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Zulianos inolvidables: José Trinidad Martínez

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Por LEÓN SARCOS

A Odessa Martínez Matheus

Amó la vida como solo la ama un partero de ilusiones y de sueños. Y cuando la nueva vida palpitaba en sus manos sentía que debía esmerarse para que creciera sana y enamorada de las bellezas que ella misma prodiga, por ello se obsesionó con la vejez y se volvió un anfitrión celoso de esa vida a la que le tomaba el pulso a cada instante para cuidarla de la injusticia ciega de la biología y de los avatares inclementes del dios Cronos.

Le decían sus amigos JT Martínez, y dudo que algún nombre en el Zulia generara tantas pasiones y controversias. Fue un médico íntegro al que todos sus pacientes y los que no también recuerdan como un distinguido maestro en el ejercicio de la medicina. Fue un dirigente político respetado y polémico, lo que en nada desdice de su gran arte como servidor público de grandes y notables logros. Fue un excelente benefactor social, pero, fundamentalmente, un extraordinario ser humano y un gran amigo.

El hijo de Santa Bárbara

José Trinidad Martínez Pedraja nació en una fecha emblemática de la historia patria, el 19 de abril de 1925, en Santa Bárbara del Zulia, el mismo día que se inició la lucha por la independencia del dominio español, en 1810. Su nacimiento vendrá regido por las influencias estelares que alumbraron la vocación libertaria de nuestros próceres civiles: búsqueda incesante por conocer, independencia personal y un marcado sentido de justicia. Serán esos los mismos valores los que por coincidencia del destino definirán su vida personal, profesional y política

Yo viví —confesaba JT Martínez— muy poco tiempo con mi familia. Mis padres buscaban para mí, como ellos decían, un sitio mejor que Santa Bárbara del Zulia para mi desarrollo personal. Después de realizada mi formación corporal y haber aprendido las primeras letras, fui enviado a Maracaibo a continuar mi aprendizaje. Venía de un pueblo pequeño, insalubre, sin cultura, de un hogar donde mis padres me enseñaron modales de respeto y buenas costumbres.

Aún recuerda una anécdota que le costó un duro castigo dada la severidad de su padre. Se había conseguido una moneda de cinco bolívares que, para ese tiempo, le decían fuerte y le confesó a él ingenuamente acerca de su fortuna al encontrarse tan valioso tesoro. Su sorpresa fue enorme y el castigo peor aún.

Salieron juntos al sitio del hallazgo y no solo hizo que se lo devolviera al dueño del negocio y pidiera perdón, sino que también recibió de su progenitor una soberana paliza.

Cometía papá una equivocación y al castigarme una gran injusticia, porque en verdad me la había encontrado, pero así de severas e injustas eran las cosas. Mientras viví al amparo y protección de mis padres en ese, mi pueblo querido, solo vi ejemplos de respeto, obediencia y reconocimiento al trabajo. Y no pude observar nunca, ni en la casa de mis padres, ni en la casa de mis amigos, algo que impregnara mi mente como una huella. No observé nunca violencia familiar, a pesar del carácter autoritario del modelo paterno de esa época; no presencié violaciones al pudor femenino. Esos son los recuerdos que guardo de mi infancia. Una vida tranquila, apacible y de mucho respeto.

La vida de JT Martínez es una existencia hecha a fuerza de tesón, estudio, talento y una voluntad inquebrantable para hacerse por sí solo de herramientas del conocimiento para enfrentar la vida y caminar por sus caminos pedregosos a base de sacrificios, como suelen hacerlo los que no nacen en hogares suficientes económicamente.

Tengo la percepción de que si el alma es noble, superada la pobreza, el logro es celebrado con jubilosa alegría sin cobrarle a nadie el sacrificio. Solo los que traen huellas traumáticas del pasado —y así lo predicaba él—, de cualquier condición social, sufren y tratan de vengar en otros las carencias y sufrimientos que padecieron en la infancia y la adolescencia.

Dios no existe

Al llegar a Maracaibo, a continuar los estudios de primaria en el Colegio Simón Bolívar, en casa de una tía profundamente religiosa de nombre Carmela Pineda, que alquilaba cuartos para matrimonios y gente mayor, se reforzó mi formación religiosa. Mi tía recitaba en todo momento el Padre Nuestro. Para ella los primeros viernes de cada mes eran dedicados al Sagrado Corazón de Jesús; los primeros martes a Santa Teresa de Jesús y así sucesivamente. Pueden imaginarse el conflicto existencial que se me crearía, cuando en segundo año de bachillerato, estudiando en el Liceo Baralt, el maestro Jesús Enrique Lossada nos dice en una clase: Dios no existe.

