“En verdad tenía todas las intenciones de cumplir mi pena, pero si regresaba daba igual que si me fuera”.
A mediados de abril de 2005 Juan Carlos Guzmán Betancur fue trasladado a Standford Hill, una prisión abierta ubicada en la isla de Sheppey, en la costa norte del condado de Kent, en Reino Unido. El lugar, a unos cuarenta kilómetros de Londres y con capacidad para cuatrocientos reclusos de baja peligrosidad, funcionaba más como un reformatorio que como una prisión. No se parecía en nada a los otros lugares en los que ‘Jordi’ había estado antes. Allí no había celdas ni barrotes, sino habitaciones. Tampoco se usaban uniformes ni grilletes. Incluso los fines de semana podía tomárselos libres y salir del lugar con la condición de que regresara a una hora precisa. Ni siquiera tenía a un guardia respirándole en la nuca para evitar que se fugara. Si eso llegaba a ocurrir, las cosas serían a otro precio. De inmediato sería declarado prófugo y tendría que vérselas seriamente con la justicia británica. Sin embargo, una tarde, después de que recibió una licencia médica y se le permitió salir, ‘Jordi’ jamás regresó a la prisión.
Según Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Cuando llegué a Standford Hill me encontré en una antigua base de la Real Fuerza Aérea que más bien parecía una granja. Era una prisión abierta, para presos de categoría D1. Es decir, que se puede salir de ella con algunas restricciones y utilizar cosas que en otras cárceles están prohibidas, como el ordenador. De hecho, tuve ganas de usar el mío allí, pero los jodidos tíos de Scotland Yard se lo habían quedado. Me lo incautaron desde el momento mismo en que Swindells y Plowman fueron al piso que tenía rentado con Philippe en Lisson Grove. Para mí no hay nada más importante que mi ordenador. Así que le pedí el favor a alguien de Standford Hill que se comunicara con Scotland Yard y se lo reclamara, pero la única respuesta que me pasaron fue: ‘Dígale que mientras esté detenido nosotros no le vamos a devolver nada’. Aquello fue una putada. Le dije a los tíos de Standford Hill que insistieran para que me lo regresaran. Hicieron hasta donde les fue posible. Incluso llegaron a hablar con el propio Swindells, pero éste les dijo que no sólo mantendrían incautado mi ordenador, sino que también trabajarían para que yo fuera extraditado a Francia. Swindells les aseguró que eso ocurriría después de que yo dejara Standford Hill. Dijo que él mismo estaba a cargo del asunto. ¡Qué tal el gilipollas! Quería sepultarme en una maldita prisión.
“Por fortuna las cosas no estuvieron tan mal en Standford Hill. Era un único edificio dividido por áreas: una para talleres, otra para estudio, otra para dormitorios y así sucesivamente. En la parte de atrás estaba la zona de comidas. Era allí donde llegaban todos los alimentos y donde me pusieron a trabajar desde el comienzo. Me encargaba de alistar cajas con cereal y bizcochos para el desayuno diario de los presos en toda el aérea de Londres. Seleccionaba las raciones y decía: ‘Para tal prisión van tantas unidades de muesli, para esa otra van tantas de tal cosa, aquella cantidad de bizcochos es para los judíos y la de más allá para los musulmanes’. Me encargaba de dejar varias de esas raciones listas para que fueran despachadas. Ese era mi trabajo. Nada mal para lo que me había tocado hacer en otras partes.
“Pese a lo extensa que consideré la condena, Standford Hill me parecía un buen lugar. Casi todos los que estábamos allí pagábamos delitos menores, así que no teníamos que andar con grilletes ni nada por el estilo. Tampoco usábamos uniforme. Nos dejaban vestir con nuestra propia ropa. Los guardias —que eran pocos— nos trataban bien, y las celdas ni siquiera tenían barrotes. Eran habitaciones, propiamente hablando. Incluso cada interno tenía su llave. De cierto modo todo aquello parecía más bien una pensión del gobierno inglés que una prisión. Aún así estás consciente de que eres convicto y de que eso es una cárcel, no un hotel.
