Papel Literario

Zanahorias frescas

por Avatar Papel Literario

Por NOWYS NAVAS

En los años noventa a los estudiantes novatos la leyenda del carácter de Bravo nos alcanzaba antes de que llegáramos al aula 217. De Heymann y de él decían que seguían imperturbables dictando cátedra incluso cuando se iba la luz en la facultad y la fama de ambos se quedaba corta cuando vivíamos la experiencia de la lectio de tres horas completas, orquestada sin alteraciones rítmicas, al estudiar Platón autor con “Platoncito”. Su curso era higiénico de comienzo a fin. El manual de dictado de clases podía seguirse como a la palabra sagrada leyendo su libro de Introducción a la filosofía de Platón. No sé si sea cierto pero sobre esta obra en aquella época había un cuento de pasillo muy famoso. Decían de Bravo que una vez había extraviado un cuadernillo de anotaciones importantísimo para el profesor porque contenía borradores manuscritos de trabajos en preparación. Contaban que, conmocionado al extremo por el incidente, resolvió que la mejor manera de recuperarlo era divulgarlo públicamente, y así sucedió que el artículo perdido fue anunciado por los narradores de un partido de beisbol a través de los parlantes del estadio universitario y el valioso cuaderno regresó a las manos del oficiante. El tono humorístico siempre teñía las referencias que teníamos de nuestro profesor, pero todas estaban mediadas por el reconocimiento simbólico de su autoridad en Platón. De Bravo se decía que vivía recluido y que sólo pensaba en cómo debería ser la realidad para que la realidad pudiera contenerse en el logos proposicional platónico. Hay profesores que encarnan al sofista o al sabio renacentista, pero el estudioso de las ideas parecía llevar el traje cortado a la medida de la lengua y el ojo de la esclava tracia. El episodio de su descuido durante los días del Caracazo pudiera quedar registrado como emblema del hechizo de la vida contemplativa, y con la solemnidad en el trato que le caracterizaba, una vez le escuché admitir que en esos días empezaba a trabajar arduamente en su nueva línea de exploración: la filosofía del placer en Platón. Lo que se decía era que el profesor había tomado su bolso de mercado y había ido a la frutería de la esquina por unas zanahorias frescas que le apetecían para preparar una ensalada, sin darse cuenta del riesgo que corría pues, tras el sacudón, el Estado impuso por días el toque de queda. Los soldados, contó el profesor, con la mayor decencia le explicaron y hasta le acompañaron a la puerta de su casa en La Florida. Ciertamente a partir de Marx se plantea la cuestión del papel del filósofo como si se tratara de un desertor de la realidad, que de ahora en adelante debe ocuparse del mundo y de la sociedad, pero para un estudioso del mundo antiguo el pensamiento tiene sus propias urgencias. Quizás sea cierto afirmar que no se logra recorrer exegéticamente los problemas del método de la definición en todos los diálogos platónicos, tocar asuntos del pensamiento ético platónico y de la filosofía práctica aristotélica, y reexaminar el propio itinerario como investigador, abriéndose a nuevas exploraciones, si al mismo tiempo se atiende al flujo de lo que cambia. Indiscutiblemente el profesor sabía cuál era su negocio y por eso también es recordado en la facultad como el que solía referirse a cómo iba abultando su portafolio y como un profesor que seguía preocupado, aun después de jubilarse, por mantenerse vinculado a las sociedades académicas internacionales, interesado en fortalecer relaciones interinstitucionales nacionales y ocupado en la fundación en Venezuela del centro de estudios clásicos (Cecla). En las discusiones del Cecla volví a encontrarme con aquel hombre del que bullían los procedimientos que constituyen los diálogos como si fuesen ideas innatas inscritas en las muchas vidas de una y la misma alma. Él tenía esa clase de memoria terrible del erudito, y quizás por esa razón jamás navegó a través de preguntas a contracorriente. Bravo pudo habernos dejado una exégetica de los nudos gordianos, pero su proverbial corrección y cortesía también aplicaba para el pensamiento de Platón. Una vez le pregunté por su amistad con Pierre Aubenque, me dijo que gracias a sus exclusivas gestiones el erudito aristotélico había venido invitado a un congreso nacional de filosofía celebrado en la UCV. Le pregunté que cuándo escribiría un libro como El problema del ser en Aristóteles, diciéndole que sería interesante saber sobre los fracasos de la infalible arquitectura platónica. Parloteé y parloteé entusiasmada y el profesor me escuchó atentó, pero mi insuperable desilusión ocurrió cuando me dijo que jamás escribiría una obra aporética sobre el pensamiento de Platón como la aubenquiana. Poco tiempo después le pedí que viniera a dictar la conferencia central de la Semana de la Filosofía del año 2016 dedicada a la conmemoración del pensamiento de Aristóteles por declaración de la Unesco, y entonces leyó un importante artículo suyo que tocaba la ética de los dos griegos. Otra vez el aula 217 estaba llena, pero estos nuevos estudiantes se encontraban ahora con el que conocían tras estudiar sus textos en sus cursos obligatorios de Aristóteles y Platón. Bravo nos enseñó con su ejemplo que la obra de un intérprete de un autor depende del ensimismamiento concentrado, pero seguro también compartía la convicción de Platón de que el Bien es la justicia que necesitan los hombres y el orden de la polis para que sea posible llevar una vida larga y bella.