JESÚS SOTO Y SOFÍA ÍMBER, POR VASCO SZINETAR

Por CARLOS DELGADO FLORES

“Denme un garaje y lo convierto en un museo”

I.1

Esta es una de las frases más célebres de Sofía: no es la única pero quizás sí la más reiterada, junto con la referencia permanente al trabajo como método de vida. Desde que la dijo por primera vez, quiso Sofía que sirviera como emblema para distinguir  su principal obra y su legado: el museo, y para resumir, en forma de sentencia, todos los momentos de la épica —a ratos personal, a ratos compartida por varias generaciones de venezolanos— que significó levantar esta  institución de clase mundial, que representa la modernidad visual y que nos recuerda permanentemente que en Venezuela sí pueden hacerse cosas extraordinarias, con creatividad, empeño, trabajo y visión.

Porque no se trata de una exageración: el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, inaugurado en Parque Central el 20 de febrero de 1974, había nacido un año antes, en 1973, con el encargo que Gustavo Rodríguez Amengual, presidente del Centro Simón Bolívar, le hizo a Sofía Ímber de crear un espacio cultural para el disfrute de los habitantes y visitantes de ese significativo complejo urbanístico. Y lo hizo, ciertamente, empleando espacios que en principio estaban destinados a garaje, a depósitos, estacionamientos y áreas comunes. Lo hizo teniendo en mente una sola cosa: tenía que ser un museo extraordinario, que representara en un mismo concepto las ideas en las cuales Sofía ha confiado y que conforman su credo de periodista, crítico de arte, intelectual y gerente cultural, pero igualmente las prácticas con las cuales esas ideas se convierten en obras que sobreviven al tiempo y al olvido.

Esas ideas se funden en una: lo contemporáneo, que es lo moderno en su novedad, el tiempo presente; pero también un punto de vista favorable a la idea de que lo que ocurre en la existencia humana debe tener sentido, y de no tenerlo habría que buscarlo; y un estilo de vida hecho para oponerse siempre a las nostalgias. Y es que Sofía ha sido siempre contemporánea, divulgadora de novedades, buscadora de comprensiones entre los puntos de vista diferentes, y radicalmente opuesta a las nostalgias que pregonan, desde antiguo, que cualquier tiempo pasado fue mejor.

El proyecto histórico de la modernización venezolana vio el surgimiento de instituciones culturales, muchas de ellas desarrolladas como auténticas utopías personales. Y aunque sería exagerado decir que Sofía hizo el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas a su imagen y semejanza, sí lo hizo a partir de su propia experiencia de vida, pero lo hizo como obra, pensando en el beneficio común, partiendo, como todos lo hacemos, de lo que sabía y lo que pensaba, apuntando hacia  lo que aspiraba como bueno, y confiando en que podía ser comprendida, porque la obra rendiría sus frutos, proyectada hacia el futuro.

En 1973, Parque Central apenas acababa de inaugurar el primero de sus siete edificios residenciales. Las torres de oficinas, que albergan hoy a numerosas dependencias públicas, apenas estaban en obras. El conjunto emergía como un puesto de vigía a un costado de la avenida Bolívar, eje de la modernización urbana de Caracas, y emblema del proyecto modernizador de  la nación, para que desde las ventanas los ciudadanos pudieran ver, con solo una mirada, el lazo constante entre tradición y modernidad, entre patrimonio e innovación, con el cual se construiría una sociedad con una modernidad propia qué lucir en la carrera de las naciones por el desarrollo. A la izquierda, al inicio, los vestigios de la vieja cuadrícula colonial y sus prolongaciones, y a partir de ella, como una línea de tiempo que ilustra el gesto en un boceto, primero, en un cuadro, después, una cota a ras del valle trazada entre la silueta del Guaraira Repano, la ola detenida vegetal del Ávila, y el río Guaire como un eje en cuyos lados la modernización fue extendiendo los espacios, desplegando su proyecto a través de los valores que la constituyen. De la avenida Bolívar hacia el nuevo centro de gravedad de la ciudad, Plaza Venezuela, emblema de la nacionalidad como patrimonio, el antiguo camino de Los Caobos, que antaño fuera salida de Caracas hacia el pueblo de Chacao y corriera paralelo al ferrocarril de oriente, recién se había convertido en parque urbano, extendido desde el Museo de Bellas Artes hasta la entrada de la Ciudad Universitaria de Caracas, espacio para la formación de los saberes contemporáneos y síntesis de las artes que Carlos Raúl Villanueva firmara como homenaje perenne a la arquitectura, hoy por hoy patrimonio cultural de la humanidad. Un poco más allá, alineados a la vieja calle real de Sabana Grande, los bares y cafés que albergaron mil y una noches de gesta de utopías y de vanguardias en el territorio, entre real y simbólico, de la República del Este, de Sardio, del Techo de la Ballena, de la revista CAL, de las galerías, de las librerías. Y más allá, el paisajismo diseñado por Roberto Burle Marx (1909-1994) para el Parque del Este, que acaso constituya la primera obra de land art en Venezuela, un recordatorio de la importancia del paisaje como naturaleza a escala humana.