“Cada fin de semana nos daban permiso de salida. Parecíamos empleadas domésticas. Nos decían: ‘Váyanse y vuelvan a tal hora’. Me iba con otros internos a un pueblo cercano a beber cerveza. Teníamos licencia para eso. Nadie nos vigilaba. Andábamos por todo el lugar sin ningún problema. En términos generales, la isla de Sheppey me venía bien. Es la típica isla inglesa: verde, muy verde, con muchas granjas, un aeródromo privado y pequeñas fábricas. Incluso tiene un gran centro deportivo, así que podíamos ver a todos esos pálidos ingleses tratando de tomar el sol. Daba risa ver esa escena. Le sacábamos provecho cada tanto.
“Luego de estar en el pueblo, regresábamos a Standford Hill. Las cosas marchaban bien en la prisión siempre que se respetaran los horarios de salida y de llegada. Sin embargo, como a los dos meses de estar allí, las cosas se pusieron mal para mí. Ocurrió de repente, una vez que me dijeron que debía visitar al dentista.
—¿Para qué? —pregunté.
—Para un examen —dijeron.
—No estoy enfermo. No veo la necesidad —repliqué.
—Igual, tiene que ir. Es por norma general.
“Esa fue su destemplada respuesta. ¡Qué tíos más pesados! Son ellos los que te dicen cuándo debes ir al médico y cuándo no. Tenían enfermeros allí, pero no doctores. Para que te viera uno debías salir de la prisión y atravesar un puente o bien tomar un tren que te llevara a ‘main land’ (tierra firme).
“Los mismos tíos de la prisión se encargaron de pedirme la cita médica, me acompañaron a la estación del tren, me dieron un billetito de ida y otro de regreso y me pasaron cinco libras esterlinas2 en efectivo para gastos. Era poco, pero hay que tener en cuenta que yo iba para las afueras de Londres y allá las cosas son más baratas. Me despacharon solo a la tal cita, sin alguien que me acompañara. Al cabo de una hora y media llegué al pueblo en el que vivía el dentista. Ahora no recuerdo el nombre del lugar, pero lo cierto es que cuando crucé la puerta del consultorio parecía como si todo el pueblo estuviera ahí dentro. No había ni siquiera dónde sentarse. ‘¡Madre mía! ¿Cuánto tomará todo esto?’, pensé. Me acerqué a la chica de la recepción y le dije que era un reo, que tenía hasta las cuatro de la tarde para volver a la prisión y que si me pasaba de ese tiempo iba a tener serios problemas con la ley. Intenté insinuarle que me dejara pasar delante de toda esa gente, pero la muy cafre viene y me dice que tome un turno y aguarde en la fila como todos los demás. ¡Joder!
“Después de mucho esperar el dichoso dentista sale y me atiende, aunque no por eso la cosa fue más rápida en la consulta. El tipo se demoró una eternidad revisándome los dientes. Era un lerdo completo. Con razón y los pacientes se le agolpaban afuera. Al final, cuando ya terminó conmigo y salí a la sala de espera, pude ver la hora. ¡Puta! Eran más de las cuatro de la tarde, la hora fijada para regresar. No tenía caso siquiera llamar a la prisión para reportarme. Una vez se ha pasado el tiempo de regreso te zampan como prófugo en una lista. Es algo automático. No hay nada que se pueda hacer. En verdad tenía todas las intenciones de cumplir mi pena, pero si regresaba daba igual que si me fuera. Así que en ese momento y sin echarle mucha cabeza al asunto decidí no regresar jamás a Standford Hill.
“Ahora bien, aquello no fue una fuga. Para que lo fuera tendría que haberme escapado desde dentro de la prisión. Entiendo que el asunto puede parecer una leguleyada de mi parte, pero en verdad es así como funciona. A mí me mandaron afuera y yo simplemente no volví. Jurídicamente eso se conoce como ‘no retorno a tiempo’. En ningún momento se le denomina fuga, aunque muchos lo consideren de ese modo.
“Una vez que salgo del consultorio me dirijo a la estación del tren. Pido que me cambien el billete que me habían dado para regresar a Shippey por uno que me permita llegar a Londres. No hubo lío en ese cambio, ambos billetes costaban lo mismo. Londres era el único lugar al que podía ir. Desde tiempo atrás había dejado guardada una caja de seguridad con dinero y pasaportes para casos de emergencia, como ese. Sólo yo sabía dónde estaba la dichosa caja. Así que abordo el tren y cerca de una hora después llego a Londres. Voy a por el dinero, lo retiro junto con un par de pasaportes y de inmediato tomo un taxi que me deja en el aeropuerto de Heathrow. Allí compro un billete para Irlanda y al cabo de un par de horas llego al aeropuerto de Dublin. Ingresé con un pasaporte italiano que llevaba, uno original.
