Relatto

El estafador colombiano más buscado en el mundo. Capítulo 18

por Avatar Relatto

Capítulo 18

“’Detective, tráigame algo que en verdad me permita saber quién es este hombre”.

Juan Carlos Guzmán Betancur fue trasladado a una cárcel en el centro de Londres. Era una construcción sumamente vieja, un lugar del que dice no recordar el nombre y al que eran llevados todos los detenidos que esperaban por un juicio. La detención provisional que le fue impuesta le significó tener que pasar otro fin de año encerrado en una prisión a la espera de que se le dictara sentencia, la cual le fue leída finalmente en abril de 2005, cuatro meses después de haber sido confinado en ese lugar. Según sus propias palabras:

“Luego de que el juez ordena la detención provisional me trasladan a una prisión en el centro de Londres. En ese lugar estuve por cuatro meses, hasta abril de 2005. Al comienzo me pusieron en un área para drogadictos porque las demás estaban llenas. Así que a diario me tocaba lidiar con tíos en proceso de recuperación. Debía compartir mi celda con un sujeto mayor que yo, un cincuentón de origen mexicano. El tipo había estado hundido en las drogas y se comportaba de un modo muy extraño. Era como antipático, bastante repelente, aunque nunca tuve problemas con él.

“Como aquel tío había varios sujetos más en ese pabellón. Eran desconcertantes. En un momento estaban bien y al rato los veías con ganas de quererte cortar en pedacitos. Amedrentaban todo el tiempo por lo que fuera: tu acento, tu color de piel, tu nacionalidad, en fin… Todo valía como excusa para intimidar. Aquello me mantenía replegado, así que con los días terminé por deprimirme. Era una suerte de depresión nerviosa. Ni siquiera me importaba estar preso, sino el hecho de tener que convivir con esa gente. ¿Cómo te cuidas la espalda de un maldito loco? Aquello no parecía una prisión, sino un psiquiátrico.

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En 2005 Juan Carlos Guzmán Betancur fue trasladado a una prisión en el centro de Londres, donde fue recluido en un área para drogadictos debido a que las otras estaban llenas.

“Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, el hecho de que Swindells y Plowman hubieran salido a contar mi historia ante la prensa terminó beneficiándome. El cuento corrió como pólvora por toda la cárcel y al final la gente quedó como sorprendida con eso. Al instante me convertí en el Pablo Escobar (1) de la prisión. Todo mundo me observaba con respeto. Había como ocho colombianos allí pero ninguno sabía mi verdadera nacionalidad. Así que un día se me acercan en gavilla y me sugieren que los siga:

—El viejo ese con el que usted está en la celda… No es bueno que ande con él —me advierten—. Es un tipo bastante problemático. Véngase con nosotros.

“Los tíos eran de la mafia de la cocina. Hacían lo que les venía en gana. Nadie se metía con ellos, ni siquiera los propios guardias. Movieron sus fichas y lograron que me trasladaran a una celda en la que estaba un chaval de Sri Lanka con el que me presentaron. Era un tipo tan joven como yo, así que congeniamos rápidamente. Desde entonces empecé a sentirme mucho mejor. Los colombianos resultaron ser unos chavales excelentes, y cada vez que me veían recaer por la actitud hostil de aquellos presos drogadictos —con los que de todos modos debíamos compartir espacio— trataban de subirme el ánimo. Me decían que no tenía de qué preocuparme, que aquellos dementes no me harían nada, y que en caso de que ocurriera, los mismos colombianos me defenderían. En verdad que esos chicos se portaron de lo mejor conmigo. Hacían parte de una banda de narcotraficantes con mucha influencia entre los otros presos del penal. Así que si alguien se metía conmigo, era como si se metiera con ellos. Desde que me aceptaron en su gueto, no me separé ni un instante de su lado”.

En verdad que esos chicos se portaron de lo mejor conmigo. Hacían parte de una banda de narcotraficantes con mucha influencia entre los otros presos del penal.

