“Dejemos las cosas en claro: jamás he llorado ante ningún jodido policía. Jamás”.
‘Jordi’ no se identificó nunca ante los detectives de Scotland Yard que lo detuvieron. La decisión nada tuvo que ver con quererles armar la bronca por haberle cazado como a una zarigüeya, menos aún con su derecho a guardar silencio. La cosa iba más allá. Sin duda tenía sus ribetes legales, pero se mecía entre lo jurídicamente correcto y lo que a todas veras era una leguleyada de la que había aprendido a sacar provecho con el paso de los años. Se resumía en la idea de que “si no lo dices, no cuenta”. Dicho de otro modo, si no había un sujeto plenamente identificado, no había cómo acusarlo de una acción. Al final las cosas se prestaban para que terminara siendo sancionando de manera leve, y cuando no, absuelto. Luego del arresto en el Sainsbury’s era obvio que echaría mano de aquel recurso. Pocas veces le había fallado, pero entonces las circunstancias no marcharon del modo que esperaba.
Juan Carlos Guzmán Betancur explica:
“La mayoría de las veces que me capturaron no llegué a identificarme. Era una cosa más de tipo legal que capricho de mi parte, aunque también dependía de las circunstancias. Si se trataba de cosas menores, no había lío en dar el nombre que estaba usando en ese momento. Eso terminaba zafándome rápido del asunto, como la vez de la tarjeta de crédito en el Dixon. Pagaba una fianza y ya. Otras veces había que ser más cauto. Resulta que si te identificas con un nombre diferente al tuyo ante un oficial de policía y te pescan en la mentira el asunto se tipifica ante la ley como engaño a la autoridad. Ese cuento tiene unas implicaciones gravísimas, te pueden mandar durante años a prisión sólo por mostrar un pasaporte falso o de otra persona.
“Obviamente, en más de una ocasión los policías me encontraron algunos de mis varios pasaportes en los bolsillos, pero la cuestión fue que yo nunca llegué a entregárselos en sus manos. Ellos los tomaban de mis pantalones o mi morral durante las requisas. Así que después de eso no podían acusarme por intento de engaño a la autoridad, lo cual cambia radicalmente las cosas en el juicio. En adelante era asunto suyo comprobar en los estrados que esos documentos habían sido adquiridos de manera fraudulenta, que otros eran falsos y que mi nombre real no era el que figuraba en ellos. Si al final no lograban demostrar mi verdadera identidad —como casi siempre sucedía— era problema suyo, no mío.
“Debido a lo dispendioso que les resultaba desenmascararme, habitualmente terminaban reseñándome con el nombre del pasaporte que me encontraban. Si de algún modo llegaban a conocer mi verdadera identidad, todo se convertía en un contrapunteo. Era mi palabra contra la de ellos. Por más huellas que me tomaran y todo lo que se les ocurriera hacía falta un acta de nacimiento o algo por el estilo para que demostraran de manera fehaciente en los estrados quién era yo. Y como nada de eso lo encontraban en Colombia, no les quedaba de otra que salir a decir ante el juez que ‘probablemente’ yo era Juan Carlos Guzmán Betancur, pero que no tenían cómo demostrarlo.
“Si intentaban averiguar algo por el lado de España se topaban con que el Gobierno no les soltaba información tan fácilmente. España protege de manera incondicional a sus ciudadanos, así que surtir ese proceso les llevaba tiempo. Cuando por fin tenían una respuesta confirmatoria de mi verdadera identidad, también se daban cuenta de que el pasaporte que portaba era legal, tuviera el nombre que tuviera. Así que todo quedaba en un limbo jurídico. Después de tanto embrollo no era mucho lo que podían hacer, sólo acusarme por uno que otro robo bajo la identidad que usaba en ese momento. Demostrar mi identidad real no llevaba a nada y, en cambio, era un desgaste para la justicia. Aquello explica por qué varias de mis causas aparecen reseñadas con nombres diferentes, especialmente en Europa. En ellas se puede leer: ‘David Iglesias Vieito, presunto Juan Carlos Guzmán Betancur’. Hay al menos una decena de esas, pero ninguna de ellas dice: ‘Identidad determinada’.