“Para entonces, Standford Hill ya debía haber reportado mi ‘fuga’ a la policía local. De todos modos, no hubo ninguna alerta pública ni nada por el estilo. Al menos no que yo supiera. Tanto es así que pude salir de Londres y entrar a Dublin sin ningún problema.
“Durante varios días no hice muchas cosas en Dublin, salvo pasear y visitar museos. Ese plan me gusta, suelo disfrutarlo cada vez que viajo a alguna parte. Para entonces ya llevaba un buen tiempo sin hacer nada de lo mío, nada de mi trabajo, me refiero. Así que paso frente a un hotel, The Merrion, y se me antoja entrar a ver qué encuentro. The Merrion es un buen hotel de la ciudad, pero no el mejor. El mejor es el de ‘Bono’, el vocalista de U23. No recuerdo cómo se llama ese hotel4, pero en la planta baja funciona The Kitchen, una disco club que también es de propiedad del cantante.
“El cuento es que ese día5 nadie de seguridad de The Merrion se fija si soy huésped o no. Entro sin ningún lío por la parte moderna, que a todas estas viene siendo la parte posterior del hotel. Es un edificio bastante grande en el que todo el mobiliario parece traído de la China. No tiene nada de original. Allí, exagerando, una suite no pasa de los mil euros por noche. Es la parte de los pobres. Adelante hay otra área, la de los ricos. Está conformada por cuatro antiguas casas georgianas, típicas irlandesas, que fueron unidas entre sí tras una restauración. Allí una suite puede costar perfectamente cuatro mil euros por noche. De todas formas, decido quedarme en la parte moderna. Camino por el lugar y me confundo entre los turistas. Iba vestido con ropa de verano. Llevaba puestos unos jeans y una camiseta azul con estampado que me resultaba muy chula. Decía: ‘Save water-Drink beer’6.
“Después subo a una de las plantas superiores a ver qué puedo pillar. Doy un par de vueltas de un lado a otro y me fijo que en ese momento hay una camarera joven, de origen asiático, haciendo aseo. Eso es una buena señal. Significa que hay varias suites vacías. Así que hago la pantomima de que estoy buscando la llave entre mis bolsillos y me dirijo a la mujer. Le digo que soy el huésped de una de esas suites, se la señalo con el dedo y le lanzo el cuento de que he olvidado mi llave adentro. La tipa parece convencida de eso, pero cuando le digo que me deje entrar se niega a ayudarme. Me pide que la disculpe, ya que ella no está autorizada para abrirme ninguna puerta. ‘En la recepción le dan otra llave señor’, dice. ¡Joder! De todos modos me tomo la cosa con calma. Hago de cuenta que no ha pasado nada. Ni siquiera le insisto con el tema. Así que le agradezco por el dato de la recepción, doy media vuelta y cuando ya estoy por marcharme la tipa me ataja. Me dice que ella va a cuidar de mis niños esa noche.
—¿Perdón? —le pregunto desconcertado.
—Yo voy a ser la niñera esta noche… por el servicio que usted pidió. ¿No?
“Al instante logro captar de qué va la cosa. La tipa cree que soy el huésped de la suite y me habla de un servicio que el verdadero debió contratar poco antes. Le seguí la cuerda. Le dije que sí, que desde luego la esperaba para que cuidara de mis niños esa noche. Luego empieza a contarme su experiencia como niñera. Me quedo ahí parado, como un imbécil, escuchando esa palabrería. Pero después, entre pregunta va y respuesta viene, logro entender que en esa suite se está quedando una pareja con un par de niños bien pequeños. Cuando terminamos de hablar voy a la recepción. Me atiende uno de los chavales del lugar, uno de origen alemán. Lo supe desde el primer momento porque arrastraba el acento al hablar. Así que rompo el hielo con él por ese lado. Le digo que entiendo algo del idioma, a tal punto de que cruzamos un par de palabras en alemán. Luego, cuando veo que tengo su confianza, le digo que he perdido mi keycard y le lanzo el anzuelo para ver si me puede dar una.
