“Philippe, nos está siguiendo la policía”.
Juan Carlos Guzmán Betancur cuenta:
“Llegué a Brasil a mediados de 2004 con la intención de recorrer Río de Janeiro, pero no quise quedarme en un hostal. En esa ocasión decidí pagar un buen hotel y entonces me alojé en el Copacabana Palace. Una tarde se me antojó pasarme por la playa que hay en frente, sabía que vendían unos buenos coconut cocktails por ahí y quise probar uno. Así que salgo del hotel y me dirijo hacia allá, pero cuando estoy por llegar al sitio siento que alguien se me acerca por un lado y me trinca con algo en las costillas. Me dice en portugués algo como: ‘Continue andando, filho da puta’. Yo sólo le hago caso. Ni siquiera puedo articular una palabra del susto que me da. Como puedo volteo a mirar y con el rabillo del ojo alcanzo a ver la punta de un revólver. ¡Madre mía! Me están secuestrando y nadie por ahí se da cuenta de nada. Todo mundo está en lo suyo: bronceándose las carnes.
“El tío me lleva en sentido contrario a la playa, a unas cuantas cuadras del hotel, donde prácticamente empieza a formarse una suerte de favela1. Cruzamos una calle y al otro lado nos esperan dos tíos más. Me dicen que les entregue todo lo que tenga. ¡Puta! Llevo puesto el anillo en forma de pantera que había conseguido en Nueva York y un reloj Patek Philippe que había comprado en Europa con mi trabajo.
—¡O anel! Passa o anel ou mato voce, filho da puta.2 —me dice uno de los tipos afanado.
“Mientras me zafo el anillo otro de los tíos se me abalanza y me arranca el reloj. ¡Joder, que son rapaces los hijos de puta! La cosa no acaba ahí. Los gilipollas me hacen seguir hacia adentro de ese barrio, cerca de unas gradas de cemento que se elevan al pie de una colina. Allí uno de los sujetos me saca la cartera, se queda con los billetes y la tira al piso. Yo no hago nada. Me quedo quieto todo el tiempo y sólo me limito a hacer lo que esos tíos me dicen. Luego me hacen quitar los zapatos, unos Fratelli Rossetti preciosos, y después, la camisa. Enseguida dan media vuelta y como alma que lleva el diablo salen a perderse entre las callejuelas. Se lo llevaron todo esos cretinos. Sólo me dejaron el pantalón y los calzoncillos.
“Fue una pena perder el reloj y el anillo. Ambos estaban chulísimos3. Los zapatos, ni se diga. Los cabrones me robaron varios miles de dólares en esas cosas. Por fortuna ni siquiera me golpearon. Después de que se marcharon me senté en un pequeño muro que había en el lugar y me puse a reír. No tengo una explicación para eso. Sólo me puse a reír. Estaba casi en cueros pero no podía aguantarme la risa. Me entró un ataque la cosa más impresionante. Quizás fue una reacción nerviosa, no sé, pero lo cierto es que la bulla que no hicieron los rateros la hice yo con esas carcajadas. Más de un mirón salió a ver lo que pasaba. ‘¡Ya para qué!’, les grité. ‘¡Gracias por nada!’.
“Después de un rato me levanté y regresé al hotel. Tomé el mismo camino que había usado para ir a comprar el coconut, el mismo en el que me habían encañonado. No tenía caso buscar otro camino más seguro. De todas formas, no tenía nada más que me fueran a robar. Atravesé la playa y entré al lobby del hotel. Todo mundo me miró de arriba a abajo. ‘¡Qué glamour el de este tío!’, habrá pensado más de un cabrón. Al verme así una chica del staff que antes me había visto salir viene rápido hacia mí y me pregunta:
—Señor, ¿y el resto de su ropa? ¿Se encuentra bien?
—No se preocupe —le digo aún entre risas—. Fue algo sin importancia.
“Enseguida subí a la habitación y me di un baño. No iba a dejar que un robo me dañara el día, así que me puse un outfit nuevo y volví a salir”.