“Los tíos de Scotland Yard, por ejemplo, empiezan buscándome como Gonzalo Vives Zapater. Cuando me capturan me encuentran el pasaporte de David Iglesias Vieito, pero en los estrados dicen creer que soy Juan Carlos Guzmán Betancur. ¡Qué cosa de locos! Debían presentar un montón de pruebas que no tenían y vérselas con mi abogado, que a todas estas siempre fue de oficio. Nunca contraté a un abogado particular. Haberlo hecho era lo mismo que admitir mi culpa, así que ni siquiera lo intenté.
“Ya antes me había enfrentado a situaciones similares como en la que me tenían ese par de policías. Como los jueces no veían argumentos suficientes de qué pegarse, acababan dándome penas leves. La verdad sea dicha a ellos sólo les interesaba enjuiciarme por algún robo de los que se me acusaba y de ese modo dar por terminada una denuncia. Así que terminaban desestimando alegatos por intento de engaño, inmigración ilegal y todo cuanto se les ocurriera inventar a los policías y a los fiscales. Los mismos jueces decían que trabajar en todo eso sólo para revelar mi verdadera identidad implicaba un desgaste en el que no valía la pena meterse, además que no venía al caso de los robos. De tal modo que las condenas terminaban siendo más un escarmiento leve que una sentencia como tal, ya que nadie resultaba físicamente afectado por mis actos.
“Las cosas se limitaban a interpretaciones legales. Pasaba horas hablando con mis abogados sobre el tema. Llegué a leer tantos libros que a lo último terminé dándoles cátedra. Aunque la verdad sea dicha, aquello resultaba más aplicable a la legislación americana que a la europea. En las cárceles de Europa les prohíben a los presos tener acceso a esa clase de lecturas. Y en Reino Unido ni se diga. Allí todo es arbitrario. Para comenzar, los policías ni siquiera te leen tus derechos al momento del arresto. Sólo lo hacen si se les da la gana. Para ellos eres culpable hasta que se demuestre lo contrario.
“Todo aquello lo digo con base en mi experiencia tras lo ocurrido en el Sainsbury’s. Allí, después de que me esposan, me separan de Philippe y me suben en un camión de policía que esperaba fuera de la tienda. Me conducen a una comisaría cercana, un edificio grande y moderno de Scotland Yard. Se trataba de una central pija1 en un buen barrio de Londres, Marylebone. Al llegar me meten en un cuarto todo pintado de blanco que a lo sumo tendría dos por tres metros de área. Me revisan de pies a cabeza y me quitan el reloj Franck Mueller que había sacado de la suite del Dorchester. Como era la versión Transamérica, podía valer perfectamente unas siete mil libras2. Nada caro si se compara con un Patek Philippe o un Breguet. También encuentran el billete que había comprado en la agencia de viajes para ir a Estambul y me lo decomisan.
“Después de que me dejan limpio me zafan las esposas y me hacen sentar en una silla, frente a una mesa de madera labrada. Luego salen y me dejan solo en ese lugar. Tenía la impresión de estar siendo vigilado, pero la verdad es que no vi nada que me permitiera asegurarlo. No había cámaras de seguridad ni nada de espejos falsos como los que se ven en las películas. En ese cuarto apenas estaba la mesa de madera, cuatro sillas, una máquina grabadora y un estante de metal.
“En ese momento no tengo la menor idea de qué ha pasado con Philippe. No sé si lo tienen allí o qué han hecho con él. Transcurrida una hora, más o menos, entra el sujeto rapado. Se sienta frente a mí, al otro lado de la mesa, y empieza a hablarme cualquier cantidad de estupideces.
—Escúchame bien —me dice—. Te venimos buscando desde hace cinco años. Sabemos bien quién eres y lo que haces. Así que vete preparando, porque aquí te vas a quedar por un buen rato, ¿me entiendes?
“Vaya cabrón. No le respondí nada al tío ese. Se le notaba a leguas la intención de que quería provocarme. Además, el tipo andaba pasado de copas. Lo supe por el tufillo. No puedo asegurar que estuviera ebrio, pero sí que tenía un par de tragos encima. Era una pena. En otras circunstancias, en un bar, por ejemplo, le habría convidado un trago. Sé que no viene al tema ahora, pero la verdad es que ese sujeto se veía bastante bien, muy masculino. Lástima que fuera policía.