—¿Cuál es su número de habitación, señor? —pregunta.
“Era una cifra de tres dígitos que ahora se me escapa, pero en ese momento —como la había visto en la puerta de la suite– la mencioné sin ningún problema. Como para que no dudara de lo que decía eché mano de lo que antes me había contado la camarera. Entonces le pedí que me confirmara el servicio de niñera. El chaval se me queda viendo y me dice:
—Ah… ¿Es usted el que pidió el servicio de niñera para esta noche?
—Sí… ¿Por qué? —pregunto.
—Pues mire usted qué coincidencia —dice—. Fui yo quien tomó su servicio hace un rato.
“En verdad que la suerte existe. Resulta que el chaval había atendido el servicio por teléfono, pero al igual que la camarera, tampoco conocía al sujeto en persona. Pensaba que era yo. Así que me valgo de todo eso para seguir con el engaño. Como quien no quiere la cosa le insisto en lo de la keycard, y el tío no me pide ni un solo documento. Por el contrario, me confirma lo de la niñera y me pasa la llave sin chistar. Aquella diligencia no me tomó más de cinco minutos.
“Después de eso regresé a la suite y entré sin ningún lío. Allí me encontré con un gran salón principal. Al lado derecho había una habitación con una cama doble y, al izquierdo, otra alcoba con dos camas sencillas. Luego volví a recurrir al comentario de la camarera. Llamé a la recepción para que me abrieran la caja de seguridad. Les dije que ‘mis niños’ habían estado jugando con la clave y que la bloquearon. Entonces me envían un tío que llega en cuestión de minutos y destraba la caja.
“Cuando sale, empiezo a revolver todo lo que hay en ella. Me encuentro unos mil dólares y sólo cosas de mujer. Nada de hombre. Al parecer la de la pasta era la esposa del sujeto. Había dejado unas joyas que a tiro de ojo parecían ser muy finas y una tarjeta de crédito American Express. Me guardo todo eso en los bolsillos y sigo rebuscando. Lo otro con lo que me topo son los pasaportes de la familia. De todos modos no tomo ninguno. Los dejo tal cual los encontré. Cierro de nuevo la caja, le pongo una clave al azar y reviso un poco más la suite a ver con qué me encuentro. No hallo ni un centavo más. Nada de valor. Al cabo de unos veinte minutos salgo de la suite y dejo el hotel sin que nadie se entere”.
***
La noticia del escape de Juan Carlos de la prisión Standford Hill tomó dos semanas en ser registrada por la prensa. Según él, Andy Swindells fue quien se encargó de filtrar la información a los medios, luego de lo cual su fotografía apareció en la televisión de Reino Unido. De hecho, fue incluido en la versión británica del conocido programa estadounidense America’s Most Wanted (Los Más Buscados), la cual también fue emitida en Irlanda. La noticia despertó reacciones entre quienes —de una u otra forma— lo habían conocido.
Como afirma el ex detective Kirk Sullivan:
“Lo de Betancur nunca fue ninguna fuga. A mí que no me vengan con ese cuento. A esa versión de la tal fuga del Reino Unido se le dio mucho crédito, pero allí lo que hicieron fue dejarlo ir al dentista. No hay más. No sé qué sucedió y qué tanto lo vigilaron, pero a mí eso nunca me pareció un escape. Simplemente lo dejaron salir y el muy vivo no volvió”.
“Lo de Betancur nunca fue ninguna fuga. A mí que no me vengan con ese cuento. A esa versión de la tal fuga del Reino Unido se le dio mucho crédito, pero allí lo que hicieron fue dejarlo ir al dentista.
