera tan frecuente que en cuestión de un par de días ganaron algo de confianza. Desde entonces Juan Carlos comenzó a llamarlo por su nombre. La camaradería se daba incluso en las banquetas de los tribunales de Dublín, antes de cada vista judicial. McGlinn llegaba cada vez ataviado con el mismo traje. Era uno de color gris, del cual Juan Carlos se burlaba. Nada insultante en todo caso. Entre chanzas le recomendaba que se deshiciera de él y comprara un Armani, pero McGlinn sólo se reía. Le respondía que lo tendría en cuenta para cuando tuviera algo de dinero en los bolsillos.
Otras veces, tanto en los tribunales como en la prisión, hablaban de fútbol y de hurling. Juan Carlos sabía bien de qué iba ese deporte y McGlinn era seguidor de un equipo local, así que tenían tela de dónde cortar cada vez que la charla derivaba en cuál o tal equipo era el mejor. El tema servía como válvula de escape en medio de los diálogos que ambos sostenían acerca del avance del proceso por el robo a los esposos Westbrook.
Tal como recuerda Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Bryan era un tipo divertido y correcto. Un policía como pocos, digno de respeto. Recuerdo que yo llevaba poco tiempo en Cloverhill cuando un buen día se pasa por allí y me dice que viene de avaluar las joyas que saqué de The Merrion. Me cuenta que ha ido a una de las joyerías más respetadas de Dublín para saber cuánto cuesta todo eso. De repente le entra una risa que apenas si puede hablar. Cuando le pregunto cuál es la gracia me dice entre carcajadas:
—Estabas en lo cierto. Esas tales joyas no son más que un jodido latón.
“No pude ni contenerme. Estallé en sendas risotadas también. Me parecía una chalada que una tía con tanto dinero como Robin Westbrook usara esas baratijas. Bryan también había avaluado el rubí de la tipa, así que le pregunté por él:
—¿Y qué te dijeron del rubí?
—¿El rubí? ¿Cuál rubí? —dijo—. Eso es un jodido culo de botella.
“Nos partimos de la risa un buen rato con todo aquello. Durante todo el interrogatorio había tratado de convencerlo de que en la suite de los Westbrook sólo hallé chucherías, pero Bryan sólo me creyó cuando pudo comprobarlo por cuenta propia. Supe que se trataba de unas baratijas un par de días después de haberlas robado, cuando me fijé en que les hacían falta los sellos de autenticidad. Se trata de unos cuños de fábrica que les ponen a las alhajas de diseño y a los relojes finos para distinguir que son genuinos. Se corresponden con un número de serie que mantiene cada fabricante, como un inventario. Así que con suerte las tales alhajas habrían llegado a costar, como mucho, diez mil dólares. Lo único verdaderamente costoso allí era el Rolex Daytona que compré. Lo demás no valía mayor cosa. Ni siquiera sé por qué guardé esas bagatelas. En otras circunstancias las habría tirado a la basura”.
***
Según Juan Carlos, cerca de dos meses después de estar encerrado en Cloverhill empezó a recibir una serie de llamadas inquietantes. Se trataba de unas llamadas que —según su versión— fueron en un principio anónimas e insultantes.
Como cuenta Juan Carlos:
“En Cloverhill teníamos un patio bastante grande para recreación. Aquello contaba con cancha de fútbol, de baloncesto y todo lo demás, aunque yo no practicaba ningún deporte. Digamos que el deporte nunca ha sido lo mío. En vez de jugar algo prefería pasar todo el tiempo hablando con unos amigos turcos que había hecho allí. El trabajo suyo era clonar tarjetas de crédito. Estaban presos por eso. Eran como ocho tíos que se la pasaban intercambiando ideas sobre diferentes cosas. Nada bueno en todo caso, pero me resultaban divertidos, así que me les unía.
“Un día, mientras estaba con ellos, se me acerca uno de los guardias y me dice que hay un tipo al teléfono, que quiere hablar conmigo. Menciona que me ha llamado de modo insistente desde hace dos o tres días. Lo primero que se me viene a la cabeza es que se debe tratar de un periodista. Todo se resumía en que por ese entonces un par de reporteros querían entrevistarme. Pensé que se trataba de uno de ellos. Venían detrás de mí desde hacía cierto tiempo, luego de que mi nombre empezó a figurar en la prensa mostrándome como un truhán. Me mandaban cartas y recados con los guardias, pero nunca les contesté. Recuerdo en particular un sujeto de Rolling Stone Magazine que me seguía lo pasos al centímetro, Jesse Hyde1. Era una cosa bárbara. El tío se las arreglaba para saber en qué cárcel estaba yo cada tanto, así que me escribía pidiéndome una entrevista. Jamás le respondí. La verdad es que mientras fuera convicto había decidido no dar declaraciones a la prensa. Así que le digo al guardia que no pienso responder la tal llamada esa, por lo que da media vuelta y se marcha.
Un día, mientras estaba con ellos, se me acerca uno de los guardias y me dice que hay un tipo al teléfono, que quiere hablar conmigo. Menciona que me ha llamado de modo insistente desde hace dos o tres días.