“Vaya cabrón. No le respondí nada al tío ese. Se le notaba a leguas la intención de que quería provocarme. Además, el tipo andaba pasado de copas. Lo supe por el tufillo.
“El caso es que ese fulano me tiene allí sentado no sé por cuánto tiempo más. Me dice un par de cosas como para alborotarme la lengua, pero nunca le reviro. Sigo callado. En esa situación no tiene caso decir ni una palabra. Luego me saca de aquel cuarto para llevarme a uno contiguo. De camino a ése, en el pasillo, veo al otro policía, el bajito que vestía chaqueta y jeans. Al parecer ha estado allí todo el tiempo. El calvo le dice que siga vigilando, que no deje entrar a nadie más, y enseguida me entra al otro cuarto. Cierra la puerta y nos sentamos de nuevo frente a frente, separados también por una mesa de madera. Entonces empieza a cantármelas de una en una.
—Sabemos de ti más de lo que te imaginas —dice.
“En el fondo pensé que no sabía ni mierda, que sólo buscaba sacarme verdades a punta de mentiras, pero el tipo resultó estar en lo cierto. Menciona un par de robos que yo había cometido en Londres en el 2001. Luego saca a relucir unos de 1998, cuando me hice con ochocientas libras3 en varios hoteles, entre esos el Holiday Inn. También me recuerda la vez que fui arrestado cuando intenté comprar un boleto de avión a Atenas en una agencia de viajes en Le Méridien Picadilly. Y como si eso fuera poco, remata con el asunto del Dorchester y con otros robos menores que cometí después de ése. ¡Joder! En verdad que el tipo me tenía la cuerda bien pisada. Seguramente fue él quien envió a los sujetos de la camioneta Mercedes Benz a vigilarme.
“Me dijo que con lo del Dorchester me había pasado de la raya, que había robado a un sujeto importante y que me habían denunciado por aquello. Me daba igual quién fuera. Casi nunca me entero de quiénes son mis clientes. El tío no paraba de hablar. Decía las cosas sin prisa, pero con firmeza. Me dijo que se encargaría de probar que yo cometí el robo en el Dorchester y los otros que siguieron, que trabajaría para que me dejaran un buen tiempo en prisión por robo y por falsificación de documento, y también que se encargaría de revelar mi verdadera identidad. ‘¡Hostias! —pensé—. Está en lo cierto. Este cabrón sabe de mí más de lo que yo me imaginaba’”.
***
Del artículo de Malcolm Macalister Hall en el diario inglés The Independent:
“Betancourt fue arrestado (por Swindells y Plowman dentro del Sainsbury’s)4. Llevaba puesta una fina chaqueta de 2.000 libras esterlinas5 que le había robado a un hombre de negocios de Bahrein en el Dorchester, y en su muñeca lucía un reloj marca Franck Muller de 8.000 libras6, también propiedad del empresario. Cuando los detectives fueron a revisar el apartamento en el que Betancourt se estaba quedando, en el barrio de Lisson Grove, encontraron todo un cúmulo de tesoros.
“’Había cantidades de cosas, miles de libras esterlinas en billetes de diferentes denominaciones y países, y varios de los objetos con los que se hizo en el Dorchester, las pruebas que lo relacionaban con el delito’, dijo Swindells.
“De igual modo, había muchas identificaciones falsas: un pasaporte ruso con la fotografía de Betancourt y uno español con el nombre de David Iglesias Vieito, el cual tenía una fotografía suya pero que había sido robado a su verdadero dueño en Islas Canarias. Asimismo, en el lugar los detectives encontraron un tíquet de avión a Estambul y una factura por valor de 20.700 libras7 de un reloj Jaeger-LeCoultre que también había sustraído del Dorchester, el cual nunca fue encontrado.
“Swindells y Plowman pudieron determinar que el apartamento había sido rentado por un joven francés que Betancourt había conocido recientemente y quien no tenía conocimiento de que estaba tratando con un importante estafador. Impactado, el muchacho les dijo a los detectives que sólo conocía a Betancourt como ‘David, de España’”.
***
En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Antes que nada debo decir que supe los nombres de Swindells y Plowman sólo al día siguiente de que me arrestaron y me interrogaron, después de que me fue asignado un abogado de oficio y me llevaron a la Corte. Fue ese abogado quien me habló de las actas de arresto firmadas por ese par y mencionó sus identidades. Esto es algo que comentaré más adelante con detalle. Lo cierto es que Swindells venía siendo el sujeto calvo, y Plowman, el bajito que estaba vestido con chaqueta y jeans la noche que me arrestaron.