***

A medida que pasaba el tiempo, Kirk Sullivan, el detective de la Unidad de Crímenes Hoteleros y a Turistas de la Policía de Las Vegas, le dedicaba mayor atención a seguirle el rastro a Juan Carlos Guzmán Betancur. Después de dos años de investigaciones, Sullivan finalmente había podido saber la verdadera identidad de aquel, y entonces, a través de los motores de búsqueda que hay en internet, activó un sistema de alertas de noticias a su correo electrónico. La idea era recibir la mayor información posible relacionada con Juan Carlos. Para ello usó como palabras clave tanto el nombre verdadero de éste como algunos de sus alias. Luego de que la prensa británica comenzó a hacer eco del arresto y posterior encarcelamiento de ‘Jordi’, fue sólo cuestión de días para que Sullivan recibiera en su correo un enlace relacionado con la noticia. Aquello ocurrió el 24 de enero de 2005.

Como cuenta Kirk Sullivan:

“Después de que supe la verdadera identidad de Betancur pensé en internet como una opción para hallarlo. Todo lo que tuviera que ver con él era muy sonado, por lo que la idea no resultaba tan descabellada. Al final la estrategia funcionó y pude ver en mi correo el enlace de una noticia que comentaba su captura en Londres por parte de Scotland Yard. No supe qué decir en ese momento. ¿Puede alguien imaginarse la alegría que da saber que han capturado al sujeto que por años se ha estado persiguiendo? Ni siquiera podía creérmelo. Me dio mucha alegría saber que Betancur por fin había caído.

“Enseguida llamé a Scotland Yard y me pusieron al habla con uno de los detectives que lo había capturado, Andy Swindells. Le dije todo lo que Betancur había hecho en Las Vegas y por lo cual yo lo estaba buscando. Luego de un rato terminamos compartiendo bastante información acerca de él. De igual modo ocurrió con Christian Plowman, con quien también llegué a hablar un par de veces después. Desde entonces, los tres mantenemos buenas relaciones profesionales.

El detective Kirk Sulllivan, de Las Vegas, conversó en varias ocasiones con sus homólogos de Scotland Yard, Andy Swindells y Christian Plowman, acerca de los robos de Guzmán Betancur.

“En ese tiempo quería buscar la forma de que Betancur fuera extraditado a Estados Unidos para que pagara por sus robos, pero Swindells y Plowman me dijeron que su caso estaba en proceso en Londres y que aún no le habían dictado sentencia. Así que debería esperar a que cumpliera su condena allá, ver si otro gobierno lo había pedido antes en extradición y resolver todos los asuntos que había que tramitar para traerlo. Creo que en ese momento Francia quería pedirlo también. Mi idea era extraditarlo y procesarlo por el delito de hurto. La palabra exacta en inglés es ‘burglary’, que no significa lo mismo que ‘thief’ (ladrón). Bajo las leyes americanas, ladrón es todo aquel que delinque en la calle portando un arma, mientras que hurto es el acto de entrar a una casa o habitación y sustraer dinero u objetos personales, que era precisamente a lo que se dedicaba Betancur en los hoteles (2).

“Pese a que en ese momento yo estaba maniatado jurídicamente, les pedí a Swindells y a Plowman que me enviaran por correo electrónico algunas fotografías de Betancur. Me dijeron que le habían sacado un par luego del arresto, así que rápidamente me las hicieron llegar. Lo primero que hice con ellas fue mostrárselas a algunos miembros del staff del Four Seasons de Las Vegas. Allí hubo al menos cuatro trabajadores que dijeron reconocerlo. Luego se las envié por e-mail a Daniel Gold —el turista británico a quien Betancur le había robado doscientos ochenta mil dólares en ese hotel— para que se las mostrara a la niñera de sus hijas. A los pocos días lo llamé para conocer su versión y me dijo que sí era el tipo, que la niñera le había asegurado que se trataba del mismo sujeto que ella había visto en uno de los pasillos del hotel cuando llevaba las nenas a la piscina. Le dije entonces que me pusiera con la mujer al teléfono para confirmar su testimonio. Cuando la mujer pasó, no hizo falta siquiera preguntarle cuán segura estaba de sus palabras:

—Detective Sullivan, no me cabe la menor duda, es el mismo hombre que vi en el pasillo del Four Seasons —me dijo.

“En adelante sólo era cuestión de esperar que a Betancur le dictaran sentencia en Londres antes de que el Estado de Nevada pudiera pedirlo en extradición. Eso si antes no lo reclamaba otro país”.

