Yolanda Moreno ha ganado (“Yolanda no…, Venezuela”, corrige ella, con modestia casi ritual) el primer premio del Festival Internacional del Folklore, celebrado en Agrigento, pequeña ciudad siciliana, todavía envuelta en su ambiente de antigüedad griega.
El galardón confirma y subraya, con la insistencia propia de los éxitos, la calidad del mejor y más bello conjunto folklórico venezolano, Danzas Venezuela. La alegría y el orgullo de Yolanda y de Manuel Rodríguez Cárdenas lo sentimos de inmediato al sentarnos a hablar con ellos en una pequeña oficina de la Asociación Venezolana de Ciegos. Todavía desempacan regalos y souvenirs que han traído para los oficinistas y sus amigos de esta institución. Tratando de transportarnos al aire helénico de Agrigento, el poeta Rodríguez Cárdenas nos describe la significación del trofeo que han conquistado para Venezuela. La ciudad siciliana es la antigua Acragas de los griegos, en cuyo valle fueron erigidos numerosos templos: el de Hera, el de la Concordia, el de los Dióscuros. Este, precisamente, el simbolizado en el máximo trofeo que gana Yolanda, fue construido en honor de Cástor y Pólux, hijos de Leda y de Zeus convertido en cisne. Son hermanos de Helena, la de Troya. Cástor era domador de caballos; Pólux, un tremendo púgil. Eran dioses de la hospitalidad, de la alegría, de la inmortalidad, porque si Cástor moría, Pólux estaba vivo, y si Pólux fallecía, Cástor revivía. Los griegos adoraban a sus dioses con música, danzas y ofrendas, en días casi como los de hoy en su región, cuando una temprana primavera hace florecer los almendros, y muy lejos en el cielo se ven refulgentes los dos luceros de Géminis, es decir, los mismos Dióscuros.
¿Cuál fue el nivel competitivo de este famoso Festival auspiciado por la Unesco; cuál fue la calidad de los conjuntos participantes?
―El conjunto español era magnífico, muy bueno. El ensamble italiano de Turín y Florencia, con sus abanderados y sus 300 bailarines, era realmente espectacular. El conjunto de bailes de Irak posee una calidad que los caraqueños han apreciado. Tengo, además, que hacer una observación: al lado del conocimiento e idoneidad de los miembros del jurado, había el voto del público. Después de nuestra primera participación, ya en la calle casi todo el mundo decía que nosotros éramos los ganadores, y todo fue confirmado cuando el teatro se llenó de bote en bote al anunciarse nuestro nuevo turno.
¿Cuáles son tus nuevos proyectos; qué va a hacer el conjunto en los próximos meses?
―En primer término, vamos a celebrar los 30 años de nuestra fundación. Queremos recordar lo difícil que ha sido mantenernos. Nos negaban, nos restaban méritos, a veces se acordaban de nosotros, de los triunfos que obteníamos con nuestro tesón, nos daban algo, pero siempre como si fuese una dádiva, una limosna. Nos hacían ofrecimientos que nunca o casi nunca se cumplían. Yo me pregunto, ¿cómo es posible que a estas alturas seguimos con nuestra eterna petición de una sede permanente para Danzas Venezuela? Nuestras muchachas y muchachos ganan sueldos miserables, porque el subsidio estatal apenas llega a Bs. 70.000 mensual. Yo recibo Bs. 3.000 y soy bailarina, coreógrafa, diseñadora de trajes, arreglista musical… Sin embargo, estamos tranquilos, orgullosos, nos hemos constituido en sociedad civil, nos conocen más, ya no explicamos tanto a menudo, como antes, lo que somos para que las instituciones se interesen en nuestra actividad. Tenemos escuela, allí la enseñanza es toda gratuita, impartimos clases de ballet, danza moderna, danza nacionalista, cultura general. Funcionamos en una casa alquilada. Al conjunto acude, ante todo, gente de las clases populares, obreros. Y es por eso también que nosotros queremos, con nuestras danzas y espectáculos, representar fielmente al pueblo. Siempre pensamos en el hombre y la mujer del pueblo, de Venezuela. Vamos a realizar una gira por varias ciudades del estado Yaracuy, que fue el primer escenario de nuestras actividades. Más tarde, montaremos una temporada en el teatro Cadafe, y luego viajaremos a Canadá y, más tarde, a la Unión Soviética.