“Dos semanas después de esa llamada el incidente se repite. El mismo guardia se me acerca y me dice que el tío de la otra vez está de nuevo al teléfono.
—¿Es un periodista? —pregunto.
—No —responde—. Dice que es policía.
—¿Policía?
—Sí. De Las Vegas
“La cosa me resulta de lo más extraña. Pienso: ‘¿Qué coños puede querer de mí un policía de Las Vegas?’. Así que sigo al guardia para pasar al teléfono y salir de dudas. Mientras vamos caminando me cuenta que el sujeto insistente que se las pela, que no ha dejado de llamar por las últimas dos semanas. ‘Parece obsesionado con usted’, me comenta. Cuando llegamos al despacho en el que se encontraba el teléfono, el guardia levanta el auricular, confirma que el tipo sigue allí y enseguida me pone al habla con él. Nadie al otro lado se identifica. Sólo escucho la voz de un tío que me pregunta:
—¿Usted conoce Las Vegas?
—Sí —respondo—. ¿Por qué?
“No me explica nada. Empieza a hacerme una serie de preguntas acerca de los hoteles que he frecuentado. De a poco se va poniendo rudo y a subir el tono.
—¿Quién es usted? ¿Por qué me hace tantas preguntas? —le digo.
“Seguidamente me lanza varias cosas, como que sabe quién soy y mi prontuario. Habla a millón. Después se despacha con ofensas. Me dice que seguramente le he de hacer el ‘blowjob’2 a todos los tipos de la cárcel. Que soy marica. Que logrará que me lleven ante él y que entonces pondrá un tío para que me folle. Eran un lenguaje muy soez. Como veo que aquello sólo va de insultos le tiro el teléfono y salgo del lugar. El guardia es testigo del asunto.
“Al día siguiente el tipo vuelve y la hace. Esa vez llama como a las tres de la madrugada. Uno de los guardias de turno va hasta mi celda y me levanta. Lo sigo como por instinto, más dormido que despierto. Confundido por haberme sacado de mi sueño, paso al teléfono, pero ni bien digo: ‘Hola’, empiezo a escuchar una retahíla de insultos. ‘¡Maldito cabrón!’, pienso. Así que le cuelgo. Le pregunto al guardia quién es ese tío, pero me dice que no sabe, añade que le han pasado la llamada desde otra extensión. Por esa noche no reparé más en el asunto. Regresé a mi celda y continué durmiendo.
“La situación volvió a repetirse otro día, era la tercera vez. Me anuncian que hay una llamada, voy y contesto, me doy cuenta que es el mismo tipo, así que pienso en despacharme en insultos contra él, pero a poco estoy de hacerlo cuando el sujeto me sale al paso y me sentencia:
—Watch your back3 —y me cuelga.
“¡Qué tal el hijo de puta! Aquello era una amenaza directa. ¿De quién coños debía cuidarme la espalda? ¿De él? ¿De alguien dentro de la prisión? Al día siguiente me vi con Bryan en la Corte. Estábamos allí para una de las audiencias y entonces le comenté del asunto. Me preguntó si estaba seguro de que se trataba de un policía. No supe qué responderle:
—Los guardias me han dicho que él se identifica como policía —le dije—. No sé si es verdad o no. Puede serlo.
—Como puede que no —me atajó—. ¿Tienes algún enemigo? ¿Alguna deuda pendiente con alguien? —preguntó.
—Nada. En absoluto —respondí.
“Le hice ver que lo que me tenía bien cabreado era la amenaza, la tal ‘watch your back’:
—¿Cómo interpretas tú eso, Bryan? Para mí es una amenaza directa, ¿no? —le pregunté.
“Bryan pensaba lo mismo. Dijo que se trataba de una amenaza directa y no de una simple intimidación. Me dijo que investigaría todo aquello. Ventiló el caso con mi abogada, Alana MacCárthaigh, y le dijo que enviaría una orden policial para que en la cárcel grabaran todas las llamadas que me hicieran. Así que ella estaba al tanto de las cosas. Alana era una mujer diligente. Trabajaba con su madre y unos hermanos en la firma de abogados que tenían.
“Al cabo de unos pocos días se organizó todo para esperar la consabida llamada. Querían verificar que lo que yo estaba denunciando era cierto. No fue complicado demostrarlo. El tío llamaba todos los días, a cualquier hora. Así que para cuando lo hiciera nuevamente estarían ahí pendientes un oficial de Garda Síochána y mi abogada, así como el director y el subdirector de la prisión. Pasaron todo un día esperando la consabida llamada, pero el tío sólo vino a comunicarse como a las seis de la tarde. Respondieron en el conmutador y la transfirieron a una oficina en la que nos encontrábamos. Todos allí esperábamos ese momento. Suena el teléfono, un guardia es quien contesta, pregunta quién es y el tipo le responde que un policía de Las Vegas. Dice que quiere hablar conmigo. Entonces el guardia simula que me pasa la llamada pero lo que hace es poner el altavoz mientras el oficial de Garda graba todo. Luego, me hacen una seña para que hable.