“En cuanto al modo en que sucedieron las cosas hay que ser claros en algo: para comenzar, yo no llevaba puesta ninguna chaqueta. Era Philippe quien usaba una gabardina8, como ya lo dije. Tampoco sé qué tiene eso de extraño como para que Swindells diga que algo en nosotros le hizo sospechar. ¡Es una de las zonas más pijas de todo Londres! Lo raro sería que fuéramos en tenis y en bermudas. Por otra parte, repito que el pasaporte de David Iglesias Vieito era original, no era un documento robado a nadie en Islas Canarias, como lo quieren hacer ver.
“Ahora bien, el reloj Jaeger-LeCoultre nunca fue encontrado durante el allanamiento al apartamento en Lisson Grove porque lo regalé. Esa es la verdad. En Londres no solamente me había visto con Philippe. Conozco a mucha gente allí, así que me encontré con otro buen amigo y se lo regalé. Ese es todo el asunto. Por lo demás, el cuento está incompleto. Al parecer a Swindells y a Plowman les interesa contar la historia sólo hasta donde les conviene. La verdad sea dicha, luego de que Swindells me cambió de sala de interrogatorios pasaron otras cosas.
“En detalle, el asunto ocurrió del siguiente modo: luego de que Swindells cierra la puerta del cuarto y me dice lo del jeque árabe empieza a querer saber más de otros robos. A medida que habla se le nota como obsesionado conmigo, como si fuera un sueño cumplido el haberme capturado. Me hace un recuento de los diferentes hoteles en los que yo había estado desde 1999 y de lo que había robado en cada uno de ellos. Era una cosa de no creer, los conocía todos en detalle. Luego me dice que sabe bien quién soy. Me asegura que no me llamo Gonzalo Vives Zapater ni David Iglesias Vieito y que tiene cómo comprobar que soy Juan Carlos Guzmán Betancur. En ese momento no tengo la menor idea a lo que se refiere con eso. Es decir, no sé cómo puede comprobarlo. Me pregunta una infinidad de cosas a las que le salgo con evasivas y otras tantas a las que ni siquiera le respondo. Le digo que no hablaré hasta que no tenga un abogado. Duramos un buen rato en eso, quizás más de una hora. Era algo agotador. Calculo que debían ser las diez de la noche cuando decidió parar el interrogatorio. Así que sale del cuarto y habla algo con Plowman en el pasillo, pero no alcanzo a escuchar lo que dicen.
“Lo cierto del caso es que ambos regresan al cuarto, me ponen las esposas nuevamente y se marchan a sus asuntos. Me dejan ahí solo. Como a los veinte minutos entra Plowman y me toma las huellas. No me dice nada, sólo se limita a hacer lo suyo, termina y se va. Al cabo de un rato regresa con un dossier de cartón lleno de papeles, tan grueso como una guía telefónica, y con Swindells haciéndole compañía. Se sientan a la mesa, Swindells al frente mío y Plowman a un lado. Me enumeran una serie de robos que había hecho en el 2001 y un par que había cometido más recientemente, durante ese 2004. Entre esos estaban uno en el Mandarin Oriental, otro en el Savoy, uno en el Royal Garden, otro más en el Grosvenor y varios en el Dorchester. Cada uno de esos robos los hice del mismo modo que siempre, así que no hace falta entrar en detalles. El caso es que Swindells y Plowman los sabían casi todos.
“Me empezaron a interrogar por lo del Dorchester. Me dicen que el sujeto al que había robado la última vez era un jeque árabe, un tal Khalid Al-Sharif9. El tío había interpuesto una denuncia como por treinta y seis mil libras esterlinas10. Una completa insensatez, a mi modo de ver. La verdad es que lo que me llevé de su suite debía costar mucho menos.
“El interrogatorio comenzó a hacerse eterno. Parecía no tener fin. Entonces Swindells, que estaba sentado frente a mí, pareció desesperarse. Empezó a insultarme para que admitiera otros delitos. El tío es más verbal que Plowman y se vale de eso para joder. Te dice cosas que ni te imaginas. Te menciona cosas de las que ni siquiera tienes idea. Martilla con eso todo el tiempo: pum, pum, pum, hasta que te canses. Es un juego psicológico.