Según Bertha Sotoaguilar, la mujer que albergó a Juan Carlos cuando llegó como polizón a Miami en 1993:
“En realidad no creo que Juan Carlos se hubiera escapado de prisión. Lo que pienso es que él debió pagar algún favor sexual a los carceleros para que lo dejaran salir. Simplemente eso. Cuando me enteré de su fuga de Standford Hill recordé lo que me dijo en 1993 el entonces cónsul Andrés Talero: ‘Juan Carlos es un prostituto’. Así que visto desde ese punto de vista, el cuento de la fuga genera suspicacia. A mi entender Juan Carlos siempre fue homosexual, por lo cual creo que él debía frecuentar los hoteles más exclusivos para ofrecer servicios sexuales a los huéspedes, algunos de los cuales supongo que llegaron a aceptarle sus ofrecimientos y después terminaron siendo sus víctimas. De esos hombres, muchos habrán puesto una denuncia interna en el hotel, pero no ante la policía por miedo a que fueran descubiertos. A otros simplemente les debía dar pereza tener que testificar ante la Corte en plenas vacaciones, por lo que seguramente prefirieron dejar las cosas así. Obviamente, todo esto es una suposición de mi parte, pero si tal vez Juan Carlos estaba acostumbrado a ofrecer favores sexuales estando en libertad, ¿por qué no habría de ofrecerlos también estando preso?”.
***
Un año después de que se conoció de la fuga de prisión de Juan Carlos la prensa inglesa también reveló los pormenores del robo que cometió en el hotel The Merrion, en Dublin, aquella mañana del jueves 16 de junio de 2005. El hecho y los excesos que se dio con lo robado fueron puestos al descubierto por el periodista Malcolm Macalister Hall, quien habló con la Garda Síochána sobre el tema y escribió un artículo para el diario británico The Independent.
De un extracto del artículo escrito por Macalister Hall:
“En junio del año pasado7, cuando Juan Carlos Guzmán Betancourt8 caminaba dentro del lujoso hotel The Merrion de Dublín, a eso de las 9:30 de la mañana de un día caluroso, todo parecía marchar tan bien como la maquinaria de un reloj. Sin embargo, era él mismo quien se encargaba de que las cosas semejaran ser de ese modo. Sabía bien cómo lograrlo.
“Estafador, artista del escape, experto en varios idiomas, poseedor de un encanto hipnótico, con una docena de alias y un puñado de falsos pasaportes, Betancourt ha sido buscado por la policía en tres continentes. Aquel día, en el The Merrion, conocía al dedillo lo que hacía. Su experiencia en otros hoteles, desde Tokio a Las Vegas, pasando por París y Londres, lo facultaban para ello. Para entonces, su historial en algunos de los mejores hoteles cinco estrellas del mundo era ya bastante amplio.
“Nacido en Colombia, Betancourt ha dicho ser desde hijo de diplomáticos hasta el vástago de un príncipe alemán. No hay tal. Toda su vida ha estado plagada de mentiras. Sin embargo, durante el tiempo que estuvo haciendo su trabajo —quizás como el más complejo estafador internacional y ladrón de hoteles—, nunca llegó a ser atrapado con las manos en la masa. Esa mañana, durante su visita al lujoso The Merrion, había decidido probar suerte de nuevo.
“Aquella vez, cuando ingresó al hotel, llevaba puestos unos jeans y una camiseta que decía: ‘Save water-Drink beer’, aunque usualmente utilizaba ropa robada —toda de marca—, como Valentino o Armani. Durante los primeros cuarenta minutos no se sabe bien qué hizo dentro del hotel. Fue captado por las cámaras del circuito cerrado de televisión (CCTV) intentando realizar una llamada desde el lobby. Sólo eso.
“Alrededor de las 10:15 de la mañana, Betancourt estaba en el corredor de uno de los pisos superiores cuando observó salir de una de las suites a una de las mujeres del servicio. Era una suite costosa, de mil euros por noche. Un matrimonio estadounidense, sus hijos y una de las abuelas de los chicos, provenientes de Beverly Hills, se estaban quedando allí. Betancourt le dijo a la muchacha del aseo que había olvidado su llave del cuarto y le preguntó si podía abrirle la puerta. Ella le respondió que no podía, pero mientras hablaba con él, hipnotizada por su encanto, mencionó que esa noche haría de niñera en la suite de la familia. Poco después Betancourt usaría esa información, en principio irrelevante, de una manera suficientemente hábil.
“Se dirigió a la recepción y allí apostó por hacer lo de costumbre: aprovecharse de la confusión que reina en los hoteles grandes de cinco estrellas, donde no todos los miembros del staff reconocen los huéspedes a la vista. Le explicó a uno de los chicos que se estaba quedando en la suite Kirk, pero que estúpidamente había extraviado su keycard. Mientras se alejaba de la recepción con la llave de reemplazo, dio la vuelta y casualmente le preguntó: ‘¿Estamos bien con la niñera para esta noche?’. La contratación de la niñera se había registrado ya, estaba allí anotada. ¿Quién sospecharía algo? El muchacho le confirmó el servicio creyendo que se trataba del verdadero huésped.