—¿Hola? —contesto.
“El tipo comienza a nombrarme una cantidad de hoteles en los que yo nunca he estado. Me habla de robos, de una cosa y de la otra. Luego me dice que me conoce. Que me ha seguido y que me ha podido ver. Le respondo que yo no lo conozco, pero entonces me ataca:
—Claro que me conoces hijo de puta. Yo sé bien que me conoces.
“Como siempre, el tipo no tiene empeño en insultarme. Me dice cualquier cantidad de sandeces mientras yo sólo miro a todos los que están en el despacho. Después, cuelgo. Entre todos se pusieron a hablar, cruzaron un par de ideas allí mismo de manera rápida. Al final acuerdan que lo más prudente es que yo no siga contestando más llamadas de ese tipo. Según me explican los directivos del penal, ellos no pueden permitir que un interno reciba esa clase de presiones, menos aún de un desconocido. Me dicen que bajo las leyes irlandesas aquello es un delito. Enseguida mi abogada advierte que si la cosa persiste montará una querella internacional. De todas formas nadie sabe quién es el tipo. Toca averiguarlo antes de ponerle siquiera una denuncia. Así que el director de la prisión pide que la próxima vez que el fulano llame se lo comuniquen a él directamente.
“No pasa mucho tiempo para que aquello ocurra. Al día siguiente el muy cabrón vuelve a llamar, pero no me lo comunican. No tengo idea cómo transcurre todo eso. Lo cierto es que me vienen con el cuento de que se trata de alguien que, en efecto, llama desde Las Vegas. Según pude entender, el sistema de prisiones de Irlanda cuenta con un sistema de rastreo de llamadas. Me refiero a un sistema bien sofisticado, nada común. Lo usan para evitar que los presos negocien con drogas u ordenen crímenes a gente fuera de la prisión. Así que me muestran una copia del registro de la llamada, un papelito como los de fax. Arriba pude leer: ‘Clark County. Las Vegas, Nevada’, y un número de teléfono del cual me dijeron se correspondía con el de la policía de esa ciudad. Un poco más abajo figuraba el nombre del sujeto. Sin embargo, en la prisión lo tacharon con una pluma. Nunca me lo dejaron saber. No me cuentan con detalle de qué fueron las cosas, pero me aseguran que confrontaron al sujeto y que admitió ser policía, un detective. También me dijeron que negó haberme insultado y amenazado. ¡Vaya cafre! No sabía que desde la cárcel lo habían grabado atacándome. Enseguida viene el director de la prisión y me dice:
—En adelante vas a seguir contestando todas las llamadas que te hagan. Vamos a ver qué te dice la próxima vez que te llame.
“El cuento es que el tío vuelve a llamar a los pocos días. Cuando lo hace, me lo comunican y entonces me pregunta:
—¿Usted conoce el hotel Mandalay Bay?
“Le respondo que creo que sí. Cuando le pregunto para qué quiere saber eso ni siquiera me responde. Luego sigue con un par de cosas más, pero no me suelta ni un insulto. Anda todo dócil. Supongo que sabe que lo pueden estar grabando. Me pregunta si es verdad que hablo varios idiomas, le digo que sí. No recuerdo bien si me dijo que él también dominaba otros, pero lo cierto es que todo el tiempo nos comunicamos en inglés. Casi al final me pregunta por qué hago lo que hago, entonces le respondo de la única manera que se me ocurre:
—¿Qué aprendería usted si desde chico lo encerraran en una cárcel con criminales?
“Creo que esa respuesta no fue siquiera soberbia, sino más bien sincera. Muy sincera. El tipo no dice nada. Se queda callado por un rato. Después de eso hablamos algo más y luego cuelga. Al menos que yo sepa, nunca más volvió a llamar.
“Poniendo las cosas en contexto todo resulta fácil de entender. Es obvio que todo el tiempo se trató de Kirk Sullivan, el mismo detective que me venía siguiendo la pista desde el robo en el Four Seasons de Las Vegas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en ese momento yo aún no sabía quién era él. Como ya dije antes, sólo pude a tener las cosas claras un par de años después”.
***
Según Kirk Sullivan:
“Todo lo que dice Betancur es un gran chiste. No son más que mentiras de su parte, tanto como lo son sus varias identidades. No me sorprende para nada que alguien cuya vida se soporta en la mentira quiera venir a calumniarme. Es el precio que debo pagar por ser uno de los detectives que por más tiempo lo persiguió.
“La verdad de las cosas es que entrevisté a Betancur sólo una vez por teléfono. Para entonces, después de mucho investigar, ya había podido identificarlo con nombre y apellido. Así que cuando supe de su arresto en Dublín me apresuré a llamar a la prisión y me pusieron al habla con él4. Lo hice respetando el conducto regular. No fue sólo llamar y ya.