El interrogatorio comenzó a hacerse eterno. Parecía no tener fin. Entonces Swindells, que estaba sentado frente a mí, pareció desesperarse. Empezó a insultarme para que admitiera otros delitos.
“Junto con Plowman, Swindells empieza a hacerme una serie de preguntas y lanzarme acusaciones. Entre ambos me dicen: ‘Tú hiciste esto, aquello y lo otro también’. Era una sarta de acusaciones de lo más impresionante. Me querían achacar un montón de cosas que ni había cometido, pero me resisto a aceptarlas. Sólo admito los casos en los que estuve involucrado. También acepto un par de cargos menores. La verdad es que admití todos esos robos porque a esas alturas no tenía caso negarlos y porque tampoco había forma de zafarme de ellos, no porque las presiones de Swindells y Plowman me hubieran intimidado. En la Corte habría resultado más complicado negar tales robos que confesarlos de una buena vez”.
En palabras de Christian Plowman11:
“Hay que conocer a Guzmán Betancur en persona para comprender lo que hace y cómo lo hace. No vale creerle una sola palabra. Durante el interrogatorio siempre estuvo acompañado de un abogado, lo cual debe ser así por ley. Nunca interrogamos a alguien sin la presencia de un abogado, ya que hacerlo es ilegal. Betancur miente cuando dice que lo interrogamos luego de que lo arrestamos, pero él es así siempre. Sólo busca confundir. Es un tipo inteligente, muy bien hablado y absolutamente encantador. Es verdaderamente agradable, pero obviamente muy versado en lo que hace. Créame, es un sujeto muy astuto que usa modales suaves y una fina sonrisa con la que muy seguramente puede engañar a un esquimal para venderle nieve”.
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Según el artículo de The Independent:
“Entrevistado por Swindells y Plowman, Betancourt admitió todo: cuatro robos en hoteles de Londres durante 2001 y cuatro más que cometió en el 2004, así como catorce cargos en consideración. Fue acusado de haber robado 40.000 libras esterlinas12 en joyas y dinero en efectivo en el hotel Mandarin Oriental en el año 2001, y de haberse hecho con treinta y seis mil libras en el Dorchester en el 2004, representados también en alhajas y metálico (…).
“Christian Plowman recuerda cómo esa vez Betancourt empezó a llorar en la celda de la policía de Londres cuando lo confrontó con su verdadera identidad de Juan Carlos Guzmán Betancourt. Plowman no creyó en la sinceridad de sus lágrimas. ‘Pienso que fue más actuación’, dice, pero de todos modos encontró singular esa reacción. ‘No sé por qué no admitía todos los hechos que se le imputaban con base en pruebas. Era muy extraña su actitud’, señala Plowman.
“’Usualmente en las entrevistas les preguntamos a las personas su motivación para cometer delitos, porque puede haber alguna circunstancia inmediata que las obligue a realizarlos. Recuerdo haberle preguntado a Betancourt por qué hacía todo eso, pero él simplemente miró para otro lado y replicó llorando: ‘Usted jamás lo entendería’”.
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Como cuenta Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Dejemos las cosas en claro: Jamás he llorado ante ningún jodido policía. Jamás. Si me preguntan algo, me callo. Si me golpean, me callo. ¿Para qué tendría que llorar? Lo que verdaderamente ocurrió es que para el momento del interrogatorio yo aún no contaba con un abogado de oficio, así que ese procedimiento fue extrajudicial. En las horas que pasaron para que me asignaran un abogado Swindells y Plowman hicieron lo que se les vino en gana conmigo. De hecho, mientras estábamos en el interrogatorio Plowman me resultó con una cabronada. Era algo de un robo con el cual yo no tenía nada que ver. Ni siquiera había llegado a escuchar algo al respecto. Se trataba de un caso ficticio o que estaba por ahí archivado y en el cual Swindells y Plowman me querían involucrar. El cuento mezclaba un robo entre varios cómplices y violencia física. Una cosa jodida por la cual me podían meter hasta veinte años en prisión.