***

En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:

“Mientras yo estaba preso en Londres no llegué a saber de Sullivan. Jamás llegué a oír hablar de él en ese momento. De él vine a conocer un par de meses después, como a mediados de julio de 2005. Así que en ese entonces no tenía forma de saber que él venía siguiéndome la pista. De hecho, cuando supe de él, sólo lo identificaba como ‘el detective de Las Vegas’. Sólo varios años después, en el 2010 —por medio de otro abogado de oficio que me dejó leer el registro de la policía de Las Vegas— pude enterarme de su nombre completo y del modo en que se dio cuenta de mi captura en Londres.

“Ahora bien, según entendí al leer el material que me dejó ver mi abogado, uno de los dos guardias que me abrió la caja de seguridad en el Four Seasons y que ahora vive en Texas fue quien me reconoció en una revista y le escribió a Sullivan para contarle el asunto. Sullivan supo de mi arresto por ese hombre, no porque me hubiera encontrado en internet, como él dice. Aquello ocurrió los primeros días de enero de 2005, justo después de que Swindells y Plowman empezaron a alardear ante la prensa con el asunto de mi captura.

“Sea cual fuere el modo en que Sullivan supo de mí, lo que en verdad me sorprende es que tome como cierto el testimonio de Gold, quien jamás me vio en el hotel. Además, la niñera de sus hijas me observó apenas un segundo en el pasillo. ¿Cómo pudo recordar mi rostro dos años después? Ese cuento no se lo cree ni el propio Sullivan.

En la prisión del centro de Londres, Guzmán Betancur fue «adoptado» por un grupo de presidiarios colombianos que lo protegieron de la hostilidad de los drogadictos con los que fue recluido.

“Mientras todo eso ocurría yo estaba recluido en la prisión del centro de Londres a la espera de que me dictaran veredicto condenatorio. Por esos días me la pasaba entre la cárcel y la sala de audiencias. Debí ir a un par de vistas judiciales antes de que el juez (3) dictara sentencia. En ellas siempre estuvo Swindells, pero a Plowman pocas veces le vi la cara por allá. Cuando aparecían juntos, la escena daba risa. Plowman siempre permanecía en ‘background’. Caminaba detrás de Swindells cada vez, como una esposa japonesa, guardándole la espalda al marido. No sé por qué pero se comportaba como el títere de Swindells. Incluso se sentaba en la banqueta detrás de aquel. Desconozco a qué se dedicará Plowman hoy en día, pero con esa actitud no me extrañaría que lo tengan lavando los baños y los pisos de la comisaría (4).

“A Swindells, por mi parte, procuraba ignorarlo. Ya dije que al tipo le cogí como una suerte de aversión, así que prefería mantenerlo lejos de mi vista. Recuerdo que la sala de audiencias tenía un vidrio que parecía ser a prueba de balas, pero ni con eso me sentía seguro. El tipo era un mañoso completo. Una vez, en una de las audiencias, se acercó de manera inquietante a ese vidrio. Pensé que tal vez podía hacerme algo, así que le advertí a mi abogado que si ese sujeto daba un paso más yo gritaría. ‘¿Por qué?’, me preguntó él. No entré en explicaciones, pero le mencioné que había visto un comportamiento en Swindells que en verdad me había puesto nervioso. Así que enseguida mi abogado se levantó y le pidió al tipo que no se acercara más, que se mantuviera a raya.

“Después de eso Swindells jamás se volvió a acercar tanto en las audiencias. De hecho, fueron varias las que siguieron. Por lo del robo en el Dorchester podía calcular que no me darían más de un mes en prisión. Lo que me ponía a dudar era cuánto más me darían por los otros robos. La cuestión fue que por cuenta de Swindells y Plowman el juez consideró todo mi historial de lo ocurrido en Londres desde 1998. Eso le dio un vuelco completo a las cosas. No sé qué coños se traían ese par de tíos conmigo, pero me armaron una buena bronca.

La cuestión fue que por cuenta de Swindells y Plowman el juez consideró todo mi historial de lo ocurrido en Londres desde 1998. Eso le dio un vuelco completo a las cosas. No sé qué coños se traían ese par de tíos conmigo, pero me armaron una buena bronca.