***
Juan Carlos Guzmán Betancur era en ese momento un inquieto viajero. Hacía el trayecto de un país a otro al azar cada vez con más frecuencia. Venía en esa dinámica desde la última vez que salió de Las Vegas, pero el impulso le duró hasta diciembre de 2004. Ese mes decidió regresar a Londres y quedarse allí varias semanas, más de lo habitual. Se sentía bien en esa ciudad. Los clientes caían como moscas y como consecuencia de ello sus robos se hicieron más frecuentes. Sin embargo, como la ambición rompe el saco, cuando el de ‘Jordi’ finalmente se desfondó hizo tanto ruido que prácticamente fue imposible no escucharlo. En cuestión de pocos días estuvo en la mira de un par de detectives de Scotland Yard4 que desde hacía un tiempo venían investigando una seguidilla de robos en la ciudad. No había caso, con ellos pisándole los talones la buena racha de ‘Jordi’ pronto empezaría a escasear.
Como cuenta Juan Carlos Guzmán Betancur:
“Desde que me fui de Colombia he estado en cincuenta y nueve países5, pero sólo en seis he llegado a robar. Llevo mis cuentas, por eso mismo lo digo. Para la época en que salí de Las Vegas en 2003 no eran tantos los países que había visitado, pero sí sumaban ya una buena cantidad. Visito entre ocho y nueve países cada año, pero ni siquiera lo hago por cuestiones de trabajo. La verdad es que todo aquello que tenga que ver con otras culturas me apasiona, por eso viajo frecuentemente.
“Me agrada la idea de llegar a una ciudad y conocer sus costumbres, probar sus comidas y entrar en todos los metederos que encuentre, incluso los chiringuitos gay. Esos no pueden faltar. Siempre que llego a un nuevo destino procuro ponerme al día con la temática gay. Los chiringuitos son un buen lugar para conocer tíos. Incluso, bastantes de mis amigos los he conocido de ese modo. Los chiringuitos gay funcionan como una fraternidad: en ellos, los amigos de mis amigos son tus amigos. Y como van tíos de todas partes del mundo, pues suelen parecer una torre de Babel. Terminas practicando y conociendo otras lenguas, literalmente hablando.
Desde que me fui de Colombia he estado en cincuenta y nueve países, pero sólo en seis he llegado a robar. Llevo mis cuentas, por eso mismo lo digo.
“Ahora bien, eso no significa que me guste ir de ligue. Lo digo honestamente. Detesto a las personas que van a otros países para hacer turismo sexual. Eso es algo aberrante. Lo mío es ir de paso y compartir con gente como yo sin necesidad de irme a la cama con alguien. Hablo con los tíos, me tomo unas birras con ellos, pero no me revuelco con todo mundo. No soy puto. No aprendí a ganarme la vida tirando con tíos ni tampoco lo hago por placer con el primer aparecido.
“La verdad es que el plan de viajar y conocer gente me encanta. Hago amigos en los aeropuertos y en los vuelos largos, y cuando no, en cosas de mi trabajo. Comienzo con una charla y al final ya tengo sus datos de contacto. Me resulta fácil hacer amigos, los tengo en todas partes y de todas las clases: desde chicos pijos que llegan resguardados por su escolta para tomarse una copa hasta chavales sin un centavo en los bolsillos. No todos son del mundo del hampa, algunos son hijos de gente respetada —como Nikolay— y otros, unos verdaderos criminales. Sea como fuere, de todos se aprende algo, y hay quienes incluso me mantienen actualizado del negocio. Hay que estarlo. Si no te actualizas, estás perdido. Cuando menos piensas te caen los policías encima por culpa de algún soplón, que en este negocio abundan. Así que los amigos te sirven para saber con quién te metes, con quien no, qué lugares debes evitar y cuáles puedes frecuentar.
“En el gremio la colaboración es el pan de cada día. Nos decimos: vente para acá, no te vayas a tal lado, has esto o has lo otro. El cuento es que los policías siempre tienen algún chivato que les suelta todo a cambio de drogas. Aquello no es nada nuevo. Todo mundo lo sabe. Se echan en el bolsillo a un tío drogadicto y lo proveen de toda clase de sustancias para que les cuente lo que sabe. Si no colabora, lo amenazan con guardarlo en prisión y cortarle el suministro. Aquellos tíos convulsionan con sólo imaginarlo. Mueren si no consiguen droga y matan por conseguirla. Es de esos sujetos de quienes hay que cuidarse la espalda en el negocio. Como nunca sabes cuándo hay un soplón cerca, la mejor forma de cuidarse la espalda es moviéndose rápido, cambiando de un lugar a otro.
