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Zulianos inolvidables: Rafael Rincón González

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Por LEÓN SARCOS

Cuando la memoria azota implacable con puntadas de recuerdos, el sentir emotivo nos invade con nostalgia, el desasosiego nos acosa, nos duele y a pesar del maltrato y el tedio de los nuevos días, las lágrimas brotan radiantes y felices del alma, porque esos sentimientos se reencuentran con el deseo de vivir, la alegría y la grandeza de nuestros buenos muertos.

Tradición: democracia de los muertos 

Rafael Rincón González vivió, imaginó, creó y soñó para perpetuar la tradición. Esa palabra de la que G. K. Chesterton, uno de los escritores ingleses más geniales y conservadores, dijera: Tradición significa dar votos a lo más oscuro de todas las clases, nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos… Pero con perspicaz delicadeza advirtió simultáneamente… es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas.

En mi sentir, la nostalgia es la evocación emotiva que nos reafirma en lo que amamos. Y ello implica, entre otros muchos motivos, amores que nos confirman o dolores que nos ayudan a convivir con la soledad y el silencio.

Al final todo cambia, y el tiempo todo lo transforma; por eso Víctor Hugo, escritor de lo feo a decir de Proust, afirmaba cruelmente: Las mujeres han de morir y también los niños, solo que inscrito queda en el tiempo el mejor trazo de belleza consagrada para que los bondadosos, los agraciados y los inteligentes lo tomen, lo sostengan, lo recreen y lo multipliquen, para que dure más. Nadie esperaba que el arte de la fiesta brava, tan arraigado por siglos en el alma española y sus descendientes en el mundo, haya empezado a declinar con ánimo de extinguirse.

Chesterton, con su clásico espíritu conservador, decía que a cada época la salva un pequeño puñado de hombres inactuales; pues bien, a esa estirpe perteneció el maestro Rincón González, de quien no hay un solo poema, sin variaciones de modas y esnobismos, que no nos recuerde cuánto aportó con sus composiciones y su música al enaltecimiento de nuestro gentilicio y nuestras tradiciones.

Como bien lo dice Iván Darío Parra en su biografía, Soñando para vivir: 

No hay que tener dotes proféticos ni ser un oráculo para afirmar que el autor de Los Pregones del Zulia y Maracaibo florido se convertirá en el más significativo poeta popular lírico de la música zuliana.

Nace un maestro del canto popular 

Eran los tiempos del gomecismo en que las riendas del poder en el Zulia las llevaba el general Santos Matute Gómez, un hermano del Benemérito que poco conocía la idiosincrasia marabina y escasa información tenía de los problemas de la comunidad regional. No tenía lazos afectivos que lo ligaran a ella. La universidad permanecía cerrada, la actividad minera anunciaba la era petrolera y el zuliano acunaba la ilusión de progreso.

En ese entorno, entre bucólico y de despertar citadino, nació José Augusto Rincón González en un hogar católico, el sábado 30 de noviembre de 1922, en la casa marcada con el número 18 del sector Los Biombos del populoso barrio El Saladillo. Hijo del pintor Neptalí Rincón (1888-1954), y de Doña Inés Delia González de Rincón (1888-1961), vino al mundo en su casa, de la mano del ilustre medico zuliano Rafael Belloso Chacín (1897-1971). 

Durante los primeros años, según confiesa a su biógrafo:

En las noches la cena se convertía en un bonito ritual en donde se juntaba toda la familia, se rezaba una oración guiados por papá y después marchábamos a la sala y él tomaba la guitarra para que mamá con su hermosa voz de soprano nos deleitara cantando romanzas antiguas, como aquella que decía: La tarde era triste, la nieve caía. Era un blanco sudario… Creo que esos encuentros de alguna manera incentivaron mi vocación por el arte.

Rincón González comenta sobre la ternura materna: 

Mamá, todas las tardes a las tres, me bañaba con agua caliente en una batea… me secaba y me empolvaba. Después de que me vestía y me ponía como un muñequito de pino me sentaba en una sillita en el frente de la casa.

Hombre de familia y solidario con su padre, su mejor amigo mientras creció y se formó, sintió que sus esfuerzos eran necesarios para ayudar en la economía familiar y gracias a la ayuda de su abuela materna, amiga de los dueños de la Botica Inglesa, pronto, a los 15 años, en 1937, se encontró trabajando en el departamento de droguería y después en el mostrador como despachador, sin abandonar los estudios.