“Les dije que no trabajaba con nadie, que ese caso no tenía nada que ver conmigo, pero Plowman es el pelado para fregar. No se queda atrás de Swindells en eso. Le da y le da al asunto hasta volverse un mamón completo. Presionaba para que yo admitiera la culpa en ese jodido caso. A poco estoy de mandarlo a tomar por culo, pero me contengo. Me presiona más para que confiese, pero no tengo nada que confesar. Me dice que le entregue a los cómplices y da cizaña para que firme un puto documento en el que debo aceptar mi culpa y no sé qué tanto más, pero me niego.
Les dije que no trabajaba con nadie, que ese caso no tenía nada que ver conmigo, pero Plowman es el pelado para fregar. No se queda atrás de Swindells en eso. Le da y le da al asunto hasta volverse un mamón completo. Presionaba para que yo admitiera la culpa en ese jodido caso.
“Swindells, a su vez, sigue con la putada de insultarme. Como no les digo nada se envalentonan más. Entonces, en un instante, Plowman se levanta de su silla, agarra con sus manos el dosier ese con el que había entrado al salón de interrogatorios y antes de que yo pueda siquiera reaccionar me da con él de hostias en la cara. ¡Pum! ¡Qué hijo de puta! No alcancé ni a ver el golpe, pero lo sentí hasta en la médula. El cabrón casi me desnuca con ese porrazo. Fue durísimo. Me lanzó hacia atrás con silla y todo. Como pude me reincorporé. Me mordía los labios para aguantar todo ese dolor. ¡Qué dolor, madre mía! Levanté la silla y me senté de nuevo a la mesa. No pude evitar que las lágrimas me escurrieran del dolor. Debe ser por eso que Plowman dice que me vio llorar. El muy cafre no cuenta la historia como fue.
“De todos modos seguí sin decirles nada. Nunca antes un policía me había dado una paliza de ese modo. A decir verdad era la primera vez que uno me golpeaba en un interrogatorio. Durante el tiempo que estuve en prisión algunos tíos me contaron cosas muchísimo peores por las que habían tenido que pasar en los interrogatorios. Así que de cierto modo me había hecho a la idea de que algún día podía pasarme a mí también. Me preparé mentalmente para eso, aunque viéndolo en retrospectiva, francamente no creo que nadie esté preparado para soportar una tortura.
“La intimidación siguió hasta la madrugada. Era un toma y dame con el tema de ese tal robo con el que querían vincularme. Por lo visto querían que yo me quedara un buen tiempo en la cárcel, así que no aflojaban la presión para que me echara esa culpa encima. Cada vez que me negaba a firmar el tal papel de confesión Plowman cogía y me daba un golpe durísimo en la cabeza. ¡Pah! Fue así como por tres o cuatro veces. Sólo paró cuando se dio cuenta de que no sacaría nada con eso. Tanto él como Swindells son un par de cabrones sin profesionalismo. Se supone que te llevan a un lugar de esos para interrogarte, no para causarte daño, ni físico ni moral. Al final se cansaron de todo ese coñazo. Plowman salió del cuarto y me dejó allí con Swindells. Entonces se me queda viendo y me dice:
—Ven conmigo. Quiero mostrarte algo.
“Me saca tomándome por el brazo y me lleva hacia su despacho. Apenas abre la puerta me quedo sorprendido. El tío tiene toda su oficina empapelada con anotaciones y fotografías mías. No le cabía un retrato más. Ni el escritorio ni el ordenador se salvaban. No tengo idea de dónde coños sacó todas esas fotografías, lo cierto es que allí había tal variedad que ni siquiera yo sabía en qué momento me las habían tomado.
—¿Ves de lo que te hablo? —me dice— Sabemos más de tu vida que tú mismo.
“El tipo tenía una obsesión tremenda conmigo. Quizás y se hacía el morbo con esas fotos. Pensé para mis adentros: ‘Este jodido policía está chalado. En cualquier momento me secuestra y me amarra a una pata de su cama’. Desde ese momento Swindells me llegó a inquietar. Nunca se sabe de qué es capaz un tipo así. Luego de que me muestra todas esas fotos me conduce a una de las celdas de la estación y allí me encierra. Era una pieza estrecha en la que apenas había una cama. No tenía ventanas, y en lugar de barrotes contaba con una puerta metálica. Aquel sitio quedaba en los pisos inferiores del edificio. Como el interrogatorio me había dejado exhausto, decidí recostarme en la cama para tratar de descansar un rato, pero entonces regresa Swindells y me sobresalta:
—¡Oye! ¡Mira! —dice—. Se me había olvidado mostrarte esto.