“Aquella rutina era algo que yo hacía sagradamente, aunque para ese entonces no llegué a sentirme perseguido. Mantenía durante horas en los aeropuertos a la espera de un siguiente vuelo a cualquier lugar. Así que aprovechaba el tiempo para navegar por internet y ver las páginas web de los hoteles que pensaba visitar. Repasaba si les habían hecho algunos cambios a las suites, los nuevos servicios que ofrecían, tarifas, en fin… lo que sirviera para hacerme un panorama. Todo resultaba útil. Incluso entraba a las páginas web de los fabricantes de cajas de seguridad. Chequeaba los nuevos modelos y la tecnología que incorporaban. Con un par de lecturas me bastaba para estar actualizado. Luego, tomaba un avión a mi próximo destino.
“Antes de que acabara el 2004 decidí volver a Londres. Estaba en Rusia en ese momento, pero por algún antojo que ahora no recuerdo volé a Londres. Siempre se me habían dado bien las cosas allí y con diciembre de por medio era de esperarse que marcharan aún mejor. Esa debió haber sido la razón por la cual viajé. Lo cierto es que abordé un avión de Russian Airlines y entré por Heathrow nuevamente. Esa vez entregué un pasaporte con la identidad de David Iglesias Vieito. Era el nombre de un tío que me inventé y que supuestamente era natural de Galicia. Aún así el pasaporte era original, lo conseguí luego de sacar un DNI falso. Ya se sabe cómo funcionaba la cosa conmigo. Así que no era un pasaporte robado o extraviado, ni nada por el estilo.
“Apenas bajé del avión formé en la fila para ciudadanos de la Unión Europea. Hay dos filas allí, una para quienes somos de la Unión y otra para quienes no. Le pregunté a la chica de Inmigración si estaba haciendo mucho frío en la ciudad por esos días. Me dijo que no, que para mí, que venía de Moscú, aquello debía parecerme el Caribe. No tardé más de diez minutos en esa fila, pasé los controles de Inmigración sin ningún lío. Luego salí a la calle y tomé un taxi, un black cab que me cobró unas setenta libras6 por llevarme al centro de Londres. Allí me quedé en un hotel, pero sólo de paso. A los pocos días me vi con un amigo francés, Philippe7, y entre ambos rentamos un piso amoblado en un pequeño edificio de ocho niveles en Lisson Grove, un barrio cercano al hotel al que yo había llegado. Aquel apartamento quedaba en uno de los niveles superiores, el siete o algo así. No lo recuerdo bien. Estaba frente a una calle bastante concurrida y pagábamos unas seiscientas libras8 a la semana por él.
“Con Philippe nos habíamos conocido en París. Estudiaba Finanzas y había llegado a Londres para hacer sus prácticas universitarias con Merril Lynch9. Debía estar unos dos meses en la ciudad por cuestión de ese trabajo. Ambos teníamos más o menos la misma edad, unos veintiocho años, y nos llevábamos muy bien. Philippe era de los pocos amigos que sabía a fondo de mis asuntos, es decir, sabía a lo que me dedicaba, mi verdadero nombre y todo lo demás.
“Mientras Philippe iba a sus prácticas yo me ponía a caminar por la ciudad. Visitaba museos, tiendas, mercados, en fin, todo lo que un turista suele hacer. Tenía pensado quedarme un mes en Londres, así que me tomé las cosas con calma. Por ese entonces recordé el hotel Dorchester, en la 53 Park Lane de Mayfair10, que por lo general mantiene ocupado por árabes musulmanes. Son tíos adinerados que se hospedan en ese lugar porque en sus restaurantes no utilizan nada que contenga carne de cerdo, lo cual va en línea con sus creencias.
“Sabía todos esos detalles del Dorchester porque otras veces ya había estado allí. Es un hotel fino, pero la gente del staff es sumamente porfiada. Podía ir a trabajar allí cuantas veces quisiera sin que nadie me llegara a reconocer. Siempre resultaba rentable. Los tíos de Seguridad se encargan de llevar el registro de los robos, pero no necesariamente informan de ellos a los de Recepción, así que estos nunca saben nada de esos asuntos. Eso es algo que no sólo pasa en el Dorchester, sino en casi todos los hoteles del mundo. En Londres recuerdo haberlo notado también en el Mandarin Oriental, en el Savoy y en el Intercontinental, en los cuales venía trabajando desde el 2001. Sin embargo, del Dorchester fue del que más me aproveché.
