Con solo 200 estudiantes, el Knightsbridge Schools International, un colegio ubicado en Guaymaral, al norte de la ciudad de Bogotá, ha logrado recrear un espacio dedicado a la paz e inclusión. Para su directora, Claudia Farrufino, la intención de la institución educativa, con 10 años de presencia en el país, es la creación de un espacio libre de credos y etiquetas, donde maestros y estudiantes de diferentes partes del mundo, con religiones, lenguajes, culturas y costumbres muy distintas, conviven de manera pacífica y respetuosa.
En este colegio hay personas de Japón, Argentina, Estados Unidos, Turquía, Canadá, Rumania. Hay maestros y estudiantes de Rusia y Ucrania generando proyectos juntos y aprendiendo maneras de enfrentar los problemas reales desde la colaboración, la comunicación y el trabajo en equipo.
Formar implica asegurar experiencias que le permitan a los niños, adolescentes e incluso a los adultos sentirse parte de un todo con la capacidad de generar impacto en el mundo real.
Pero no solo de eso se trata la inclusión. “Para nosotros –explica Claudia Farrufino– una política realmente incluyente habla de relacionarnos no solo con personas de otras nacionalidades, sino también con formas de pensar y entender el mundo de manera distinta. Por eso, respetamos, invitamos y damos la bienvenida a personas neurodivergentes y a niños del sector de Guyamaral, hijos de cultivadores de la zona que no tienen los recursos para pagar un colegio privado”.
Estos estudiantes permanecen a lo largo de su vida académica en el colegio recibiendo una educación 100% bilingüe, con la oportunidad de desarrollar una mentalidad internacional y el programa del bachillerato internacional, que, sin duda, les abre las puertas para continuar estudiando y acceder a becas universitarias en cualquier país del mundo. Esto además ha enriquecido el proceso educativo de todos los estudiantes, ya que fortalece aún más la diversidad de nuestros grupos escolares y nos permite a todos convivir con las distintas realidades del país.
Hay maestros y estudiantes de Rusia y Ucrania generando proyectos juntos y aprendiendo maneras de enfrentar los problemas reales desde la colaboración, la comunicación y el trabajo en equipo.
“La convivencia pacífica no se enseña solamente, debe vivirse, experimentarse. El respeto por las diferencias debe convertirse en lo natural, en el deber ser”,continúa Farrufino. “Cada uno de nosotros es un ser único y reconocer y valorar esto hace que todos podamos vivir en armonía de forma natural. Por tanto, en nuestras clases de Life trabajamos para apoyar a nuestros estudiantes en el proceso de conocerse mejor, aprender a reconocer sus emociones, trabajar y entender las frustraciones personales y del otro. Al tener caridad y bondad con nosotros mismos podemos desarrollarla hacia los demás lo que facilita el desarrollo de un tejido social adecuado para una sana convivencia”.
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