“Recuerdo que le hablé en español. Entiendo suficiente de español debido a que viví por una temporada en Guatemala cuando estaba joven. De hecho, entiendo varios idiomas. Así que no tuve que insultarlo para captar su atención. Soy un profesional en esas cosas, no necesito recurrir a insultos. Indagar a alguien cara a cara es de por sí bastante difícil, no hace falta imaginarse entonces lo que es hacerlo por teléfono, desde el otro lado del océano. Una sarta de insultos no me hubiera servido para nada en ese instante. ¿Qué obtendría yo con eso? Fui amable con él a fin de llevar a cabo una entrevista completa. Fue una llamada más bien corta. Básicamente me interesaba que admitiera que estuvo en Nevada. Me resultaba fundamental ese testimonio, ya que de eso se desprendía lo del Four Seasons. Lo primero que le pregunté era si me autorizaba grabar la entrevista. Como detective estaba en la obligación de preguntárselo. Me respondió que no, que no me autorizaba grabarlo.
“En un momento pensé que colgaría el teléfono, pero logré atraer de nuevo su atención hablándole en italiano. ‘Che cosa stai facendo?’5, le pregunté, a lo que sin chistar me respondió en italiano. Luego seguí con una serie de preguntas en francés. Nada complicado, sólo para tantearlo. ‘Betancur ce un joli prenom’6, ante lo que se despachó hablando en francés. De tal modo que en ningún momento lo insulté, como él asegura.
“Durante aquella entrevista pude notarle la vanidad por el hecho de hablar varios idiomas. Entonces quise dejarlo fanfarronear con el inglés. Le pregunté: ‘And how is your English?7 Se animó y empezó a hablar muy rápido. En un momento me aseguró que podía hablar desde el inglés del rey (británico) hasta el americano, con sus respectivos acentos. Le pedí entonces que lo hiciera.
—¿En cuál de los dos? —preguntó.
—En ambos —le dije—. Hábleme en ambos.
“Me quedé sorprendido apenas escucharlo, aunque nunca se lo llegué a admitir. Comenzó a hablar en inglés británico y se deslizó hacia una entonación americana, como si fuera un sujeto de Texas8. Era impresionante lo convincente que sonaba. Nunca había visto que alguien hiciera algo semejante. En algún momento le dije unas cuantas cosas en alemán, pero me respondió que no entendía. De hecho, lo admitió con algo de vergüenza. De los otros idiomas, en cambio, puedo garantizar que los domina como si fuera su lengua materna, en especial el inglés.
Me quedé sorprendido apenas escucharlo, aunque nunca se lo llegué a admitir. Comenzó a hablar en inglés británico y se deslizó hacia una entonación americana, como si fuera un sujeto de Texas8. Era impresionante lo convincente que sonaba.
“Todo aquello me hizo reflexionar acerca de lo inteligente que es. Debido a mi experiencia con idiomas puedo decir que es bastante difícil aprenderlos del modo en que él lo ha hecho. No cualquiera puede dominarlos de ese modo. Sin embargo, desconozco de qué manera los aprendió. No recuerdo si le pregunté acerca de ello, y si lo hice no tengo forma de verificarlo, ya que —como mencioné antes— no me dejó grabar ni una palabra. En todo caso, Betancur me resultó un tipo extraño. Hablaba con soberbia, aunque también había momentos en que parecía buscar alguna compasión.
“Por mi parte, creo que logré sacar provecho de esa entrevista. Gracias al truco de los idiomas pude obtener algo de información que lo incriminaba. Supongo que por eso ahora ha empezado a decir mentiras sobre mí. No me importa. Betancur es un tipo que va por la vida diciendo mentiras para robar a la gente que ha alcanzado el éxito con algo de lo que él carece: capacidad de trabajo. Esa es una culpa que lo acompañará por el resto de la vida. La recordará cada vez que se mire ante el espejo”.
***
Juan Carlos permaneció recluido en Cloverhill hasta el 26 de marzo de 2006. Ese día, en la Corte —bajo el nombre de Alejandro Cuenca— se declaró culpable del robo en The Merrion ante la jueza Katherine Delahunt, quien lo condenó a pasar dos años en prisión. El fallo involucró una sentencia concurrente de dieciocho meses por los cargos de engaño al momento de comprar el Rolex en la tienda Weir & Sons y la cadena y el anillo en John Brereton. La condena fue retroactiva y sumó el tiempo que llevaba detenido en Cloverhill9, luego de lo cual sería cambiado de prisión. Alana MacCárthaigh, la abogada que lo representaba, alegó durante el juicio que Juan Carlos nunca había obrado con violencia y que aceptó su culpabilidad en los actos que se le imputaron. Al final todo eso pareció hacer mella en la decisión tomada por Delahunt, quien se refirió a ‘Jordi’ como un hombre sin una mente criminal brillante y al que le gustan las cosas buenas de la vida, pero no pagar por ellas’.
Aquel día, la audiencia fue seguida por la prensa de Dublin. Las cámaras de los noticieros y periódicos locales mostraron a Juan Carlos a su salida de la Corte mientras un oficial de Garda Síochána lo sujetaba por el brazo hacia un furgón, esposado y con un libro entre las manos. Caminaba de modo soberbio. Llevaba lentes y un jersey azul oscuro de Ralph Lauren por el que se asomaba el cuello de su camisa, de un azul claro, lo que le confería un aire de universitario adinerado. Cuando pasó frente a la prensa siguió de largo sin dar ninguna declaración. El detective Bryan McGlinn también estuvo aquel día en la audiencia y al final de la misma habló con los reporteros.