Los comienzos de la guerra, en 1939, hicieron que la Botica Inglesa disminuyera su personal y entre los despedidos le tocó salir a él. Las cosas se pusieron bien difíciles y le confesó a su padre que dejaría los estudios y se dedicaría por completo a un oficio. Su padre aceptó y lo recomendó con el señor Antonio Hinestroza, dueño de la casa comercial Diadema, ubicada en el Centro Comercial Casa Verde, donde también había una sastrería llamada Pro Labor, en la que se inició como sastre de la mano del maestro cortador Rafael Roo y su hijo Marquito.

Si se me permite definir al maestro Rincón González, tendría que decir que es un ser humano hecho de pan, de alma tan ligera como una pluma de colibrí, y una esperanza tan inocente como la fe de un pájaro enamorado. Escribe bellos retratos de la social cotidianidad y a sus personajes, tan reales como la vida, les sabe sacar vigorosos trazos de sencilla y eterna poesía. Nada lo afecta, nada lo saca de la bonita fijación de antiguas costumbres, que ahora yacen sepultadas en la memoria colectiva.

Un gran amor: la guitarra

En la vida de Rafael Rincón González hay muchas anécdotas felices ligadas a la composición de cada una de sus más emblemáticas piezas musicales. Una de ellas, que en mi opinión marca el inicio de su vocación musical y de su oficio iluminado en el arte de componer música popular, es la que sigue:

Enamorado de una guitarra, siendo un adolescente, cometió la travesura de engañar a su padre y hacerle pagar sin su consentimiento por ella. Su padre, Neptalí, la pagó, y hecho un diablo se le fue encima con la correa para darle una paliza cuando llegó a la casa. Solo la intervención oportuna de su madre, que se interpuso entre los dos, lo salvaría de aquel duro castigo. Aterrado en el momento —confesaba— después no me importaba; tenía lo que más había querido toda mi vida: una guitarra para cantar.

Esa guitarra será su verdadera compañera toda la vida, en todos los momentos, los de tristeza y los de alegría, los de congoja y los de júbilo, los de evocación y los de serena reflexión, en las largas noches y en los claros días, en los días de lluvia y los de cálido sol, en los momentos de enamoramiento, pero también y con más motivo en los de despecho, los de pesadumbre y los de exaltación del espíritu. 

Esa misma guitarra será el instrumento que lo inspire y le haga llegar como nunca nadie a lo más profundo del alma de su pueblo, como bien queda expresado en su biografía:

En el Zulia nadie ha llegado tan profundamente a la raíz del pueblo ni ha mirado tan de cerca su rostro. Sus versos han sido fruto directo de sus emociones, tomados de su pequeño paraíso terrenal que otrora fue El Saladillo; (…) no se olvidan nunca jamás porque… contribuyen a la inmortalización de sus reminiscencias.

Aparecen los Pregones zulianos

De esa guitarra nacerán los Pregones zulianos, del retorno a su casa, triste, después de haber acompañado a su hermano, José, hasta embarcarlo en una piragua rumbo a La Ceiba, en un viaje largo, con despedida de pañuelo y todo, hacia Caracas en busca de nuevos horizontes. Ya había escrito en modalidad de danza, en 1938, El cafecero, a la que seguirá en 1939 Los pescadores, otro pregón al son de danza, y en 1940, José el platanero.

Esa mañana de 1944, de vuelta a casa —confiesa el maestro— tenía que pasar por la venta de tomates, frutas y todo lo que en el mercado se vendía; aún recuerdo, venía pensando en Reyito, que me había pedido un pregón tiempo atrás, y al mismo tiempo tarareaba el pregón. Cuando llegué a la sastrería, saqué la guitarra de debajo del cajón de tocar y me puse a componerla. A las diez estaba en Ondas del Lago y al encontrarme a Reyito le dije:

Ahí tenéis la canción que me pediste. Enseguida, la miró y se la aprendió. A las doce la estaba cantando en el programa que tenía en esa emisora, que competía con el de Armando Molero en Radio Popular…

Va cantando el pregonero vendiendo su mercancía/ son la cinco y el lechero nos viene anunciando el día/alevántese, señora, que se hace de mediodía/la leche viene en los potes con espuma de alegría…

En un homenaje que se le rinde al poeta Andrés Eloy Blanco a la caída de Gallegos, en 1948, en casa del propietario de Ondas del Lago, Nicolas Vale Quintero y su señora, Elvira Castillo, el escritor y alto dirigente de Acción Democrática, después de oír los Pregones Zulianos, le dirá a su autor: Mira, joven, tú no sabes lo que estás haciendo hoy, pero la historia lo reconocera y tu nombre se perpetuará.