“Empezaron a cansar al juez con el cuento de mis identidades. Le decían que yo no era David Iglesias Vieito, que ese era un alias y que estaban investigando más cosas sobre mí. Mencionaron que estaban seguros de que mi verdadero nombre era Juan Carlos Guzmán Betancur y que yo no era español, sino colombiano. Aquello derivó en un tira y afloje entre la parte acusatoria y mi defensa, con el juez de por medio sin saber a quién creerle. La verdad sea dicha es que Swindells y Plowman jamás le entregaron al juez algo concluyente sobre mi identidad. Aún así no daban su brazo a torcer. Seguían amarrados en lo suyo.

“Swindells era el más insistente. Aseguraba que tenía cómo probar toda esa chorrada, pero cada vez que le pasaba algún documento al juez, éste se lo devolvía. El mismo juez le dijo: ‘Detective, tráigame algo que en verdad me permita saber quién es este hombre’. Como vio que el juez no tenía de qué pegarse, le entregó unos papeles que según él demostraban mi verdadera identidad. Dijo haberlos obtenido a través de la embajada de Colombia en Londres.

“Lo cierto es que el juez ni siquiera leyó una página de eso. Justo cuando estaba por hacerlo se supo que Swindells los había conseguido de manera improcedente. Aparte de eso, estaban plagados de datos falsos. Se referían a mi madre con un nombre que no era el suyo, señalaban que mi padre era un fulano del que jamás había oído hablar, mi fecha de nacimiento estaba equivocada y mi cédula, cambiada. Como si eso fuera poco, aseguraban que yo había nacido en Riohacha (5) y no en Roldanillo. Una bazofia completa.

Según Guzmán Betancur, el juez de su caso no aceptó ninguno de los documentos sin sustento con los que los detectives británicos pretendían establecer su verdadera identidad.

“Recuerdo haberle dicho a mi abogado que esos papeles eran falsos.

—¿A qué se refiere? —preguntó.

—Nadie del consulado ha venido a tomarme huellas —respondí.

“La única manera como podían verificar mi identidad era si me tomaban huellas o si les daba el número de cédula, y ninguna de las dos había ocurrido. Mi abogado se quedó como sorprendido con aquello. Me preguntó si estaba seguro de lo que decía. Le respondí que sí. Después de eso fue que se supo que Swindells se hizo con esos papeles de modo irregular. Aquel alboroto fue suficiente para que el juez desestimara ese material. Agarró esos folios, los metió en el mismo sobre en que Swindells los había pasado y los puso a un lado. Dijo algo como: ‘Yo no puedo aceptar esto’. No me imagino cómo se habrá sentido Swindells en ese momento.

“Al final el juez la hizo fácil. Dijo que no se desgastaría más en el asunto y que entonces me juzgaría con el nombre con el que fui arrestado. Era un hombre bastante mayor. Solamente lo vi un par de veces, pero me pareció un tipo justo, imparcial. Tenía la suficiente experiencia para no comerse todas las porquerías que Swindells decía sobre mí. Incluso en la última vista, en la que se me dictó sentencia condenatoria (6), el juez debió atajar a Swindells porque el muy cabrón no paraba de insistir con el cuento de que sabía cuál era mi verdadera identidad. Recuerdo que el juez lo confrontó: ‘Detective —dijo—. Por última vez le preguntaré: ¿puede usted comprobar en realidad quién es este hombre?’ El tipo se quedó en blanco. No le quedó de otra que admitir que no tenía forma de comprobarlo en ese instante, y que como tal no sabía de modo fehaciente si yo era Juan Carlos Guzmán Betancur. Aquello fue suficiente para ponerle punto y final a ese asunto.

Era un hombre bastante mayor. Solamente lo vi un par de veces, pero me pareció un tipo justo, imparcial. Tenía la suficiente experiencia para no comerse todas las porquerías que Swindells decía sobre mí.

