Apóyanos

A las puertas del reino

En Asunción, Paraguay, Migue Roth tuvo la extraordinaria oportunidad de sumergirse en el funcionamiento, técnicas dialécticas y creencias de la denominación cristiana milenarista de los Testigos de Jehová
Por Relatto
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“Vayasén-a-la-puta-que-lo-parió”, les dijo el tipo.

Brenda se saca la polera turquesa y se deja caer en el sillón de mimbre. Está acongojada —acojonada— y ahora también contracturada. Le pide a Antonio César que le consiga azufre, un par de barritas de azufre para pasarse por la espalda. “Andá a comprar a lo de Cepeda que seguro tiene, ¿querés?”. Y Antonio César, el Indu, va obediente a comprar a la despensa, dos cuadras doblando a la derecha desde la esquina de Coronel Montiel.“Mentira. No compran, piden fiado”, escupe Cepeda y tose ronco, seco, carrasposo y de costado, girando lento el torso grueso quizá por recato, buscando apaciguar su garganta de lija. Se mueve pesado detrás del mostrador acomodando las estanterías, incómodo por la panza que asoma bajo la camisa y entre los botones; se queja: no logra llegar tranquilo a las arvejas, ni correr las latas para sacar la caja de cartón que protege en aserrín los canutos de azufre que viene a manguearle otra vez el indio este. Que de indio no tiene un pelo, pero sí parecido a Syahrizal Syahbuddin, el primer jugador de fútbol de Indonesia que pisó Paraguay y que tuvo un paso fugaz por el Triqui.

El Triqui es el Club Sportivo Trinidense del barrio Santísima Trinidad de Asunción; “el que tiene más aguante”, dice Cepeda, que sigue yendo a la cancha como puede, gorro y bandera auriazul, para toser por su cuadro predilecto que lleva años en la segunda división.

… encima el maricón este se hizo ñuense; no te fío un carajo.

—Dale, gordo, nada que ver, hacemos lo que podemos —responde ambiguo el Indu para evitar la confrontación.

El Club Rubio Ñu y el Sportivo Trinidense disputaban uno de los clásicos metropolitanos paraguayos hasta el descenso del Triqui, “que igual sigue siendo el más macho”, según el tendero. Mucho se define por niveles de machismo en estos territorios. Y Antonio César, el Indu, la tiene complicada: sus compinches le reprochan que ya no putee ni en chistes, lo reprenden por haber dejado de alentar al Triqui y le recriminan que haya abandonado la salida cervecera, “pero les parece peor que haga mandados; chiflan y me gritan pollerudo”, dice de regreso a la casa, apurando el paso y disimulando la bolsita de fiados con el azufre envuelto en papel de diario, cebollas, media de huevo y queso para la sopa paraguaya.

En Paraguay, seis de cada diez mujeres fueron víctimas de algún tipo de violencia por parte de los hombres en sus vidas. Pero hay un enorme subregistro y establecer estadísticas concretas no es sencillo: “Estimamos que, por cada mujer que denuncia maltrato sicológico, hay nueve que no lo hacen. Y por cada mujer que denuncia maltrato físico, hay tres que no lo hacen”, dice Olga, amiga que Brenda invitó a cenar e integrante de Yo te creo, una red de mujeres que sufrió o sufre distintos tipos de violencia. En el grupo no hay abogadas ni sicólogas, pero, por obligación y a fuerza de insistencia, ahora se muestran expertas en los laberintos judiciales del país.

En Paraguay, seis de cada diez mujeres fueron víctimas de algún tipo de violencia por parte de los hombres en sus vidas

Cenamos. Brenda no logra despegarse el insulto de su última visita, y vuelve al tema: no entiende por qué las personas son tan agrias a veces; cree que los demonios de la gran tribulación están entre la gente. Nos asegura que en el Salón tiene paz porque no hay de esas cosas. Olga, descreída, se sirve lima y dice entre sorbos que la violencia no solo son los golpes o puteadas: “La violencia sicológica es la más difícil de detectar, porque en primera instancia no deja evidencias y porque se practica en formas solapadas”. Brenda no se da por aludida y suma al Indu, habla en plural: “Desde que asistimos al Salón tenemos paz y nos hace bien anunciarlo”. Antonio César no va más a la cancha: “Por eso me dicen que ahora soy ñuense”. No gasta tiempo ni dinero en fiestas. Desde las primeras salidas como publicador novicio fue perdiendo varios colegas de farra. Farra que decidió abandonar para dedicarse a predicar; para predicar y dedicarse, que no es lo mismo. Los publicadores son estudiantes de la doctrina y de la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, versión bíblica que los Testigos de Jehová enseñan en los Salones del Reino.