Ella le respondió que no podía, pero mientras hablaba con él, hipnotizada por su encanto, mencionó que esa noche haría de niñera en la suite de la familia.
“Una vez en la suite, Betancourt telefoneó al operador del hotel —no a la recepción—. Sabiendo que los huéspedes tenían niños, le dijo al hombre que estos habían jugado con las combinaciones de las dos cajas de seguridad de la habitación y que entonces no querían abrir. ‘¿Puede subir alguien y desbloquearlas por mí?’, preguntó. Un hombre encargado de seguridad llegó a la suite para colaborarle. Betancourt habló ante él con acento americano. Toda la conversación parecía convincente. Los hechos se prestaban para que así fuera. Sino, ¿qué iba a ser un sujeto en una habitación sino se trataba del legítimo huésped? El hombre del hotel abrió ambas cajas y enseguida abandonó el lugar.
“En las cajas, Betancourt encontró pasaportes americanos, cerca de dos mil libras esterlinas9 en billetes de dólares y euros, un anillo de rubí y una tarjeta de crédito American Express. Tomó el botín, cerró nuevamente las cajas con claves puestas por él al azar y dejó la habitación. Salió a dar un paseo por el hotel y después se dirigió al lado norte de la calle Stephen Green, hacia la calle Grafton, el centro de compras más grande de Dublín. En el almacén HMV compró un grupo de CD’s y DVD’s con la tarjeta de crédito robada, todo lo cual costó cerca de quinientas libras10. Luego fue a Brown Thomas, uno de los almacenes más exclusivos de la ciudad, y allí gastó más de setecientas libras11 en ropa de diseñador. Su primera parada, sin embargo, fue en Weir & Sons, la joyería más grande de Dublín, fundada en 1869. Allí compró un Rolex Daytona de dieciocho quilates en oro blanco. Pagó por él una suma equivalente a once mil libras esterlinas12.
“Aunque esa vez fue interrogado a manera de rutina antes de la compra, por tener una American Express de alto cupo Betancourt permaneció tranquilo. De hecho, la tarjeta fue rechazada en el primer intento, dijo el gerente de la tienda Weir, David Andrews. ‘Se tiene que preguntar por un número especial. Incluso en muchos casos se solicita hablar con el titular de la tarjeta para pedir información personal detallada’, señaló Andrews. En ese caso, sin embargo, no lo hicieron y le dieron la aprobación luego de volver a pasar la tarjeta. De tal modo que pudo realizar la compra sin ningún problema.
“A pesar de lo que supuso para él ese pequeño contratiempo, Betancourt merodeó un tiempo más por el almacén en busca de otras joyas, pero no adquirió ninguna más. Salió, cruzó el río Liffey, directo a la calle O’Conell, y compró una cadena de oro y un anillo de la marca John Brereton por cerca de setecientas libras. Cuando intentó usar la tarjeta por quinta vez en una farmacia cercana, aquella había sido bloqueada.
“El robo en The Merrion sólo fue descubierto hasta el día siguiente, cuando los integrantes de la familia que ocupaba la suite Kirk empacaban para irse. En ese momento se percataron de que las cajas fuertes no se podían abrir. Pidieron que les enviaran una persona para que les colaborara a solucionar el problema. El sujeto que llegó fue aquel que también ayudó a Betancourt a destrabarlas. Les dijo que el día anterior había hecho lo mismo por igual razón. Cuando las abrieron, ambas estaban vacías (…). Por los siguientes siete días Betancourt desapareció de la ciudad”.
Tal como confesó Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Después de que salgo de The Merrion voy y compro algunas cosas con la tarjeta. Ahora bien, no puedo asegurar que sea todo lo que se dice. Hay cosas que no recuerdo y otras que simplemente no me suenan para nada haberlas hecho. Por ejemplo, no recuerdo haber comprado CD’s ni DVD’s en HMV13. Lógicamente, conozco el sitio porque tienen tiendas por todo Reino Unido, pero de ahí a entrar a comprar algo, nunca. ¿Para qué querría yo comprar CD’s? Toda la música la descargo por internet a mi ordenador. Viajo de un lado a otro todo el tiempo, así que llevar CD’s en la maleta es un encarte. Tampoco llegué a comprar ropa de diseñador en Brown Thomas14 ni en ninguna otra parte. Eso es falso. Y mucho menos entré a una farmacia. ¡¿Qué coños iba a comprar yo en una farmacia, Valium o qué?!