“Esa vez, cuando estuve frente al edificio, se me antojó entrar. Las cosas resultaron igual que siempre, y cuando ya estuve en la suite con la caja de seguridad abierta me topé con dos relojes preciosos. Uno era un Franck Muller Transamérica, el otro no lo recuerdo, pero podía ser bastante más caro que aquel. Junto a ellos encontré también unas cinco mil libras esterlinas11, pero nada más. De todas formas, aquello me pareció suficiente por ese día. La verdad es que no hay mucho qué decir de esa jornada. Todo allí ocurrió de lo más normal. Al final puse una clave al azar en la caja, salí de la suite y dejé el hotel sin hacer aspaviento. Visité un par de hoteles más por esos días sin que nada raro pasara. Anduve siempre desprevenido, pero el lío vino días después, cuando creí que como tantas otras veces nadie me había reconocido”.
***
Andy Swindells, por entonces un joven sargento de Scotland Yard, atendió la denuncia por el robo que Juan Carlos cometió en una de las suites del hotel Dorchester. Swindells, un tipo alto y rapado, de unos treinta y cinco años de edad para la época, había sido comisionado por la Unidad de Delitos Hoteleros de Scotland Yard para seguirle la pista a una serie de robos similares ocurridos en Londres desde el año 2001, tiempo desde el cual venía trabajando en el asunto con otro detective, Christian Plowman.
Andy Swindells, por entonces un joven sargento de Scotland Yard, atendió la denuncia por el robo que Juan Carlos cometió en una de las suites del hotel Dorchester.
Ambos habían empezado por rebuscar entre las denuncias un patrón común de los hechos. Les había tomado meses descifrar que no se trataba de una banda organizada, sino de robos cometidos por un solo sujeto. Las investigaciones que adelantaron dieron como resultado que el autor era un tipo joven, de talla alta y con un pequeño lunar entre las cejas. Luego hallaron una imagen de aquel hombre en uno de los archivos de Scotland Yard en el que se le relacionaba con un asunto en el aeropuerto de Heathrow en 1998, y en el que se le identificaba como Gonzalo Vives Zapater. Creyendo que ese era su verdadero nombre, Swindells y Plowman empezaron a barajar su paradero, aunque no pensaron que llegara a estar en Londres para ese diciembre de 2004 y que su nombre real fuera Juan Carlos Guzmán Betancur.
Como precisó Swindells al periodista Malcolm Macalister Hall para un artículo publicado en el diario inglés The Independent y en una entrevista con la revista colombiana Semana12:
“Suponíamos que podía estar en Las Vegas o en Rusia, pero nunca llegamos a imaginar que se encontraba en Londres (…). Siempre asumió el papel de huésped. Llegaba a un hotel haciendo las cosas que la gente normalmente hace: estar por ahí, tomar un café, cambiar dinero. Se tomaba su tiempo para eso y para familiarizarse con la gente del staff, de modo tal que a golpe de vista las personas pudieran creer que se trataba de un huésped. Los hoteles son pequeñas comunidades y los empleados ven gente todo el día. Si, por ejemplo, cambias dinero un par de veces te quedarán conociendo, cosa que a él le resultaba útil (…).
“Lograba hacerse con los nombres de los huéspedes y los números de las habitaciones a través de las listas de consumo que hay en los bares que funcionan dentro de los hoteles, así como de las listas que hay en las zonas de gimnasio. Cuando no, le bastaba con escuchar los saludos entre la gente del staff y los huéspedes.
“En la fila al momento de tomar el desayuno se puede escuchar a la gente decir: ‘Soy el señor o la señora tal’ y después mencionar el número de la habitación. Cuando lograba saber esos detalles iba a la recepción, se hacía pasar por aquel huésped ante la persona que antes le había cambiado dinero -la cual ya lo reconocía de tanto verlo por ahí- y le decía: ‘Hola. En días pasados vine a cambiar dinero, ¿me recuerda? Mucho gusto, soy el señor tal, mi habitación es la equis pero perdí mi keycard, ¿usted me puede entregar otra, por favor?’, y como la cultura de los hoteles es que los clientes siempre tienen la razón, pues le daban una keycard creyéndole todo el cuento. Luego de que entraba a la suite podía obtener lo que quisiera.