“En adelante la audiencia giró en torno a la condena que me sería dictada por los robos de los que era señalado. El juez consideró todos los cargos por robo que alegaba la parte acusatoria. Lógicamente, ello estuvo motivado por Swindells y Plowman. Eran catorce cargos en total, unos por lo sucedido en 2001 y otros por lo de ese 2004. Tuvieron en cuenta todo, incluso lo ocurrido en 1998. Me acusaron por haber entrado aquí y allá, por esto y por lo otro. Desmenuzaron cada hecho, uno por uno. Y así, sobre cada cual, me fueron dictando un tiempo en prisión. Al final el juez mencionó que yo había cometido todos esos robos de una manera ‘muy solapada’ o ‘muy sofisticada’. No recuerdo bien cómo lo dijo. Lo cierto fue que sumó todo eso y me sentenció a tres años y medio de cárcel. ¡Qué coñazo! Hasta entonces nunca me habían dado tanto tiempo.

“Después de acabada la audiencia me llevan de regreso al reclusorio en el que estaba, en el centro de Londres. Allí la Oficina de Prisiones de su Majestad —es así como se llama esa oficina— empieza a evaluar en qué categoría me va a poner. Es decir, a qué tipo de prisión me van a enviar para pagar la condena. El trabajo del juez llega hasta dictar sentencia, así que la selección de la prisión la hace aquella oficina. Revisan mi historial y ven que no soy un tipo violento, que no he matado a nadie y que a la hora de la verdad no he hecho nada grave. Así que determinan ponerme en clasificación D, la más baja.

“Me sacan entonces de esa prisión y me envían a otra, una antigua base de la Real Fuerza Aérea. Aquello quedaba fuera del continente mismo, en una isla cercana a Londres. Se suponía que debía estar allí por tres años y medio, pero al final sólo estuve como dos meses nada más. En las noticias dijeron que yo me escapé, pero legalmente hablando no fue una fuga como tal”.

 

(1) Pablo Escobar Gaviria (diciembre 1 de 1949 – diciembre 2 de 1993) fue un narcotraficante, creador y líder del Cartel de Medellín, organización con la que llegó a ser el hombre más poderoso de la mafia colombiana. A través del comercio de cocaína hizo la fortuna más grande de Colombia y una de las más grandes del mundo. Apodado ‘El Zar de la Cocaína’, su fortuna llegó a estar avaluada entre 9.000 y 15.000 millones de dólares a finales de la década de 1980. A comienzo de 1990 fue el hombre más buscado por las autoridades en el mundo, luego de que su organización se cobrara la vida de unas diez mil personas y se enfrentara de manera sangrienta contra el Estado colombiano, lo cual incluyó unos 250 atentados terroristas por medio de coches bomba. En 1993 fue abatido en Medellín (noroccidente de Colombia) por miembros del Bloque de Búsqueda, un comando conjunto entre miembros del Ejército y la Policía del país.

(2) Según el récord criminal que de Juan Carlos Guzmán Betancur mantiene el Gobierno de Estados Unidos, una denuncia penal radicada en Nevada lo acusa de: (1) dos cargos de robo, (2) la obtención y el uso de información personal de persona ajena, (3) posesión de documentos falsos, (4) falsificación, y (5) dos cargos de hurto agravado. De acuerdo con documentos de la Corte, estos delitos se produjeron entre agosto y octubre de 2003 en Las Vegas en el hotel Four Seasons y en el hotel Bellagio, no en el Caesars Palace, como Guzmán Betancur afirma.

(3) Rodney McKinnon, por entonces de 62 años, fue el juez encargado de seguir el caso. Según la información de prensa consultada para la realización de “El suplantador. La historia real del estafador colombiano más buscado en el mundo” (Debate, 2011), McKinnon se suicidó el 21 de junio de 2007 al saltar desde una de las ventanas de su departamento, en el tercer piso de un edificio en el centro de Londres. La decisión habría estado mediada por una crisis depresiva y de ansiedad a raíz de una serie de temores sobre su salud. Al momento de su muerte, McKinnon se veía aquejado por problemas de hipertensión arterial y estaba sometido a un intenso estrés laboral.

(4) En la actualidad, Christian Plowman vive y trabaja en Francia, luego de que se retiró de Scotland Yard por voluntad propia.

(5) Riohacha, en Colombia, es un municipio del departamento de La Guajira, en el norte del país. Está distante de Roldanillo (suroeste) unos 1.200 kilómetros.

(6) La lectura de sentencia condenatoria se llevó a cabo en los antiguos magisterios de Bow Street, en el centro de Londres, el 4 de abril de 2005.