¿Cómo aprecias las reacciones del público y la crítica en los tres mundos: el socialista, el Tercer Mundo y el capitalista de Estados Unidos y Europa Occidental?
―Los públicos de los pueblos del interior de los Estados Unidos son extraordinarios, calurosos. La prensa es también muy generosa. Sentimos allí que nuestro mensaje llega. Pero, sentimos también como si fuera la primera vez que supieran de nosotros, de nuestro país. En Nueva York, en Chicago, Boston, Los Ángeles, el público es más lejano, el aplauso es más distante, pero luego observamos que la crítica es también bastante acogedora. En Italia, en España, el público reacciona con ímpetu, la gente aplaude fuerte, hablan, comentan. El público de París es un poco más recatado. Con el público soviético sentimos algo distinto. En nuestra primera aparición, teníamos un gran susto, pues sabíamos la gran tradición y cultivo del folklore allí y la enorme variedad de sus conjuntos folklóricos. Mas, sentimos a ese público como familiar, que podía establecer con rapidez una comunicación con el artista. La gente sube al escenario, regala una flor, un papel, un beso. Nos entendíamos a la perfección con el público soviético. ¡Qué extraordinaria gente! Como muestra del Tercer Mundo puedo citar a Panamá: es un público alborotador, gritón, hirviéndole la sangre. Nosotros somos lo mismo.
Yolanda no ha bailado en África, ni en el Medio Oriente, ni en Asia (“Nos invitaron a China, pero es un viaje muy costoso”). El mundo de hoy está convulsionado. Los intereses políticos, dominados cada vez más por la violencia y la intemperancia, interfieren en la cultura, en los contactos culturales entre los pueblos. Se establece el boicot al deporte y la cultura, se producen deserciones y asilos de artistas, se pregona el aislamiento, se levantan barreras, soplan vientos de guerra.
―Yo pienso que las cuestiones políticas no deben intervenir en la cultura ni en el deporte. La cultura es siempre un mensaje del pueblo, no se puede hacer la guerra con la cultura. El arte, la música, el baile, constituyen un mensaje de amistad. La cultura salta todas las talanqueras. Creo que no debe haber represalias ni boicots. El artista debe ser enteramente libre, volar como un pájaro. Él tiene que llevar siempre un mensaje. No; esto pasará. Yo espero que no haya una nueva guerra mundial. No hay razón para ello.
Has dicho que van a celebrar los 30 años del conjunto y que van a Yaracuy, donde debutaron. ¿Qué recuerdos te trae esto?
―Yo era una muchacha muy pequeña, de 13 años, para quien todas las cosas, todas eran muy agradables. Yo era cantante del Coro de Trabajadores del Retablo de Maravillas y solo daba unos pasitos en escena como para acompañarme. Recuerdo que en Chivacoa montaron el escenario al lado de una casa para que esta sirviera de vestuario. Nuestro camerino era el gallinero. ¡Cómo me gustaban aquellos viajes en autobús, con ese tierrero! ¡Si nunca había salido de mi parroquia caraqueña de San Juan, nunca había visto el mar!
Yolanda Moreno se emociona. “Creo mucho en la gente”. Insiste en una mayor ayuda del Estado, del Conac. “A veces, en muy pocas oportunidades, me siento como desvalida, pero…”. No cree en la ayuda de instituciones privadas. “No bailamos en la punta de los pies; no hablamos inglés”. Y ejecuta con las manos un baile como chaplinesco.