El mismo año en que compone Los pregones conocerá a Susana María Gutiérrez, hija de la señora Plácida Gutiérrez, de la etnia wayúu. En La Diadema, visitada por muchos clientes que venían de La Guajira a comprar telas y otros insumos, había aprendido bastante la lengua de esta etnia, sirviendo como traductor y escritor a las paisanas que enviaban cartas a sus maridos que trabajaban en Las Garcitas, pueblo ubicado en las riberas del sur del lago habitado en buena parte por guajiros dedicados al cultivo de plátanos y cacao.

Ya para esa fecha había progresado bastante en el oficio de sastre; era maestro cortador y en ocasiones contrataba los servicios de Plácida, mujer muy competente y honesta que le hablaba constantemente de su hija, de la que sin querer se fue enamorando al solo oír su nombre. Cuando se presentó al trabajo para entregar una encomienda de su madre, el flechazo fue inmediato, y en 1947 se metieron a convivir.

De ese matrimonio, que solo se oficializaría décadas después, cuando como empleado de la Shell se le solicitara un obligatorio certificado de matrimonio, nacerán Milagros Consuelo (1950), Miguel Ángel (1952), Minerva Cecilia (1954), Milton Adolfo (1955), Miloha de la Caridad (1957), Miriam de la Cruz (1958) Minerva Susana (1961), Neptalí Rincón Perozo (1954) y Antonio Francisco Rincón Perozo (1956) con otra señora.

El mismo año en que deciden establecerse como pareja Susana María y Rafael Augusto, el alma del poeta, irreprimible a los arrebatos de amor furtivo, escribe para una bella mujer llamada Gumersinda La Soberana, que será el vals emblemático de la clásica serenata a la mujer zuliana y de muchas otras regiones del país: Buenas noches, mi amor/ aquí estoy a tu ventana/ si os molesta mi canción/perdóname, Soberana/No quisiera turbar/ la dulce paz de tu nido/con la luna/yo he venido/ a ofrendarte mi canción…

Luego, en 1949, vendría la composición de otra de las grandes piezas musicales inolvidables en el sentimiento popular maracaibero, Maracaibo Florido, inmortalizada por Don Armando Molero, que la adaptó tan bien a su estilo que muchos zulianos llegaron a creer que era de él: Maracaibo Florido/Maracaibo de antaño/aquel mi Maracaibo/de estilo colonial/son mis recuerdos vivos/ sus fiestas patronales/las fiestas con pasquines/de la Chiquinquirá….

De los clásicos piropos a la mujer maracaibera, unos de corte picaresco y otros subidos de tono, nace Maracaibera. Cleomary Prieto era un monumento de mujer; podía hacerle perder el juicio a cualquiera… Su elegancia, su coqueta manera de andar, su mirada, su sonrisa, la manera de sortear su cabellera la hacían una mujer irresistible.

Yo me gané su amor —dice el maestro— hasta que me pidió que me casara con ella y yo le respondí que no iba a dejar a mi familia. Ella de manera digna decidió irse de Maracaibo en 1950, y yo le dije: Te voy a escribir una canción para que nunca te olvides de mí:

Ay amor, ay por ti/lo mucho que estoy sufriendo yo/lo mucho que estoy sintiendo así/Tú serás dulce bien/estrellita refulgente/la única dueña de mi existir…

Hasta aquí —afirma su biógrafo— es un musico conocido en el Zulia; en adelante se convertirá en maestro de escuela; maestro de música zuliana, de sus inquietudes, formas y ritmos; cronista del canto popular del Zulia; el ultimo juglar y finalmente el pintor musical del Zulia.

Un maestro de música para las petroleras

La década del 50 estará llena de muchos avatares en la vida del poeta. Su padre enferma en el año 51 y su salud se agrava lentamente hasta que fallece el 17 de agosto de 1954, mientras la situación económica de la familia se complica, por lo que él decide, aconsejado por su hermano Gustavo, volver a estudiar y se inscribe en primer año de bachillerato para cursar en el periodo 1953-54 en el Liceo Udon Pérez, donde hace importantes aportes en las actividades culturales.

