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Buenos Aires vikinga

por Avatar Relatto

La blonda cabellera de la mujer apenas se adivina debajo del gorro de lana. No es para menos: la temperatura está clavada en un dígito y no parece que vaya a cambiar. Camina lento, como midiendo cada paso, hasta que se acerca a la piedra semienterrada que solo el viento de esa pampa agreste sabe quién colocó allí. Cuando la tiene en frente hace una reverencia, un movimiento casi imperceptible para el grupo de exploradores que todo ese tiempo la estuvo observando; después separa un brazo del cuerpo y, con la yema de los dedos, roza la superficie de la roca, recorre las texturas que propone. Luego dice algo ininteligible, como si orara.

Paola García, la guía del grupo, está acostumbrada a escenas como esta. Hace años que coordina expediciones al corazón del Sistema de las Sierras de Ventania, el conjunto montañoso más alto de la provincia de Buenos Aires. Acaban de detenerse frente a un menhir y no solo la rubia ejecuta su ritual sino que cada uno, a su tiempo, toca la piedra sacra.

Buenos Aires

Expedición al corazón del Sistema de las Sierras de Ventania, el conjunto montañoso más alto de la provincia de Buenos Aires.

En este punto cabe preguntarle qué es un menhir.

—La palabra menhir tiene origen celta y significa “piedra parada”. Y es eso: una piedra que se encuentra en el terreno en forma vertical semienterrada. Son monumentos megalíticos —me responde.

Ahora el turno es de la RAE, que describe a este tipo de objetos como un «monumento prehistórico construido con grandes piedras sin labrar, principalmente con una función funeraria, de culto o ritual».

—Dentro del Sistema de las sierras de Ventania hay una gran cantidad —sigue Paola—; están dispuestos en forma circular o en línea, aunque también están en solitario. Muchos investigadores asocian los menhires a la magia y a los astros. El sociólogo y antropólogo argentino Guillermo Alfredo Terrara sostiene que los menhires tenían un poder mágico, que representaban antenas de recepción y trasmisión de las fuerzas, colocados como agujas en la tierra.

Hace años que coordina expediciones al corazón del Sistema de las Sierras de Ventania, el conjunto montañoso más alto de la provincia de Buenos Aires. Acaban de detenerse frente a un menhir y no solo la rubia ejecuta su ritual sino que cada uno, a su tiempo, toca la piedra sacra.

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Paola García vive en Fra Pal, un pequeño paraje del partido de Coronel Pringles, al sur de la provincia de Buenos Aires, que tiene tan sólo nueve habitantes. Desde hace muchos años, acompañada y en soledad, camina las sierras. Precisamente en el cordón Pillahuincó fue donde se encontró con los menhires y, desde entonces, empezó a indagar dónde, cómo y por qué están en Buenos Aires.

—¿Qué se sabe respecto de su origen?

—Hay muchas teorías. Se habla de que en algún momento fueron señalizadores de caminos, límites territoriales o, incluso, indicadores de cementerios. También se dice que fueron obra de troyanos hacia el año 1000 a.C., que bajaron hasta este territorio desde América del Norte. También hay una teoría que propone a los vikingos como los responsables; que primero llegaron hasta la provincia de Córdoba y luego descendieron hasta el sur de Buenos Aires y que los menhires son producto del bagaje cultural vikingo. No obstante las teorías, en la actualidad no se sabe quiénes los colocaron.

Buenos Aires

Algunas teorías proponen que la zona fue poblada inicialmente por vikingos.

Aunque no hay documentos concluyentes, los vikingos podrían haber dejado su huella en Buenos Aires: los guerreros del norte europeo, famosos por ser grandes navegantes y saqueadores, se habrían mezclado con los pueblos originarios medio siglo antes que los españoles.

—¿De dónde sale la teoría de que los vikingos plantaron los menhires en la Argentina?