“Es un hombre muy inteligente, pero hay algo terriblemente mal con él, psicológicamente hablando. Es un mentiroso patológico”.
Juan Carlos Guzmán Betancur comenta:
“De algún modo que no logro entender, Scotland Yard había comenzado a seguirme. No sé cómo sería el asunto, pero lo cierto es que los tipos estaban acechándome. Andaban en una camioneta, una van Mercedes Benz blanca con marcas de una compañía de mantenimiento de líneas telefónicas o algo así. Era similar a las que usan los servicios de mensajería, sin ventanas en la parte posterior. La estacionaron justo al frente del apartamento que yo había rentado con Philippe, como a los dos días de nosotros habernos alojado allí. Incluso llegué a mencionárselo a Philippe una vez que salimos a la calle. Le dije:
—Philippe, nos está siguiendo la policía.
—¿Cómo lo sabes?
—Mira los tíos de esa van. Llevan dos días parados ahí, vestidos con cascos y overoles, y ni siquiera usan un martillo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que son policías? —preguntó.
—Yo sé que lo son. Quizás y nos están grabando ahora mismo —dije.
—¿Y entonces? —inquirió— ¿Qué hacemos?
—Nada. Esperaremos a ver qué pasa. Si te llegan a preguntar por mí, diles que apenas me conoces —sugerí.
—¿Y el nombre? —cuestionó— ¿Qué nombre doy si me preguntan?
—Diles que me llamo David, que soy de España. No les digas nada más.
“No había lío con que Philippe les diera esa información. Para entonces me había hecho con una buena cantidad de pasaportes con los que podía zafarme del asunto. Llevaba al menos media docena esa vez, pero con el tiempo llegué a juntar unos noventa. No miento.
“Cada uno de esos pasaportes tenía una identidad diferente, pero todos tenían la misma fotografía. No se puede tener ningún pasaporte con un nombre repetido porque se vuelve un caos a la hora de presentarlo. Te enredas pensando si a esa identidad le has asignado antes otra nacionalidad, y si entras en duda al momento de usarlo, en un dos por tres estás frito.
“Tenía mis pasaportes preferidos, no voy a negarlo. Eran pasaportes que nunca fueron pillados por las autoridades y con los que me iba bien, así que no tuve necesidad de usar todos los noventa. Lo cierto es que tampoco andaba con pasaportes viejos. El que se iba venciendo, iba saliendo. Los renovaba sólo si pasaba por el país en que fueron emitidos. Ya se sabe que sólo usaba originales, aunque la verdad es que tenía de todos, robados también. Ahora bien, no se puede decir que todas las identidades que figuraban en esos pasaportes fueran alias míos. Alias, en total, llegué a tener entre veinte y veinticinco. Esa fue la cantidad que salió del revoltijo de nombres que hizo Interpol la otra vez, cuando fui capturado en París en el 2001.
“Pero retomando lo de Londres: aquel día en que le dije a Philippe que los tipos de la camioneta eran policías no pasó absolutamente nada. Todo estuvo de lo más normal. Tampoco hubo nada extraño al día siguiente, ni siquiera al que le vino a ese. El problema llegó una noche, cuando me encontraba en una agencia de viajes cerca de Hyde Park13. Había llegado allí y comprado un billete a Estambul, a donde tenía pensado viajar próximamente. De repente recibí una llamada en el móvil. Por esos días me había hecho con un móvil para estar en contacto con Philippe. Justamente quien llamaba era un amigo suyo. Según me había dicho Philippe, se conocían bien, pero yo, en cambio, ni siquiera lograba recordar el nombre de ese sujeto. Lo había visto sólo una vez, un par de días atrás, cuando Philippe se encontró con él y me lo presentó. Fuimos hasta su casa aquel día. Fue algo breve, muy casual. No tardamos mucho ahí. Lo cierto es que esa vez el tipo me pidió el número de mi móvil no recuerdo ni para qué. Se lo di sin ningún reparo. Ese mismo sujeto era quien me estaba llamando esa noche al móvil. Aquello se me hizo de lo más extraño. ‘¿Por qué me llama a mí en vez de a Philippe? Él es su amigo, no el mío’, pensé. En todo caso, contesto la llamada. Me saluda brevemente y busca averiguar por qué parte de la ciudad estoy.