“Lo que sí compré en Weir & Sons15 fue el Rolex Daytona. Tengo tres de esos, pero me gustó aquel porque tenía una correa en cuero color miel. Aquello compras fueron sólo cuestión de suerte, nada más. Nunca uso tarjetas de crédito robadas porque sólo sirven para meterse en líos. De todos modos aquel día decidí probar suerte. El efectivo con el que andaba era muy poco para comprar el reloj, así que pasé la tarjeta y funcionó porque se le antojó funcionar.
“Aquella tarjeta no tenía PIN16, por eso fue que pude hacer la compra. Era una American Express Platinum de alto cupo. Debía ser de unos treinta mil dólares, a lo sumo. Había sido emitida en Estados Unidos y allá no usaban el tal PIN. Que nadie me venga a preguntar por qué, no tengo la menor idea. Creo que era algo estandarizado que dependía de la región en la que se fuera a usar el plástico. De resto, todas las tarjetas de crédito traen código de seguridad. Si no sabes cuál es estás jodido, porque no puedes comprar ni un alfiler. Así que aquel día tuve buena fortuna. Se me antojó comprarme el Rolex y por eso fui a Weir & Sons. Le pasé la tarjeta al dependiente y ni siquiera me hizo preguntas de seguridad. Tan pronto como pasó la tarjeta, me entregó el reloj.
“Después de estar en Weir & Sons fui directo a una joyería, John Brereton17. Aquel sitio tiene tanta madera por dentro que más bien parece un irish pub. Es bastante agradable. Me atendió una chica y al final me decidí por una cadena y un anillo. Le pasé la tarjeta y —al igual que en Weir & Sons— tampoco me hizo alguna pregunta de seguridad. Para entonces ya debían haber pasado unas dos horas desde que salí de The Merrion. Así que dejé la tienda y en la esquina tiré la tarjeta en un cesto de basura. No valía la pena arriesgarse más comprando cosas con ella.
“Luego de todo aquello permanecí en Dublín como por tres días más y después me fui para Kilkenny18, un pueblecillo al sur de la ciudad. Me habían hablado bien de ese lugar y quise visitarlo. Así que tomé un tren y llegué allá. Es el típico pueblecillo irlandés, con calles pequeñas, casas hechas en piedra y construcciones medievales. Incluso cuenta con un gran castillo, el Kilkenny Castle. Todo allí es muy antiguo pero está bien conservado. Una postal viva. El lugar me agradó tanto que decidí quedarme una semana. Al cabo de ese tiempo me marché y pasé a Cork, la segunda ciudad en importancia de Irlanda luego de Dublín. Estuve sólo un par de días allí y luego seguí a otro pueblecillo vecino, uno ubicado más al sur de Irlanda.
“Aquella vez tampoco me preocupé por escapar de la policía. Mi viaje a Kilkenny no obedeció a eso, en absoluto. Solamente me interesaba conocer la región y sus alrededores. La verdad es que no vi motivo para escapar de la policía. Todo lo que encontré en The Merrion fueron tres mil dólares en efectivo y algunas joyas que a la larga resultaron ser puras baratijas. No pensé que me fueran a perseguir por eso. Fue un mal negocio. Demasiado esfuerzo y mucho riesgo por miserables tres mil dólares. No te levantas cada día para echarte un penique en el bolsillo. Aquel trabajo, como mínimo, era para que costara cincuenta mil dólares. Lo único que salvó la jornada fue la tarjeta de crédito. De lo contrario, habría sido un fiasco completo.
“Así que después de estar un par de días en aquel pueblecillo al sur de Irlanda se me antoja ir a Amsterdam. Ahora no recuerdo los motivos, pero la idea era que quería estar allá. Entonces se me ocurre regresarme a Cork y tomar un vuelo desde allí. Busco alguna aerolínea que me sirva, pero me doy cuenta que de Cork no salen vuelos para Amsterdam. Los únicos que operan esa ruta salen del aeropuerto de Dublín. Así que regreso a Dublín con la idea de quedarme dos días nada más, pero cuando llevo menos de una hora en la ciudad unos tíos me distinguen, llaman a la policía y enseguida me arrestan.
