Por LEÓN SARCOS
A Ernestina, Joaquín y Lucía Fernández Martínez
Un librero es un armador de mundos, no un creador; es la fuente donde se inspiran, se gestan y nacen los arquitectos de nuevos y maravillosos mundos. Por eso San Agustín decía: Cuando rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros. No olvidaré nunca una frase de Marcel Proust, guardada amorosamente por mi alma, que leí en compañía de mi hermana más querida en una de las infinitas visitas que hicimos juntos a la librería Europa, cuando apenas me insinuaba lector ardorosamente apasionado desde que era un adolescente:
Mira la casa de Zelanda, rosada y reluciente como una concha. ¡Mira! ¡Aprende a Ver! Y en ese momento desaparecía. Este es el valor de la lectura y esta es también su insuficiencia. Erigir en una disciplina lo que no es más que una iniciación es asignarle un papel demasiado grande. La lectura está en el umbral de la vida espiritual; puede introducirnos en ella, pero no es la vida espiritual.
Sembrar memorias
Hoy que han pasado tantos años desde que en bachillerato empecé a frecuentar una de las librerías Europa, aún recuerdo claramente el rostro sobrio de don Joaquín, más de galán de telenovela que de anfitrión de una tienda de útiles escolares; más de pastor y consejero matrimonial que de audaz vendedor; más de severo maestro supervisor de zona educativa que propietario de una cadena de librerías que, casi siete décadas después de su primera apertura, en el centro de la ciudad, hoy sigue vibrando en el corazón del pueblo zuliano como uno de los emblemas de casas comerciales de excelencia.
Para muchos historiadores regionales, Joaquín Fernández Pérez constituye uno de los paladines del comercio regional. Fue un caballero de causas nobles, un emprendedor modelo de empresas, que puso todo su esfuerzo para ayudar en la educación de sus conciudadanos, y un ser humano con un don de gentes que supo ganarse el aprecio y el respeto de sus clientes, de sus empleados y de la comunidad en general, para merecer el reconocimiento de Zuliano Inolvidable.
Juntos, Joaquín Fernández Rodríguez, y el otro, el tocayo, su hijo mayor de 14 años, pero Fernández Pérez, habían despegado del aeropuerto de Barajas en Madrid a finales de 1947, como muchos otros españoles, con un morral cargado de esperanzas y sueños, huyendo de los estragos hechos por la Guerra Civil Española (1936-1939), que solo les había dejado hambre, destrucción, desolación y muerte.
Venían a Venezuela, un país de referencia para millares de europeos, que tuvieron que salir en un gran éxodo por el mundo en búsqueda de nuevos horizontes después de dos guerras mundiales, la última finalizada en agosto de 1945, y entre ellas una propia, muy cruenta, librada en su territorio. Nuestro país era un referente para muchos extranjeros a pesar de su inestabilidad política, tenía una de las monedas más sólidas del mundo y una economía pujante y en proceso de crecimiento gracias al petróleo.
Llegaron en un ambiente animado por los cambios de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt y ya se anunciaba la elección democrática que dio el triunfo al presidente Rómulo Gallegos, en la primera elección universal directa y secreta llevada a cabo el 17 de febrero de 1948. Los vientos de libertad y ciudadanía durarían muy poco tiempo, el suficiente para que en un segundo momento también arribaran al país José, el otro hermano, el menor, propietario después de las librerías Aeropuerto, y Purificación, su madre, para coincidir con el inicio del corto mandato del maestro Gallegos, que solo duraría nueve meses.
Su padre empezaría a trabajar con la librería Las Novedades, de Emilio Ramos, donde también lo hacían Miguel Ángel Capriles y Armando de Armas —que se convertirán en el futuro en dos empresarios con un inmenso poder e influencia en la Venezuela democrática a partir de 1958—, en su caso vendiendo periódicos y revistas, especialmente el diario El Nacional, de los cuales se vendían 100 ejemplares en la Costa Oriental; los enviaba desde Maracaibo en un taxi a diario y los cobraba semanalmente.
A la muerte de Ramos, Miguel Ángel Capriles y Armando de Armas compran la Distribuidora Continental y el matrimonio de los Fernández-Pérez atiende un kiosco en el Aeropuerto de Maracaibo, en el viejo galpón donde se hacía Expo-Zulia, en el que ofrecían a la venta todas las publicaciones nacionales y extranjeras que les facilitaban para la venta los nuevos propietarios de la distribuidora.