—¿Por dónde andas? —pregunta.
“Le digo que estoy en una agencia de viajes por los lados de Hyde Park. Le comento que de hecho voy a verme con Philippe en unos minutos, que si necesita que le dé algún recado. Me dice que no, que no es necesario, pero enseguida me pide un favor:
—Escucha —dice—. Ya que ambos andan en la calle, ¿podrían hacerme el favor de traerme un pan baguette?
—¿Un pan? —pregunto extrañado.
—Sí, es para la cena —responde.
—¿Cena? ¿Cuál cena?
“El tipo me dice enseguida que nos invita a cenar, pero que quiere aprovechar que estamos en la calle para encargarnos el tal pan. Era temprano aún, no más de las siete de la noche, así que el pedido me pareció de lo más lógico. Acepté la invitación a sabiendas de que a Philippe le agradaría. Le dije entonces que me encontraría con él y que después iríamos a por el dichoso pan, y de ahí, a su casa, pese a que quedaba más bien retirada de nuestra ruta.
—Espéranos entonces. Vamos para allá —le dije.
—Oye —me atajó antes de que colgara—, ¿se demoran?
—No creo. Lo que nos tome conseguir una tienda para comprar el pan y llegar hasta tu casa.
—¿Y por dónde estás?
—Cerca de Hyde Park —le repetí.
—¿Dónde? —insistió.
—Cerca de Hyde Park —remarqué.
“Parecía como si no me escuchara bien. Después de eso el tío me cuelga. ‘Qué llamada más rara’, me dije. ¿Por qué le interesaba tanto a ese tío saber dónde estaba yo? Sin embargo, no me llegué a cabrear.
“Me encontré con Philippe como a una cuadra de New Bond Street14. Hacía frío esa noche, pero yo apenas tenía puestos un pantalón y una camisa, ambos de color negro. Philippe, en cambio, estaba muerto del frío. El chaval no se la lleva bien con el frío y tenía tiempo de estar esperándome ahí, envuelto en una gabardina oscura que casi le rozaba con los pies, sin descontar que es tan alto como yo. Resultaba fácil de reconocer desde lejos. Philippe parece un judío por donde se le mire. Tiene el pelo negro y es tan blanco que casi reluce. Le mencioné la invitación de su amigo para cenar, que nos pedía que le lleváramos un pan. A Philippe le encantó la idea, como había imaginado.
Parecía como si no me escuchara bien. Después de eso el tío me cuelga. ‘Qué llamada más rara’, me dije. ¿Por qué le interesaba tanto a ese tío saber dónde estaba yo? Sin embargo, no me llegué a cabrear.
“Caminamos entonces hacia los lados de Mayfair en busca de una tienda. Fuimos hablando en francés. Cada vez que estaba con Philippe procuraba hablarlo para practicar. Mientras andábamos por ahí salimos a una calle que estaba sola. No recuerdo el nombre ahora, pero sí que estaba sola. De hecho, únicamente se cruzó con nosotros un tipo rapado que apareció por una esquina vestido de traje y que venía hablando por móvil. Después de caminar un par de cuadras encontramos un supermercado, uno de la cadena Sainsbury’s15, y entramos allí para comprar el pan. Para entonces ya debían ser como las ocho de la noche”.
Según otro apartado del artículo de The Independent escrito con base en testimonios del detective Andy Swindells:
“La noche del 20 de diciembre de 2004 Swindells estaba ya de descanso y había salido al West End para tomar algunos tragos con amigos. Mientras estaba allí, alrededor de las ocho de la noche, fue llamado de vuelta al trabajo – la estación de policía de Marylebone16– para lidiar con un arresto. Se encontraba lo suficientemente cerca del lugar, por lo que decidió ir caminando.
“Esa vez la noche estaba más oscura y ventosa que de costumbre mientras Swindells apuraba su paso por Conduit Street, en Mayfair. Nunca antes había visto a Betancourt17 en persona, sólo su fotografía, pero mientras giraba a la calle St. George dos hombres en la acera opuesta llamaron poderosamente su atención. ‘Uno era un sujeto con una chaqueta larga de cuero’, dice Swindells. ‘La manera en la que estaba vestido era elegante y costosa, pero había algo en él que no encajaba, que no estaba bien. Lo repasé con más detalle y pensé que podía tratarse de Betancourt, a quien en ese entonces conocíamos solamente como Gonzalo Vives Zapater’, agrega.