Como muestra una nota del noticiero Six One News, de la Radiotelevisión de Irlanda (RTÉ):
BRYAN DOBSON, PRESENTADOR: Un hombre buscado por la policía en varios países ha sido sentenciado hoy a dos años de prisión en la Corte de Crímenes de Dublín. Alejandro Cuenca se declaró culpable de extraer dinero y varios objetos valiosos de una de las suites del hotel The Merrion de Dublín el pasado mes de junio y de usar una tarjeta de crédito que también robó en esa oportunidad. Cuenca había escapado de una prisión de Reino Unido días antes de cometer crímenes aquí.
NOTA DE JOHNSON CLINCH, PERIODISTA: Un sujeto al que le gusta la buena vida pero al que no le agrada pagar por ella. Así calificó la jueza Katherine Delahunt a este hombre al momento de sentenciarlo a dos años de prisión, y de quien también dijo que no tiene una mente criminal brillante. Sin embargo, su identidad es materia de discusión.
Él dice que su nombre es Alejandro Cuenca, de 25 años y proveniente del sur de España. Sin embargo, Garda asegura que se trata de Juan Carlos Guzmán Betancur, de 29 años y posible hijo de un ex diplomático colombiano. Aún así, nada está claro, ya que también puede tratarse de Gonzalo Vives Zapater, uno de los cerca de quince alias que se sabe que utiliza. Sea cual fuere su identidad, lo único cierto es que cometió un robo aquí, en el hotel The Merrion.
Cuenca robó una cartera, un pasaporte y una serie de joyas de la habitación de un turista proveniente de Beverly Hills, así como una tarjeta de crédito, la cual usó después para comprar un reloj Rolex y ropa de la tienda Brown Thomas. Alejandro Cuenca llegó a Irlanda proveniente de Reino Unido, donde estuvo detenido por un caso similar, pero escapó tras ocho semanas de encierro, luego de que fue sentenciado a cuarenta y dos meses de cárcel. Garda lo identificó y capturó gracias a imágenes de circuito cerrado de televisión y recortes de periódicos.
BRYAN MCGLINN, DETECTIVE GARDA SÍOCHÁNA: Él ha usado diferentes alias. Es capaz de adoptar diferentes personalidades y domina varios idiomas. Es un estafador muy inteligente, pero no es violento de ningún modo.
JOHNSON CLINCH, PERIODISTA: Órdenes de detención contra Alejandro Cuenca han sido emitidas desde Las Vegas, Francia y Reino Unido, donde es buscado para que cumpla el resto de su sentencia. Johnson Clinch, Noticias de la RTÉ.
***
En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Fueron varias las audiencias a las que debí ir antes de que me dictaran sentencia. Esos procesos tardan una eternidad. Llevan a cualquier cantidad de presos para que los atienda un solo juez y mientras uno espera su turno puede pasarse un día entero. Bryan estaba en todas las audiencias, pero no siempre podíamos hablar, así que yo llevaba un libro para leer mientras el juez atendía todos esos otros casos. La situación se repitió el día en que me dictaron sentencia, es por eso que en las fotos de los periódicos y en las imágenes de los noticieros me veo con un libro en las manos luego de que me sacan de la Corte. No recuerdo qué libro era, pero seguramente se trataba de una novela histórica o de poesía árabe, que me encanta.
“Ahora bien, a mi parecer, aquel día la jueza se equivocó en sus apreciaciones. No la culpo, era una tipa que rondaba los cincuenta años. Estaba pisando las puertas del asilo. Antes de dictarme sentencia hizo una serie de juicios de valor que a mi parecer fueron errados y tendenciosos. Salió a decir que me gusta la buena vida pero no pagar por ella. ¡Qué cosa más alejada de la realidad! Jamás me he ido de un lugar sin saldar mis deudas. Todo lo que tengo lo he costeado. No importa el método con el que obtuve el dinero para hacer los pagos, esa no es la cuestión aquí, sino el resultado, y el resultado es que he pagado. Así que no me tomé para nada bien los comentarios de esa tía.
“No hace falta tampoco enfrascarse en ese asunto. Aquello pasó y punto. Ya es historia. El caso es que luego de que recibo la condena un policía me saca de la sala y me lleva hasta un furgón de Garda Síochána. Siempre me transportaban en eso. Se trataba de un camión con varias celdas en su interior. Una cosa enorme. Cabían unos doce presos juntos. Ningún policía viajaba adentro con los detenidos. Simplemente me metían allí, cerraban las puertas y listo. Sólo las abrían cuando regresábamos a la prisión.
Salió a decir que me gusta la buena vida pero no pagar por ella. ¡Qué cosa más alejada de la realidad! Jamás me he ido de un lugar sin saldar mis deudas. Todo lo que tengo lo he costeado.