Testigos de Jehová

Se financian con las contribuciones voluntarias, los materiales que promueven publicadores y precursores desde revisteros portátiles y en sus visitas de predicación a casas.

Aunque la jornada de pregón de hoy no fue auspiciosa para la pareja, mi presencia los anima: mañana será una buena oportunidad para la reunión de “intercambio de estímulo”. Me llevarán de visita a su congregación como feligrés en potencia. Quieren sumar un poroto; Olga se despide.

Para explicarme por qué le dicen salón al Salón, Antonio César busca y cita el libro de Romanos (tiene señalado el versículo en el que el apóstol Pablo escribe a los cristianos de Roma: “Saluden a la iglesia que se reúne en la casa de Aquila y Priscila”). Está contento de que se lo haya preguntado; se sabe la respuesta de memoria: “Nosotros no le decimos iglesia al Salón, porque iglesia es la hermandad, el grupo de fieles, y no el lugar de reunión”. Entusiasmado, toma envión: “Además, nuestros salones no son como esos templos o catedrales —pone énfasis en la comparación— llenas de oro y diseños lujosos”. Y es cierto: sus templos tienen jardín exterior y fachada austera, ladrillo a la vista y poca ornamenta. Adentro no se ven altares, no hay cruces, no hay velas, no hay imágenes ni vitrós. Hay sonrisa de bienvenida por docena, mucha falda bajo la rodilla, trajes a discreción, pero ni una sola barba (jamás me sentí tan desubicado por usar jean). Piso de madera falso parqué, cómodos asientos tapizados en marrón suave, paredes en tonos cálidos bien combinados, orden y limpieza sin mácula. Un salmo enmarcado junto al atril que funciona como púlpito recomienda o advierte: “Cree en Jehová y haz el bien”.

Es jueves. Llegamos a tiempo, el culto está por comenzar. El ardor por la puntualidad y la sincronización se hacen evidentes: siete y media clavada suenan flautas traversas por los parlantes y en la pantalla aparece el himno número ochenta y nueve:

Oh, ven, hijo amado, y dame el corazón;

ven, hija querida, entrégame tu amor.

La flor de tu vida regálame feliz,

al mundo demuestra que vives para mí.

Me alegrarás, querido hijo,

si lo mejor de ti me das.

Si me sirves con toda el alma,

prometo amarte sin final.

Sus templos tienen jardín exterior y fachada austera, ladrillo a la vista y poca ornamenta. Adentro no se ven altares, no hay cruces, no hay velas, no hay imágenes ni vitrós. Hay sonrisa de bienvenida por docena, mucha falda bajo la rodilla, trajes a discreción, pero ni una sola barba

El anciano de turno que modera las presentaciones le da lugar al hermano Isaías que lee el capítulo 28 del libro homónimo y ensaya una exégesis intrincada: “El alimento espiritual que lleva a la vida eterna es para los siervos de Jehová, para los bautizados. Durante la gran tribulación caerán los sistemas, pero Jehová usará el canal teocrático para dar sus bendiciones, por eso es indispensable asistir a las reuniones”. Avanza en la lectura y para cerrar se despacha contra los borrachos: “Y estos también… a causa del vino se han descarriado y a causa del licor embriagante han andado errantes”.

Antonio César asiente convencido.

Después del estudio bíblico, tiene lugar la Escuela del Ministerio Teocrático —ahora denominada reunión de “Nuestra Vida y Ministerio Cristianos”—, media hora para que los presentes desarrollen habilidades de predicación. Adelante, en el atril, se suceden varones que leen un fragmento de la Biblia y señores que demuestran cómo explicar temas específicos a vecinos imaginarios. Las preguntas son sencillas; hay participación constante y diáconos de terno con micrófonos inalámbricos recorren los pasillos a demanda. Las manos se levantan en silencio, pero con ansias: parecen muy buenos alumnos ávidos por demostrarlo.