“Era un pequeño tablero de acrílico, de esos para rayar con marcador. Lo tenía lleno de más fotografías mías. Me dijo que se lo llevaría a su casa como trofeo. En verdad ese sujeto llegó a incomodarme. En lo sucesivo procuré evitarlo, así que cada vez que lo veía tomaba distancia.
“Después de eso Swindells y Plowman allanaron el piso que yo ocupaba con Philippe en Lisson Grove. Ni siquiera me sacaron de la celda para preguntarme dónde quedaba, ya sabían bien cómo llegar. El cuento es que ingresan allí y encuentran varias cosas mías: dinero en efectivo, el ordenador y algo de lo que me había hecho en los hoteles durante los días pasados. ‘Las pruebas que lo relacionan con el delito’, dijeron. Dentro del equipaje que yo guardaba en aquel piso había no menos de treinta mil libras esterlinas13 en billetes de diferentes denominaciones. Tenía dinero turco, francés, suizo… Pero según el registro de Scotland Yard allí sólo encontraron tres mil libras14 o algo así. De todo cuanto me había hecho por esos días en el Grosvenor sólo se salvaron unas quince mil libras esterlinas15. Por fortuna alcancé a depositar esa pasta en un par de cuentas bancarias antes de que me arrestaran.
“Un par de semanas después de que confiscaron ese dinero, Swindells y Plowman salieron a ventilar el hecho ante la prensa. Incluso mencionaron la historia del reloj Jaeger-LeCoultre que yo había regalado. Dijeron que lo único que encontraron de él fue una factura por veinte mil setecientas libras16. El cuento era cierto, pero exageraron las cosas de manera impresionante para hacerme ver como un peligroso delincuente. La verdad es que el reloj estaba nuevecito. Al parecer Al-Sharif acababa de comprarlo y yo me lo había llevado de la suite con caja y todo, incluyendo la factura. Ni siquiera me acordaba de que existía esa factura. Debía estar refundida entre mis cosas en el apartamento de Lisson Grove y por eso fue que Swindells y Plowman la encontraron.
“Para colmo, el par de tíos también encontraron varios de mis pasaportes y de eso echaron mano para armarla aún más grande. Por confiado había guardado algunos en mi maleta. Uno francés, otro español, uno estadounidense y otro más ucraniano. ¡Joder! Recuerdo que también les intrigó mucho uno ruso. Ese tenía el nombre de Dennis Vladimirovich Kiselev. Era otra identidad inventada por mí, pero el documento era original, como todos. Creo que ese en particular les llamó la atención por el hecho del idioma. Es decir, se preguntaron si acaso yo hablaba ruso. La verdad es que hablo siete idiomas: inglés, francés, italiano, portugués, árabe, alemán y ruso, aparte del castellano y el catalán. En mi trabajo es muy importante conocer otros idiomas. Tienes que saberlos muy bien, incluso con los modismos. Por eso es importante viajar, hablar con los amigos, escuchar música, estar actualizado. Seamos sensatos. Esto no lo hace todo mundo, así que si vas a suplantar a alguien debes hacerlo del modo correcto, de lo contrario ni lo intentes.
La verdad es que hablo siete idiomas: inglés, francés, italiano, portugués, árabe, alemán y ruso, aparte del castellano y el catalán. En mi trabajo es muy importante conocer otros idiomas.
“Al día siguiente de que me arrestan, como a eso de las siete u ocho de la mañana, me vuelven a tomar las huellas. Las que sacó Plowman la noche anterior al parecer no sirvieron para nada. Así que envían un especialista para que las repita. Según supe después, esas huellas las cotejaron con otras y así fue como se dieron cuenta que una serie de robos cometidos en Londres desde 1998 los había hecho yo. Todo ese tiempo habían pensado que se trataba de personas diferentes. Sin embargo, el cotejo tampoco les sirvió de mucho. Como por cada registro de huellas había un nombre diferente, nunca pudieron tener certeza de que yo era Juan Carlos Guzmán Betancur, sólo lo suponían. Hasta el día de hoy ni Swindells ni Plowman han logrado comprobar mi identidad17. No tienen cómo hacerlo. En Colombia ni en ninguna otra parte hallaron nada. No había cédula, ni tarjeta de identidad ni mucho menos registro de nacimiento. Así que sólo tenían indicios, y los indicios de nada sirven en la Corte, hacen falta pruebas.