“La primera semana después del fallo condenatorio estuve en un lugar de tránsito en el centro de Dublín. En ese lugar debí esperar a que me clasificaran y dijeran cuál sería mi lugar definitivo de confinamiento. Me declararon como preso de máxima seguridad. No tengo la menor idea de por qué lo hicieron. Seguramente Swindells estaba detrás de todo eso. No me extrañaría que hubiera llamado al sistema de prisiones irlandés para decirles que yo era un tipo peligroso. Lo cierto fue que de inmediato me enviaron a la prisión de Portlaoise10, una verdadera mazmorra.
“Aquel sitio es un castillo antiguo, una construcción hecha en piedra que parece sacada de Dungeons & Dragons11. Allí adentro todo es una mafia. Los presos son tan difíciles que ellos mismos son quienes ponen las reglas del lugar. Funcionan como un sindicato: de puertas para adentro son ellos quienes deciden quién es aceptado y quién no. De ese talante es la cosa allí. En mi caso no hubo lío. Swindells y los noticieros de televisión me pintaron como un monstruo, por lo que a la larga los presos sabían de mí antes de que ingresara. Estaban impresionados y no me armaron ninguna bronca. Obviamente, ese tipo de cosas es algo que el sistema de prisiones de Irlanda jamás reconocerá públicamente.
“Así que apenas llego me encuentro con una prisión de cuatro niveles en la que las celdas parecen ser las mismas en las que debieron meter al marqués de Sade12: frías, llenas de cucarachas y ratones. Hay barrotes en las ventanas y las puertas son de madera, pero no cualquier madera, sino una antiquísima, como de la época de las cruzadas. Impenetrables. Para rematar, en las celdas no hay baño. Te encierran y quedas jodido. Debes aguantar hasta el día siguiente para hacer tus necesidades.
“Yo estaba en la Unidad E, que es la de los extranjeros. Así que me ponen en medio de albaneses, lituanos, turcos, afganos, rusos… Gente de todas partes. Ningún nivel se comunica con otro y los presos irlandeses no se juntan con los extranjeros. Lo tienen por norma. Entre ellos también están divididos. De un lado están los irlandeses blancos y del otro, los irlandeses negros. No se mezclan. El racismo y la xenofobia son totales. Así que ellos en su lugar y nosotros en el nuestro. Los guardias no se quedan atrás. Todos son militares y también xenófobos. A los extranjeros nos trataban como una mierda. Nos decían que nosotros éramos quienes llevábamos todo tipo de enfermedades a Irlanda, que no merecíamos estar en ese país. Así que alguna vez le dije a uno de ellos que yo tenía la nacionalidad española, que era europeo tanto como él. Me mandó a tomar por culo.
“Irlanda es un país del que me da vergüenza decir que pertenece a la Unión Europea. Es una nación totalmente atrasada. Y en materia penal, ni hablar. Sus procesos tardan hasta tres y cuatro años en ser resueltos mientras que mucha gente sigue pudriéndose en sus cárceles, incluso por cosas muy pequeñas. Para los irlandeses los presos son lo peor. Recuerdo un día en el que estábamos haciendo la fila para cenar cuando en esas se acerca un chaval de Camerún que mide como dos metros de alto. La comida era trozos de jamón cocido con patatas. El tío se queda viendo todo eso y le dice a uno de los guardias:
—Yo soy musulmán, no puedo comer eso.
“Entonces el guardia, sin ningún reparo, se despacha contra él:
—¡¿Acaso crees que estoy aquí para darte de comer?! —le dice—. Yo estoy aquí para vigilar, no para ser tu sirviente, negro hijo de puta.
“El guardia ni siquiera ha terminado de putear al negro cuando ya tiene a éste encima suyo. Le da una de hostias que por poco y lo noquea. El tío se tambalea, pero aún así el negro no se frena. Le rodea por el cuello con el brazo y lo estampa contra una reja. Aprieta y aprieta tan fuerte como una boa constrictor hasta que el guardia empieza a perder el aliento. Cuando ya está por desmayarse aparece un puñado de militares que le quita al negro de encima. Vaya paliza que le dan a ese pobre negro. Entre todos le lanzan macanazos para dominarlo. Cuando lo logran, lo sacan de allí y se lo llevan para el hueco. Así le llamábamos a la unidad psiquiátrica, donde colocaban a quienes se portaban mal. Los mantenían sedados todo el tiempo. Por esos días me pusieron a trabajar en ese sitio haciendo limpieza y allí pude ver al negro. Sentí mucha lástima por él. Sólo trató de hacer respetar sus derechos y a cambio recibió semejante castigo. Así funcionan las cosas en Portlaoise.
Sus procesos tardan hasta tres y cuatro años en ser resueltos mientras que mucha gente sigue pudriéndose en sus cárceles, incluso por cosas muy pequeñas.
“En la planta baja mantenían a los presos más peligrosos. Tíos del IRA y grandes traficantes de droga provenientes de toda Irlanda estaban allí. Se trataba de unos sujetos bien difíciles. Incluso, los mismos guardias nos tenían prohibido que entráramos en contacto con aquellos. Ni falta que hacía.