“Rápidamente Swindells llamó a Plowman a través de su celular para indicarle lo que estaba viendo. Al comienzo éste pensó que se trataba de una broma, pero Swindells le aclaró que no era así. Le dijo donde estaban el par de sujetos y después colgó. Plowman salió corriendo de su despacho en Marylebone hacia el lugar que Swindells le indicó. Sin que lo notaran, éste siguió a los dos hombres por la calle Conduit desde la acera opuesta. Luego cruzó la calle rápidamente hacia ellos, pero en vez de ponerse cerca los adelantó un par de metros. Después dio media vuelta en una esquina y regresó para poderlos encontrar de frente y verlos a la cara. Cuando se cruzaron, los escuchó hablar en un idioma distinto al inglés. Sin embargo, bajo las tenues luces de la calle no pudo apreciar el rasgo más distintivo de Betancourt, un lunar grisáceo entre las cejas, lo cual le habría permitido comprobar que -en efecto- se trataba de él.
“Swindells dejó que los dos hombres avanzaran un par de metros y luego regresó tras de ellos sin que lo advirtieran. Los siguió a través de la Plaza Berkeley18 hasta llegar a una tienda de la cadena Sainsbury’s, cerca del hotel Ritz. ‘El tipo y su compañero estaban de compras. Tenía la corazonada de que era Betancourt y entonces volví a llamar Christian casi susurrando para indicarle dónde me encontraba. Le dije: ‘Es él’, aunque aún me preguntaba a mí mismo: ‘¿Este es el muchacho? ¿Es el mismo que hemos buscado por tanto tiempo?’.
“Plowman llegó al lugar indicado por Swindells justo cuando éste terminaba la llamada. Para ese momento Swindells estaba convencido de que se trataba del mismo sujeto que venían persiguiendo desde hacía varios años”.
En palabras de Juan Carlos Guzmán Betancur:
“En cuanto entramos al Sainsbury’s fuimos directo a por el pan. Philippe y yo no habíamos notado nada raro, pero cuando él se dispone a tomar uno de los panes se arma un follón de puta madre. De la nada siento un empujón impresionante que me saca volando lejos de Philippe. No logro entender qué es lo que pasa, pero alcanzo a verlo con una cara de terror impresionante. El chaval estaba estupefacto, mucho más pálido que de costumbre y con los ojos bien abiertos. ‘¡¿Qué coños ocurre?!’, me pregunté. Sentía en mi espalda el peso de un par de tíos que apenas si me dejaban respirar. Tenían una fuerza descomunal y yo apenas si podía forcejear para tratar de quitármelos de encima. En medio del alboroto levanto la mirada y veo a dos policías abalanzados sobre Philippe. Tenían esas gorras que usan ellos, con una franja cuadriculada blanca y negra y sus típicas chaquetas verde fosforescente. ‘¡¿De dónde coños salieron estos tíos?!’, indagué para mis adentros.
“Estábamos en un primer piso cerrado. Desde allí no era posible escuchar el ruido de una sirena o sentir el berenjenal que supongo armaron los policías cuando entraron. Si yo hubiera advertido algo extraño quizás habría alcanzado a reaccionar, pero la verdad es que andaba desprevenido, confiado. No tenía la menor idea que esa noche la policía andaba tras de mí. En cuestión de un parpadeo me vi esposado, y al minuto la tienda comenzó a llenarse de oficiales de Scotland Yard. No paraban de llegar. Al cabo de un rato tenía una docena de ellos rodeándome. Era una cosa de no creer.
“Apenas me estaba reincorporando cuando aparecen dos tíos vestidos de civil. Uno era un regordete, bajito, rubio y de ojos claros. Estaba ataviado con chaqueta y jeans. El otro, lo reconocí al instante: era el mismo sujeto rapado que se había cruzado con nosotros unas cuadras antes y que iba hablando por móvil. Era blanco, tan alto como yo. Estaba iracundo. Vociferaba con los policías que me tenían agarrado:
—¡Déjenlo, déjenlo! —decía— ¡¿Qué es todo esto?!