Siento que en ese shock provocado por esa sentencia del maestro Lossada, estudioso de la filosofía, podemos encontrar el inicio de la búsqueda incansable de JT Martínez para intentar explicarse ese conflicto sobre la existencia de Dios: su inclinación por el estudio y la investigación científica, la elección de la carrera de medicina y el agnosticismo que lo llevaría a vivir, como a muchos otros profesionales de mente inquieta, en la frontera entre ciencia y religión, y a tener siempre presente al gran maestro de la física Albert Einstein: Pienso que la ciencia sin religión está coja; pero la religión sin ciencia está ciega.

Su vocación por la medicina lo convertirá en un distinguido doctor en Ciencias Médicas que obtendrá su título en la Universidad Central de Venezuela en el año 1947, en la promoción Domingo Luciani, junto con el después presidente Jaime Lusinchi. Simultáneamente presentará su tesis doctoral en Obstetricia y Ginecología, resultado de su pasantía como estudiante en la maternidad Concepción Palacios desde 1945: La esparteína como oxitócico. Especialidad en la que seguirá estudios en la Universidad de Buenos Aires, entre junio y septiembre de 1950; en Londres, entre junio y julio de 1956, y sobre esterilidad en Brooklyn, New York.

El cuatro de junio de 1950 contrae matrimonio con Alicia Josefina Matheus, quien será la madre de sus cuatro hijos: Odessa Josefina Martínez Matheus, médico obstetra (13 de julio de 1951); Karelia Margarita Martínez Matheus, ingeniero químico (22 de febrero de 1953); José Trinidad Junior Martínez Matheus, Lic. en administración (20 de agosto de 1955) y Fernando José Martínez Matheus, también Lic. en administración (25 de abril de 1958). Son los tiempos en que su pasión por el beisbol lo lleva a integrar la directiva del Pastora desde 1953 hasta 1959. A partir de 1969 se convertirá en fundador accionista y vicepresidente de las Águilas del Zulia hasta el año 1975.

En su abnegado trabajo de partero traerá al mundo más de catorce mil almas que pondrán a prueba su vocación profesional y de servicio, y que se convertirán por igual, como el resto de la población, en el centro de su atención, no solo para que crezcan sanas, sino también para que lleguen viviendo vitales y en sus facultades al final de sus días, y no muriendo lentamente, llenos de achaques y limitados en su quehacer cotidiano.

Esas serán sus dos obsesiones como hombre de ciencia: la vida que recibe y la vida que cuida y protege para que no llegue malograda al término de su proceso vital, por ello le atormenta el envejecimiento. JT Martínez asume también su compromiso como hombre de ideas y toma partido y elige a Acción Democrática como su trinchera de lucha política para que el bienestar general de esa vida de la cual es anfitrión y a la cual sirve de forma incondicional se garantice en políticas públicas eficientes, para ello asume la representación en carácter de senador de la república, en dos periodos consecutivos a partir de 1983-1988, durante el gobierno de su compañero de promoción Jaime Lusinchi y el segundo de Carlos Andrés Pérez, 1989-1993.

La vida y el humano y el envejecimiento

Dos obras resumen la destacada vida profesional como hombre de ciencia de JT Martínez, una de ellas, La vida y el humano (2008), un relato confesional de la manera como entiende los orígenes de la vida y todo el proceso de desarrollo, desde los inicios hasta la muerte, más bien una mezcla de un perfil autobiográfico con sus concepciones científicas, filosóficas y políticas que proyectan su cosmovisión del mundo.

En este libro, JT Martínez coincide con muchos analistas de nuestro tiempo sobre los grandes peligros que se ciernen sobre la sociedad democrática: el Estado —dice—, en el grado de evolución al que ha llegado la biósfera, no debe ser una estructura de dominio, sino más bien una estructura de coordinación, de orden y de paz. De búsqueda de unión, respeto y tolerancia entre todos los ciudadanos sin distingos políticos, con fines de bienestar, progreso y libertad.