“Los otros internos con los que yo permanecía en la unidad eran menos peores, pero no por ello unas santas palomas. Por lo general me topaba con ellos en un nivel que estaba destinado para educación, artes, cocina y todo eso. Se trataba de unos personajes que resultaban ser de la más alta clase social del crimen, sujetos que se habían cargado hasta veinte tíos pero que no sabían ni usar un ordenador. De hecho, yo debía ayudarles a desbloquear los computadores de la prisión para que pudieran leer sus correos, las noticias y cosas por el estilo. Recuerdo que me decían que yo les resultaba inteligente y calmado, todo lo contrario a lo que se decía en las noticias. De ese modo logré echármelos al bolsillo, algo nada fácil en Portlaoise, donde hay que rendirle pleitesía a todo mundo, desde los propios internos hasta los guardias. De lo contrario, no recibirás permiso ni para ir a la enfermería.
“De hecho, pasar de un lado a otro en esa prisión es una odisea. Debes informar a los militares de todo movimiento que pienses hacer. Los ves con sendas armas automáticas vigilando todo desde los techos, andando por los muros y parapetados en las garitas. Aún así, mucho internos se las arreglan para meter allí lo que se les antoja: cigarrillos, drogas, alcohol… Al final todos resultábamos beneficiados con eso, porque con frecuencia manteníamos borrachos todo el día.
“En lo que respecta a las visitas, la única que yo recibía era la de Bryan. Él siguió yéndome a visitar cada tanto, como lo hacía en Cloverhill. Pese a las buenas migas que habíamos hecho aún pensaba que yo tenía alguna conexión dentro de The Merrion, un cómplice. Así que cada vez que nos veíamos me preguntaba por lo mismo, como tratando de ampliar su investigación. Debió pasar cierto tiempo para que se convenciera de lo contrario. Luego siguió yendo para saludar y ver cómo me encontraba.
“Un día, mientras yo hablaba con otro preso, se me acerca un guardia y me informa que tengo visita. Era Bryan. Voy a su encuentro y comenzamos a hablar. Me dice que lo ha llamado Swindells y le ha comentado algo respecto de una solicitud de extradición que Francia estaría tramitando a mi nombre. Es decir, que me quieren reclamar de ese país. Me explica que en Garda Síochána no saben nada, que no han recibido copia de ningún tipo de solicitud por parte de Europol13.
“Como a la semana de haber hablado eso con Bryan me llaman a Corte y me informan oficialmente del asunto. Según me dicen, tiene que ver con unos robos que yo había cometido en un par de hoteles de París en los años 2000 y 2001. También mencionan unas compras con tarjetas de crédito robadas que sumaban unos doce mil dólares —aunque yo sabía que era muchísimo más—. En ese momento no supe ni qué pensar. Lo cierto del caso es que en Francia me habían juzgado en ausencia por los delitos de robo, fraude y falsificación14. Las autoridades francesas se habían enterado de mi detención en Irlanda y entonces querían aprovechar ese hecho para extraditarme. Me quedé frío. Era la primera vez que debía enfrentarme a un pedido de extradición”.
***
La cuestión de la extradición había resultado por donde menos se esperaba. Hasta el momento en la vida de Juan Carlos, Francia ni siquiera se veía como un resquicio por el cual pudiera colarse algún tipo de reclamación como la que se estaba dando. Resultaba más lógico prever que una cosa de ese orden proviniera de la justicia británica debido a su jugada en Standford Hill tras recibir la licencia médica.
Los ingleses no se habían puesto con eufemismos al respecto. Para ellos lo cometido por ‘Jordi’ fue una fuga y en virtud de aquello ordenaron su arresto. Sin embargo, Reino Unido jamás pidió a Irlanda que extraditara a ‘Jordi’ luego de que supo que estaba preso en ese país. ¿Qué razón pudo haber para que no lo hiciera?
Según el detective Christian Plowman, luego de que ‘Jordi’ escapó de Standford Hill, tanto él como Andy Swindells adelantaron un intenso proceso de búsqueda que sólo terminó cuando conocieron que aquel había sido capturado en Irlanda. Tras ese hecho, ambos intentaron poner a andar una solicitud de extradición, pero la misma no fue respaldada por el Crown Prosecution Service (fiscalía), que argumentó que resultaba bastante difícil extraditar a una persona desde Irlanda tanto por los costos como por los vericuetos legales que ello implicaba.
De haberse aceptado la solicitud de extradición que hicieron Swindells y Plowman, el proceso de reclamación de ‘Jordi’ podría haber tardado hasta un año en ejecutarse, y aún así no habría existido certeza de que Irlanda estuviera dispuesto a entregárselos, no tan fácilmente. De esa presunción derivó que la solicitud de extradición nunca fuera radicada por Londres. Plowman también refiere que en caso tal de que Juan Carlos decida regresar a Reino Unido y sea descubierto en el país, será arrestado y deberá servir el resto de la condena que quedó debiendo al huir de Standford Hill, sin descontar los otros agravantes que se sumarán a raíz de ese incidente15. No había caso. Sin importar cuál fuera el país que se lo disputara en ese entonces, lo único cierto era que la justicia había empezado a pasarle factura a ‘Jordi’ de un modo que ni él mismo lo esperaba.