Un día le plantea la precaria situación que vive al director y este lo recomienda para trabajar en el Liceo Cristóbal Mendoza, de la Concepción, donde una vez entrevistado por un Supervisor, este lo remite a la compañía Shell de Venezuela, en donde se iniciará en Campo Mara. Se le permite compartir su trabajo con los estudios de bachillerato hasta el 31 de agosto de 1959, fecha en la que el Ministerio de Educación le confiere el título de bachiller en Humanidades.

Ese mismo año ingresará formalmente como empleado de la Shell para ejercer como profesor de actividades complementarias en los colegios que mantenía la compañía: el Francisco Esparza, en Campo Mara, y el Hermágoras Chávez, en la Paz. Se le exige certificado matrimonial y el confiesa sonriente:

Yo adoraba a Susana y no había un requisito para cumplir en ese entonces que me hiciera más feliz. 

En adelante su labor como docente en la orientación musical de la juventud y de todos los miembros de la comunidad petrolera tendrá un reconocimiento que hará crecer y proyectar su prestigio a nivel nacional. En 1960 funda el primer coro, con 50 niños y niñas, y en su compañía recorre los campos petroleros. En 1962 funda el grupo coral infantil en la escuela Antonia Esteller, en Lagunillas. En 1964, consigue su logro mas importante en esta área, la creación de la Coral de la Shell, encabezada por Luis Castillo Puchi, a la que seguirán la coral del liceo Raúl Cuenca, en Ciudad Ojeda, la del ABC en Lagunillas, y la de Mene Grande.

Son los años en que incursiona en la composición de gaitas, disciplina en la que sus críticos no le auguran ningún tipo de éxito; por el contrario, denostan de sus cualidades como compositor de este género, del que siempre ha sido un cultivador de gran sentir, como buen saladillero. Por primera vez vemos al maestro romper con su mesura y humildad característica y mostrar su dignidad marabina:

Yo no nací en Canadá; yo soy de los Biombos, de El Saladillo, por lo que llevo en mi alma el canto que más se ha tocado en mi tierra.

Para demostrar su nivel de competencia, desafiando la ligereza de los intrigantes de oficio, entregó sus gaitas (letra y música) a un conjunto que apenas se iniciaba en el mundo de la gaita: Los Picapiedras, que para sorpresa de muchos, resultaron los campeones de la temporada 1963-1964 del festival de la gaita de Ondas del Lago Televisión, fundamentalmente por las gaitas cuya autoría pertenecía al maestro Rincón González

Aunque esa alianza duró esa temporada solamente, en el medio petrolero estaba germinando el nacimiento de un grupo gaitero conocido como Los Compadres, que no solo introduciría una innovación en el género, sino que también se consagraría como una agrupación emblemática, de prolongados éxitos durante más de una década en el ambiente gaitero.

Impone los Compadres del Éxito.

Los Compadres era un grupo aficionado a la gaita que tocaba puertas adentro de la industria petrolera, y que gracias al respeto profesional de Pedro Sánchez Masyrubí, es entregado para su preparación y promoción al maestro Rincón González. Por instrucciones suyas participan en uno de los concursos zonales de la industria y salen triunfantes. Crece la motivación y el entusiasmo entre sus intrigantes.

Las dos claves del éxito de Los Compadres, ahora del Éxito, tendrán su aval, primero, en la calidad de la música y las letras compuestas por el maestro Rincón González, y en segundo lugar, en la innovación que introduce en el sonido sin que se extravíe la esencia de la gaita, de un pianito eléctrico llamado cembalet, que su hermano Guillermo, enamorado del piano desde muy joven, había comprado en Caracas.

En 1965, superadas muchas vicisitudes y después de grandes expectativas, aparecerá el primer LP de este histórico conjunto: Rafael Rincón González y los Compadres del Éxito con sus gaitas zulianas… para todo el mundo! Ocho gaitas y dos aguinaldos, acompañadas por tres cuatros, dos furros, dos tamboras, dos charrascas, dos pares de maracas y el cembalet. El éxito será rotundo y un legado para el acervo de nuestra más sentida y popular manifestación folclórica. Aparece por primera vez con una gaita de su autoría el inimitable Enrique Gotera, interpretando Los Patinadores y otras y como solista, Deyanira Enmanuel, para muchos la voz más exquisita y encantadora de la gaita.