—Hicimos lo que nos ordenaron —le respondió uno de los uniformados que parecía tener el mando.
—¡¿Por qué vinieron armados?! —le reclamó.
—Nos dijeron que se trataba de un tipo de alta peligrosidad. Que es terrorista.
—¡Qué terrorista ni qué diablos! Déjenlo —ordenó.
—La próxima vez sea claro en lo que dice —le alegó el de uniforme—. Si hubo un error fue por su culpa.
“Recuerdo que el tío calvo me puso de un lado y que con Philippe se quedó el otro tipo, el que vestía chaqueta y jeans. Philippe parecía estar en shock. Le hablé algo en francés para que se tranquilizara, pero en esas el sujeto que se quedó con él me interrumpió y le dijo, también en francés, que no tenía de qué preocuparse, que el asunto no era con él.
“Philippe no tuvo nada que ver con semejante follón, es decir, no fue él quien me delató. De eso estoy seguro. Sin embargo, no puedo asegurar lo mismo del otro tío, del supuesto amigo de él que me llamó para que le lleváramos el jodido pan. Quizás se trató de un policía infiltrado poniéndome una trampa, no lo sé. Lo único cierto es que su insistencia por querer saber dónde me encontraba me resultó bastante extraña desde el comienzo. Sin duda, fue una putada haber respondido esa llamada”.
1Favela es el nombre dado en Brasil a los asentamientos precarios o informales que crecen afuera o adentro de las grandes ciudades del país.
2En castellano: ‘¡El anillo,! Pásame el anillo o te mato, hijo de puta’.
3Modismo español que significa bonitos, atractivos.
4Policía Metropolitana de Londres. Su nombre se deriva de la ubicación que tuvo el cuartel general en sus orígenes.
5Según un conteo personal de Guzmán Betancur a mayo de 2012, cuando concedió una serie de entrevistas para este libro.
6Unos 92 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
7Nombre cambiado para proteger la intimidad de la persona.
8Unos 786 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
9Merril Lynch es una compañía norteamericana fundada en 1914 y con presencia en más de cuarenta países. Ofrece servicios en el mercado de capitales, inversiones bancarias, asesoría consultiva, gestión de capital, gestión de activos, seguros y servicios de banca.
10Mayfair es un barrio prestigioso de Londres perteneciente al distrito de la ciudad de Westminster, en West London. Se trata de un barrio caro y prestigioso, mayoritariamente comercial.
11Unos 6.557 dólares estadounidenses para la fecha en la que se reeditó este libro, en 2022.
12El artículo de The Independent ha sido editado parcialmente (no modificado en su sentido) para fines narrativos de esta historia. El último párrafo de las declaraciones, por su parte, fue extraído de la publicación hecha por la revista colombiana Semana. Andy Swindells no admitió ninguna entrevista para fines concernientes a este libro, como tampoco para el que le antecede, “El suplantador. La historia real del estafador colombiano más buscado en el mundo” (Debate, 2011). Christian Plowman, por su parte, accedió a responder unas preguntas por correo electrónico, de las cuales se hace acopio a lo largo de la presente publicación.
13Hyde Park es uno de los denominados parques reales de Londres y el más grande de la zona central de la ciudad, con 140 hectáreas.
14New Bond Street es una de las principales calles del distrito comercial del West End de Londres. Atraviesa Mayfair desde Picadilly, en el sur, hasta Oxford Street, en el norte. Las tiendas ubicadas en ella son de las más costosas de la capital británica.
15Sainsbury’s es la tercera mayor cadena de supermercados minoristas del Reino Unido.
16Marylebone es una zona del centro de Londres que está en el interior de la ciudad de Westminster. En ella se encuentra la estación de policía de Marylebone, a la que estaban asignados Swindells y Plowman. Todas las calles que se nombran aquí hacen parte de dicha zona, la cual conecta por el este y el sureste con el barrio de Lisson Grove, donde Guzmán Betancur y su amigo Philippe habían rentado un apartamento.
17El periodista Malcolm Macalister Hall escribió el apellido Betancourt en vez de Betancur a lo largo de todo su reportaje en The Independent. De igual modo lo hizo la revista Semana.
18La plaza Berkeley está situada en el West End de Londres, en la ciudad de Westminster.
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