1 Jesse Hyde es un periodista estadounidense cuyos trabajos han sido publicados en las revistas Rolling Stone, Maxim, Details, Men’s Journal y Village Voice. Hyde -un periodista de investigación-ha escrito acerca de la violencia generada por el narcotráfico en México, los supremacistas blancos en Texas, y una misteriosa colonia de gemelos en Brasil, entre otros temas.
2 Expresión popular en inglés usada para referirse a la felación.
3 En castellano, “cuida tu espalda”.
4 Una versión entregada por Christian Plowman a diferentes medios de comunicación refiere que fue él quien informó a Kirk Sullivan sobre la captura de Juan Carlos Guzmán Betancur en Dublín y lo puso en contacto con el detective Bryan McGlinn para que le permitiera interrogarlo por teléfono. Si esto en efecto ocurrió de tal modo, entonces McGlinn tendría pleno conocimiento de quién era el detective que llamaba desde Las Vegas, lo que desvirtuaría el testimonio de Guzmán Betancur, quien asegura que nadie sabía la identidad del hombre que llamaba a insultarlo y amenazarlo identificándose como policía.
5 En castellano: ‘¿Qué cosa está haciendo?’.
6 En castellano: ‘Betancur es un buen nombre’.
7 En castellano: ‘¿Y cómo está su inglés?’.
8 Según Juan Carlos Guzmán Betancur, el acento tejano es su acento natural cuando habla inglés estadounidense.
9 Previamente, el 24 de noviembre de 2005, el Tribunal del Condado de Dublín había hallado culpable a Juan Carlos de robo y cuatro cargos adicionales por obtener ganancias con base en engaños, según un registro de sus antecedentes penales en el mundo del que da cuenta la justicia de Estados Unidos.
10 Construida en 1830, la prisión de Portlaoise, en el condado de Laois, es una de las más antiguas del sistema de prisiones de Irlanda. Es particularmente conocida por albergar un grueso número de condenados pertenecientes al Ejército Republicano Irlandés (IRA, por su sigla en inglés) y otras organizaciones paramilitares ilegales. Hoy en día la mayoría de los reclusos son algunos de los delincuentes más peligrosos de Irlanda, como miembros de bandas de narcotraficantes y criminales condenados a cadena perpetua. Portlaoise (que debe su nombre al pueblo en el cual se encuentra) tiene capacidad para 339 internos, pero debido a su condición de alta peligrosidad su cantidad de ocupación es de una media de 119. La prisión permanece custodiada por un gran número de miembros de las Fuerzas Militares de Irlanda equipados con fusiles de asalto y ametralladoras antiaéreas, lo que la convierte en una de las cárceles más seguras de Europa. Una zona de exclusión aérea opera en todo el complejo. Su perímetro está formado por altos muros provistos de cámaras, sensores y trampas para tanques, y durante años ha sido materia de controversias fundamentadas en el maltrato a los internos.
11 Dungeons & Dragons es un juego de rol creado en 1974 por los estadounidenses Gary Gygax y Dave Arneson, el cual ha dado origen a juegos de video, libros, películas y una serie animada.
12 Donatien Alphonse François de Sade (2 de junio de 1740 – 2 de diciembre de 1814), fue un filósofo y escritor francés conocido por su título de marqués de Sade y autor de obras como Los Crímenes del Amor, Aline y Valcour, así como otras numerosas novelas, cuentos, ensayos y piezas de teatro en las que la expresión de un ateísmo radical y la descripción de parafilias y actos de violencia extrema son el común denominador. Debido a sus expresiones fue encarcelado por diferentes instancias, por lo que pasó veintisiete años de su vida encerrado en diferentes fortalezas y asilos para locos.
13 Oficina Europea de Policía.
14 Según indicó Juan Carlos Guzmán Betancur para este libro, los hechos por los cuales se le juzgó en ausencia y era pedido en extradición estaban relacionados con una serie de robos que él cometió en los hoteles Bristol, De Crillon y Ritz, en París, y no en el George V (de la cadena Four Seasons), como se llegó a señalar alguna vez. Los hechos incluyeron como víctimas a la esposa del rey de Arabia, a un ciudadano árabe y a otro sujeto ruso. Sin embargo, Guzmán Betancur aseguró que en ninguno de esos casos robó tarjetas de crédito.
15 Los testimonios registrados en este apartado fueron dados por el detective Christian Plowman a la periodista Louisa Jaslow, de la productora de televisión CMJ Productions, en Canadá, quien a su vez los facilitó para este libro. En el momento en que este libro se escribía, entre 2012 y 2013, CMJ Productions trabajaba para el canal Discovery Investigation en la realización de un programa de seis capítulos denominado ‘Impostors’, uno de los cuales describe el prontuario criminal de Juan Carlos Guzmán Betancur, para lo cual se trabajó de manera conjunta con el autor.
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