Vuelve el anciano de turno y asigna otra lectura a un joven. Recalca la importancia del volumen, la entonación y el ritmo: “Como bien sabemos los varones, la modulación es muy importante. Los encomio —los encomio, dice— a practicar a diario”.

Todos los que están adelante, los que pisan la plataforma o hablan desde el atril son hombres.

Testigos de Jehová

Sin Piedad, el libro escrito por Migue Roth, donde fue publicada originalmente la crónica. Puede conseguirse en https://espacioangular.org/tienda/

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Sobre la mesa, una Atalaya abierta versión de estudio pregunta desde el titular “¿cómo podemos agradecer todo lo que Jehová ha hecho y hará por nosotros?”. La oración inicial responde citando el primer libro de las crónicas, capítulo 22, versículo 14. Luego exhorta a usar tiempo, energías y recursos para apoyar a la organización de Jehová. Los demás párrafos son lecciones aceleradas sobre finanzas y religión: “Nuestra obra se sostiene principalmente con los donativos que hacen los Testigos de Jehová. En nuestras reuniones nunca se hacen colectas. Tampoco se nos pide pagar el diezmo”. Aunque en cada Salón del Reino hay cajas para depositar contribuciones voluntarias. “Entre nosotros no hay clérigos que reciban un salario, no cobramos ni un centavo por predicar de casa en casa, y nuestros lugares de reunión son sencillos”. Se han propuesto construir más de 13.000 salones. De las exenciones tributarias no hay explicaciones. “Dios ama al que da con alegría. Los donativos no solo benefician al que los recibe; también benefician al que hace el donativo —escriben—, Jehová derrama sobre él bendiciones espirituales”. El cuerpo gobernante también financia, con las contribuciones voluntarias, los materiales que promueven publicadores y precursores desde revisteros portátiles y en sus visitas de predicación a casas, talleres o a despensas como las de Cepeda. Pero Cepeda no los quiere; no quiere Atalayas ni ¡Despertad! Me dice tosiendo que les fía porque tiene ganas de demostrar que si no le pagan, son igual de mentirosos que todos los demás: “Ellos piden ¿verdad?, y uno les da; uno pide y ellos ni sangre donan. Te la chupan, eso sí: vampirean. Pero no les pidas ni media hora para el merendero del barrio”.

Entre nosotros no hay clérigos que reciban un salario, no cobramos ni un centavo por predicar de casa en casa, y nuestros lugares de reunión son sencillos”

A Brenda Sosa le gusta el aire fresco que trae el río y, cada sábado que puede, hace chipá y sale con el Indu a caminar. Brenda era de Acuario, pero ya no cree en esas cosas. Me dice que mira el ABC —uno de los medios de mayor alcance— para tener noticias de las que hablar en sus visitas de predicación y lee el horóscopo porque le causa gracia: “Las predicciones de la semana para los nacidos bajo este signo del Zodíaco: pueden tener problemas haciéndose entender y alguien podría sentirse ofendido. Es preferible que se dedique a hacer dinero y olvide las causas, para evitar confusiones. Quedarse en casa le ayudará a Acuario a poner sus ideas en orden y su salud mental se lo agradecerá, ya que este mes está un poco flojita” .

—¿Quién escribe esto? Debe ser un trabajo muy complicado —dice sarcástica.

Hablar de la generosidad de Acuario no sorprende a nadie. Sin embargo, a pesar de la personalidad abierta de los acuarianos y de su deseo de ayudar a la humanidad, no suelen hacer amigos con facilidad. No entregan su alma con facilidad”. —Bueno, a algo le tenían que pegar, ¿no? —Brenda fue miembro de grupos contra la violencia institucional—. Ahí conocí a Olga —dice—. Participó en campañas contra la contaminación y era activista social; pero ya no. Prefiere dedicarse a aprender más y mejores formas de alcanzar a las gentes. Antonio César dice que lo mismo dice.

Los Testigos consideran que todas las actividades humanitarias, incluyendo la reivindicación social o la solidaridad, los alejan de su principal objetivo: la predicación para la salvación eterna.