Hay un aspecto digno de resaltar en la vida del maestro y que constituye una de las virtudes que lo consagran como un ser humano único. Se trata del profundo respeto y admiración que le profesó al pueblo guajiro y que nace con valores de su hogar paterno, pero que se consagra con su elección de una distinguida mujer perteneciente a esa maltratada etnia para integrar su familia. Lo hace desde mozalbete, apoyando a las paisanas que quieren enviar mensajes a sus compañeros de vida, y él les rinde tributo al componer Lamento guajiro (1959), Estampas guajiras (1966) y la más popular de todas, Linda guajirita, dedicada a su amor de toda la vida, quien fallece en 1991, Susana María, la madre de sus hijos: Linda guajirita/yo te estoy queriendo/ y por tu cariño/ yo me estoy muriendo…

Su breve pasantía por la política, como concejal independiente electo en las planchas de Acción Democrática en las elecciones de 1973, dejó un amargo sabor en su vida cuando intentó, como vicepresidente de la Cámara Municipal del Distrito Bolívar, enderezar una administración sembrada de corrupción, pero todo resultó en vano. Su dignidad, honestidad y carácter no eran apropiados para convivir con las triquiñuelas políticas.

A partir de esa experiencia decidió nunca más incursionar en la actividad política y llegó a afirmar de manera muy contundente:

…a la política le falta melodía, armonía y contrapunto… No vale la pena quedarse allí… los vicios parece que son eternos… por lo que decido seguir protestando.

A pesar de este breve desencuentro, sin embargo, puedo afirmar que Rafael Rincón González fue un hombre afortunado en todos los órdenes de su vida. Especialmente al final, cuando ya casi al retiro encuentra otra mujer a la que ama y lo ama, y, especialmente lo acompaña y lo estimula en su arte: Nora Romero, con quien recorrerá muchos escenarios del país, primero en dúo con el maestro y después uniéndose al dúo de Ciro Adarme y Max Alliey, conformando el cuarteto denominado Rafael Rincón González y El Grupo.

Enumerar reconocimientos, condecoraciones y homenajes puede ser un trabajo para el que se requiere mucho espacio. En el caso de este músico, que dedicó su vida al canto popular y folclórico, en un gesto de justicia sumaria, siento que todos sus méritos pudieran estar humildemente expresados en la justificación del Doctorado Honoris causa que le confirió La Universidad del Zulia el diez de noviembre del 2004:

En reconocimiento a sus setenta años de vida artística, contribuyendo a la formación de generaciones de zulianos, recopilando y enalteciendo la semblanza de Maracaibo del siglo XX, contribuyendo en la educación coral, en la tarea composicional, en la semblanza de los géneros folclóricos regionales y en el amor por los valores culturales y ambientales del Estado Zulia, haciéndolo merecedor de una reputación nacional e internacional por ser uno de los más fieles intérpretes de las tradiciones que atesora la zulianidad.

Maracaibo, dice Bernardo Rodríguez Iturbe, no puede entenderse sin las gaitas de Rafael Rincón González o sin haber tarareado Los Pregones Zulianos, Soberana y Maracaibera, Rafael Rincón González hizo del pentagrama y la guitarra una manera única y perdurable de expresar nuestra identidad como pueblo

Pero, ojo, para que el fuego de la tradición permanezca encendido, es indispensable llevar nueva leña a la hoguera para evitar que la inclemente vibración de la moda y la acción incontrolable de las nuevas tecnologías hagan de ella oscuras cenizas.

El maestro Rafael Augusto Rincón González gozaba de buena salud y gran lucidez al momento de su repentina partida. La noche anterior había disfrutado la grata compañía de familiares y amigos haciendo planes para la celebración de su cumpleaños número 90. Falleció un dia 15 de enero del año 2012. El Zulia perdió ese dia a su ultimo juglar, como lo había bautizado muchos años atrás el gran maestro del periodismo y crítico de arte, Sergio Antillano.

Leon Sarcos, agosto 2022

Nota: Para la redacción del presente ensayo, fueron utilizadas como fuentes principales, la biografía del Ing. Iván Darío Parra, Soñando para vivir y el ensayo de Victo R. Salazar Rodríguez, Zulianos Ilustres: Rafael Rincón González.

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