“Aquella mañana también me tomaron un par de fotografías y luego, a eso de las nueve, me condujeron a la Corte, a la Crown Court. Allí me asignaron un abogado de oficio. Recuerdo bien que era un gordito bastante divertido en apariencia. El tío me describe las causas de que se me acusa y me deja ver los registros de Scotland Yard. Es entonces cuando vengo a saber que ese par de policías se llaman Andy Swindells y Christian Plowman. Pasaron todo el interrogatorio sin siquiera presentarse. De modo tal que si no es por mi abogado, a esta hora tampoco sabría sus nombres.
“Cuando llegué a la Corte pude ver a Philippe. Estaba sentado en una de las banquetas a la espera de que comenzara la audiencia. Andaba solo, sin policías ni nadie que lo custodiara. Así que supuse que lo habían dejado en libertad y que estaba allí para darme apoyo moral, no para comparecer. De todas formas no pude preguntarle nada. Estábamos retirados y me tenían prohibido hablar con alguien. Simplemente nos saludamos desde lejos, así que le pedí el favor a mi abogado de que se acercara a él y le preguntara cómo estaba. Quería saber si le habían hecho algo. El gordito va y le pregunta lo que le dije y al rato regresa con la razón:
—Su amigo dice que no le pasó nada —comenta—. Anoche mismo, en el Sainsbury’s, lo dejaron en libertad. Él está bien.
“Sentí alivio por Philippe. Es un buen chaval. No tenía porqué pagar por mis asuntos ni vérselas con la policía, como sucedió la noche anterior en el Sainsbury’s. Me sentí avergonzado con él por eso. Después de que pude saber que Philippe estaba bien, un magistrado entró a la sala e hizo la lectura de cargos de los que se me acusaba. Tenían que ver con robo, ingreso a propiedad privada y un par de cosas más que ahora se me escapan. Todo lo que se les dio la gana poner a Swindells y a Plowman estaba escrito ahí. Al final el magistrado dictó detención provisional. Aquello significaba que debía esperar no sé cuánto tiempo para que el asunto pasara a manos de un juez y comenzara en firme el litigio. Así que mientras aguardo por todo eso, me encierran de nuevo en prisión, una mazmorra antiquísima en pleno centro de Londres”.
1 Modismo español que significa elegante o burgués.
2 Unos 9.180 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
3 Unos 1.050 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
4 El artículo de Malcom Macalister Hall en The Independent no menciona ningún operativo de Scotland Yard dentro del Sainsbury’s ni ningún tipo de altercado, como sí lo señalaron Guzmán Betancur y Plowman en sus declaraciones para este libro.
5 Unos 2.620 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
6 Unos 10.490 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
7 Unos 27.143 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
8 Según registros de prensa, la prenda era una chaqueta Armani avaluada en poco más de 3.000 dólares estadounidenses. Los mismos informes periodísticos dan cuenta de que el hombre que la portaba esa noche era Juan Carlos Guzmán Betancur, no su compañero, y que ‘Jordi’ se la había hurtado al mismo huésped del hotel Dorchester del cual se hizo con otras pertenencias durante el robo en la suite.
9 La búsqueda en internet de Khalid Al-Sharif da como resultado al menos dos sujetos coincidentes con ese nombre. Uno de ellos es un médico del Instituto Neurológico de la Clínica Cleveland Abu Dhabi, en Estados Unidos, y el otro, un empresario naviero propietario de la firma Al Sharif Group, en el Reino de Bahrein. Se desconoce si alguno de ellos dos fue la víctima del robo de Guzmán Betancur en el hotel Dorchester de Londres.
10 Unos 47.215 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
11 Christian Plowman, en entrevista publicada en el diario canadiense National Post en septiembre de 2009 y en testimonios al autor de este libro en agosto de 2013.
12 Unos 52.450 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
13 Unos 39.345 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
14 Unos 3.934 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
15 Unos 19.670 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
16 Unos 27.148 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
17 Según declaraciones de Guzmán Betancur entregadas para este libro en mayo de 2012.