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Según el sitio oficial de los Testigos de Jehová, el contenido de la web se puede consultar en más de 600 idiomas y se pueden leer o descargar materiales en más de 750. Su revista emblemática, La Atalaya —que se publica junto a ¡Despertad!— se edita en Estados Unidos de forma ininterrumpida desde 1879 por la Watch Tower Bible and Tract Society, la corporación que vale como entidad legal para la obra internacional de los Testigos de Jehová. Según la Watch Tower, la cantidad de miembros ha aumentado de forma considerable en el mundo, aunque los números varían y no se hace referencia a los desgloses. Su estructura es dirigida por John, Gerald, Patrick, Ralph, Don, Harold, Seth, Joel, Gene… un grupo de “hombres ungidos, maduros, selectos, que supervisan la predicación y deciden sobre el uso de los bienes donados”. Lo denominan el Cuerpo Gobernante.

La Watch Tower Bible and Tract Society es la más antigua entidad jurídica usada por los Testigos de Jehová.

“El reino de Dios ya está gobernando”, dice el anciano de turno antes de pedirnos que nos pongamos de pie y que cantemos otra vez. En la fila de adelante, a la izquierda, un tipo pelirrojo de corbata y camisa a cuadros le habla al oído a su mujer, que le responde susurrando: tienen actitud sospechosa. Con discreción, ella busca algo en su cartera y mira a los costados. Me ve, la veo, vacila y yo miro hacia la plataforma como si nada. De reojo noto que le ofrece algo al tipo pelirrojo tocándole la pierna, el tipo lo recibe y se lleva la mano a la boca, con disimulo.

Vuelvo a mirarlos y lo confirmo: contrabando de pastillitas de menta.

Mientras tanto, adelante, instan a reforzar las técnicas para franquear entradas y presentar la palabra, dan indicaciones del volumen y el uso adecuado de pausas; “ser prudentes, pero firmes”; insisten en la importancia de la repetición y los ademanes. Vemos un video donde se prueban escenarios posibles; intentan aplicaciones, analizan objeciones y practican métodos dialécticos para argumentar con eficacia. Una cátedra completa sobre el arte de tener siempre la razón:

“Buenas tardes, me llamo fulano. Soy un vecino de la ciudad. ¿Vio las noticias anoche?” O “… Mientras venía esta mañana, noté que todo el mundo estaba comentando (mencione un delito o crimen reciente en el vecindario). La gente se pregunta: ¿A dónde irá a parar este mundo? Nosotros como Testigos de Jehová creemos que estamos viviendo lo que la Biblia llama ‘los últimos días’”.

Antonio César se confiesa: “Quisiera ser precursor, pero aún me falta”. Lo dice así, en voz baja, tal vez para no cometer algún desatino. No sé muy bien a qué se refiere, pero habla de cumplir todos los requisitos de un buen siervo fiel.

Su congregación lo aprobó para predicar —como publicador— luego de dejar la cerveza, abandonar las farras y comenzar a vestirse con buen juicio. Lleva sus informes, se viste de traje y corbata, cumple con lealtad sus horas semanales, tiene el registro de estudios bíblicos al día y una libreta atiborrada de observaciones de campo en el maletín negro que acomoda con diligencia, pero le falta. “No es cierto que nos obligan a pregonar —se ataja—, para nosotros es una forma de adoración; ir al territorio es un mandato espiritual”. El territorio es una porción de población asignada por la organización. Se trocean mapas de las ciudades en divisiones; cada congregación tiene asignada una zona, a su vez cada una de las zonas se divide en territorios, que son distribuidos a los hermanos que irán puerta por puerta supervisados por otro hermano de mayor rango y experiencia.

Los testigos cuentan como Testigo solo a quien se bautiza y predica el mensaje todos los meses. Los demás, a lo sumo, se quedarán a las puertas del reino.

En orden superior a los publicadores están los precursores, el equivalente a los misioneros de otras denominaciones. Los precursores se dividen en tres clases: el auxiliar, que sirve en promedio sesenta horas al mes; el regular, más de noventa horas; y el precursor especial o de tiempo completo. No se les paga por su trabajo ni están asegurados. “No hace falta, no lo hacen por dinero —dicen desde la Watch Tower—. Ellos recogen muchas bendiciones, reciben protección espiritual y son felices porque ponen el reino en primer lugar”.