Pero cada día vemos lo contrario —confiesa—, Estado para imponer, para reprimir, para oprimir, para matar, para comprar conciencia, para regalar dinero, para corromper, para ideologizar. Con ello estamos llegando a formas de gobierno casi olvidadas: el renacimiento de las autocracias, que constituyen la peor forma de gobierno, de dominio y de atraso.

El otro trata sobre su gran obsesión, El Envejecimiento (2016), un resumen del aprendizaje que le deja y sobre sus impresiones, y la evaluación de los resultados como gineco-obstetra, de los tratamientos aplicados a lo largo de su vida en mujeres embarazadas y en pacientes en general, especialmente los rendimientos de ciertos tratamientos que resultan de muy buen efecto para mantener los equilibrios y la protección en el sistema inmunológico de los seres humanos. Este esfuerzo lo hace al alimón con el destacado endocrinólogo caraqueño graduado en 1962, Oswaldo Obregón, a decir del prologuista, Rafito Molina Vílchez, tan estudioso y pensador como Martínez, con una valiosa carga de conocimiento… sobre bioquímica y metabolismo.

Un resumen apretado de su síntesis con fines pedagógicos nos dice: La vida hay que vivirla sustancialmente. Para nosotros no es tan importante el vivir sino tenemos calidad de vida. Por eso lo primero es tratar de prevenir las enfermedades relacionadas con la vejez y conservar las funciones más importantes del status vital.

En el proceso de envejecimiento, lo importante es el cerebro; es el que determina la calidad de vida. El envejecimiento lleva al cerebro a muchas alteraciones moleculares, celulares. A mayor oxidación de las grasas, se agregan a él las proteínas oxidadas y dañadas. De las mitocondrias se escapa una gran cantidad de radicales libres que van a dañar las neuronas. Se hacen presentes en el cerebro la proteína amiloidea y la proteína tau, que originan el Alzheimer y el Parkinson.

Creemos —dicen los Dres. Martínez y Obregón— que la aplicación de una buena metodología oxidativa, que frente la producción de radicales libres, y un medio no hostil, pueden llevarnos a alcanzar un envejecimiento con la calidad de vida deseada.

Las recomendaciones finales: un buen tratamiento anti oxidativo a base de omega 3, cuyos resultados fueron evaluados a lo largo de treinta años en sus pacientes, con excelentes resultados por ambos autores. Caminar entre 40 y 60 minutos diariamente. Óigase bien caminar, porque caminar es vivir, trotar es morir. Y finalmente seguir al pie de la letra la dieta del Dr. Obregón, recetada a lo largo de treinta cinco años y de comprobados resultados.

Ambas obras no tienen según su propio autor pretensiones distintas a la didáctica para iniciar en la comprensión de procesos vitales de la ciencia y sus efectos en el ser humano, a las nuevas generaciones y a su vez dejar testimonio de una visión de su tiempo, del mundo, de la sociedad que le tocó vivir y compartir, de los valores, de los peligros y las amenazas que acechan a la humanidad, en reflexiones hechas por un viejo ciudadano sabio que ha trajinado las polis y como él mismo lo afirma, ha vivido sustancialmente.

JT Martínez se desempeñó como profesor titular en LUZ en la cátedra, Obstetricia y Ginecología durante 52 años. Fue fundador del Servicio de Fertilidad Humana del Hospital Chiquinquirá. Maestro de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Venezuela. Medalla de oro de la Sociedad Menopausia y Osteoporosis de Venezuela. Miembro Emérito de la Sociedad de Perinatología del Zulia. Miembro de la Academia de Medicina del Zulia. Miembro de Fertility Association. Miembro de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Miembro de la Asociación Americana para la Reproducción Humana. Miembro de la Academia de Ciencias del Estado de Nueva York.

JT Martínez publicó más de cincuenta artículos científicos en revistas nacionales e internacionales y dictó más de doscientas conferencias en universidades de Venezuela y los Estados Unidos. Recibió innumerables reconocimientos y condecoraciones regionales y nacionales. Una de las distinciones más relevantes fue el Doctorado Honoris Causa, concedido por la Universidad del Zulia y reconocido merecidamente como epónimo del IV Congreso y XIII Jornadas Científicas de la Facultad de Medicina 2011.