Estaba comenzando la segunda década prodigiosa en un país, latinoamericano y tercermundista, que apenas llevaba 70 años de paz y poco más de diez de democracia desde su fundación en 1830. Tres generaciones de venezolanos intentan levantar una nación con su trabajo, apoyados por los recursos del petróleo, como familia que hereda un inmueble y se reparte el alquiler. Un Estado hecho de democracia representativa y un statu quo de fuerzas políticas de centro, de gremios industriales, comerciales, profesionales y sindicatos construye un sueño republicano, en el mismo lugar donde una insurgencia hecha de jóvenes pretendió instaurar a sangre y fuego un socialismo revolucionario, hasta que los sucesos de Praga o el Mayo Francés de 1968 les hicieron ver el rostro totalitario de la utopía. La escisión de la izquierda generó el socialismo democrático a la venezolana, la pacificación de la guerrilla vino poco después.

El impulso inicial con que la sociedad despertó de la dictadura perezjimenista aún se mostraba fuerte y veloz. Los 60 y 70 representaron para Caracas una fuerte explosión demográfica; la expansión primero al este, luego al sureste, la llenó de urbanizaciones para la emergente clase media; las autopistas y avenidas prolongaron la ciudad hacia antiguos poblados ahora integrados —unos más que otros— a la trama urbana; el desarrollo comercial de la ciudad hizo que surgieran los primeros centros comerciales, que se multiplicaran los cines, las librerías, las tiendas que ofrecen cuanta cosa pueda imaginarse que pueda venderse. Que creciera la oferta televisiva y radial, que los periódicos aumentaran el tiraje de sus ediciones, que surgiera una diversidad de ofertas de entretenimiento para una ciudad pujante, llena de jóvenes que se formaban para el trabajo, para hacer viable su proyecto personal de vida. Venezuela vivió esa época en modo subjuntivo: “Que se haga”, fue la invitación a lo posible, y hubo disposición y recursos para ello.

Pero acaso el subjuntivo es menos real. Caracas, en algún sentido, era una ciudad sitiada: en el que producen los excluidos, migrantes rurales que viajaron  buscando mejores condiciones de vida y que no fueron metabolizados por el enorme cuerpo que estaba entregado a construir una modernidad sin reparar en ellos más allá de los discursos de la institucionalidad oficial. Los excluidos crecieron entonces y se multiplicaron en lo sucesivo en las márgenes de la ciudad, fuera de los mapas, en un tiempo que no es moderno, pero tampoco es el de la tradición.

I.2

¿Cuán competente podía ser Sofía Ímber para crear, con solvencia, el Museo de Parque Central? Los años que van desde 1974 a 2001 dieron respuesta a esta interrogante inicial.