Por su parte Joaquín, el hijo mayor de la familia, cumplidos los dieciocho, la mayoría de edad, había pedido permiso a sus padres para independizarse y montar su propio negocio en la Plaza Baralt: Quiosco El Estudiante, en la acera frente a la Papelería Esteva, donde comienza su emprendimiento destacado como comerciante de periódicos y revistas a principios de los cincuenta.
Si hay un rasgo en el carácter que define a este zuliano por adopción, es la naturaleza gentil de su carácter. Nació el 29 de abril de 1932 en Barcia, una parroquia del concejo asturiano de Valdez, en España, de 60 habitantes para el momento de su nacimiento y que hoy no supera los 750, locación de singular significado porque en ella está el Cementerio Moro de Barcia, el único camposanto levantado en honor de los soldados de religión musulmana que combatieron al lado de Francisco Franco durante la guerra civil.
Los duros inicios en la Plaza Baralt
Los años más duros serán los primeros a partir de 1952, porque, mediante una decisión autoritaria del gobierno regional que preside el general Néstor Prato, se ordena el desmantelamiento de todos los pequeños puestos improvisados que ofrecen mercancías ambulantes, entre ellos el que posee Joaquín, quien se ve obligado a compartir la venta de sus publicaciones y textos escolares por un tiempo con otro comerciante de origen colombiano que tenía una venta de helados llamada Europa.
De esa heladería —de la cual vende su parte el socio que solidariamente había tendido la mano a Joaquín—, heredará el nombre de Europa, que se hará famoso a partir de 1955, cuando se inaugure la primera de las tiendas especializadas en libros y útiles escolares, ahora frecuentada no por la calidad de sus helados sino por la excelente atención, las buenas ofertas, y la selección de textos escolares y libros de lectura que atraerán a numerosa clientela. Muy pronto irá ganando prestigio para posicionarse como una de las primeras librerías fundadas en la ciudad por este zuliano emprendedor venido de Asturias.
Al establecer don Joaquín la primera de las librerías, y luego de tres duros años de tesonero trabajo, cuando ya ha enrumbado la primera de las naves y comienzan a soplarle buenos vientos y él a recoger los frutos de sus desvelos, en abril de 1958 contrae matrimonio a los veintiséis, con Ernestina Martínez Pérez-Abad, hermosa dama española oriunda de Luarca, pueblo vecino de Barcia y rival en el fútbol, de cuya unión procrearán a Ernestina Fernández Martínez, nacida el 20 de julio de 1959, ingeniero de Sistemas; Joaquín Fernández Martínez, que vendrá al mundo un 7 de agosto de 1960, ingeniero Industrial, y Lucía Fernández Martínez, quien verá la luz el 7 de enero de 1968, también ingeniero Industrial.
Cuenta su único varón, también Joaquín, que su padre empezó de cero vendiendo revistas y periódicos, y compraba libros de textos y de lectura general que después vendía con un pequeño margen de ganancia, pero era muy disciplinado y ahorrativo. Pronto, desde que se inició en la Plaza Baralt, en la calle, como vendedor ambulante, comprendió, e interiorizó como buen emprendedor, una verdad tan clara como el agua: en un hogar de cualquier nivel socioeconómico pueden faltar muchas cosas, pero hay dos indispensables para poder sobrevivir: la comida y los útiles escolares.
También para esa época había observado que los textos de primaria y secundaria para la década del cincuenta y sesenta se mantenían un periodo de tiempo relativamente largo en los programas, por lo que la tardía obsolescencia de su mercancía le facilitaba almacenar un buen stock de productos, y hacer las ventas a un precio accesible y con buen margen de ganancia por varios años, lo que le permitía seguir acumulando para crecer.
La mejor localización para sus propósitos comerciales sería sin duda el centro de Maracaibo, en la misma cuadra de la Botica Nueva, diagonal al Convento, sitio de convergencia del maracaibero para conversar, hacer las compras las amas de casa en los mercados principales, y el lugar de esparcimiento popular por excelencia cuando la urbe empezaba su desarrollo.
Fue un largo camino desde los inicios hasta el final de sus días, el que Joaquín Fernández Pérez transitó a partir de un tesonero esfuerzo, de su disciplinada y cortés vocación de servicio y de una singular personalidad para hacer el bien, debido a lo cual cosechará merecidamente prestigio personal, solidez económica y empresarial y se convertirá en un digno ejemplo a imitar por las nuevas promociones de emprendedores y empresarios.