El beisbol y la amistad

Hay dos aspectos de la vida de José Trinidad Martínez sin cuya mención su retrato quedaría trunco. Su grata pasión por el béisbol y su hermosa manera de entender la amistad. Desde niño cultivó la predilección por este deporte, este apego lo llevaría a formar parte de la directiva del Pastora y terminando la década del sesenta, a hacerse accionista del equipo de la casa, las Águilas del Zulia y a aceptar la vicepresidencia de ese club deportivo. Pero su delirio eran los Yankees de Nueva York, de los cuales seríaun fan entusiasta hasta su último suspiro.

Su amor por este equipo del beisbol mayor, también llamados los Bombarderos del Bronx, lo llevó en los cincuenta del siglo pasado a asistir a dos series mundiales. Era un fanático que manejaba bien los números de ambas ligas, por lo que oírlo hacer comentarios resultaba entretenido. Su debilidad por este equipo era tal que padecía sus derrotas y sufría crispado sus altas y bajas.

Ver un juego con él era todo un ritual, valoraba cada jugada con el ojo del conocedor y no daba tregua. Estudiaba el juego desde el comienzo, si las cosas iban bien se quedaba hasta el final y lo celebraba con sus amigos. Si las cosas empezaban mal y el equipo perdía por mucha ventaja abandonaba temprano la sala silencioso y compungido; sentía temor a la burla, especialmente si la caída era frente a sus rivales, el equipo los Medias Rojas de Boston. Pero si la cosa estaba reñida se quedaba hasta el final y si el resultado no lo favorecía, se escurría como Houdini, porque la tensión era más fuerte y el cobro del adversario más sonado.

Este sería uno de los grandes placeres de su vida, viajar al norte en cada ocasión que podía a disfrutar de un juego de los Yankees, bien por iniciativa propia, porque coincidiera con algún congresoo seminario o respondiendo a la invitación de alguno de sus tantos amigos.

En el caso de la amistad, Jorge Luis Borges, en una de sus muchas expresiones felices, dijo alguna vez, que la amistad es un arte. Yo agregaría que es también un sentimiento tejido con hilos de oro. Un espejo donde cada ser humano se confirma en el otro, sin un interés distinto a la alegría que prodiga el intercambio de grandezas y sutilezas del alma.

El negro José Trinidad Martínez poseía la química, la inteligencia y la tolerancia afectiva para cultivar a lo largo de su vida numerosos y buenos amigos, porque para él la amistad era una trascendencia, y él, uno de los más diestros esgrimistas en el hermoso oficio de practicarla. Tenía que tener una pasta humana singular para cosechar tantos amigos, de distintas edades y procedencias.

De él diría, el siquiatra y profesor Solano Calles: José Trinidad Martínez está constituido, en su totalidad, por dos materiales actualmente escasos, solidaridad y entusiasmo. Es una de las personas más solidarias y desprendidas que he conocido. Hace honor a la amistad como el invento más maravilloso del ser humano. Como médico ha sido íntegro con sus pacientes. El entusiasmo es tan manifiesto en él, que su alma de niño permanece intacta. Me enorgullece ser su amigo.

En una ceremonia de despedida que le hicieron sus amigos, su colega y gran amigo, Pedro Hidalgo Merlín, le haría este emotivo panegírico: Nubes densas ocultaron las estrellas e hicieron la noche más oscura anunciando su partida. El Catatumbo se hizo a un lado y lo vio pasar descargando con furia su energía… A su partida me parece oír la coral de lamentos y el gemido plañidero de miles de recién paridas, ahogada en el grito vigoroso de los recién nacidos… Profesional insigne, maestro de generaciones, cultor de profesionales que, esparcidos por el mundo, practican su enseñanza sin secretos ni menguas tutoriales; político, deportista y escrito… Hasta siempre buen amigo…

A José Trinidad Martínez le deben miles de mujeres la primera sonrisa después del alumbramiento, y sus compañeros de vida, agradecimiento eterno. JT Martínez, será para los zulianos, una referencia especial como ser humano y un sereno partero de esperanzas y sueños.

Partió de este mundo la madrugada del 17 de julio del 2020, con la serena convicción de que no somos otra cosa que máquinas de producir calor, que evolucionamos, nos adaptamos al medio, nos desarrollamos y nos reproducimos para morir, pero confesándose también pecador ante un sacerdote, gesto con el que abrió en su corazón el camino de la fe.