Los testigos cuentan como Testigo solo a quien se bautiza y predica el mensaje todos los meses. Los demás, a lo sumo, se quedarán a las puertas del reino

En los tratados oficiales, la Watch Tower define: “Los buenos precursores se esfuerzan por llevar una vida sencilla. No pierden tiempo en el trabajo seglar. Tienen bien organizado su propio bolso o maletín. Son pacientes. Intentan leer por lo menos un texto a cada persona con la que hablan. Distribuyen más revistas…”, el listado continúa, pero Antonio César decide presentarme a una señora de lentes gruesos que se llama Aidé. Aidé es precursora regular y me puede ayudar a entender por qué es tan importante predicar:

—Cuando predicamos cumplimos la profecía, querido. Si enseñamos las palabras del reino, podemos salvarnos nosotros y salvar a los que nos escuchan, ¿verdad? Además, es la forma de demostrar nuestra obediencia: Jehová quiere que las personas malas sepan lo que les pasará, como asegura Ezequiel tres dieciocho y diecinueve.

—¿Qué asegura Ezequiel?

—Cuando Dios destruya a las personas malas, no tendremos culpa por no haberles avisado.

—“El que avisa, no traiciona” —le comento que me decía un amigo.

—Exacto.

—Una pregunta…

—… dos, si desea.

—¿Cómo hacen con el tema de las transfusiones y las acusaciones de falta de patriotismo?

—No sé qué le habrán dicho, pero puede conocer la verdad en este libro, tome. —Me regala: ¿Qué enseña realmente la biblia?—. En cuanto a los nacionalismos, la bandera es el símbolo principal de adoración, los artistas escriben en su honor; los soldados mueren por ella; los niños le juran y le cantan himnos; tienen días santos y hasta imágenes que reemplazan la adoración a Jehová. Nosotros respetamos la patria, pero no la veneramos ni le rendimos culto. El trabajo más importante que podemos hacer, lo que más nos gusta y nos hace felices es predicar el mensaje del reino.

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En cuanto a los nacionalismos, la bandera es el símbolo principal de adoración, los artistas escriben en su honor; los soldados mueren por ella; los niños le juran y le cantan himnos; tienen días santos y hasta imágenes que reemplazan la adoración a Jehová. Nosotros respetamos la patria, pero no la veneramos ni le rendimos culto

Poco después de las seis de la tarde, Aidé y Brenda golpeaban las manos en la casa número 935. No las atendió nadie y lo señalaron con una nota rápida en la libreta antes de saludar en la 937 para ir terminando la jornada.

En la 937, un tipo de calva prominente estaba de espaldas a la verja desmalezando en las macetas apoyadas en el marco de su ventana. Tenía la manguera encendida chorreando sobre el cemento; tenía burucuyás en flor; tenía la cara pálida, ojeras pronunciadas, estaba solo y sabía que ellas venían por él.

—Buenos tardes, vecino, ¡hermoso jardín! —saludó Brenda probando un punto de contacto sugerido por Aidé.

— No me jodan, por favor.

—Nos gustaría conversar con usted solo dos minutitos.

—No-me-jo-dan —silabeó el hombre de espaldas.

—… su jardín es una belleza, sabía que…

—¿Son sordas o taradas ustedes dos?

—Solo quisimos saludarlo y traerle una palabra.

—Estos no son momentos para sus predicaciones.

—Si desea, podemos pasar en otro momento —propuso Aidé sacando a relucir su experiencia.

—No. No quiero. No me jodan la paciencia.

—Si quiere, podemos visitarlo mañana o… —continuó Aidé haciendo caso omiso.

¡Vayasén-a-la-puta-que-lo-parió! ¡Dale! Rajen de acá —les dijo el tipo, ahora de frente y agachándose para agarrar la manguera.

Ilustración: Giuliana Adduca.

***

—Para mí que nos querían pegar. Y lo digo en plural, porque no era solo el señor ese. Son los demonios de la Gran Tribulación —dice Brenda ya en su casa, mientras se frota una barrita de azufre—. Son los demonios que andan sueltos entre la gente. Adentro del Salón no pasan esas cosas.

 

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