Sabía don Joaquín que para triunfar como comerciante son indispensables tres condiciones, además del mercado potencial y la buena locación: la primera de ellas, el trato deferente y solícito al cliente. En el sector comercio es aún más verdad aquella máxima de que el cliente siempre tiene la razón. En segundo lugar, ser competitivo a nivel de precios y estar dispuesto a ceder una parte del beneficio en aras de ganar. Y en tercer lugar, el negocio es de los clientes y de los empleados y el dueño debe sentirse el padre de una gran familia muy laboriosa donde todos ganan sobre la base de la responsabilidad y la confianza.
Siento que don Joaquín lo hizo bien, de allí su crecimiento y la consolidación de la cadena de librerías Europa, la aceptación y el apoyo del pueblo zuliano y la satisfacción y el orgullo de sus empleados, que por años se mantuvieron en primera línea cumpliendo impecablemente con sus labores, gracias al buen trato y al respaldo que su propietario brindaba al cumplir con todos los requerimientos laborales de ley.
Los herederos de don Joaquín se sienten orgullosos del trato fraterno dado por él a sus empleados y ellos a su vez satisfechos e identificados con la misión cumplida como trabajadores insignes. Fueron empleados modelo por muchos años: el Sr Hugo Rincón, la Sra. Elvira Escobar, la Sra. Mireya Rincón, el Sr. Pablo Montero, por solo mencionar algunos, entre otros muchos; ellos son expresión del reconocimiento laboral de honor a quien honor merece.
La Europa se multiplica
Los años setenta serán los años del boom petrolero. El incremento de los precios del petróleo en 1973 trajo un ciclo de prosperidad inusitado en todos los sectores de la economía. Esta situación de crecimiento económico, por solo citar un indicador —según Pedro Palma—, hizo que la expansión del dinero, combinado con la mayor actividad crediticia, lograra que la oferta monetaria mostrara un franco y sostenido incremento tanto en términos nominales como reales. Entre los años 1973-1977, el crecimiento interanual promedio del circulante en poder del público fue de 32% en términos nominales y de 20,4% en términos reales.
El estímulo a la inversión y el nacimiento de nuevas empresas en el sector comercio fue aprovechado para abrirle paso a la segunda librería Europa, en el Centro Comercial Las Pulgas. Vendría también la fundación, en asociación con dos nuevos socios, el señor Vicente Juzgado, propietario de la Editorial Colegial Bolivariana, y el señor Gildo García, de la Librería Punto y Coma en Las Pulgas, la Librería Estudios en la avenida Libertador y la Librería El Quijote, en el Centro Comercial Montielco. Todas bajo la administración autorizada de don Joaquín Fernández Pérez.
En 1979, nacerá la más emblemática de todas, en el más moderno centro comercial para el momento: Librería Europa Costa Verde, ubicada en una zona residencial de familias de alto poder adquisitivo. No solo será de obligada concurrencia para la compra de textos y útiles escolares, como las otras que irán apareciendo, sino que también será de exploración indispensable para, especialmente, los sectores universitarios, profesionales y lectores habituales, que serán asiduos visitantes en busca de las últimas novedades literarias en todas las disciplinas del conocimiento.
La cadena de librerías seguirá expandiéndose en la década de los ochenta. En 1981, la construcción del Centro Comercial La Redoma trae consigo la apertura de la Librería Crisol. Ese mismo año se funda la Librería Punto y Coma Caribe. Y en 1982 abrirá sus puertas la Proveeduría Estudiantil Unicentro Las Pulgas.
Comenzando los noventa se inaugura la Librería Europa Hotel del Lago. En 1995, la Librería Europa Puente Cristal. El mismo año La Proveeduría Estudiantil Puente Cristal y en 1998, la Librería Europa Lago Mall. Ese año, con la apertura de la Europa Lago Mall, se cancela la Europa, Hotel del Lago, dada la estrecha cercanía entre ambas. En el año 2012, finaliza la sociedad con Juzgados y García y ellos asumen la totalidad de la Quijote y Punto y Coma. En 2021 en plena pandemia surge la Librería Europa Metro Sol, en el sur de la ciudad y este año, 2022, se inauguró en agosto la Librería Europa Norte en el Centro Comercial Sambil.
Si otras virtudes ponen a prueba la experiencia empresarial de Joaquín Fernández Pérez, son el don de oportunidad para emprender y el cálculo del riesgo para invertir. En los dos últimos casos, Metro Sol y Europa Norte en el Sambil, lo demostró, junto con una capacidad enorme para transformar la crisis en oportunidad.