—Es una teoría del antropólogo francés Jacques De Mathieu. Él relata que los vikingos llegaron a América del Sur 500 años antes de la llegada de los españoles, es decir hacia el año 1.000 o 1.100. Los primeros bajaron hasta Córdoba, luego pasarían a ser los que aquí conocemos como comechingones. Reginaldo Tulian, uno de los últimos descendientes de esa tribu, explicaba que la contextura de los comechingones era diferente a la de otros pueblos indoamericanos. Eran altos, rubios, barbados y de cutis claro. Esto abona la teoría de que descendían de los vikingos. Por otra parte, en el Cerro Colorado, Córdoba, se encontraron muchas pictografías de hombres que tenían cabezas con cuernos y figuras de barcos: se supone que son pictografías alusivas a la llegada de los vikingos.

Aunque no hay documentos concluyentes, los vikingos podrían haber dejado su huella en Buenos Aires: los guerreros del norte europeo, famosos por ser grandes navegantes y saqueadores, se habrían mezclado con los pueblos originarios medio siglo antes que los españoles.

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Jacques De Mahieu fue un antropólogo franco-argentino que vivió entre 1915 y 1990. Nació en Francia y tempranamente se unió al grupo de extrema derecha Action Française; más tarde pasó a engrosar las filas de la 33ª División de Granaderos SS Voluntarios Charlemagne de las Waffen SS. Frente al avance aliado, en la segunda mitad de la década de 1940 emigró a la Argentina bajo la égida de Perón, incluso formuló alguno de sus discursos.

De Mahieu no sólo estaba convencido sino que además pregonaba —asi lo atestiguan la veintena de libros que publicó— que América no había sido “descubierta” por Colón sino por los vikingos. El antropólogo fundaba está certeza, sobre todo, en la existencia de varias tribus de indígenas blancos en Paraguay y Brasil.

La palabra menhir tiene origen celta y significa “piedra parada”.

Paola García leyó a De Mahieu y, en su rol de anfitriona turística, expone frente a los cerros bajos, las grandes extensiones de tierra y ante quien quiera oír, que se trata de una teoría descabellada aunque no por ello menos cierta.

Y no menos cierta es la entrevista —que puede rastrearse en Internet— aparecida en 2012 en el periódico La mañana de Córdoba a Reginaldo Tulian, descendiente comechingón, donde además de confirmar lo que menciona Paola, dice: «Estos ancestros nuestros tenían rasgos europeos. Siempre con relación a la llegada de los españoles nos han hecho creer que la historia comenzaba cuando llegaron ellos acá. Por el contrario, termina, porque es la última cultura que encuentran aquí en América».

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La RAE, que describe a este tipo de objetos como un «monumento prehistórico construido con grandes piedras sin labrar, principalmente con una función funeraria, de culto o ritual».

¿Hay una estimación de cuántos menhires puede haber en esta zona?

—En realidad —dice Paola— nunca terminan de hacerse las investigaciones. Solamente en un sitio, detrás de un cerro, hay 112 menhires en fila. Y se estima que en todo el Sistema de sierras de Ventania hay más de 50 lugares donde hay menhires.

—¿Qué se hace frente a un menhir?

—Mucha gente va fundamentalmente para verlos, porque no saben lo que es un menhir. También se acercan a tocarlos para comprobar si sienten algún tipo de vibración. En verdad, todo lo que tiene que ver con nuestro patrimonio arqueológico no debe ser tocado para poder conservarlo. Lo más importante es que realmente no se sabe todavía cómo fueron colocados. Ojalá algún día tengamos la certeza.

Estos ancestros nuestros tenían rasgos europeos. Siempre con relación a la llegada de los españoles nos han hecho creer que la historia comenzaba cuando llegaron ellos acá. Por el contrario, termina, porque es la última cultura que encuentran aquí en América».

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La niña rubia y de rasgos afilados que ha visto a su madre reverenciar la roca se suelta del grupo y la acompaña. Frente al menhir no sabe muy bien qué hacer, aunque está tentada de hacer lo que hizo su madre. Entonces extiende la mano y toca la piedra fría. Sin ceremonia. Y luego de un rato se dirige a su madre y le pregunta si lo ha hecho bien.