“No tenía la menor idea de que la policía había empapelado Dublín con fotografías mías de ‘Se busca’ a raíz de lo de The Merrion. Parecía que estuvieran buscando a un matón del viejo Oeste. Fue por esos carteles que aquellos tipos me reconocieron e hicieron arrestar. ¡Joder! Estar preso se había convertido en algo recurrente en mí. Un maldito coñazo que en verdad empezaba a incomodarme. Haber vuelto a Dublín fue sin duda una mala decisión, una jodida y estúpida decisión”.
1 El Sistema de Prisiones de Reino Unido cuenta con un sistema de categorías para presos adultos, el cual se basa en una combinación del tipo de delito cometido, la duración de la pena, la probabilidad de escape, y el peligro para la población en caso de que el recluso lograra huir. Con base en tales consideraciones se asigna la prisión a cada convicto. Las categorías van de la A a la D, siendo la primera la que corresponde a presos de alta peligrosidad, y la D la que corresponde a reos en los que se puede confiar razonablemente de que no tratarían de escapar. Aunque el sistema de clasificación de prisiones se aplica en todo mundo, difiere de un país a otro en el número y definición de las categorías.
2 Unos 6,5 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
3 U2 es una banda de rock conformada en 1976 en Dublin (Irlanda) por Paul David Hewson, conocido como ‘Bono’ (líder y vocalista), ‘The Edge’ (guitarra, teclado y voz), Adam Clayton (bajo) y Larry Mullen (batería).
4 The Clarence Hotel, con cuarenta y cinco habitaciones, cuatro suites y un pent house, es un hotel boutique de cinco estrellas situado en 6-8 Wellington Quay, Dublin 2, entre East Essex Street y Parliament Street. El mismo es propiedad de ‘Bono’ y ‘The Edge’ y ha sido utilizado en numerosas ocasiones para grabar actuaciones de la banda. The Kitchen, por su parte, fue fundada en 1994 y clausurada en el año 2002. Reabrió sus puertas al público en marzo de 2011.
5 El jueves 16 de junio de 2005.
6 En castellano: ‘Salve el agua-Beba cerveza’.
7 El artículo se refiere a junio de 2005.
8 En su artículo, Macalister Hall escribe el apellido Betancourt en lugar de Betancur.
9 Unos 2.600 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
10 Unos 650 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
11 Unos 911 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
12 Unos 14.320 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
13 His Master’s Voice (HMV) es una compañía británica de comercio al por menor de música y entretenimiento que en la actualidad opera exclusivamente en Reino Unido. Durante décadas fue el nombre de un sello discográfico grande. La primera tienda HMV fue inaugurada por la Gramaphone Company en Oxford Street en 1921. La marca es ampliamente recordada debido a que en ella se aprecia la imagen de un perro fox terrier sentado junto a un gramófono.
14 Brown Thomas es considerada desde 1849 “la tienda de estilo de vida más bella de Irlanda”, según sus anunciantes. Se dedica especialmente a la venta de paños finos y colecciones de última moda, así como a la comercialización de cosméticos y artículos para el hogar.
15 Weir & Sons es una tradicional joyería establecida en Dublín desde 1869 en una esquina de la calle comercial Grafton, la cual tiene el metro cuadrado más caro de toda Irlanda.
16 Número de Identificación Personal (PIN, por su sigla en inglés). Se trata de un código numérico usado en varios sistemas para tener acceso a un servicio.
17 John Brereton Jewellers es una joyería-relojería establecida en Dublin desde 1916. Se especializa en la selección individual de diamantes y el diseño de joyas de colección. Sus piezas, fabricadas en oro y plata, son consideradas exquisitas y van desde anillos y pendientes hasta collares y brazaletes.
18 Kilkenny, la capital del Condado de Kilkenny, está situada a orillas del río Nore, en la República de Irlanda. Llamada durante siglos “la ciudad del mármol”, debido al tipo de piedra negra que se encuentra en sus proximidades, hoy en día es ampliamente difundida entre los servicios turísticos por sus edificios medievales.