Sofía siempre estuvo consciente de las innumerables oportunidades que la modernización abría para el país de entonces. A su regreso de París a comienzos de los 60, trajo en su experiencia de vida el espíritu de la Francia de postguerra, que era un epicentro cultural de magnitudes mundiales. Es un período intenso que va de 1948 a casi 1960, en el cual conoce las vanguardias del arte y del pensamiento, estudia, reflexiona, conversa con figuras que, si no entonces, poco después tendrán obra y renombre. Años de mucho trabajo: estudia Arte, también lo enseña; escribe textos de crítica y obra periodística para artistas venezolanos, franceses, de otras latitudes. Los Disidentes recibirán su apoyo en la revista que con el nombre que los agrupa los da a conocer. Se labra un nombre entre coleccionistas y  galeristas, que le valdrá a la hora de formar colecciones privadas por encargo, antes de la creación del museo. Demuestra, con ellas, que formar una colección no puede ser solo una cuestión de gusto o una mera inversión: se trata de un delicado equilibrio donde el formador de colecciones combina la comprensión que tiene del coleccionista con las perspectivas de evolución de la trayectoria de cada artista, para saber —a ratos intuitivamente— en qué momento de esta se ubica esa obra que se incorpora a una determinada colección.

Para el momento de hacer el Museo, Sofía tenía una experiencia de más de 30 años viendo, estudiando, viviendo el arte contemporáneo: reconociendo variaciones en las obras de los artistas, comparando cuadros nuevos con el inventario de su prodigiosa memoria visual, encontrando correspondencias entre uno y otro artista, de este tiempo, del pasado, de una u otra latitud o cultura, pero nunca de forma académica, ordenada y clasificada al uso de las disciplinas de lo estético, al contrario: de modo tal vez caótico, confiando en las asociaciones y las correspondencias, o más bien —porque los saberes de vida no son estrictamente racionales— desconfiando de ellas.

El ejercicio de encontrar la imagen que ilustra una idea, de uso común en el periodismo impreso, sirvió de base para la experiencia posterior de la investigación y la curaduría desarrolladas en el Museo y ejemplares para el país de entonces y de ahora. Desde 1960, Sofía realiza una intensa actividad periodística en diversos medios de comunicación. Primero con Guillermo Meneses en la experiencia pionera de la revista CAL (Crítica de Arte y Literatura), divulgadora de vanguardias, vanguardia ella misma de diseño editorial, de la mano de Nedo Mion Ferrario (Nedo), maestro de generaciones del diseño gráfico venezolano. Luego a través de su columna de crítica de arte criticandito en el diario La Esfera; al frente de la dirección de la revista Páginas del Bloque Dearmas, de las páginas culturales de El Universal, en el programa de televisión Buenos Días con Carlos Rangel y en su programa de radio La Venezuela posible. Suma de saberes y de haceres para los cuales Sofía demostró siempre algo más que solvencia. ¿Cómo no iba a poder, entonces, hacer un museo?

Así, pues, cuando en su discurso inaugural Sofía define al naciente museo como un medio de comunicación, lo dice sabiendo que el oficio del periodista y su inmersión en el arte, amén de la tenacidad que la ha caracterizado a lo largo de su vida, le daban las líneas maestras para hacer realidad esa idea; pero la definición resultará adelantada a su tiempo, pues el museo como medio de comunicación apunta a la noción más contemporánea de museo, la que lo describe como un espacio para ilustrar puntos de vista, desde el arte, sobre la condición humana. El tiempo le dio la razón (1).


Referencias

1 En 1969, la Unesco organizó en Bruselas la conferencia titulada: Le musée d’art moderne et la société contemporaine. En ella, expertos en museología de- batieron acerca de cómo el museo se había convertido en un lugar cerrado,  arcaico y alejado del público. Dos años después, la discusión prosiguió en Santiago de Chile, donde en una mesa redonda de la cual surgieron dos conceptos de suma importancia: el concepto de Patrimonio de la Humanidad y el de la nueva museología, que implica una nueva forma social de comprender el museo a partir de sus prácticas, siendo la comunicación una de las más im- portantes. En 1974, el International Council of Museums (ICOM) introdujo el concepto de comunicación en su definición oficial de museo, y la mantuvo tras ocho modificaciones. La definición actual, adoptada en la 22a asamblea (2007) reza: “Un museo es una institución sin fines lucrativos, permanente, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de la humanidad y su medio ambiente con fines de educación, estudio y recreo”.

*Carlos Delgado Flores es periodista, investigador y profesor universitario, miembro del Centro de Investigación de la Comunicación, UCAB. Fue Coordinación de la sección de Cultura del diario El Universal, así como miembro del Consejo de Redacción de la revista Comunicación (UCAB).


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