En condiciones muy adversas —afirma Joaquín hijo— para llevar adelante cualquier iniciativa empresarial inauguramos Metro Sol: crisis económica, política y social del país, tiempos de pandemia y con muy pocas clases presenciales aún en 2021.Conseguimos una buena oportunidad para ponernos en un local en la zona sur de Maracaibo y como no teníamos ninguna librería en esa populosa urbe aprovechamos la ocasión. En ese mercado, por muy difícil que sea la situación, nunca faltan consumidores, y con el prestigio empresarial ganado iniciamos en ese sector operaciones con relativo éxito.
En el caso de la Europa Norte en el Sambil, ocurrió algo similar. Con la crisis iniciada en 2019 con el covid, y el incremento del deterioro económico experimentado por la nación, la mayoría de las librerías que tenían sede en el Sambil se vieron obligadas a cerrar y se concentraron en Caracas. Nosotros —dice el otro Joaquín— aprovechamos ese vacío para llenarlo audazmente con una nueva Europa.
Un auténtico ciudadano
Es muy difícil conseguir un cliente, un empleado, un amigo, un conocido o un proveedor que no recuerde a don Joaquín Fernández Pérez con profundo afecto. Impuso en Maracaibo un estilo muy singular para hacer muy bien una práctica empresarial difícil para consolidar en el largo plazo: el comercio al mayor y detal de textos y útiles escolares y la venta de libros de lectura en un mercado muy estrecho para esta clase de producto en la provincia.
Fue un hombre de familia en el sentido más estricto del término. Para él —cuenta su hija mayor, Ernestina— lo más importante era la familia y luego los amigos. Tenía un muy alto concepto de la amistad. Cuando visitaba a un familiar o amigo era una costumbre llevar un obsequio: unos creyones, cuentos, libros de colorear o un poemario para las damas. Para él, siempre fue muy estimada la condición de la mujer, por eso nunca nos discriminó en relación con el único varón. Los tres nos graduamos en la universidad y los tres hicimos después los postgrados donde elegimos.
En el ámbito laboral también las distinguía. Decía que, en general, las mujeres como trabajadoras eran muy serias y responsables. Admiraba mucho el tesón femenino y trataba de estimularlas a todas, especialmente a las que sabía les tocaba hacer de madre y padre en el hogar para sacar adelante a la familia. Y a nosotras, las dos hembras, de jóvenes siempre nos insistía: tienen que estudiar y formarse para poder defenderse en la vida. Yo no quiero solo amas de casa para el matrimonio.
Fue un hombre de avanzada como ciudadano, muy consciente y cumplidor de sus deberes. No tuvo vicios, ni hobbies, ni practicaba ningún deporte; su única afición obsesiva aparentemente siempre fue el trabajo y su esposa Ernestina. Disfrutaba la lectura, las finanzas y los negocios, de los cuales asumía aprendizajes para aplicar en su trabajo. Le encantaba conversar con amigos y clientes por las tardes y los sábados cuando servía de anfitrión. Adoraba los niños. Al terminar de criar a los suyos, clamaba al cielo por nietos que se hacían tardíos, por distintos motivos.
Cuando Ernestina, su hija mayor, a los treinta decidió casarse, ayudó a su novio para cumplir el ritual de pedimento de su mano. Angustiado este, de nombre Luis, y temeroso como todo el que lo intenta ante la incertidumbre de la respuesta, recibió una muy grata sorpresa que nunca olvidaría:
Luis tocó —cuenta Ernestina— y don Joaquín abrió la puerta y le dijo tendiéndole los brazos: ¡Bienvenido a la familia! No lo dejó ni hablar. Ya tenía preparados dos vasos, hielo, whisky, soda y tequeños para brindar.
Yo no sabía si reír o llorar. Me quedó clarísimo que papá, desesperado por tener nietos, no le iba a dar mi mano a Luis… Noooo: llévatela completa. Luis cuenta conmovido que papá le arruinó el bonito discurso que tenía preparado para la ocasión.
Fue un ser humano feliz, muy feliz cuando nos graduamos los tres, cuando nos casamos y especialmente cuando se casó la primera nieta. Decía a sus amigos que si se jubilaba, se moría.Y así fue. Falleció en Madrid el 24 de febrero de 2022, dos meses antes de cumplir 90 años.
*Este ensayo ha sido posible gracias a Gastón Guisandes López, José Fernández Pérez, Ernestina Fernández Martínez y Joaquín Fernández Martínez, quienes gentilmente nos cedieron su tiempo y atenciones para hacerlo posible.
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